El arte (del latín ars, artis, y este del griego τέχνη téchnē) es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado con una finalidad estética y también comunicativa, mediante la cual se expresan ideas, emociones y, en general, una visión del mundo, a través de diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros, corporales y mixtos. El arte es un componente de la cultura, reflejando en su concepción las bases económicas y sociales, y la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo. Se suele considerar que con la aparición del Homo sapiens el arte tuvo en principio una función ritual, mágica o religiosa (arte paleolítico), pero esa función cambió con la evolución del ser humano, adquiriendo un componente estético y una función social, pedagógica, mercantil o simplemente ornamental.
La noción de arte continúa sujeta a profundas disputas, dado que su definición está abierta a múltiples interpretaciones, que varían según la cultura, la época, el movimiento, o la sociedad para la cual el término tiene un determinado sentido. El vocablo ‘arte’ tiene una extensa acepción, pudiendo designar cualquier actividad humana hecha con esmero y dedicación, o cualquier conjunto de reglas necesarias para desarrollar de forma óptima una actividad: se habla así de “arte culinario”, “arte médico”, “artes marciales”, “artes de arrastre” en la pesca, etc. En ese sentido, arte es sinónimo de capacidad, habilidad, talento, experiencia. Sin embargo, más comúnmente se suele considerar al arte como una actividad creadora del ser humano, por la cual produce una serie de objetos (obras de arte) que son singulares, y cuya finalidad es principalmente estética. En ese contexto, arte sería la generalización de un concepto expresado desde antaño como “bellas artes”, actualmente algo en desuso y reducido a ámbitos académicos y administrativos. De igual forma, el empleo de la palabra arte para designar la realización de otras actividades ha venido siendo sustituido por términos como ‘técnica’ u ‘oficio’. En este artículo se trata de arte entendido como un medio de expresión humano de carácter creativo.
La definición de arte es abierta, subjetiva y discutible. No existe un acuerdo unánime entre historiadores, filósofos o artistas. A lo largo del tiempo se han dado numerosas definiciones de arte, entre ellas: «el arte es el recto ordenamiento de la razón» (Tomás de Aquino); «el arte es aquello que establece su propia regla» (Schiller); «el arte es el estilo» (Max Dvořák); «el arte es expresión de la sociedad» (John Ruskin); «el arte es la libertad del genio» (Adolf Loos); «el arte es la idea» (Marcel Duchamp); «el arte es la novedad» (Jean Dubuffet); «el arte es la acción, la vida» (Joseph Beuys); «arte es todo aquello que los hombres llaman arte» (Dino Formaggio); «el arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad» (Pablo Picasso); «arte es vida, vida es arte» (Wolf Vostell). El concepto ha ido variando con el paso del tiempo: hasta el Renacimiento, arte solo se consideraban las artes liberales; la arquitectura, la escultura y la pintura eran “manualidades”. El arte ha sido desde siempre uno de los principales medios de expresión del ser humano, a través del cual manifiesta sus ideas y sentimientos, la forma como se relaciona con el mundo. Su función puede variar desde la más práctica hasta la más ornamental, puede tener un contenido religioso o simplemente estético, puede ser duradero o efímero. En el siglo XX se pierde incluso el sustrato material: decía Beuys que la vida es un medio de expresión artística, destacando el aspecto vital, la acción. Así, todo el mundo es capaz de ser artista.
El término arte procede del latín ars, y es el equivalente al término griego τέχνη (téchne, de donde proviene ‘técnica’). Originalmente se aplicaba a toda la producción realizada por el hombre y a las disciplinas del saber hacer. Así, artistas eran tanto el cocinero, el jardinero o el constructor, como el pintor o el poeta. Con el tiempo la derivación latina (ars -> arte) se utilizó para designar a las disciplinas relacionadas con las artes de lo estético y lo emotivo; y la derivación griega (téchne -> técnica), para aquellas disciplinas que tienen que ver con las producciones intelectuales y de artículos de uso. En la actualidad es difícil encontrar que ambos términos (arte y técnica) se confundan o utilicen como sinónimos.
En la antigüedad clásica grecorromana, una de las principales cunas de la civilización occidental y primera cultura que reflexionó sobre el arte, se consideraba el arte como una habilidad del ser humano en cualquier terreno productivo, siendo prácticamente un sinónimo de ‘destreza’: destreza para construir un objeto, para comandar un ejército, para convencer al público en un debate, o para efectuar mediciones agronómicas. En definitiva, cualquier habilidad sujeta a reglas, a preceptos específicos que la hacen objeto de aprendizaje y de evolución y perfeccionamiento técnico. En cambio, la poesía, que venía de la inspiración, no estaba catalogada como arte. Así, Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está basado en un método y un orden» (via et ordine). Platón, en el Protágoras, habló del arte, opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet).
Durante el Renacimiento se empezó a gestar un cambio de mentalidad, separando los oficios y las ciencias de las artes, donde se incluyó por primera vez a la poesía, considerada hasta entonces un tipo de filosofía o incluso de profecía –para lo que fue determinante la publicación en 1549 de la traducción italiana de la Poética de Aristóteles–. En este cambio intervino considerablemente la progresiva mejora en la situación social del artista, debida al interés que los nobles y ricos prohombres italianos empezaron a mostrar por la belleza. Los productos del artista adquirieron un nuevo estatus de objetos destinados al consumo estético y, por ello, el arte se convirtió en un medio de promoción social, incrementándose el mecenazgo artístico y fomentando el coleccionismo. Surgieron en ese contexto varios tratados teóricos acerca del arte, como los de Leon Battista Alberti (De Pictura, 1436-1439; De re aedificatoria, 1450; y De Statua, 1460), o Los Comentarios (1447) de Lorenzo Ghiberti. Alberti recibió la influencia aristotélica, pretendiendo aportar una base científica al arte. Habló de decorum, el tratamiento del artista para adecuar los objetos y temas artísticos a un sentido mesurado, perfeccionista. Ghiberti fue el primero en periodificar la historia del arte, distinguiendo antigüedad clásica, periodo medieval y lo que llamó “renacer de las artes”.
Con el manierismo comenzó el arte moderno: las cosas ya no se representan tal como son, sino tal como las ve el artista. La belleza se relativiza, se pasa de la belleza única renacentista, basada en la ciencia, a las múltiples bellezas del manierismo, derivadas de la naturaleza. Apareció en el arte un nuevo componente de imaginación, reflejando tanto lo fantástico como lo grotesco, como se puede percibir en la obra de Brueghel o Arcimboldo. Giordano Bruno fue uno de los primeros pensadores que prefiguró las ideas modernas: decía que la creación es infinita, no hay centro ni límites –ni Dios ni hombre–, todo es movimiento, dinamismo. Para Bruno, hay tantos artes como artistas, introduciendo la idea de originalidad del artista. El arte no tiene normas, no se aprende, sino que viene de la inspiración.
Los siguientes avances se hicieron en el siglo XVIII con la Ilustración, donde comenzó a producirse cierta autonomía del hecho artístico: el arte se alejó de la religión y de la representación del poder para ser fiel reflejo de la voluntad del artista, centrándose más en las cualidades sensibles de la obra que no en su significado. Jean-Baptiste Dubos, en Reflexiones críticas sobre la poesía y la pintura (1719), abrió el camino hacia la relatividad del gusto, razonando que la estética no viene dada por la razón, sino por los sentimientos. Así, para Dubos el arte conmueve, llega al espíritu de una forma más directa e inmediata que el conocimiento racional. Dubos hizo posible la popularización del gusto, oponiéndose a la reglamentación académica, e introdujo la figura del ‘genio’, como atributo dado por la naturaleza, que está más allá de las reglas.
En el romanticismo, surgido en Alemania a finales del siglo XVIII con el movimiento denominado Sturm und Drang, triunfó la idea de un arte que surge espontáneamente del individuo, desarrollando la noción de genio –el arte es la expresión de las emociones del artista–, que comienza a ser mitificado. Autores como Novalis y Friedrich von Schlegel reflexionaron sobre el arte: en la revista Athenäum, editada por ellos, surgieron las primeras manifestaciones de la autonomía del arte, ligado a la naturaleza. Para ellos, en la obra de arte se encuentran el interior del artista y su propio lenguaje natural.
