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Antonia Nava



Antonia Nava de Catalán (Tixtla, 18 de noviembre de 1779 - Chilpancingo, 19 de marzo de 1843) fue una mujer militar mexicana, heroína de la independencia de ese país.[1]

Nava fue esposa del militar insurgente Nicolás Catalán, y participaron en la guerra junto a José María Morelos hasta su muerte.

Sus padres fueron Nicolás Nava y María Celestina.[1]​Posiblemente en los últimos años del siglo XVIII, en la aldea Tepecoacuilco (a unos 16 km al sureste de la villa de Iguala),[2]​Antonia Nava Celestina se casó con Nicolás Catalán Catalán,[2]​ oriundo de la villa de Chilpancingo (a 15 km al oeste de Tixtla), que estaba viviendo en Tixtla con sus padres (Nicolás Catalán y Nicolasa Catalán).[1]​Vivieron un tiempo en Tixtla de Guerrero.[3]​ Después vivieron poco tiempo en Chilpancingo.[3]​Pero el joven Nicolás se peleó con su padre, por lo que se mudaron con su madre y sus hermanas a la remota aldea de Jaleaca (a unos 120 km al oeste de Chilpancingo), donde se establecieron por un periodo considerable.[4][3]​Nicolás y Antonia tuvieron ocho hijos (cinco varones y tres mujeres).[1]

La familia vivía en Jaleaca cuando estalló la guerra de independencia en septiembre de 1810. [5]​ La guerra de independencia puso a prueba su matrimonio hasta que encontraron al General.José María Morelos , quien les dio seguridad sobre cuáles serían los resultados de la guerra.[6]

Al tener la noticia del inicio de la Guerra de Independencia,[1]​a fines de 1810 el matrimonio Catalán (ambos de 30 años de edad) se pusieron en camino hasta encontrar al general Morelos en el cerro de El Veladero.[1]

Por permanecer siempre al lado de su esposo, Antonia fue conocida por los soldados como «La Generala».

José María Morelos instaló el 13 de septiembre de 1813 el Primer Congreso de Anáhuac.[1]​ Para celebrar este acontecimiento, Antonia Nava y María de Jesús de Nava prepararon la comida para los revolucionarios y para el pueblo.[1]​Morelos, después de terminada su obra legislativa, salió hacia la villa de Valladolid (actual Morelos) y encargó a Víctor y a Miguel Bravo la custodia del Congreso que iba a Tlacotepec (en el actual estado de Guerrero); formaba parte de la escolta Nicolás Catalán y su esposa; fueron alcanzados por los españoles de Gabriel de Armijo, que los seguían de cerca, y el 21 de enero de 1814 en Paso de Mezcala trabaron combate. Los españoles vencieron a los insurgentes. Sin embargo, el Congreso logró avanzar y escapar.[1]​ Por la noche, levantaron el campo que les había sido adverso y encontraron a Manuel Catalán, uno de los hijos de doña Antonia Nava, quien había hallado la muerte.[1]

En febrero de 1817 el ejército del general Nicolás Bravo y su lugarteniente, don Nicolás Catalán, se vieron obligados a fortificarse en el Cerro del Campo, lugar de difícil acceso y seguro para la defensa, situado en lo más intrincado de la Sierra Madre del Sur y a la vista de Jaleaca.[1]​ Posicionados en ese punto, donde se hicieron fuertes, los sitió el realista Gabriel de Armijo. Resistieron un sitio de 50 días, que los dejó desmoralizados y diezmados.[1]​ El hambre era insoportable; débiles y sin ninguna esperanza, tenían que pelear diariamente; se habían comido cuanto animal se encontraba en el lugar; era imposible resistir más.

El jefe Nicolás Bravo decidió que se matara a un soldado por cada diez soldados para que los demás tuvieran comida para sobrevivir.[1]

Correspondió a Nicolás Catalán la ejecución de la orden. Antes de que su esposo ejecutara a ningún soldado, las mujeres del contingente, encabezadas por Antonia Nava, su cuñada María Catalán Catalán (Tixtla, 1782 o 1783)[3]​ y Catalina González de Bautista (esposa del sargento Nicolás Bautista),[3]​ enteradas de esta decisión, consideraron injusto que fueran los soldados los que se sacrificaran y decidieron que, en su lugar, debían hacerlo ellas mismas.[1]

«Venimos porque hemos hallado la manera de ser útiles a nuestra Patria. ¡No podemos pelear, pero podemos servir de alimento! He aquí nuestros cuerpos que pueden repartirse como ración a los soldados».

Aunque el sacrificio no se llevó a cabo, la intención sirvió para elevar la moral de la tropa.[1]

Antonia Nava conminó a la tropa que intentaran romper el cerco: mejor morir peleando que aceptar el sacrificio de soldados: «Son las 11:00 de la noche, los enemigos están durmiendo; tomemos las armas y juntos rompamos el sitio».[1]​ Los combatientes salieron y rompieron el sitio en la noche del 14 de marzo de 1817.[1]

En noviembre de 1818, Vicente Guerrero puso a Nicolás Catalán y a Pedro Ascencio al mando de la toma de Coyuca (Guerrero). En ella participó el sargento primero Nicolás Catalán hijo, quien murió en combate.

Antonia Nava fue llevada ante José María Morelos por la tropa. Aunque el Generalísimo insurgente quiso consolarla, Nava se negó y dijo que no estaba ahí para llorar, sino para entregar a sus hijos como soldados.

En honor de ese joven, el pueblo actualmente se llama Coyuca de Catalán.[1]

Antonia Nava y dos de sus hijos estuvieron presentes en la firma del Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821.

El 27 de septiembre de 1821 participó montada a caballo junto a sus cuñadas Dolores Catalán[8]​ y María Catalán[3]​ y a sus hijos en la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.[1]

Su esposo fue designado comandante del estado de Guerrero. La familia vivió en la villa de Chilpancingo (capital del estado de Guerrero). Nicolás Catalán falleció el 17 de febrero de 1838, y Antonia Nava de Catalán falleció el 19 de marzo de 1843 a los 63 años.

Después de la Guerra de Independencia de México, las mujeres fueron vistas como indispensables y continuaron contribuyendo a las guerras posteriores a la Guerra de Independencia, como las soldaderas que lucharon durante la Revolución Mexicana . Muchos generales masculinos no creían que las mujeres debían usarse en la batalla con la creencia de que serían más útiles para cocinar y brindar atención médica a sus soldados heridos. Las mujeres ayudaron a mantener vivos y sanos a muchos de los soldados. Los roles de la mujer eran menos peleadores en el campo de batalla y más trabajo doméstico, aun así, las mujeres fueron vistas como una de las luchadoras más importantes de estas batallas. Antonia Nava de Catalán, junto con otras mujeres involucradas en la guerra, fue vista como una figura heroica que alentó a otras mujeres a unirse a la guerra y dar valor a otros soldados a lo largo de los años incluso durante la Revolución Mexicana.[9]

El nombre de Antonia Nava está inscrito con letras de oro en el Palacio Legislativo de San Lázaro, sede del Congreso de la Unión de México.[10]



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