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Arqueología bíblica



La arqueología bíblica es la parte de la arqueología que se especializa en el estudio de los restos materiales que tienen relación directa o indirecta con los relatos bíblicos, sean estos del Antiguo (Tanaj) o del Nuevo Testamento, y con la historia y cosmogonía de las religiones judeocristianas. El lugar principal de esta parte de las ciencias arqueológicas es lo que en dichas religiones es denominado Tierra Santa, y desde la perspectiva occidental Medio Oriente. Si bien los elementos principales de la arqueología bíblica son referentes teológicos y religiosos en su mayoría, esta es una ciencia en toda su dimensión metodológica. Como sucede con otros registros históricos de otras civilizaciones, los manuscritos deben ser comparados con otras sociedades contemporáneas de Europa, Mesopotamia y África. Las técnicas científicas empleadas son las mismas de la arqueología en general como las excavaciones y la datación por radiocarbono, entre otras. En contraste, la arqueología del antiguo Medio Oriente trata simplemente del Antiguo Oriente Próximo, o Medio Oriente, sin particulares consideraciones acerca de si sus descubrimientos se relacionan con la Biblia.

La arqueología bíblica es una materia de estudio polémica, con varios puntos de vista sobre cuál es el propósito y las metas que esta tiene o debe tener. En la sección de comentarios profesionales se pueden encontrar diversos puntos de vista de destacados arqueólogos.

Para comprender el significado de la arqueología bíblica, es necesario comprender primero dos conceptos: la arqueología como marco científico y la Biblia como objeto de investigación. La arqueología es una ciencia, no en sentido aristotélico cognitio per causas, sino en el sentido moderno como conocimiento sistemático.[1]​ Sobre este punto amplía Vicente Vilar que la arqueología es al mismo tiempo técnica y ciencia: como técnica busca los restos materiales de las civilizaciones antiguas y trata de reconstruir en lo posible el ambiente y las organizaciones de una o varias épocas históricas;[2]​ como ciencia moderna es bastante reciente y, como dice Benesch, es una ciencia de apenas 200 años y, sin embargo, ha hecho cambiar definitivamente nuestra idea sobre el futuro.[3]​ Podría pensarse que la arqueología tendría que hacer caso omiso de los datos ofrecidos por las religiones y por muchos sistemas filosóficos. Contrariamente, aparte del mucho material factual que ellos producen como lugares de culto, elementos del orden sagrado y otras cosas científicamente observables, existen otros aspectos que son igualmente importantes para la investigación científica arqueológica como los ritos, libros sagrados y las costumbres. El mito es comúnmente utilizado en arqueología y en historia como una pista de lo que este esconde en su trasfondo, proceso llamado por Bultmann la «desmitificación» —el más notable ejemplo son los poemas de Homero y la ya no tan mítica ciudad de Troya—. Esta nueva percepción contemporánea del mito, desarrollada principalmente por Bultmann, motivó a ciencias como la arqueología a buscar en los territorios señalados en los relatos bíblicos.[4][5]

La arqueología bíblica es la disciplina que se ocupa de la recuperación e investigación científica de los restos materiales de culturas pasadas que pueden iluminar los periodos y descripciones de la Biblia. Un amplio arco de tiempo que comprende entre el año 2000 a. C. y 100 d. C.[6]​ Otros autores prefieren hablar de «arqueología de Palestina» y con ello determinan aquellos territorios que están al este y al oeste del río Jordán. Este último señalamiento lleva a concluir que la «arqueología bíblica», o de «Palestina», está circunscrita a los territorios que sirvieron de escenario en los relatos bíblicos.