Arthur Schopenhauer dedicó el tercer libro de El mundo como voluntad y representación a la teoría del arte: el arte es una vía para escapar del estado de infelicidad propio del hombre. Identificó conocimiento con creación artística, que es la forma más profunda de conocimiento. El arte es la reconciliación entre voluntad y conciencia, entre objeto y sujeto, alcanzando un estado de contemplación, de felicidad. La conciencia estética es un estado de contemplación desinteresada, donde las cosas se muestran en su pureza más profunda. El arte habla en el idioma de la intuición, no de la reflexión; es complementario de la filosofía, la ética y la religión. Influido por la filosofía oriental, manifestó que el hombre debe liberarse de la voluntad de vivir, del ‘querer’, que es origen de insatisfacción. El arte es una forma de librarse de la voluntad, de ir más allá del ‘yo’.
Richard Wagner recogió la ambivalencia entre lo sensible y lo espiritual de Schopenhauer: en Ópera y drama (1851), Wagner planteó la idea de la “obra de arte total” (Gesamtkunstwerk), donde se haría una síntesis de la poesía, la palabra –elemento masculino–, con la música –elemento femenino–. Opinaba que el lenguaje primitivo sería vocálico, mientras que la consonante fue un elemento racionalizador; así pues, la introducción de la música en la palabra sería un retorno a la inocencia primitiva del lenguaje.
A finales del siglo XIX surgió el esteticismo, que fue una reacción al utilitarismo imperante en la época y a la fealdad y el materialismo de la era industrial. Frente a ello, surgió una tendencia que otorgaba al arte y a la belleza una autonomía propia, sintetizada en la fórmula de Théophile Gautier “el arte por el arte” (l'art pour l'art), llegando incluso a hablarse de “religión estética”. Esta postura pretendía aislar al artista de la sociedad, para que buscase de forma autónoma su propia inspiración y se dejase llevar únicamente por una búsqueda individual de la belleza. Así, la belleza se aleja de cualquier componente moral, convirtiéndose en el fin último del artista, que llega a vivir su propia vida como una obra de arte –como se puede apreciar en la figura del dandi–. Uno de los teóricos del movimiento fue Walter Pater, que influyó sobre el denominado decadentismo inglés, estableciendo en sus obras que el artista debe vivir la vida intensamente, siguiendo como ideal a la belleza. Para Pater, el arte es “el círculo mágico de la existencia”, un mundo aislado y autónomo puesto al servicio del placer, elaborando una auténtica metafísica de la belleza.
Por otro lado, Charles Baudelaire fue uno de los primeros autores que analizaron la relación del arte con la recién surgida era industrial, prefigurando la noción de “belleza moderna”: no existe la belleza eterna y absoluta, sino que cada concepto de lo bello tiene algo de eterno y algo de transitorio, algo de absoluto y algo de particular. La belleza viene de la pasión y, al tener cada individuo su pasión particular, también tiene su propio concepto de belleza. En su relación con el arte, la belleza expresa por un lado una idea “eternamente subsistente”, que sería el “alma del arte”, y por otro un componente relativo y circunstancial, que es el “cuerpo del arte”. Así, la dualidad del arte es expresión de la dualidad del hombre, de su aspiración a una felicidad ideal enfrentada a las pasiones que le mueven hacia ella. Frente a la mitad eterna, anclada en el arte clásico antiguo, Baudelaire vio en la mitad relativa el arte moderno, cuyos signos distintivos son lo transitorio, lo fugaz, lo efímero y cambiante –sintetizados en la moda–. Baudelaire tenía un concepto neoplatónico de belleza, que es la aspiración humana hacia un ideal superior, accesible a través del arte. El artista es el “héroe de la modernidad”, cuya principal cualidad es la melancolía, que es el anhelo de la belleza ideal.
En contraposición al esteticismo, Hippolyte-Adolphe Taine elaboró una teoría sociológica del arte: en su Filosofía del arte (1865-1869) aplicó al arte un determinismo basado en la raza, el contexto y la época (race, milieu, moment). Para Taine, la estética, la “ciencia del arte”, opera como cualquier otra disciplina científica, basándose en parámetros racionales y empíricos. Igualmente, Jean Marie Guyau, en Los problemas de la estética contemporánea (1884) y El arte desde el punto de vista sociológico (1888), planteó una visión evolucionista del arte, afirmando que el arte está en la vida, y que evoluciona como esta; y, al igual que la vida del ser humano está organizada socialmente, el arte debe ser reflejo de la sociedad.
La estética sociológica tuvo una gran vinculación con el realismo pictórico y con movimientos políticos de izquierdas, especialmente el socialismo utópico: autores como Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Pierre Joseph Proudhon defendieron la función social del arte, que contribuye al desarrollo de la sociedad, aunando belleza y utilidad en un conjunto armónico. Por otro lado, en el Reino Unido, la obra de teóricos como John Ruskin y William Morris aportó una visión funcionalista del arte: en Las piedras de Venecia (1851-1856) Ruskin denunció la destrucción de la belleza y la vulgarización del arte llevada a cabo por la sociedad industrial, así como la degradación de la clase obrera, defendiendo la función social del arte. En El arte del pueblo (1879) pidió cambios radicales en la economía y la sociedad, reclamando un arte “hecho por el pueblo y para el pueblo”. Por su parte, Morris –fundador del movimiento Arts & Crafts– defendió un arte funcional, práctico, que satisfaga necesidades materiales y no solo espirituales. En Escritos estéticos (1882-1884) y Los fines del arte (1887) planteó un concepto de arte utilitario pero alejado de sistemas de producción excesivamente tecnificados, próximo a un concepto del socialismo cercano al corporativismo medieval.
Por otro lado, la función del arte fue cuestionada por el escritor ruso Lev Tolstoi: en ¿Qué es el arte? (1898) se planteó la justificación social del arte, argumentando que siendo el arte una forma de comunicación solo puede ser válido si las emociones que transmite pueden ser compartidas por todos los hombres. Para Tolstoi, la única justificación válida es la contribución del arte a la fraternidad humana: una obra de arte solo puede tener valor social cuando transmite valores de fraternidad, es decir, emociones que impulsen a la unificación de los pueblos.
En esa época se empezó a abordar el estudio del arte desde el terreno de la psicología: Sigmund Freud aplicó el psicoanálisis al arte en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910), defendiendo que el arte sería una de las maneras de representar un deseo, una pulsión reprimida, de forma sublimada. Opinaba que el artista es una figura narcisista, cercana al niño, que refleja en el arte sus deseos, y afirmó que las obras artísticas pueden ser estudiadas como los sueños y las enfermedades mentales, con el psicoanálisis. Su método era semiótico, estudiando los símbolos, y opinaba que una obra de arte es un símbolo. Pero como el símbolo representa un determinado concepto simbolizado, hay que estudiar la obra de arte para llegar al origen creativo de la obra. Igualmente, Carl Gustav Jung relacionó la psicología con diversas disciplinas como la filosofía, la sociología, la religión, la mitología, la literatura y el arte. En Contribuciones a la psicología analítica (1928), sugirió que los elementos simbólicos presentes en el arte son “imágenes primordiales” o “arquetipos”, que están presentes de forma innata en el “subconsciente colectivo” del ser humano.
Wilhelm Dilthey, desde la estética cultural, formuló una teoría acerca de la unidad entre arte y vida. Prefigurando el arte de vanguardia, Dilthey ya vislumbraba a finales del siglo XIX cómo el arte se alejaba de las reglas académicas, y cómo cobraba cada vez mayor importancia la función del público, que tiene el poder de ignorar o ensalzar la obra de un artista determinado. Encontró en todo ello una “anarquía del gusto”, que achacó a un cambio social de interpretación de la realidad, pero que percibió como transitorio, siendo necesario hallar «una relación sana entre el pensamiento estético y el arte». Así, ofreció como salvación del arte las “ciencias del espíritu”, especialmente la psicología: la creación artística debe poder analizarse bajo el prisma de la interpretación psicológica de la fantasía. En Vida y poesía (1905) presentó la poesía como expresión de la vida, como ‘vivencia’ (Erlebnis) que refleja la realidad externa de la vida. La creación artística tiene pues como función intensificar nuestra visión del mundo exterior, presentándolo como un conjunto coherente y pleno de sentido.
