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Apostolado



Se llama apostolado (del latín, apostolātus) al oficio del apóstol, a su obra y a su actividad. La palabra apóstol proviene del vocablo griego άπόστολος (a su vez derivado del verbo άπόστέλλω, enviar), y significa enviado, mensajero, embajador. En sentido estricto, el apostolado tiene una significación eminentemente religiosa en el marco del cristianismo, mientras que en sentido laxo puede aplicarse a ciertas profesiones o actividades que, en su buen ejercicio y bajo ciertas circunstancias, signifiquen un nivel eminente de entrega y dedicación (v.gr., «en situaciones de carencia, la enseñanza es un apostolado»; o «ejerció la Medicina como un apostolado», etc.).

En el Nuevo Testamento, se emplea la palabra apóstol (άπόστολος) para designar, unas veces, a los doce discípulos más próximos a Jesús de Nazaret, a los que hay que añadir varios nombres: el de Matías el Apóstol (Hechos 1:15-26); el de Pablo de Tarso, apóstol de las naciones o apóstol de los gentiles por excelencia (Romanos 11:13), que se presenta como apóstol (Romanos 1:1; 1Corintios 1:1), no de parte de los hombres, sino de Jesucristo (Gálatas 1:1). Además, Pablo presenta a sus colaboradores Timoteo y Silas también como apóstoles (1Tesalonicenses 2:5-7), como así también a Bernabé. Otras veces se otorga el nombre de apóstoles a los diversos predicadores del Evangelio, incluso no pertenecientes a la jerarquía eclesiástica, a punto que se hace referencia al apostolado como uno de los carismas propios de la comunidad cristiana (1Corintios 12:28).[1]

En este sentido, las palabras «misión» y «apostolado», del mismo modo que «misionero» y «apóstol», son etimológicamente equivalentes. Los términos «misión» y «misionero» provienen del verbo latino mitto, que significa enviar, exactamente igual que las palabras apóstol y apostolado. En sentido religioso, se considera al apóstol como un enviado de Dios y de la comunidad para predicar el Evangelio a los hombres.

La palabra apóstol es eminentemente analógica y se aplica en grados muy diversos a los sujetos de atribución. Sobre la base de los textos bíblicos, se pueden distinguir seis grados o categorías distintas de apostolado:[2]

El Concilio Vaticano II señaló los diferentes grados de forma sucinta, indicando la importancia del apostolado de los laicos:

En la vida diaria los católicos reconocen que se pueden realizar diversos apostolados: el apostolado del testimonio, de la palabra, de la acción, de la oración y el sacrificio.[4]​ Los cristianos evangélicos creen plenamente que el título del apostolado como tal solo le corresponde bíblicamente a los apóstoles ordenados personalmente por Cristo; no obstante, muchas congregaciones evangélicas creen en "el don del apostolado" actualmente, es decir, misioneros que son llamados por Dios específicamente para fundar iglesias en diferentes naciones. Si bien "el oficio de apóstol" solo se limitó a la ordenación de los doce apóstoles de Cristo (Matías sustituye a Judas Iscariote), Pablo es el último en ser llamado ápostol tras tener un encuentro directo y personal con Jesús desde los cielos (Hechos de los Apóstoles 9).

En orden al apostolado, son mayores los errores que provienen de una sobreestima exagerada de la vida activa que de una exaltación enfermiza de la vida contemplativa.[2]

Por ello, el activismo, entendido como exceso de actividad incontrolada, también llamado americanismo o, en el decir de Pío XII, herejía de la acción, es una desviación del apostolado en la que el hombre, devorado por la fiebre de la acción, se entrega más y más a actividades exteriores desconsiderando la vida interior. De ello advertía ya el poeta y místico cristiano san Juan de la Cruz:

Como error diametralmente opuesto al activismo se encuentra el quietismo, que busca refugiarse en la oscuridad e indolencia movido por una falsa prudencia.

Evitando el mero activismo y el quietismo, se expandieron diversas asociaciones, tales como el Apostolado de la oración que cuenta con más de 50 millones de socios en todo el mundo,[6]​ cuyo carácter distintivo es el ofrecimiento interior de las actividades diarias a través de la oración,[7]​ es decir, la «actitud orante» que impregna la acción cotidiana.[8]




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