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Aguadores de Madrid



Aguadores de Madrid fue un gremio que permaneció activo en la capital de España entre el siglo xv y comienzos del xx.[2]​ Regulados por el correspondiente concejo de la ciudad, su trabajo, además de la venta ambulante de agua fresca, consistía en transportarla en barriles o grandes cántaros hasta los aljibes, cisternas, tinajas o cántaras de las viviendas que no disponían de pozo o fuente particular.[3]​ Desaparecieron de modo definitivo a comienzos del siglo XX, con la instalación de la red de agua corriente que permitió la construcción e infraestructura posterior del Canal de Isabel II, iniciada en 1851.

Madame d'Aulnoy en sus memorias viajeras por España,[4]​ hacia 1690-91, describe a los 'azacanes' como aguadores que "cargan un burro con varios cántaros grandes y los llevan por la villa. Van vestidos con una bayeta ordinaria con las piernas al aire y sandalias o alpargatas, simples suelas con cuerdas atadas."

Parece evidente, dado el origen de Madrid como asentamiento militar musulmán,[5]​ que el precedente de los aguadores en la que luego sería capital de un imperio, hay que buscarlo en los azacanes moros o mozárabes que en Madrid, como en Toledo, Zaragoza, Granada o Sevilla prestaban su oficio de porteadores de agua sirviéndose para ello de una caballería o un carro de manos. Así quedan retratados en 1501, cuando el Concejo de la Villa advierte "que los aguadores no vayan corriendo con los asnos, porque acaece topar e derribar muchas personas e hazer muchos daños, so pena destar diez días en la cadena". Medida que ya da una idea de cómo actuaban unos y cómo respondían otros en el Madrid de los Reyes Católicos.[6][nota 1]​ Habría que esperar a 1847 para que el ayuntamiento madrileño estableciese los "caños de vecindad" (una arqueta de piedra en la pared con un grifo de bronce), para uso exclusivo de los vecinos y vetados a los aguadores.[7]

La variada documentación distingue tres tipos de aguadores que podrían llamarse 'profesionales':

A estos habría que añadir los vendedores ambulantes, muchos de ellos chiquillos o mozas de cántaro, que iban por la ciudad voceando su mercancía, "¡agua fresca!", con una pequeña cesta y uno o más vasos o jarrillos.[nota 2]​ Estos últimos eran muy populares en las procesiones religiosas o actos públicos diversos. Más tarde se introdujo la costumbre de servir el agua acompañada de unas gotas de anís, limón, azucarillos, canela y otros sabores atractivos.

'Aguador de cántaro', lámina n° 87, publicada en la Revista 'Nouvelle Castille'. Firmada por White (grabado hacia 1800).

'Aguador de Madrid' en el catálogo de Trajes de España, dibujado por Rodríguez (grabado hacia 1802).

'Aguador de barril'. Anónimo (grabado hacia 1840).

'Aguador de barril'. Dibujo atribuido a Leonardo Alenza en Los Españoles pintados por sí mismos (1843-4).[8]

'Costumbres de Madrid. Una fuente de vecindad' en La Ilustración Española y Americana (1870).

Una visita a los clásicos del Siglo de Oro español arrojará curiosa y divertida información sobre los aguadores de Madrid. Aparecen en las novelas, dramas y comedias de Cervantes, Lope o Tirso y en los versos de Quevedo, por mencionar tan solo a los más conocidos vates y escritores, vecinos de la capital de España en algún trecho de sus vidas.

Fue Felipe II, el rey burócrata por excelencia, quien estimuló y ordenó la regulación de los aguadores de Madrid con una medida de capacidad que limitaba los cántaros de transporte a tan solo cinco azumbres de volumen. Los alfareros de Alcorcón,[9]​ la localidad vecina a la capital con mayor tradición en la artesanía del barro, elaboraban dichos cántaros de cinco azumbres, grabándoles, por decreto real, un sello especial para evitar las posibles falsificaciones de recipientes.[10]​ Entre las regulaciones del gremio llegaron a incluir en las ordenanzas de la villa y el reglamento de los aguadores la obligación de acudir a los incendios —llegando incluso a confiscar sus cántaros en caso de emergencia.

El crecimiento de la ciudad a lo largo del siglo XVII y el progresivo envenenamiento de sus capas freáticas por filtraciones de pozos negros y alcantarillas hizo necesario el planteamiento de modernas medidas de saneamiento. Pero el celo de los Ilustrados y sus diversos proyectos tardarían más de un siglo en hacerse realidad.