El siglo XX ha supuesto una radical transformación del concepto de arte: la superación de las ideas racionalistas de la Ilustración y el paso a conceptos más subjetivos e individuales, partiendo del movimiento romántico y cristalizando en la obra de autores como Kierkegaard y Nietzsche, suponen una ruptura con la tradición y un rechazo de la belleza clásica. El concepto de realidad fue cuestionado por las nuevas teorías científicas: la subjetividad del tiempo de Bergson, la Teoría de la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica, la teoría del psicoanálisis de Freud, etc. Por otro lado, las nuevas tecnologías hacen que el arte cambie de función, debido a que la fotografía y el cine ya se encargan de plasmar la realidad. Todos estos factores producen la génesis del arte abstracto, el artista ya no intenta reflejar la realidad, sino su mundo interior, expresar sus sentimientos. El arte actual tiene oscilaciones continuas del gusto, cambia simultáneamente junto a este: así como el arte clásico se sustentaba sobre una metafísica de ideas inmutables, el actual, de raíz kantiana, encuentra gusto en la conciencia social de placer (cultura de masas). También hay que valorar la progresiva disminución del analfabetismo, puesto que antiguamente, al no saber leer gran parte de la población, el arte gráfico era el mejor medio para la transmisión del conocimiento –sobre todo religioso–, función que ya no es necesaria en el siglo XX.
Una de las primeras formulaciones fue la del marxismo: de la obra de Marx se desprendía que el arte es una “superestructura” cultural determinada por las condiciones sociales y económicas del ser humano. Para los marxistas, el arte es reflejo de la realidad social, si bien el propio Marx no veía una correspondencia directa entre una sociedad determinada y el arte que produce. Georgi Plejánov, en Arte y vida social (1912), formuló una estética materialista que rechazaba el “arte por el arte”, así como la individualidad del artista ajeno a la sociedad que lo envuelve. Walter Benjamin incidió de nuevo en el arte de vanguardia, que para él es «la culminación de la dialéctica de la modernidad», el final del intento totalizador del arte como expresión del mundo circundante. Intentó dilucidar el papel del arte en la sociedad moderna, realizando un análisis semiótico en el que el arte se explica a través de signos que el hombre intenta descifrar sin un resultado aparentemente satisfactorio. En La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica (1936) analizó la forma cómo las nuevas técnicas de reproducción industrial del arte pueden hacer variar el concepto de este, al perder su carácter de objeto único y, por tanto, su halo de reverencia mítica; esto abre nuevas vías de concebir el arte –inexploradas aún para Benjamin– pero que supondrán una relación más libre y abierta con la obra de arte.
Theodor W. Adorno, como Benjamin perteneciente a la Escuela de Fráncfort, defendió el arte de vanguardia como reacción a la excesiva tecnificación de la sociedad moderna. En su Teoría estética (1970) afirmó que el arte es reflejo de las tendencias culturales de la sociedad, pero sin llegar a ser fiel reflejo de esta, ya que el arte representa lo inexistente, lo irreal; o, en todo caso, representa lo que existe pero como posibilidad de ser otra cosa, de trascender. El arte es la “negación de la cosa”, que a través de esta negación la trasciende, muestra lo que no hay en ella de forma primigenia. Es apariencia, mentira, presentando lo inexistente como existente, prometiendo que lo imposible es posible.
Representante del pragmatismo, John Dewey, en Arte como experiencia (1934), definió el arte como “culminación de la naturaleza”, defendiendo que la base de la estética es la experiencia sensorial. La actividad artística es una consecuencia más de la actividad natural del ser humano, cuya forma organizativa depende de los condicionamientos ambientales en que se desenvuelve. Así, el arte es “expresión”, donde fines y medios se fusionan en una experiencia agradable. Para Dewey, el arte, como cualquier actividad humana, implica iniciativa y creatividad, así como una interacción entre sujeto y objeto, entre el hombre y las condiciones materiales en las que desarrolla su labor.
José Ortega y Gasset analizó en La deshumanización del arte (1925) el arte de vanguardia desde el concepto de “sociedad de masas”, donde el carácter minoritario del arte vanguardista produce una elitización del público consumidor de arte. Ortega aprecia en el arte una “deshumanización” debida a la pérdida de perspectiva histórica, es decir, de no poder analizar con suficiente distancia crítica el sustrato socio-cultural que conlleva el arte de vanguardia. La pérdida del elemento realista, imitativo, que Ortega aprecia en el arte de vanguardia, supone una eliminación del elemento humano que estaba presente en el arte naturalista. Asimismo, esta pérdida de lo humano hace desaparecer los referentes en que estaba basado el arte clásico, suponiendo una ruptura entre el arte y el público, y generando una nueva forma de comprender el arte que solo podrán entender los iniciados. La percepción estética del arte deshumanizado es la de una nueva sensibilidad basada no en la afinidad sentimental –como se producía con el arte romántico–, sino en un cierto distanciamiento, una apreciación de matices. Esa separación entre arte y humanidad supone un intento de volver al hombre a la vida, de rebajar el concepto de arte como una actividad secundaria de la experiencia humana.
En la escuela semiótica, Luigi Pareyson elaboró en Estética. Teoría de la formatividad (1954) una estética hermenéutica, donde el arte es interpretación de la verdad. Para Pareyson, el arte es “formativo”, es decir, expresa una forma de hacer que, «a la vez que hace, inventa el modo de hacer». En otras palabras, no se basa en reglas fijas, sino que las define conforme se elabora la obra y las proyecta en el momento de realizarla. Así, en la formatividad la obra de arte no es un “resultado”, sino un “logro”, donde la obra ha encontrado la regla que la define específicamente. El arte es toda aquella actividad que busca un fin sin medios específicos, debiendo hallar para su realización un proceso creativo e innovador que dé resultados originales de carácter inventivo. Pareyson influyó en la denominada Escuela de Turín, que desarrollará su concepto ontológico del arte: Umberto Eco, en Obra abierta (1962), afirmó que la obra de arte solo existe en su interpretación, en la apertura de múltiples significados que puede tener para el espectador; Gianni Vattimo, en Poesía y ontología (1968), relacionó el arte con el ser, y por tanto con la verdad, ya que es en el arte donde la verdad se muestra de forma más pura y reveladora.
Una de las últimas derivaciones de la filosofía y el arte es la postmodernidad, teoría socio-cultural que postula la actual vigencia de un periodo histórico que habría superado el proyecto moderno, es decir, la raíz cultural, política y económica propia de la Edad Contemporánea, marcada en lo cultural por la Ilustración, en lo político por la Revolución francesa y en lo económico por la Revolución industrial. Frente a las propuestas del arte de vanguardia, los postmodernos no plantean nuevas ideas, ni éticas ni estéticas; tan solo reinterpretan la realidad que les envuelve, mediante la repetición de imágenes anteriores, que pierden así su sentido. La repetición encierra el marco del arte en el arte mismo, se asume el fracaso del compromiso artístico, la incapacidad del arte para transformar la vida cotidiana. El arte postmoderno vuelve sin pudor al sustrato material , a la obra de arte-objeto, al “arte por el arte”, sin pretender hacer ninguna evolución, ninguna ruptura. Algunos de sus más importantes teóricos han sido Jacques Derrida y Michel Foucault.
Como conclusión, cabría decir que las viejas fórmulas que basaban el arte en la creación de belleza o en la imitación de la naturaleza han quedado obsoletas, y hoy día el arte es una cualidad dinámica, en constante transformación, inmersa además en los medios de comunicación de masas, en los canales de consumo, con un aspecto muchas veces efímero, de percepción instantánea, presente con igual validez en la idea y en el objeto, en su génesis conceptual y en su realización material.Morris Weitz, representante de la estética analítica, opinaba en El papel de la teoría en la estética (1957) que «es imposible establecer cualquier tipo de criterios del arte que sean necesarios y suficientes; por lo tanto, cualquier teoría del arte es una imposibilidad lógica, y no simplemente algo que sea difícil de obtener en la práctica». Según Weitz, una cualidad intrínseca de la creatividad artística es que siempre produce nuevas formas y objetos, por lo que «las condiciones del arte no pueden establecerse nunca de antemano». Así, «el supuesto básico de que el arte pueda ser tema de cualquier definición realista o verdadera es falso».
En el fondo, la indefinición del arte estriba en su reducción a determinadas categorías –como imitación, como recreación, como expresión–; el arte es un concepto global, que incluye todas estas formulaciones y muchas más, un concepto en evolución y abierto a nuevas interpretaciones, que no se puede fijar de forma convencional, sino que debe aglutinar todos los intentos de expresarlo y formularlo, siendo una síntesis amplia y subjetiva de todos ellos.
