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Adolfo Pacheco



Adolfo Pacheco Anillo (n. San Jacinto, Bolívar el 8 de agosto de 1940) es un músico colombiano, compositor y cantautor de música vallenata, de origen sabanero, sabanas de los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre.[1]

Representante distinguido de la música de acordeón en las sabanas de Bolívar y los Montes de María, corazón del Caribe colombiano. Nacido un 8 de agosto de 1940, nombrado Adolfo, por una inocente admiración de su madre, Mercedes Anillo, por el líder alemán con mismo nombre, debido a que para aquellos años se escuchaba noticias por la radio diariamente de este. Su bisabuelo de apellido Pacheco, de origen ocañero, llegó a San Jacinto en 1850. Él le daría al maestro la herencia ancestral que le permitió hacer de sus composiciones una oda incomparable a la vida del campo y sus azares.

El juglar desde muy niño con las influencias de su abuelo Laureano Antonio Pacheco, tocador de gaita y tambor, empezó a mostrar sus dotes de compositor y el primer verso que hizo a los seis años, es un canto indio en ritmo de puya “Mazamorrita cruda”. Este no sería más que el comienzo de una fascinación por narrar en sones, puyas, paseos, cumbias y merengues, las vivencias del sabanero mayor, como también es conocido el juglar.

Sin embargo, Adolfo, quien cursó su bachillerato en el colegio Fernández Baena en Cartagena, logró echar mano de su formación y componer utilizando figuras literarias como el símil y la metáfora, (Hamburger,2017) a diferencia de algunos de los compositores de la música de acordeón que lo hacen de manera espontánea y sin más pudor que el que la mente les permitiera. Su Padre no estuvo de acuerdo al principio, asociaba la música con el consumo de alcohol, por lo que insistió para que el joven sabanero ingresara a la universidad, de la cual finalmente se gradúa como abogado en la universidad de Cartagena cuando ya gozaba de la fama de ser el compositor de canciones como “el viejo miguel” “el mochuelo” y la que lo internacionalizó “la Hamaca grande”. Todo aquello sucedió después de un fugaz paso por la ingeniería civil en Bogotá, que le dejarían las clases de guitarra como recuerdo perene de su paso por la capital, de la que regresó cuando la situación económica de la familia le impidió continuar.

Adolfo Pacheco es bachiller del Colegio Fernández Baena en Cartagena de Indias, adelantó estudios de Ingeniería en la Universidad Javeriana de Bogotá, graduado como abogado en la Universidad de Cartagena y, recientemente, la Universidad

Popular del Cesar le concedió la máxima distinción otorgándole el doctorado Honoris Causa. Sus canciones circulan en múltiples trabajos discográficos que se han hecho en Colombia y en el exterior.

Adolfo nació en el municipio de San Jacinto, sus padres fueron Miguel Pacheco y Mercedes Anillo.

Adolfo, es una mezcla de blanco con negro e indígena. A lo largo de su vida ha estudiado el origen de sus antepasados. Su bisabuelo paterno era de Ocaña y llegó a San Jacinto, alrededor de 1850, durante la fiebre del tabaco, era blanco y pecoso, probablemente de ascendencia española, varios años después se casó con Crucita Estrada, una negra recién liberada de la esclavitud.

Su abuelo paterno, Laureano Antonio Pacheco Estrada, fue quien descubrió en él su inclinación por la música, él era tamborero de gaita. La madre de Adolfo cantaba a voz, pasillos, vals y boleros, en su casa; de sus recuerdos infantiles aún tiene fresco en su memoria el primer verso que hizo a los seis años de edad, que es un canto indio en ritmo de puya “Mazamorrita cruda”, y que años después terminaría de componerlo.[2]

Estudió Derecho en la Universidad de Cartagena, iniciando los estudios correspondientes en 1976, terminándolos en 1980 y graduándose en 1983.[3]


Su aporte a la Música de acordeón del país

La vuelta a aquel lugar, que él magistralmente compararía con un “imperio” y del que difícilmente lo volverían hacer salir, pues él vivía mejor “llevando siempre vida tranquila” (Castillo, 2010). En su natal San Jacinto y los Montes de María,  serían el espacio cultural en el que el maestro desarrollaría toda la impronta sabanera a través de sus cantos al folclor, la naturaleza, la tristeza y el amor que termina por imprimirle a la música de acordeón y que lo coloca, por una suerte de reivindicación del pentagrama musical del Caribe colombiano, a la altura de los juglares del Valle del Cacique Upar y el Magdalena grande, que habían reservado para sí, en el término “Vallenato” , el goce de la música del fuelle bendito que también tiene leyenda  en el “indio faroto y su vieja gaita” tal  “como la de Francisco el hombre”.


La versatilidad de su obra musical

En la obra de Pacheco se resalta una música de acordeón muy cercana al paseo, a la gaita, la cumbia, el porro, el pasebol, el paseaito, el chandé, el son y el merengue, uno de los más conocidos El Viejo Miguel, catalogado por algunos especialistas como el mejor merengue vallenato en toda la historia (Gil 2020).