La Casa Real dispuso ya de antiguo de un viaje de agua propio, el llamado "de Palacio" o "de Amaniel",[11]​ pero no contento con ello, el primer monarca de la dinastía borbónica compró en exclusiva las aguas de la Fuente del Berro. La castiza reina Isabel II de España, sin embargo, tenía por costumbre en sus habituales paseos por la Castellana, detenerse a beber un jarrito de agua en la antigua Fuente de la Cibeles, cuyas aguas procedían del homónimo "viaje de la fuente Castellana".[12]

En cuanto a los aguadores, se legalizaron y se asignó un número proporcional al servicio de cada fuente pública.[13]

En el siglo xix el Ayuntamiento de Madrid diseñó un uniforme para los aguadores, compuesto por una chaqueta oscura de paño con solapas y bordadas allí en seda y estambre las armas del Ayuntamiento y, en rojo, el número de la licencia, y doble fila de botonadura dorada; se complementaba con un chaleco rojo y un pantalón pardo sujeto con una faja también roja, como los botines (con botones negros y palaos de piel de becerro blanca). Era obligatoria la gorra, de fieltro y con visera, en la que iba prendida la chapa de metal identificadora donde figuraba la fuente asignada. En verano, el uniforme era más sencillo y ligero, reducido a una blusa de percal de color azul y cuello vuelto de cinta encarnada con el escudo y número de licencia.[13]

De las vivencias, peripecias y organización del gremio de aguadores de Madrid en la primera mitad del siglo, deja el ilustre cronista Ramón Mesonero Romanos varias noticias y comentarios en el conjunto de su obra histórica y de costumbres. Así por ejemplo, en su Manual de Madrid, publicado en 1833, sitúa a los aguadores en el mismo oficio que los mozos de cordel o "mozos de compra", por lo general "robustos mozos asturianos y gallegos" que cuando no han de estar acarreando el agua a los vecinos contratados, se "hallan en las esquinas de las calles, y aunque toscos sobremanera, sirven para conducir los efectos y hacer toda especie de mandados, lo cual ejecutan con bastante exactitud y notable probidad, pagándoles de 2 a 4 reales por cada mandado".[14]

Aún mediado el siglo, el cronista Pedro Felipe Monlau describe así el servicio de aguas en la ciudad:

Otro de los cometidos del aguador era su buen entendimiento y seguimiento de las diferencias de caudal, calidad, frescura y sabor de las aguas procedentes de los distintos viajes de agua de la ciudad, llegando a cobrarse a precios distintos según su procedencia. [nota 3]​ Las aguas de los viajes madrileños, famosas y ponderadas como "excelente agua dulce, delgada y finísima" desde el siglo XVII,[nota 4]​ eran, al parecer ricas en sulfatos, sales de cal, magnesia y sosa, según el estudio que de los materiales del subsuelo hizo Philip Hauser en 1902).[nota 5]

El ocaso y posterior desaparición de los aguadores de Madrid lo trajo el progreso y la abundancia materializados por el Canal de Isabel II, una magna obra que, iniciada por Real Decreto de 18 de junio, en 1851, e inaugurada el 24 de junio de 1858, no funcionó con garantías hasta aproximadamente 1911.[16]

No parece haber quedado directo homenaje a la tarea de los aguadores de Madrid, ni en fuentes ni monumentos públicos. Sí tuvieron referencia en la Planimetría General de la Villa con una calle de Aguadores, que antes se llamó de la Cueva y luego, en 1894, se rebautizó por tercera vez con el nombre de calle del Marqués de Leganés, por hallarse cerca el Palacio de Altamira.[17][18]​ También podría considerarse homenaje el título y trama de la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente, como una última referencia al gremio.

Quizá fue Goya el más acertado testigo de la memoria de los esforzados hombres y mujeres que mataron la sed en los tórridos veranos madrileños. Así parece contarlo en su Aguadora, una pequeña y lozana muchacha que, con un truco óptico propio del genio del pintor de Fuendetodos, mira al espectador desde su altura ficticia, mientras pasea la cántara encajada en la cadera y lleva en la otra mano un cestillo con copas o vasos para beber. En cualquier caso, el supuesto homenaje de Goya a una anónima madrileña de comienzos del siglo XIX (hacia 1810), no se encuentra en Madrid sino en el Szépmuvészeti Múzeum de Budapest, donde entró dentro de la colección Esterházy, en 1871.[19]

Hay que mencionar al aguador Pedro Collado entre el elenco de personajes más o menos ficticios que el oficio y gremio de aguadores dio a la Historia de la Literatura Española. A éste lo describió Galdós en la primera serie de los Episodios Nacionales, cuando en La Corte de Carlos IV queda dibujado con estas bien ordenadas frases:



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