La clasificación del arte, o de las distintas facetas o categorías que pueden considerarse artísticas, ha tenido una evolución paralela al concepto mismo de arte: como se ha visto anteriormente, durante la antigüedad clásica se consideraba arte todo tipo de habilidad manual y destreza, de tipo racional y sujeta a reglas; así, entraban en esa denominación tanto las actuales bellas artes como la artesanía y las ciencias, mientras que quedaban excluidas la música y la poesía. Una de las primeras clasificaciones que se hicieron de las artes fue la de los filósofos sofistas presocráticos, que distinguieron entre “artes útiles” y “artes placenteras”, es decir, entre las que producen objetos de cierta utilidad y las que sirven para el entretenimiento. Plutarco introdujo, junto a estas dos, las “artes perfectas”, que serían lo que hoy consideramos ciencias. Platón, por su parte, estableció la diferencia entre “artes productivas” y “artes imitativas”, según si producían objetos nuevos o imitaban a otros.
Durante la era romana hubo diversos intentos de clasificar las artes: Quintiliano dividió el arte en tres esferas: “artes teóricas”, basadas en el estudio (principalmente, las ciencias); “artes prácticas”, basadas en una actividad, pero sin producir nada (como la danza); y “artes poéticas” –según la etimología griega, donde ποίησις (poíêsis) quiere decir ‘producción’–, que son las que producen objetos. Cicerón catalogó las artes según su importancia: “artes mayores” (política y estrategia militar), “artes medianas” (ciencias, poesía y retórica) y “artes menores” (pintura, escultura, música, interpretación y atletismo). Plotino clasificó las artes en cinco grupos: las que producen objetos físicos (arquitectura), las que ayudan a la naturaleza (medicina y agricultura), las que imitan a la naturaleza (pintura), las que mejoran la acción humana (política y retórica) y las intelectuales (geometría).
Sin embargo, la clasificación que tuvo más fortuna –llegando hasta la era moderna– fue la de Galeno en el siglo II, que dividió el arte en “artes liberales” y “artes vulgares”, según si tenían un origen intelectual o manual. Entre las liberales se encontraban: la gramática, la retórica y la dialéctica –que formaban el trivium–, y la aritmética, la geometría, la astronomía y la música –que formaban el quadrivium–; las vulgares incluían la arquitectura, la escultura y la pintura, pero también otras actividades que hoy consideramos artesanía.
Durante la Edad Media continuó la división del arte entre artes liberales y vulgares –llamadas estas últimas entonces “mecánicas”–, si bien hubo nuevos intentos de clasificación: Boecio dividió las artes en ars y artificium, clasificación similar a la de artes liberales y vulgares, pero en una acepción que casi excluía las formas manuales del campo del arte, dependiendo este tan solo de la mente. En el siglo XII, Radulfo de Campo Lungo intentó hacer una clasificación de las artes mecánicas, reduciéndolas a siete, igual número que las liberales. En función de su utilidad cara a la sociedad, las dividió en: ars victuaria, para alimentar a la gente; lanificaria, para vestirles; architectura, para procurarles una casa; suffragatoria, para darles medios de transporte; medicinaria, que les curaba; negotiatoria, para el comercio; militaria, para defenderse.
En el siglo XVI empezó a considerarse que la arquitectura, la pintura y la escultura eran actividades que requerían no solo oficio y destreza, sino también un tipo de concepción intelectual que las hacían superiores a otros tipos de manualidades. Se gestaba así el concepto moderno de arte, que durante el Renacimiento adquirió el nombre de arti del disegno (artes del diseño), por cuanto comprendían que esta actividad –el diseñar– era la principal en la génesis de las obras de arte.
Sin embargo, faltaba aglutinar estas artes del diseño con el resto de actividades consideradas artísticas (música, poesía y teatro), tarea que se desarrolló durante los dos siglos siguientes con varios intentos de buscar un nexo común a todas estas actividades: así, el humanista florentino Giannozzo Manetti propuso el término “artes ingeniosas”, donde incluía las artes liberales, por lo que solo cambiaba el vocablo; el filósofo neoplatónico Marsilio Ficino elaboró el concepto de “artes musicales”, argumentando que la música era la inspiración para todas las artes; en 1555, Giovanni Pietro Capriano introdujo en su De vera poetica la acepción “artes nobles”, apelando a la elevada finalidad de estas actividades; Lodovico Castelvetro habló en su Correttione (1572) de “artes memoriales”, ya que según él estas artes buscaban fijar en objetos la memoria de cosas y acontecimientos; Claude-François Menestrier, historiador francés del siglo XVII, formuló la idea de “artes pictóricas”, remarcando el carácter visual del arte; Emanuele Tesauro ideó en 1658 la noción de “artes poéticas”, inspirado en la célebre cita de Horacio ut pictura poesis (la pintura como la poesía), describiendo el componente poético y metafórico de estas artes; ya en el siglo XVIII, coincidieron en un mismo año (1744) dos definiciones, la de “artes agradables” de Giambattista Vico, y la de “artes elegantes” de James Harris; por último, en 1746, Charles Batteux estableció en Las bellas artes reducidas a un único principio la concepción actual de bellas artes, remarcando su aspecto de imitación (imitatio).
Batteux incluyó en las bellas artes pintura, escultura, música, poesía y danza, mientras que mantuvo el término artes mecánicas para el resto de actividades artísticas, y señaló como actividades entre ambas categorías la arquitectura y la retórica, si bien al poco tiempo se eliminó el grupo intermedio y la arquitectura y la retórica se incorporaron plenamente a las bellas artes. Sin embargo, con el tiempo, esta lista sufrió diversas variaciones, y si bien se aceptaba comúnmente la presencia de arquitectura, pintura, escultura, música y poesía, los dos puestos restantes oscilaron entre la danza, la retórica, el teatro y la jardinería, o, más adelante, nuevas disciplinas como la fotografía y el cine. El término “bellas artes” hizo fortuna, y quedó fijado como definición de todas las actividades basadas en la elaboración de objetos con finalidad estética, producidos de forma intelectual y con voluntad expresiva y trascendente. Así, desde entonces las artes fueron “bellas artes”, separadas tanto de las ciencias como de los oficios manuales. Por eso mismo, durante el siglo XIX se fue produciendo un nuevo cambio terminológico: ya que las artes eran solo las bellas artes, y el resto de actividades no lo eran, poco a poco se fue perdiendo el término ‘bellas’ para quedar solo el de ‘artes’, quedando la acepción ‘arte’ tal como la entendemos hoy día. Incluso sucedió que entonces se restringió el término “bellas artes” para designar las artes visuales, las que en el Renacimiento se denominaban “artes del diseño” (arquitectura, pintura y escultura), siendo las demás las “artes en general”. También hubo una tendencia cada vez más creciente a separar las artes visuales de las literarias, que recibieron el nombre de “bellas letras”. Se podría decir que las “bellas artes” son aquellas que cumplen con ciertas características estéticas dignas de ser admiradas: tienen como objetivo expresar la belleza aunque esta sea definida por el artista o por la particular perspectiva del observador, cayendo en la ambigüedad de lo que es bello. Gary Martin señaló que debido a que constituye una experiencia subjetiva, a menudo se dice que «la belleza está en el ojo del observador». Las “bellas artes” han tenido históricamente tal adjetivo debido a que representan la máxima expresión sentimental del ser humano desde épocas remotas.
