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Atón



Atón (cuyo nombre significa ‘todo’ o ‘completoʼ en egipcio) se cree que era una deidad solar del Antiguo Egipto que representaba al disco solar en el firmamento. Se consideraba, en la mitología egipcia, el espíritu que alentaba la vida en la Tierra. El rey Akenatón, en el decurso de su reinado, veneró a Atón pretendiéndolo como divinidad única y exclusiva.[1]

En los primeros mitos sobre la creación de Egipto se afirma que él es el creador supremo.

Nombre egipcio: Aten. Nombre griego: Atón.

En los primeros tiempos se representó como un hombre con cabeza de halcón (igual a la representación del Ra-Harajti heliopolitano), después como disco solar del cual surgían rayos con manos extendidas hacia los creyentes, o sujetando signos de la vida.

En la antigüedad era el disco solar del cielo, la fuerza vital que animaba todo lo que había en la Tierra.

En la época de Amarna, Atón era un dios de bondad infinita, el que vivificaba la Justicia y el Orden cósmico, Maat, favoreciendo a todos los hombres por igual. El soberano era su enviado, y su profeta en la tierra, el único digno de inmortalidad.

Fue identificado con Tot, en su forma nocturna, llamándole "Atón de Plata".

En los nueve primeros años del periodo amarniense, Atón es identificado con Ra-Horajti y Shu como símbolo de luz, siendo "Ra, Soberano de Ajti, activo en Ajet". Ra pudo ser la esencia del Disco Solar, a la que se fusionará el rey, que es llamado Ua-en-Ra, "Uno en Ra" o "Su cuerpo es Atón".[2]

El culto a Atón data del Imperio Antiguo. Tutmosis IV y Amenhotep III le habían rendido veneración, convirtiéndose en culto monoteísta, o preferentemente henoteísta, durante la reforma religiosa del faraón Amenhotep IV "Amón está satisfecho", quien cambió su nombre por el de Ajenatón "Resplandor de Atón" o "Útil a Atón", en el siglo XIV a. C.

Su principal templo estaba en la ciudad de Ajetatón "El Horizonte de Atón", en la actual Amarna. El Himno a Atón, grabado en un muro de la tumba de Ay, y escrito por Ajenatón, es uno de las más bellos exponentes literarios de la cultura egipcia.

Cuando se estudia profundamente la nueva religión de Ajenatón, lo primero que se observa es una lucha obstinada por no dejarla exclusivamente en manos de los sacerdotes. Solo existe un máximo representante de la misma: el faraón al hacerse llamar sumo sacerdote de Ra-harajti, “Aquel que se regocija en el horizonte”.

Gran parte del clero, al perder sus privilegios, se opuso al culto preferente a Atón y los egipcios siguieron venerando a sus antiguos dioses para pedirles protección de las enfermedades o la resolución de sus necesidades más acuciantes. Se trató de crear un nuevo culto más sencillo al Atón, pero no dejó de ser más abstracto e intelectual.[3]

Tras la muerte de Ajenatón se volvió paulatinamente a la situación anterior y, posteriormente, se abandonó Ajetatón (Amarna) y, a la ascensión de la Dinastía XIX, se pretendió borrar todo vestigio de la aventura teocrática de Amarna.




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