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Antígeno



Un antígeno ("anti", del griego αντι- que significa 'opuesto' o 'con propiedades contrarias' y "geno", de la raíz griega γεν, generar, producir; que genera o crea oposición) es una sustancia que desencadena la formación de anticuerpos y puede causar una respuesta inmunitaria.[1]​ La definición moderna abarca todas las sustancias que pueden ser reconocidas por el sistema inmunitario adaptativo, bien sean propias o ajenas.[2]

Un antígeno suele ser una molécula ajena o tóxica para el organismo (por ejemplo, una proteína derivada de una bacteria) que, una vez dentro del cuerpo, atrae y se une con alta afinidad a un anticuerpo específico. Cada anticuerpo es capaz de lidiar específicamente con un único antígeno gracias a la variabilidad que le otorga la región determinante de complementariedad del anticuerpo dentro de la fracción Fab de los mismos.

Para que un antígeno sea reconocido por un anticuerpo, estos interactúan por complementariedad espacial. La zona donde el antígeno se une al anticuerpo recibe el nombre de epítopo o determinante antigénico, mientras que el área correspondiente de la molécula del anticuerpo es el parátopo. (Una analogía habitual para describir estas interacciones es el acoplamiento de una cerradura [epítopo] con su llave [parátopo]).

Como se mencionó anteriormente, originalmente se consideraba un antígeno a una molécula que se liga específicamente a un anticuerpo; ahora, un antígeno se define como cualquier molécula o fragmento molecular que puede ser reconocido por una gran variedad de receptores antigénicos (receptores de células T o receptores de células B ) del sistema inmunitario adaptativo. Las células presentan antígenos al sistema inmunitario a través del complejo mayor de histocompatibilidad o (CHM). Dependiendo del antígeno presentado y del tipo de molécula de histocompatibilidad, se pueden activar diferentes tipos de leucocitos. Por ejemplo, para el reconocimiento por parte de los receptores de células T (TCR), los antígenos (mayoritariamente proteínas) deben ser procesados a pequeños fragmentos dentro de la célula (péptidos) y presentados al receptor de células T por el complejo mayor de histocompatibilidad.[3]

Los antígenos por sí solos no son capaces de provocar una respuesta inmune protectora sin la ayuda de un adyuvante inmunológico.[4]​ Los componentes adyuvantes de las vacunas juegan un papel esencial para la activación del sistema inmunitario innato.[5][6]​ Un inmunógeno es entonces, en analogía al antígeno, una sustancia (o una combinación de sustancias) capaz de desencadenar una respuesta inmune protectora cuando este es introducido al organismo.[7]​ Un inmunógeno debe iniciar una respuesta inmune innata, para más adelante continuar con la activación del sistema inmunitario adaptativo, mientras que un antígeno es capaz de unirse a los productos inmunoreceptores altamente variables (receptores de células T o receptores de células B ) una vez que estos han sido producidos. Los conceptos superpuestos de inmunogenicidad y antigenicidad son, por lo tanto, ligeramente diferentes,

Los antígenos son usualmente proteínas o polisacáridos. Esto incluye partes de bacterias (cápsula, pared celular, flagelos, fimbrias, y toxinas), de virus y otros microorganismos. Los lípidos y ácidos nucleicos son antigénicos únicamente cuando se combinan con proteínas y/o polisacáridos. Los antígenos no-microbianos exógenos (ajenos al individuo) pueden incluir polen, clara de huevo, y proteínas de tejidos y órganos trasplantados, o proteínas en la superficie de glóbulos rojos transfundidos. Las vacunas son un ejemplo de antígenos en una forma inmunogénica; estos antígenos son intencionalmente administrados para inducir el fenómeno de memoria del sistema inmunitario adaptativo hacia los antígenos que invaden al receptor.

Los antígenos pueden ser clasificados según su origen. Los antígenos pueden tener tres orígenes.