Sin embargo, pese a la aceptación general de la clasificación propuesta por Batteux, en los siglos siguientes todavía se produjeron intentos de nuevas clasificaciones del arte: Immanuel Kant distinguió entre “artes mecánicas” y “artes estéticas”; Robert von Zimmermann habló de artes de la representación material (arquitectura y escultura), de la representación perceptiva (pintura y música) y de la representación del pensamiento (literatura); y Alois Riegl, en Arte industrial de la época romana tardía, dividió el arte en arquitectura, plástica y ornamento. Hegel, en su Estética (1835-1838), estableció tres formas de manifestación artística: arte simbólico, clásico y romántico, que se relacionan con tres formas diferentes de arte, tres estadios de evolución histórica y tres maneras distintas de tomar forma la idea:
En la idea, primero hay una relación de desajuste, donde la idea no encuentra forma; después es de ajuste, cuando la idea se ajusta a la forma; por último, en el desbordamiento, la idea sobrepasa la forma, tiende al infinito. En la evolución histórica, equipara infancia con el arte prehistórico, antiguo y oriental; madurez, con el arte griego y romano; y vejez, con el arte cristiano. En cuanto a la forma, la arquitectura (forma monumental) es un arte tectónico, depende de la materia, de pesos, medidas, etc.; la escultura (forma antropomórfica) depende más de la forma volumétrica, por lo que se acerca más al hombre; la pintura, música y poesía (formas suprasensibles) son la etapa más espiritual, más desmaterializada. La creación artística no ha de ser una mimesis, sino un proceso de libertad espiritual. En su evolución, cuando el artista llega a su límite, se van perdiendo las formas sensibles, el arte se vuelve más conceptual y reflexivo; al final de este proceso se produce la “muerte del arte”.
Pese a todo, estos intentos de clasificación resultaron un tanto baldíos y, cuando parecía que por fin se había llegado a una definición del arte universalmente aceptable, después de tantos siglos de evolución, los cambios sociales, culturales y tecnológicos producidos durante los siglos XIX y XX han comportado un nuevo intento de definir el arte con base en parámetros más abiertos y omnicomprensivos, intentando abarcar tanto una definición teórica del arte como una catalogación práctica que incluyese las nuevas formas artísticas que han ido surgiendo en los últimos tiempos (fotografía, cine, cómic, nuevas tecnologías, etc.). Como el de Juan Acha con su ensayo Arte y sociedad. Latinoamérica: el producto artístico y estructura (1979), cuya compleja organización de las artes es según su aplicación y origen; en grupos como "Cuerpo-Objeto", "Superficie-Objetos", "Superficies-Icónicas", "Superficies-Literarias", "Espectáculos" y "Audiciones". Y otra más simple en Lógica del Límite (1991) de Eugenio Trías, en la que el artista es como un habitante y a un determinado oficio artístico como un habitáculo, que constituyen tres grandes áreas del arte: artes estáticas o del espacio, artes mixtas y artes temporales o dinámicas.
Estos intentos, un tanto infructuosos, han producido en cierta forma el efecto contrario, acentuando aún más la indefinición del arte, que hoy día es un concepto abierto e interpretable, donde caben muchas fórmulas y concepciones, si bien se suele aceptar un mínimo denominador común basado en cualidades estéticas y expresivas, así como un componente de creatividad.
Cinco artes son comúnmente citadas en el siglo XIX, a las cuales en el siglo XX se le añadirán cuatro más para llegar a un total de nueve artes, sin ser capaces los expertos y críticos de ponerse de acuerdo sobre la clasificación un "décimo arte".
Al final del siglo XX, la siguiente lista establece las nuevas clasificaciones, al igual que el número de musas antiguas:
Ciertos críticos e historiadores consideran otras artes en la lista, como la gastronomía, la perfumería, la televisión, la moda, la publicidad, la animación y los videojuegos. En la actualidad existe aún cierta discrepancia sobre cuál sería el “décimo arte”.
Las artes creativas a menudo son divididas en categorías más específicas, como las artes decorativas, las artes plásticas, las artes escénicas o la literatura. Así, la pintura es una forma de arte visual, y la poesía es una forma de literatura. Algunos ejemplos son:
Cada periodo histórico ha tenido unas características concretas y definibles, comunes a otras regiones y culturas, o bien únicas y diferenciadas, que han ido evolucionando con el devenir de los tiempos. De ahí surgen los estilos artísticos, que pueden tener un origen geográfico o temporal, o incluso reducirse a la obra de un artista en concreto, siempre y cuando se produzcan unas formas artísticas claramente definitorias. ‘Estilo’ proviene del latín stilus (‘punzón’), escrito en época medieval como stylus por influencia del término griego στύλος (stylos, ‘columna’). Antiguamente, se denominaba así a un tipo de punzón para escribir sobre tablillas de cera; con el tiempo, pasó a designar tanto el instrumento, como el trabajo del escritor y su manera de escribir. El concepto de estilo surgió en literatura, pero pronto se extendió al resto de artes, especialmente música y danza. Actualmente se emplea este término en su sentido metonímico, es decir, como aquella cualidad que identifica la forma de trabajar, de expresarse o de concebir una obra de arte por parte del artista, o bien, en sentido más genérico, de un conjunto de artistas u obras que tienen diversos puntos en común, agrupados geográfica o cronológicamente. Así, el estilo puede ser tanto un conjunto de caracteres formales, bien individuales –la forma de escribir, de componer o de elaborar una obra de arte por parte de un artista–, o bien colectivos –de un grupo, una época o un lugar geográfico–, como un sistema orgánico de formas, en que sería la conjunción de determinados factores la que generaría la forma de trabajar del grupo, como en el arte románico, gótico, barroco, etc. Según Focillon, un estilo es «un conjunto coherente de formas unidas por una conveniencia recíproca, sumisas a una lógica interna que las organiza».
Estos caracteres individuales o sociales son signos distintivos que permiten diferenciar, definir y catalogar de forma empírica la obra de un artista o un grupo de artistas adscritos a un mismo estilo o “escuela” –término que designa un grupo de autores con características comunes definitorias–. Así, la “estilística” es la ciencia que estudia los diversos signos distintivos, objetivos y unívocos, de la obra de un artista o escuela. Este estudio ha servido en la Historia del arte como punto de partida para el análisis del devenir histórico artístico basado en el estilo, como se puede apreciar en alguna escuela historiográfica como el formalismo.
El estilo estudia al artista y a la obra de arte como materialización de una idea, plasmada en la materia a través de la técnica, lo que constituye un lenguaje formal susceptible de análisis y de catalogación y periodificación. Por otro lado, así como la similitud de formas crean un lenguaje y, por tanto, un estilo, una misma forma puede tener distinta significación en diversos estilos. Así, los estilos están sujetos a una dinámica evolutiva que suele ser cíclica, recurrente, perceptible en mayor o menor grado en cada periodo histórico. Se suelen distinguir en cada estilo, escuela o periodo artístico diversas fases –con las naturales variaciones concretas en cada caso–: “fase preclásica”, donde se comienzan a configurar los signos distintivos de cada estilo concreto –se suelen denominar con los prefijos ‘proto’ o ‘pre’, como el prerromanticismo–; “fase clásica”, donde se concretan los principales signos característicos del estilo, que servirán de puntos de referencia y supondrán la materialización de sus principales realizaciones; “fase manierista”, donde se reinterpretan las formas clásicas, elaboradas desde un punto de vista más subjetivo por parte del autor; “fase barroca”, que es una reacción contra las formas clásicas, deformadas a gusto y capricho del artista; “fase arcaizante”, donde se vuelve a las formas clásicas, pero ya con la evidente falta de naturalidad que le es intrínseca –se suele denominar con el prefijo ‘post’, como el postimpresionismo–; y “fase recurrente”, donde la falta de referentes provoca una tendencia al eclecticismo –se suelen denominar con el prefijo ‘neo’, como el neoclasicismo–.
Un género artístico es una especialización temática en que se suelen dividir las diversas artes. Antiguamente se denominaba “pintores de género” a los que se ocupaban de un solo tema: retratos, paisajes, pinturas de flores, animales, etc. El término tenía un cierto sentido peyorativo, ya que parecía que el artista que trataba solo esos asuntos no valía para otros, y se contraponía al “pintor de historia”, que en una sola composición trataba diversos elementos (paisaje, arquitectura, figuras humanas). En el siglo XVIII, el término se aplicó al pintor que representaba escenas de la vida cotidiana, opuesto igualmente al pintor de historia, que trataba temas históricos, mitológicos, etc. En cambio, en el siglo XIX, al perder la pintura de historia su posición privilegiada, se otorgó igual categoría a la historia que al paisaje, retrato, etc. Entonces, la pintura de género pasó a ser la que no trataba las principales cuatro clases reconocidas: historia, retrato, paisaje y marina. Así, un pintor de género era el que no tenía ningún género definido. Por último, al eliminar cualquier jerarquía en la representación artística, actualmente se considera pintura de género cualquier obra que represente escenas de la vida cotidiana, temas anecdóticos, al tiempo que aún se habla de géneros artísticos para designar los diversos temas que han sido recurrentes en la Historia del arte (paisaje, retrato, desnudo, bodegón), haciendo así una síntesis entre los diversos conceptos anteriores.