La razón de ser de la arqueología bíblica radica en que permite un conocimiento científico de los pueblos que habitaron las llamadas tierras bíblicas, su historia, su cultura, su identidad y sus desplazamientos, lo que hace posible una ubicación concreta de los relatos y confrontarlos con su historicidad, no siempre coincidente. Sobre este punto dice Kaswalder que, anteriormente, la escuela estadounidense e israelí de arqueología bíblica recurría a la arqueología como prueba de la historicidad de los relatos bíblicos, como lo hacían autores de la talla de W.F. Albright, G.E. Wright y Y. Yadin. Hoy, en cambio, la arqueología no pretende probar las afirmaciones de la Biblia sino descubrir el mundo histórico en el cual los libros bíblicos tomaron consistencia y significado.[7]​ De esta orientación, anunciada por P. Kaswalder,[8]​ se puede retener lo siguiente, de acuerdo a la clasificación presentada por el papirólogo catalán Joan Maria Vernet:[9]

El espacio geográfico en el que se circunscribe la arqueología bíblica es sin duda las tierras bíblicas, llamadas también de manera religiosa «Tierra Santa». Sobre este punto existen muchas perspectivas de los autores, pero de manera muy particular, los trabajos de arqueología bíblica se centran en la Tierra de Israel, Palestina y Jordania. Para muchos autores existen otros escenarios mencionados por los relatos bíblicos y de una gran importancia para su hilo conductor: Egipto, Siria y Mesopotamia en el cual coinciden sobre todo científicos interesados en el Tanaj. Asia Menor, Macedonia, Grecia y Roma tienen más conexión con los relatos neotestamentarios.

De la misma manera que los criterios espaciales varían según los diversos puntos de vista de autores diferentes, también sucede lo mismo con los criterios temporales. Kaswalder comenta:

La historia de la arqueología bíblica es tan reciente como la de la arqueología en general y, lógicamente, su desarrollo tiene que ver con el descubrimiento de hallazgos antiguos de primera importancia para la misma. Los siguientes son los hallazgos arqueológicos bíblicos más importantes de las últimas décadas según la recopilación del Centro de Estudios Ratisbone de Jerusalén:[11]

La arqueología bíblica es también objeto de célebres falsificaciones motivadas por múltiples intereses. Una de las más célebres se presentó en 2002, cuando se publicó el supuesto hallazgo de un osario con una inscripción que decía «Jacob, hijo de José y hermano de Jesús». En realidad el hallazgo se había producido veinte años atrás, tras los cuales la pieza sufrió un extraño cambio de manos y la inscripción se hizo posteriormente, dado que ni siquiera corresponde al patrón de la época.[13]

El desarrollo de la arqueología bíblica ha tenido diferentes periodos que la han marcado, a saber:

La arqueología bíblica es materia de permanente debate. Uno de los objetos de mayor disputa es el periodo de la monarquía en Israel y en general la historicidad de la Biblia frente a la cual se pueden definir vagamente dos escuelas del pensamiento: minimalismo y maximalismo bíblicos, así como el método no-histórico de leer la Biblia, es decir la tradicional lectura religiosa de esta. Debe notarse que las dos escuelas no constituyen unidades sino un espectro que hace difícil definir campos y límites, pero se pueden establecer puntos descriptivos.

El minimalismo bíblico o Escuela de Copenhague enfatiza que la Biblia debe ser leída y analizada ante todo como una colección de narraciones y no como un cuidadoso recuento histórico de la prehistoria del Medio Oriente. En 1968 Niels Peter Lemche y Heike Friis escribieron dos ensayos en los que llamaban a una revisión completa en los modos en que se estaba leyendo la Biblia y sacando conclusiones históricas de la misma.[17]

G. Garbini con su Historia e ideología del Israel antiguo,[18]​ T.L. Thompson con Historia antigua de los israelitas: de fuentes escritas y arqueológicas[19]​ y P.R. Davies con su obra En búsqueda del "Antiguo Israel,[20]​ construyen las bases de lo que llegó a ser el minimalismo bíblico. Davies, por ejemplo, dice que el Israel histórico solo puede ser encontrado en los restos arqueológicos, el Israel bíblico se percibe solo en las Escrituras y el Israel antiguo como una amalgama de ambos. Thomson y Davies ven el Antiguo Testamento (Tanaj) como una creación mítica de una minoritaria comunidad de judíos en Jerusalén después del tiempo que la Biblia señala como el retorno del exilio de Babilonia (después del 539 a. C. en adelante). Para esta escuela del pensamiento, ninguno de los más primitivos recuentos bíblicos tiene una solidez histórica y solo algunos de los más recientes poseen pequeños fragmentos de una genuina memoria histórica que son los únicos puntos respaldados por los descubrimientos arqueológicos. En consecuencia, los recuentos acerca de los patriarcas bíblicos son tenidos como ficción, las doce tribus de Israel nunca existieron, tampoco los reyes Saúl y David ni la unidad de la monarquía bajo David y Salomón.

