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Albur (México)



En México, el albur es un juego de palabras donde los participantes hacen referencia a situaciones en doble sentido sexual o escatológico.[1]​ En su forma típica, se considera que alguien "gana" el intercambio cuando su interlocutor queda callado o su respuesta no es tan ingeniosa y así terminar "demostrando" que el perdedor es hipotéticamente sometido por la persona usando expresiones que en su polisemia remiten al sexo anal, a la felación o alusiones a los genitales femeninos y masculinos.[2]​ Se diferencia de los juegos de palabras o al doble sentido presente en otros países de habla hispana, dado que, en su forma social, el albur implica no sólo insultar, sino que constituye una suerte de duelo verbal entre dos personas.[3][4]​ Esta forma lingüística, que tiene antecedentes en la época mesoamericana,[5]​ ha sido señalada como una forma de ingenio,[6]​ de creatividad y como un código secreto entre las personas que lo usan,[3]​ pero también criticado como una forma de lenguaje sexista, homofóbica, machista[7]​ o humillante.[8][9]

Dada su estructura y el machismo imperante en la sociedad mexicana,[1]​ este juego de palabras es común entre hombres heterosexuales que consideran gracioso o denigrante ser vencidos al ser asimilados como homosexuales. Tal contradicción mereció el análisis de pensadores del país como Samuel Ramos,[10]Octavio Paz —quien lo criticó en su Laberinto de la soledad[11]​— o Carlos Monsiváis, quien lo reconoció como parte de la cultura mexicana,[6]​ pero también como "un respiradero verbal de los reprimidos sexuales".[12]

El albur como fenómeno ha sido estudiado desde la lingüística, la antropología, la filosofía, la sociología, los estudios culturales y la historia, entre otros campos.[13]

Los albures son un juego de palabras muy generalizado entre los hispanohablantes, aunque es muy característico de México. No se conoce una fecha exacta para su nacimiento, pero se cree que desde la época colonial era usado por los mineros del área de Pachuca en el hoy estado de Hidalgo, pero a finales del siglo XIX se empezó a oír en forma generalizada en la región central de México, sobre todo entre la población de escasos recursos, quienes desarrollaron ciertas reglas informales, de las cuales la más básica es evitar que el contrario pueda contestar lo que se le dijo.

El libro Picardía mexicana, del mexicano Armando Jiménez, hizo desde su primera edición (1958) una de las mejores recopilaciones del albur, en particular, y del habla popular, en general, en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México. El albur es un fenómeno característico de los habitantes de esa ciudad, pero también se practica en muchas regiones hispanohablantes, donde tiene otras características peculiares.

Durante años su uso se atribuyó sobre todo a personas de escasa educación, por lo que se le relacionaba con groserías y majaderías, con el uso siempre frecuente del lenguaje propio del caliche o caló, pero por su complejidad ha atraído a no pocas personas de gran nivel cultural, las cuales buscan e incluso elaboran un albur más sutil y difícil, ya que las expresiones deben evitar toda connotación grosera o peyorativa.

Así es como en el año 1998,[14]​ en la ciudad de Pachuca, se abrió el Concurso Nacional del Albur por parte de la Fundación Arturo Herrera Cabañas, A. C.[15]​ y el gobierno del estado con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

El escritor Carlos Monsiváis en sus Escenas de pudor y liviandad,[9]​ indicó la contrariedad que resulta de que el albur es un juego hecho por hombres aludiendo a la masculinidad o a la virilidad, pero que la aceptación de la victoria en su práctica tiene un fuerte significado homosexualizado.

Como juego, el albur tiene varias reglas:

Las reglas oficiales del Concurso Nacional del Albur son:

Se conoce como alburero a la persona que frecuenta este tipo de comunicación y como albureado a la que es víctima de la misma. Ambos términos se utilizan tanto en el concurso como en la vida diaria, prácticamente con cualquier otro tipo de broma.



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