La pintura, como elemento bidimensional, necesita un soporte (muro, madera, lienzo, cristal, metal, papel, etc.); sobre este soporte se pone el pigmento (colorante + aglutinante). Es el aglutinante el que clasifica los distintos procedimientos pictóricos:
Según el material, se puede trabajar en tres sistemas: “aditivo”, modelando y añadiendo materia, generalmente en materias blandas (cera, plastilina, barro); “sustractivo”, eliminando materia hasta descubrir la figura, generalmente en materiales duros (piedra, mármol, madera, bronce, hierro); y “mixto”, añadiendo y quitando. También se puede hacer por fundición, a través de un molde. Hecha la escultura, se puede dejar al natural o policromarla, con colorantes vegetales o minerales o en encausto, al temple o al óleo, en dorado o estofado (imitación de oro).
Existen diversos tipos de vidrio: “vidrio sódico” (el más básico, a partir de sílice), cristal (sílice y óxido de plomo o potasio), “vidrio calcedonio” (sílice y óxidos metálicos) y “vidrio lácteo” (sílice, bióxido de manganeso y óxido de estaño). La principal técnica para trabajarlo es el soplado, donde se le puede dar cualquier forma y espesor. En cuanto a la decoración, puede ser pintada, esgrafiada, tallada, con pinzas, a filigrana, etc.
Se realiza con arcilla, en cuatro clases: barro cocido poroso rojo-amarillento (alfarería, terracota, bizcocho); barro cocido poroso blanco (loza); barro cocido no poroso gris, pardo o marrón (gres); barro cocido compacto no poroso blanco medio transparente (porcelana). Se puede elaborar de forma manual o mecánica —con torno—, después se cuece en el horno –a temperaturas entre 400º y 1300 º, según el tipo–, y se decora con esmalte o pintura.
Es el arte de confeccionar objetos decorativos con metales nobles o piedras preciosas, como el oro, plata, diamante, perla, ámbar, coral, etc.
Se hace con hierro (limonita, pirita o magnetita), reduciéndolo con calor, saliendo una pasta al rojo con la que se hacen lingotes. Hay tres clases: “colado”, con mucho carbono, sílice, azufre y manganeso, no sirve para forjar, solo para fundir en molde; “hierro dulce o forjado”, con menos carbono, es más maleable y dúctil, se puede forjar, pero es blando y desafilable; “acero”, con manganeso, tungsteno, cobalto y wolframio, es más duro, para instrumentos cortantes. El modelado se realiza sin añadir ni quitar material, sino que existen diversas técnicas alternativas: estirar, ensanchar, hendir, curvar, recalcar, etc.
La restauración de obras de arte es una actividad que tiene por objeto la reparación o actuación preventiva de cualquier obra que, debido a su antigüedad o estado de conservación, sea susceptible de ser intervenida para preservar su integridad física, así como sus valores artísticos, respetando al máximo la esencia original de la obra.
En arquitectura, la restauración suele ser de tipo funcional, para preservar la estructura y unidad del edificio, o reparar grietas o pequeños defectos que puedan surgir en los materiales constructivos. Hasta el siglo XVIII, las restauraciones arquitectónicas solo preservaban las obras de culto religioso, dado su carácter litúrgico y simbólico, reconstruyendo otro tipo de edificios sin respetar siquiera el estilo original. Sin embargo, desde el auge de la arqueología a finales del siglo XVIII, especialmente con las excavaciones de Pompeya y Herculano, se tendió a preservar en la medida de lo posible cualquier estructura del pasado, siempre y cuando tuviese un valor artístico y cultural. Aun así, en el siglo XIX los ideales románticos llevaron a buscar la pureza estilística del edificio, y la moda del historicismo llevó a planteamientos como los de Viollet-le-Duc, defensor de la intervención en monumentos en función de cierto ideal estilístico. En la actualidad, se tiende a preservar al máximo la integridad de los edificios históricos.
En el terreno de la pintura, se ha evolucionado desde una primera perspectiva de intentar recuperar la legibilidad de la imagen, añadiendo si fuese necesario partes perdidas de la obra, a respetar la integridad tanto física como estética de la obra de arte, haciendo las intervenciones necesarias para su conservación sin que se produzca una transformación radical de la obra. La restauración pictórica adquirió un creciente impulso a partir del siglo XVII, debido al mal estado de conservación de pinturas al fresco, técnica bastante corriente en la Edad Media y el Renacimiento. Igualmente, el aumento del mercado de las antigüedades propició la restauración de obras antiguas cara a su posterior comercialización. Por último, en escultura ha habido una evolución paralela: desde la reconstrucción de obras antiguas, generalmente en cuanto a miembros mutilados (como en la reconstrucción del Laocoonte en 1523-1533 por parte de Giovanni Angelo Montorsoli), hasta la actuación sobre la obra preservando su estructura original, manteniendo en caso necesario un cierto grado de reversibilidad de la actuación practicada.
La estética es una rama de la filosofía que se encarga de estudiar la manera cómo el razonamiento del ser humano interpreta los estímulos sensoriales que recibe del mundo circundante. Se podría decir, así como la lógica estudia el conocimiento racional, que la estética es la ciencia que estudia el conocimiento sensible, el que adquirimos a través de los sentidos. Entre los diversos objetos de estudio de la estética figuran la belleza o los juicios de gusto, así como las distintas maneras de interpretarlos por parte del ser humano. Por tanto, la estética está íntimamente ligada al arte, analizando los diversos estilos y periodos artísticos conforme a los diversos componentes estéticos que en ellos se encuentran. A menudo se suele denominar la estética como una “filosofía del arte”. La estética es una reflexión filosófica que se hace sobre objetos artísticos y naturales, y que produce un “juicio estético”. La percepción sensorial, una vez analizada por la inteligencia humana, produce ideas, que son abstracciones de la mente, y que pueden ser objetivas o subjetivas. Las ideas provocan juicios, al relacionar elementos sensoriales; a su vez, la relación de juicios es razonamiento. El objetivo de la estética es analizar los razonamientos producidos por dichas relaciones de juicios.
El término estética proviene del griego αἴσθησις (aísthêsis, ‘sensación’). Fue introducido por el filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten en su obra Reflexiones filosóficas acerca de la poesía (1735), y más tarde en su Aesthetica (1750). Así pues, la Historia de la estética, rigurosamente hablando, comenzaría con Baumgarten en el siglo XVIII, sobre todo con la sistematización de esta disciplina realizada por Immanuel Kant. Sin embargo, el concepto es extrapolable a los estudios sobre el tema efectuados por los filósofos anteriores, especialmente desde la Grecia clásica. Cabe señalar, por ejemplo, que los antiguos griegos tenían un vocablo equiparable al actual concepto de estética, que era Φιλοκαλία (filocalía, ‘amor a la belleza’). Se podría decir que en Grecia nació la estética como concepto, mientras que con Baumgarten se convierte en una ciencia filosófica.
Según Arnold Hauser, las «obras de arte son provocaciones con las cuales polemizamos», pero que no nos explicamos. Las interpretamos de acuerdo con nuestras propias finalidades y aspiraciones, les trasladamos un sentido cuyo origen está en nuestras formas de vida y hábitos mentales. Nosotros, «de todo arte con el cual tenemos una relación auténtica hacemos un arte moderno». Hoy día, el arte ha establecido unos conjuntos de relaciones que permiten englobar dentro de una sola interacción la obra de arte, el artista o creador y el público receptor o destinatario. Hegel, en su Estética, intentó definir la trascendencia de esta relación diciendo que «la belleza artística es más elevada que la belleza de la naturaleza, ya que cambia las formas ilusorias de este mundo imperfecto, donde la verdad se esconde tras las falsas apariencias para alcanzar una verdad más elevada creada por el espíritu».
El arte es también un juego con las apariencias sensibles, los colores, las formas, los volúmenes, los sonidos, etc. Es un juego gratuito donde se crea de la nada o de poco más que la nada una apariencia que no pretende otra cosa que engañarnos. Es un juego placentero que satisface nuestras necesidades eternas de simetría, de ritmo o de sorpresa. La sorpresa que para Baudelaire es el origen de la poesía. Así, según Kant, el placer estético deriva menos de la intensidad y la diversidad de sensaciones, que de la manera, en apariencia espontánea, por la cual ellas manifiestan una profunda unidad, sensible en su reflejo, pero no conceptualizable.