Los antígenos exógenos son antígenos que han entrado al cuerpo desde el exterior, por ejemplo mediante inhalación, ingestión o inyección. A menudo, la respuesta inmune hacia antígenos exógenos es subclínica. Estos antígenos son tomados en las células presentadoras de antígenos (CPAs) mediante endocitosis o fagocitosis, y procesadas en fragmentos. Las CPAs entonces presentarán esos fragmentos a linfocitos T colaboradores (CD4+) con ayuda de moléculas de histocompatibilidad de clase II en su superficie. Los linfocitos T que reconocen de manera específica la dupla péptido:CMH son activados y comenzarán a secretar citocinas. Las citocinas son sustancias que a su vez pueden activar linfocitos T citotóxicos (CD8+), células productoras de anticuerpos o linfocitos B, macrófagos, y otras.

Algunos antígenos entran al organismo como antígenos exógenos, para después pasar a ser antígenos endógenos (por ejemplo, un virus intracelular). Los antígenos intracelulares pueden ser liberados de nuevo al torrente sanguíneo una vez que la célula infectada sea destruida.

Los antígenos endógenos son aquellos antígenos que han sido generados en el interior de una célula, como resultado del metabolismo celular normal, o debido a infecciones virales o bacterianas intracelulares. Los fragmentos de esos antígenos son presentados sobre la superficie celular en un complejo con moléculas MHC de clase I. Si son reconocidos por linfocitos T citotóxicos (CD8+) activados, estos comenzarán a secretar varias toxinas que causarán la lisis o apoptosis (muerte celular) de la célula infectada. Para prevenir que las células citotóxicas destruyan células normales que presenten proteínas propias del organismo, estos linfocitos T autoreactivos son eliminados del repertorio como resultado de la tolerancia (también conocida como selección negativa). Los antígenos endógenos comprenden a los antígenos xenógenicos (heterólogos), autólogos, idiotípicos y alogénicos (homólogos).

Un autoantígeno se refiere a una proteína normal o un complejo de proteínas, algunas veces también ADN o ARN, que no son reconocidos por el sistema inmunitario. Ocurre en pacientes que sufren de alguna enfermedad autoinmune específica. Estos antígenos no deberían, en condiciones normales, activar el sistema inmunitario, pero en estos pacientes, debido principalmente a factores genéticos y/o ambientales, se ha perdido su correcta tolerancia inmunológica.

Los antígenos tumorales o neoantígenos son aquellos antígenos que son presentados por moléculas MHC I o MHC II (del complejo mayor de histocompatibilidad) que se encuentran en la superficie de células tumorales. Cuando este tipo de antígenos son presentados por células provenientes de un tumor, en este caso serán llamadas antígenos tumorales específicos (TSAs por sus siglas en inglés) y generalmente, son resultado de una mutación específica. Más comúnmente existen los antígenos que son presentados por células normales y tumorales, llamados antígenos asociados a tumores (TAAs por sus siglas en inglés). Los linfocitos T citotóxicos que reconocen esos antígenos son capaces de destruir la célula tumoral antes de que prolifere o haga metástasis.

Los antígenos tumorales también pueden estar en la superficie de un tumor, formando por ejemplo, un receptor mutado, en cuyo caso será reconocido por linfocitos B.

Un antígeno nativo es un antígeno que aún mantiene su forma original y no ha sido procesado por una CPA en partes más pequeñas.

Los linfocitos T no se pueden unir a los antígenos nativos, ya que necesitan de la ayuda de CPAs para que los procesen, mientras que los linfocitos B sí pueden ser activados por esta clase de antígenos.

La especificidad antigénica es la habilidad del huésped de reconocer un antígeno específicamente como una entidad molecular única y poder distinguirla de otras con exquisita precisión. La especificidad antigénica se debe principalmente a la conformación de las cadenas laterales del antígeno (cadenas laterales de los aminoácidos que componen las proteínas, por ejemplo). Dicha especificidad se puede medir, aunque no necesariamente con facilidad debido a que la interacción antígeno-anticuerpo puede comportarse de manera no lineal.[11]



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