El término maximalismo puede generar confusiones dado que algunos lo relacionan con la «inerrancia bíblica»[21]​ y no todos los maximalistas pertenecen a dicha doctrina. La mayoría de los maximalistas bíblicos aceptan los descubrimientos de la arqueología y de los modernos estudios bíblicos. Sin embargo, los maximalistas sostienen que todo el conjunto de relatos bíblicos son en realidad referencias históricas y que los más recientes libros tienen mayor solidez histórica que los más primitivos.

La arqueología señala eras históricas y reinos, modos de vida y comercio, creencias y estructuras sociales: sin embargo, solo en muy raros casos, los estudios arqueológicos presentan información acerca de familias individuales, por lo tanto, no es posible esperar ello de la arqueología. Hasta el momento, la arqueología no ha presentado ninguna prueba que asegure o niegue la existencia de los patriarcas. Los maximalistas están divididos en dos temas:

Los maximalistas bíblicos están de acuerdo en que las doce tribus de Israel existieron, aunque ello no signifique necesariamente que los recuentos bíblicos acerca de ellas correspondan del todo a la realidad histórica. También están de acuerdo en la existencia de grandes figuras como Saúl, David, Salomón, la monarquía de Israel y Jesús; pero la gama de posiciones dentro del maximalismo es amplia e incluso algunos autores pueden presentar leves diferencias con los minimalistas.

En 2001 Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman publicaron La Biblia desenterrada: Nueva visión arqueológica del Israel Antiguo y el origen de sus textos sagrados,[22]​ donde expusieron un término medio hacia el minimalismo bíblico. El libro ocasionó una fuerte reacción entre los más conservadores. Durante el XXV Aniversario del magazín Biblical Archeological Review (Reseña de arqueología bíblica), en la edición de marzo-abril de 2001, el editor Hershel Shanks citó numerosas fuentes de arqueólogos y biblistas que insistían en que el minimalismo estaba muriendo.[23]​ En 2003, Kenneth Kitchen, un prominente maximalista, autor del libro Fiabilidad del Antiguo Testamento,[24]​ criticó la obra de Finkelstein y Silberman. Jennifer Wallace diría de Israel Finkelstein en su artículo Tierra movida en la Tierra Santa:[25]

Sin embargo, los maximalistas ubican típicamente a Josué a mediados del segundo milenio y no en el siglo XIII a. C. como Finkelstein asegura y ven los estratos de destrucción de las murallas como una corroboración del relato bíblico. La destrucción de Hazor a mitad del siglo XIII es vista como una corroboración del relato bíblico como es registrado en el Libro de los Jueces. La localización que Finkelstein hace de Ai es generalmente descalificada como la «bíblica Ai», dado que se parte de la idea que esta fue destruida y enterrada en el tercer milenio y por lo tanto su ubicación era desconocida al autor del Libro de Josué.

En la actualidad las zonas bíblicas están llenas de excavaciones, sitios arqueológicos y museos abiertos al público en general. Entre los más destacados se pueden contar:

Los objetos del siguiente elenco vienen de estudios del siglo XIX y colecciones indocumentadas cuya procedencia no es relevante a pesar de la genuina naturaleza de su contenido. En otras palabras, fueron descubiertos en un tiempo en el cual el conocimiento era limitado y no hay razones para creer que hubieran sido falsificaciones.

Los objetos de esta lista vienen en general de colecciones privadas por medio de antiguos mercados. Su autenticidad es altamente controvertida y en algunos casos se ha podido demostrar su falsedad.