Para Ernst Gombrich, «en realidad el arte no existe: solo hay artistas». Más adelante, en la introducción de su obra La historia del arte, dice que no tiene nada de malo que nos deleitemos en el cuadro de un paisaje porque nos recuerda nuestra casa, o en un retrato porque nos recuerda un amigo, ya que, como humanos que somos, cuando miramos una obra de arte estamos sometidos a un conjunto de recuerdos que para bien o para mal influyen sobre nuestros gustos. Siguiendo a Gombrich, se puede ver cómo a los artistas también les sucede algo parecido: en el Retrato de un niño (Nicholas Rubens), el pintor flamenco Rubens lo representó hermoso, ya que seguramente se sentía orgulloso del aspecto del niño, y nos quiso transmitir su pasión de padre a la vez que de artista; en el Retrato de la madre, el pintor alemán Alberto Durero la dibujó con la misma devoción y amor que Rubens sentía por su hijo, pero aquí vemos un estudio fiel de la cara de una mujer vieja, no hay belleza natural, pero Durero, con su enorme sinceridad, creó una gran obra de arte.
La sociología del arte es una disciplina de las ciencias sociales que estudia el arte desde un planteamiento metodológico basado en la sociología. Su objetivo es estudiar el arte como producto de la sociedad humana, analizando los diversos componentes sociales que concurren en la génesis y difusión de la obra artística. La sociología del arte es una ciencia multidisciplinar, recurriendo para sus análisis a diversas disciplinas como la cultura, la política, la economía, la antropología, la lingüística, la filosofía, y demás ciencias sociales que influyan en el devenir de la sociedad. Entre los diversos objetos de estudio de la sociología del arte se encuentran varios factores que intervienen desde un punto de vista social en la creación artística, desde aspectos más genéricos como la situación social del artista o la estructura sociocultural del público, hasta más específicos como el mecenazgo, el mercantilismo y comercialización del arte, las galerías de arte, la crítica de arte, el coleccionismo, la museografía, las instituciones y fundaciones artísticas, etc. También cabe remarcar en el siglo XX la aparición de nuevos factores como el avance en la difusión de los medios de comunicación, la cultura de masas, la categorización de la moda, la incorporación de nuevas tecnologías o la apertura de conceptos en la creación material de la obra de arte (arte conceptual, arte de acción).
La sociología del arte debe sus primeros planteamientos al interés de diversos historiadores por el análisis del entorno social del arte desde mediados del siglo XIX, sobre todo tras la irrupción del positivismo como método de análisis científico de la cultura, y la creación de la sociología como ciencia autónoma por Auguste Comte. Sin embargo, la sociología del arte se desarrolló como disciplina particular durante el siglo XX, con su propia metodología y sus objetos de estudio determinados. Principalmente, el punto de partida de esta disciplina se suele situar inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, con la aparición de diversas obras decisivas en el desarrollo de esta corriente disciplinar: Arte y revolución industrial, de Francis Klingender (1947); La pintura florentina y su ambiente social, de Friedrich Antal (1948); e Historia social de la literatura y el arte, de Arnold Hauser (1951). En sus inicios, la sociología del arte estuvo estrechamente vinculada al marxismo —como los propios Hauser y Antal, o Nikos Hadjinikolaou, autor de Historia del arte y lucha de clases (1973)—, si bien luego se desmarcó de esta tendencia para adquirir autonomía propia como ciencia. Otros autores destacados de esta disciplina son Pierre Francastel, Herbert Read, Francis Haskell, Michael Baxandall, Peter Burke, Giulio Carlo Argan, etc.
La psicología del arte es la ciencia que estudia los fenómenos de la creación y la apreciación artística desde una perspectiva psicológica. El arte es, como manifestación de la actividad humana, susceptible de ser analizado de forma psicológica, estudiando los diversos procesos mentales y culturales que en la génesis del arte se encuentran, tanto en su creación como en su recepción por parte del público. A su vez, como fenómeno de la conducta humana, puede servir como base de análisis de la conciencia humana, siendo la percepción estética un factor distintivo del ser humano como especie, que lo aleja de los animales. La psicología del arte es una ciencia interdisciplinar, que debe recurrir forzosamente a otras disciplinas científicas para poder efectuar sus análisis, desde –lógicamente– la Historia del arte, hasta la filosofía y la estética, pasando por la sociología, la antropología, la neurobiología, etc. También está estrechamente conectada con el resto de ramas de la psicología, desde el psicoanálisis hasta la psicología cognitiva, evolutiva o social, o bien la psicobiología y los estudios de personalidad. Asimismo, a nivel fisiológico, la psicología del arte estudia los procesos básicos de la actividad humana —como la percepción, la emoción y la memoria—, así como las funciones superiores del pensamiento y el lenguaje. Entre sus objetos de estudio se encuentran tanto la percepción del color (recepción retiniana y procesamiento cortical) y el análisis de la forma, como los estudios sobre creatividad, capacidades cognitivas (símbolos, iconos), el arte como terapia, etc. Para el desarrollo de esta disciplina han sido esenciales las contribuciones de Sigmund Freud, Gustav Fechner, la Escuela de la Gestalt (dentro de la que destacan los trabajos de Rudolf Arnheim), Lev Vygotski, Howard Gardner, etc.
Una de las principales corrientes de la psicología del arte ha sido la Escuela de la Gestalt, que afirma que estamos condicionados por nuestra cultura –en sentido antropológico–, tanto que la cultura condiciona nuestra percepción. Toma un punto de partida con la obra de Karl Popper, quien afirmó que en la apreciación estética hay un punto de inseguridad (gusto), que no tiene base científica y no se puede generalizar; llevamos una idea preconcebida (“hipótesis previa”), que hace que encontremos en el objeto lo que buscamos. Según la Gestalt, la mente configura, a través de ciertas leyes, los elementos que llegan a ella a través de los canales sensoriales (percepción) o de la memoria (pensamiento, inteligencia y resolución de problemas). En nuestra experiencia del medio ambiente, esta configuración tiene un carácter primario sobre los elementos que la conforman, y la suma de estos últimos por sí solos no podría llevarnos a la comprensión del funcionamiento mental. Se fundamentan en la noción de estructura, entendida como un todo significativo de relaciones entre estímulos y respuestas, e intentan entender los fenómenos en su totalidad, sin separar los elementos del conjunto, que forman una estructura integrada fuera de la cual dichos elementos no tendrían significación. Sus principales exponentes fueron Rudolf Arnheim, Max Wertheimer, Wolfgang Köhler, Kurt Koffka y Kurt Lewin.
La crítica de arte es un género, entre literario y académico, que hace una valoración sobre las obras de arte, artistas o exposiciones, en principio de forma personal y subjetiva, pero basándose en la Historia del arte y sus múltiples disciplinas, valorando el arte según su contexto o evolución. Es a la vez valorativa, informativa y comparativa, redactada de forma concisa y amena, sin pretender ser un estudio académico pero aportando datos empíricos y contrastables. Denis Diderot es considerado el primer crítico de arte moderno, por sus comentarios sobre las obras de arte expuestas en los salones parisinos, realizados en el Salón Carré del Louvre desde 1725. Estos salones, abiertos al público, actuaron como centro difusor de tendencias artísticas, propiciando modas y gustos en relación al arte, por lo que fueron objeto de debate y crítica. Diderot escribió sus impresiones sobre estos salones primero en una carta escrita en 1759, que fue publicada en la Correspondance littéraire de Grimm, y desde entonces hasta 1781, siendo el punto de arranque del género.