“…Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad el viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado, yo me desespero y me da dolor porque la ciudad tiene su destino y tiene su mal para el provinciano…”.

Esa versatilidad, el compositor de ‘El Pintor’ la empezó a desarrollar en sus estudios de secundaria en el Fernández Baena en Cartagena, colegio donde aprendió a tocar violina, posteriormente en Bogotá con las enseñanzas de un amigo aprende a tocar guitarra y con ello géneros musicales como el bolero y el Bambuco. Además, su tío abuelo Antonio Pacheco le dio las claves para explorar la música cubana, hoy en día el maestro tiene más de 16 cumbias y porros (Icultur 2020).


Su representación nacional e internacional de la cultura del Caribe colombiano.

El Maestro Adolfo Pacheco logró convertirnos a todos con la hamaca grande y sus composiciones, en hijos de una región con una riqueza cultural, que a través del vallenato y la música de acordeón trascienden las barreras regionales y suprime lo particular para convertirlo en elemento identitario nacional, tal cual lo declara la UNESCO (2015) como patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad, en la que resalta que  estas son “canciones de los vaqueros del Magdalena Grande, cantos de los esclavos africanos y ritmos de danzas tradicionales de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.” Una reseña que obvia que la música de acordeón y su variante el vallenato, es un universo musical de ritmos afro antillanos e indígenas, que, mezclados en un sincretismo cultural con la herencia española, se encuentra diseminada por toda la región en la cual “la música, elemento nuclear de la cultura caribeña, sonora por naturaleza, como el mar, con gran frecuencia, ocupa un lugar central” (Castillo,2010). Y desde ahí se desborda hacia lo nacional, nutriendo vitalmente el espacio cultural de llanuras, valles, montañas, altiplanos y selvas que conforman la geografía nacional, y en medio de esta diversidad cultural regional, logra erigirse y despuntar como el género musical más internacionalizado de Colombia.

La Hamaca Grande y la Unión de dos culturas

Es una invitación al reconocimiento y a la vez una serenata de amor propio por parte de la música de acordeón sabanera al pueblo Vallenato. La Hamaca Grande además de ser un himno para San Jacinto, también se convirtió en esa melodía que une a dos culturas y a dos regiones: El Valle y la Sabana, logrando de esta manera un intercambio musical que ha enriquecido la música de nuestro país, tanto así que esta canción es conocida en todos los rincones de Colombia.

Esta obra, para muchos la más importante de Adolfo Pacheco, refleja un conocimiento exquisito de su región y de su terruño San Jacinto. Nace por la frustración que embargó al compositor tras la derrota de su compadre y amigo Andrés Landeros al no coronarse como rey en el Festival de la Leyenda Vallenata; sin embargo, también es una serenata elegante y elocuente que resalta la importancia de la cultura y la música sabanera.

"El Obsequio está despojado de ambición personalista, pues no se trata de una serenata estrictamente personal: se trata más bien del homenaje de un pueblo a otro, tal vez como reconocimiento y admiración por la riqueza de su arte musical" sostiene el investigador Simón Martínez Urbanez (Gil 2003)

De acuerdo a investigaciones realizadas 'La Hamaca Grande' cuya primera versión fue grabada en 1970 por Adolfo Pacheco Anillo ha tenido al menos 79 versiones en distintos países y en diferentes ritmos musicales. La canción ha sido grabada en sellos discográficos de Colombia, México, Venezuela, Perú, Panamá, Francia, Estados Unidos y Costa Rica.


Una vida dedicada a la cultura y el arte

Adolfo Pacheco Anillo es un hombre que nació y creció rodeado de la riqueza cultural y artística de su natal San Jacinto, Bolívar. Todo ese entorno complementado con la cercanía de entrañables amigos, muchos cercanos a las letras y a la música como Toño Fernández, el legendario fundador de los Gaiteros de San Jacinto, Juan y José Lara, los acordeoneros Andrés Landeros, Ramón Vargas, Rodrigo Rodríguez, los hermanos Lora, Praxiteles Rodríguez entre otros.

Este ambiente fue el detonante para que el maestro Pacheco, forjara su obra musical en la que como dice su canción 'El Pintor' recreara con el pincel de sus letras las costumbres, el devenir del pueblo, la naturaleza, personajes emblemáticos, sus amores y desamores, la historia de la región y hasta la política. Son cerca de 224 canciones grabada desde 1963, de las cuales cerca de 140 son de su autoría que lo hacen merecedor del premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura en su edición 2020.

Adolfo Pacheco se hizo acreedor, para que La Fundación Festival de la Leyenda Vallenata en el año 2005 lo declarara “Compositor Vitalicio”; distinción que comparte con Tobías Enrique Pumarejo, Rafael Escalona, Leandro Díaz, Emiliano Zuleta y Calixto Ochoa, entre otros.[4]

Entre sus temas se destacan:

Grabada por los hermanos Zuleta en el álbum "Pa' toda la vida" en 1980



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