Como toda ciencia, la arqueología y su rama bíblica tienen sus propias especializaciones así como su trabajo interdisciplinario. Ya se mencionó que la arqueología debe servirse y trabajar en equipo con disciplinas como la antropología, la geología y otras ciencias que permiten darse una idea del mundo antiguo. Otras disciplinas como la filosofía, la teología, la exégesis, la hermenéutica, se sirven de los resultados científicos de esta. Por ejemplo, la Biblia utiliza un lenguaje recurrente simbólico que puede hacer pensar que cuanto allí se menciona puede pertenecer al plano estrictamente teológico y por lo tanto no necesariamente verificable. Sin embargo, gracias a la arqueología, muchos pasajes bíblicos han hallado una explicación más concreta, sin que por ello se quiera decir que la relación arqueología-estudios bíblicos sea pacífica o imprencindible. Hoy, y gracias a esta disciplina, se sabe por ejemplo que los muros de Jericó[39]​ mencionados en el libro de Josué y cuyas ruinas han sido excavadas, pueden datarse en un tiempo que coincide con la inmigración israelita en la Tierra Prometida.

La papirología tiene una relación especial con la arqueología en general y es una de las más autorizadas en el terreno bíblico. Gracias a los papirólogos y su paciente labor de búsqueda, reconstrucción e investigación, ha sido posible determinar la datación de numerosos documentos antiguos y la originalidad o no de sus autores. Muchos de los libros bíblicos que se publican en la actualidad en modernas imprentas o medios digitales, fueron escritos inicialmente sobre hojas de papiro. Obviamente, la gran mayoría de esos originales se perdió y solo quedan copias de copias. Qumrán se convirtió en la principal fuente de papiros sobre los libros bíblicos canónicos y apócrifos (un total de 800 documentos estaban guardados en el interior de jarras de arcilla, 98 % de ellos referentes a temas religiosos como libros bíblicos, reglas de la comunidad de los esenios y solo un papiro es, posiblemente, del Nuevo Testamento: 7Q5.[40]

Otros lugares que han contribuido a proveer papiros antiguos son los siguientes:

Los papiros son normalmente identificados por el nombre del arqueólogo que lo encontró, que lo identificó, el sitio, o numeraciones convenidas por la comunidad científica de la especialidad. Entre los papiros bíblicos más célebres tenemos el Rylands que corresponde a un texto de Juan 18, 31-33 y 37 y 38, encontrado en Egipto, y datado en el año 125. El papiro Bodmer contiene fragmentos de Lucas y Juan. El papiro Chester Beatty, encontrado en Egipto, contiene textos de la Tanaj en griego y está datado entre el siglo II y el siglo IV.

De igual importancia para la arqueología es el ostracon, una forma muy popular en la antigüedad y alternativa a la escritura en papiro y en pergamino. Si bien tanto el pergamino como el papiro resultaban costosos (por ejemplo la planta del papiro crece en el delta del Nilo), la cerámica en cambio era de más fácil acceso, sobre todo en lo que tenía que ver con pinturas que dan una idea de la cultura y la antropología de los antiguos.

Otro material buscado y apreciado por los arqueólogos es el pergamino, hecho a partir de la piel de animales, especialmente aquellos domésticos. Fue en Pérgamo donde esta técnica tuvo un gran florecimiento, y de ahí proviene su nombre, pero el origen del pergamino se remonta al 1500 a. C. Al igual que sucedía con el papiro, el pergamino era un material caro, que quedaba restringido a quien tenía la capacidad de comprarlo.

Las excavaciones e investigaciones que se llevan a cabo en lugares en cuyo marco se desarrollaron los relatos bíblicos no tienen como objeto tratar de probar la veracidad de las narraciones contenidas en la Escritura, sino mostrar el trasfondo histórico, cultural, económico y religioso de los textos, y de esa manera aportar una iluminación que ayude a comprenderlos mejor. Esto no impide que con frecuencia aparezcan grupos con cierto grado de fundamentalismo que organizan «campañas arqueológicas» con la intención de buscar pruebas que les permita demostrar que «la Biblia tenía razón» y que sus relatos se deben entender como históricos. Esta no es la posición oficial de la Iglesia Católica.