En la génesis de la crítica de arte hay que valorar, por un lado, el acceso del público a las exposiciones artísticas, que unido a la proliferación de los medios de comunicación de masas desde el siglo XVIII produjo una vía de comunicación directa entre el crítico y el público al que se dirige. Por otro lado, el auge de la burguesía como clase social que invirtió en el arte como objeto de ostentación, y el crecimiento del mercado artístico que llevó consigo, propiciaron el ambiente social necesario para la consolidación de la crítica artística. La crítica de arte ha estado generalmente vinculada al periodismo, ejerciendo una labor de portavoces del gusto artístico que, por una parte, les ha conferido un gran poder, al ser capaces de hundir o encumbrar la obra de un artista, pero por otra les ha hecho objeto de feroces ataques y controversias. Otra faceta a remarcar es el carácter de actualidad de la crítica de arte, ya que se centra en el contexto histórico y geográfico en el que el crítico desarrolla su labor, inmersa en un fenómeno cada vez más dinámico como es el de las corrientes de moda. Así, la falta de historicidad para emitir un juicio sobre bases consolidadas, lleva a la crítica de arte a estar frecuentemente sustentada en la intuición del crítico, con el factor de riesgo que ello conlleva. Sin embargo, como disciplina sujeta a su tiempo y a la evolución cultural de la sociedad, la crítica de arte siempre revela un componente de pensamiento social en el que se ve inmersa, existiendo así diversas corrientes de crítica de arte: romántica, positivista, fenomenológica, semiológica, etc.
Entre los críticos de arte ha habido desde famosos escritores hasta los propios historiadores del arte, que muchas veces han pasado del análisis metodológico a la crítica personal y subjetiva, conscientes de que era un arma de gran poder hoy día. Como nombres, se podría citar a Charles Baudelaire, John Ruskin, Oscar Wilde, Émile Zola, Joris-Karl Huysmans, Guillaume Apollinaire, Wilhelm Worringer, Clement Greenberg, Michel Tapié, etc.; en el mundo hispanohablante, destacan Eugeni d'Ors, Aureliano de Beruete, Jorge Romero Brest, Juan Antonio Gaya Nuño, Alexandre Cirici, Juan Eduardo Cirlot, Enrique Lafuente Ferrari, Rafael Santos Torroella, Francisco Calvo Serraller, José Corredor Matheos, Irma Arestizábal, Ticio Escobar, Raúl Zamudio, etc.
La historiografía del arte es la ciencia que analiza el estudio de la Historia del arte, desde un punto de vista metodológico, es decir, de la forma cómo el historiador afronta el estudio del arte, las herramientas y disciplinas que le pueden ser de utilidad para este estudio. El mundo del arte siempre ha llevado en paralelo un componente de autorreflexión, desde antiguo los artistas, u otras personas a su alrededor, han plasmado por escrito diversas reflexiones sobre su actividad. Vitruvio escribió el tratado sobre arquitectura más antiguo que se conserva, De Architectura. Su descripción de las formas arquitectónicas de la antigüedad grecorromana influyó poderosamente en el Renacimiento, siendo a la vez una importante fuente documental por las informaciones que aporta sobre la pintura y la escultura griegas y romanas. Giorgio Vasari, en Vida de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue hasta nuestros tiempos (1542–1550), fue uno de los predecesores de la historiografía del arte, haciendo una crónica de los principales artistas de su tiempo, poniendo especial énfasis en la progresión y el desarrollo del arte. Sin embargo, estos escritos, generalmente crónicas, inventarios, biografías u otros escritos más o menos literarios, carecían de perspectiva histórica y el rigor científico necesarios para ser considerados historiografía del arte.
Johann Joachim Winckelmann es considerado el padre de la Historia del arte, creando una metodología científica para la clasificación de las artes y basando la Historia del arte en una teoría estética de influencia neoplatónica: la belleza es el resultado de una materialización de la idea. Gran admirador de la cultura griega, postuló que en la Grecia antigua se dio la belleza perfecta, generando un mito sobre la perfección de la belleza clásica que aún condiciona la percepción del arte hoy día. En Reflexión sobre la imitación de las obras de arte griegas (1755) afirmó que los griegos llegaron a un estado de perfección total en la imitación de la naturaleza, por lo que nosotros solo podemos imitar a los griegos. Asimismo, relacionó el arte con las etapas de la vida humana (infancia, madurez, vejez), estableciendo una evolución del arte en tres estilos: arcaico, clásico y helenístico.
Durante el siglo XIX, la nueva disciplina buscó una formulación más práctica y rigurosa, sobre todo desde la aparición del positivismo. Sin embargo, esta tarea se abordó desde diversas metodologías que supusieron una gran multiplicidad de tendencias historiográficas: el romanticismo impuso una visión historicista y revivalista del pasado, rescatando y poniendo nuevamente de moda estilos artísticos que habían sido minusvalorados por el neoclasicismo winckelmanniano; así lo vemos en la obra de Ruskin, Viollet-le-Duc, Goethe, Schlegel, Wackenroder, etc. En cambio, la obra de autores como Karl Friedrich von Rumohr, Jacob Burckhardt o Hippolyte Taine, supuso un primer intento serio de formular una Historia del arte basada en criterios científicos, basándose en el análisis crítico de las fuentes historiográficas. Por otro lado, Giovanni Morelli introdujo el concepto del connoisseur, el experto en arte, que lo analiza en base tanto a sus conocimientos como a su intuición.
La primera escuela historiográfica de gran relevancia fue el formalismo, que defendía el estudio del arte a partir del estilo, aplicando una metodología evolucionista que otorgaba al arte una autonomía alejada de cualquier consideración filosófica, rechazando la estética romántica y el idealismo hegeliano, y acercándose al neokantismo. Su principal teórico fue Heinrich Wölfflin, considerado el padre de la moderna Historia del arte. Aplicó al arte criterios científicos, como el estudio psicológico o el método comparativo: definía los estilos por las diferencias estructurales inherentes a los mismos, como argumentó en su obra Conceptos fundamentales de la Historia del Arte (1915). Wölfflin no otorgaba importancia a las biografías de los artistas, defendiendo en cambio la idea de nacionalidad, de escuelas artísticas y estilos nacionales. Las teorías de Wölfflin fueron continuadas por la llamada Escuela de Viena, con autores como Alois Riegl, Max Dvořák, Hans Sedlmayr y Otto Pächt.
Ya en el siglo XX, la historiografía del arte ha continuado dividida en múltiples tendencias, desde autores aún enmarcados en el formalismo (Roger Fry, Henri Focillon), pasando por las escuelas sociológica (Friedrich Antal, Arnold Hauser, Pierre Francastel, Giulio Carlo Argan) o psicológica (Rudolf Arnheim, Max Wertheimer, Wolfgang Köhler), hasta perspectivas individuales y sintetizadoras como las de Adolf Goldschmidt o Adolfo Venturi. Una de las escuelas más reconocidas ha sido la de la iconología, que centra sus estudios en la simbología del arte, en el significado de la obra artística. A través del estudio de imágenes, emblemas, alegorías y demás elementos de significación visual, pretenden esclarecer el mensaje que el artista pretendió transmitir en su obra, estudiando la imagen desde postulados mitológicos, religiosos o históricos, o de cualquier índole semántica presente en cualquier estilo artístico. Los principales teóricos de este movimiento fueron Aby Warburg, Erwin Panofsky, Ernst Gombrich, Rudolf Wittkower y Fritz Saxl.
En Egipto y Mesopotamia surgieron las primeras civilizaciones, y sus artistas/artesanos elaboraron complejas obras de arte que suponen ya una especialización profesional.
Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX se sentaron las bases de la sociedad contemporánea, marcada en el terreno político por el fin del absolutismo y la instauración de gobiernos democráticos –impulso iniciado con la Revolución francesa–; y, en lo económico, por la Revolución industrial y el afianzamiento del capitalismo, que tendrá respuesta en el marxismo y la lucha de clases. En el terreno del arte, comienza una dinámica evolutiva de estilos que se suceden cronológicamente cada vez con mayor celeridad, que culminará en el siglo XX con una atomización de estilos y corrientes que conviven y se contraponen, se influyen y se enfrentan.
El arte del siglo XX padece una profunda transformación: en una sociedad más materialista, más consumista, el arte se dirige a los sentidos, no al intelecto. Igualmente, cobra especial relevancia el concepto de moda, una combinación entre la rapidez de las comunicaciones y el aspecto consumista de la civilización actual. Surgen así los movimientos de vanguardia, que pretenden integrar el arte en la sociedad, buscando una mayor interrelación artista-espectador, ya que es este último el que interpreta la obra, pudiendo descubrir significados que el artista ni conocía. Las últimas tendencias artísticas pierden incluso el interés por el objeto artístico: el arte tradicional era un arte de objeto, el actual de concepto. Hay una revalorización del arte activo, de la acción, de la manifestación espontánea, efímera, del arte no comercial (arte conceptual, happening, environment).
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