La arqueología, llevada a cabo con métodos científicos, ofrece datos útiles para fijar una cronología que ayude a ordenar los relatos bíblicos. En ciertos casos, descubre el escenario en el que se desarrollaron hechos narrados en la Biblia. En otros, confirma lo que esos relatos afirman. Pero en otros cuestiona lo que se había tenido por histórico, aportando argumentos para comprender que ciertos relatos no pertenecen al género histórico, sino que tienen la apariencia de históricos o simplemente pertenecen a otro género.

En 1943, el papa Pío XII recomendó a los intérpretes de la Escritura tener en cuenta los aportes de la arqueología para discernir los géneros literarios que usaron los escritores sagrados.[41]

Desde entonces, la arqueología es considerada un valioso auxiliar e instrumento indispensable de las ciencias bíblicas.

El difusor creacionista Bryant G. Wood escribió: «El propósito de la arqueología bíblica es aumentar nuestra comprensión de la Biblia y por tanto, su gran logro, a mi modo de ver, ha sido la extraordinaria iluminación de... el tiempo de la monarquía israelita».[43]

En una declaración acerca de la arqueología bíblica, Robert I. Bradshaw comentó: «Es universal y virtualmente aceptado que el propósito de la arqueología bíblica no es probar la Biblia, sin embargo... así como la arqueología arroja luz en esa historia, esta es importante para los estudios bíblicos».[44]

El arqueólogo estadounidense William Dever contribuyó en el artículo «Arqueología» en The Anchor Bible Dictionary. En el mismo reitera su percepción de los efectos negativos de la estrecha relación que ha existido entre la arqueología sirio-palestina y la arqueología bíblica de Tierra Santa, lo que ha causado que, especialmente, los arqueólogos estadounidenses en este campo, se retrasen frente a la nueva «arqueología procesual» en la región, y considera: «Subrayando mucho escepticismo en nuestro propio campo [en lo que se refiere a la adaptación de conceptos y métodos de una nueva arqueología], uno sospecha que la asunción (aunque no expresada e incluso inconsciente) de que la Palestina antigua, especialmente de Israel en el periodo bíblico, fue única, de alguna manera superhistóricamente no gobernada por los principios normales de la evolución cultural» y sostiene que «...la nueva arqueología de los años 70 y 80, se volvió pasada de moda antes de que pudieramos comprenderla».[45]

Dever encontró que la arqueología sirio-palestina ha sido tratada en los institutos estadounidenses como una subdisciplina de los estudios bíblicos. Se esperaba de los arqueólogos estadounidenses que trataran de «proveer evidencias históricas válidas de episodios de la tradición bíblica» en esta región. De acuerdo con Dever «la más ingenua [concepción acerca de la arqueología siro-palestina] es que la razón y el propósito de la arqueología bíblica (y, por extrapolación, de la arqueología siro-palestina) es simplemente dilucidar la Biblia o las tierras de la Biblia».[46]

El profesor de arqueología del Oriente Próximo, William G. Dever, escribe:

El fallo de la «revolución arqueológica» significa el intento de ocupar el penoso término medio, no el extremo escepticismo o la ingenua credulidad. No se puede volver al tiempo en el cual la arqueología presumía de «probar la Biblia». La arqueología como se practica en la actualidad debe tener la capacidad de desafiar, y confirmar, los relatos bíblicos. Algunos cosas descritas sucedieron realmente, pero otras no.

Las narraciones bíblicas acerca de Abraham, Moisés, Josué y Salomón probablemente reflejan algunos recuerdos históricos de pueblos y lugares, pero los «grandes personajes» de la Biblia son irreales y contradichos por las evidencias arqueológicas. Algunos antecesores de los israelitas probablemente escaparon a la esclavitud de Egipto, pero no hubo una conquista militar de Canaán y muchos, si no casi todos los israelitas, en tiempos de la monarquía, fueron politeístas. El monoteísmo fue un ideal de los escritores bíblicos.



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