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Avicenna



Ibn Sina o Avicena (por su nombre latinizado) es el nombre por el que se conoce en la tradición occidental a Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã (en persa: ابو علی الحسین ابن عبدالله ابن سینا; en árabe: أبو علي الحسین بن عبدالله بن سینا; Bujará, Gran Jorasán, c. 980-Hamadán, 1037). Fue médico, filósofo, científico, polímata, musulmán, de nacionalidad persa por nacimiento.[1]​ Escribió cerca de trescientos libros sobre diferentes temas, predominantemente de filosofía y medicina.

Sus textos más famosos son El libro de la curación y El canon de medicina, también conocido como Canon de Avicena. Sus discípulos le llamaban Cheikh el-Raïs, es decir 'príncipe de los sabios', el más grande de los médicos, el Maestro por excelencia, o el tercer Maestro (después de Aristóteles y Al-Farabi).

Es asimismo uno de los principales médicos de todos los tiempos.

Avicena, o Ibn Siná (como fue llamado en persa), nació el 20 de agosto de 980 en Afshana, (provincia de Jorasán, Transoxsiana, actualmente en Uzbekistán), cerca de Bujará. Sus padres eran también musulmanes.

Al parecer fue precoz en su interés por las ciencias naturales y la medicina, tanto que a los catorce años estudiaba solo. Se le envió a estudiar cálculo con un mercader, Al-Natili. Tenía buena memoria y podía recitar todo el Corán.

Cuando su padre fue nombrado funcionario, lo acompañó a Bujará, entonces capital de los Samaníes y allí estudió los saberes de la época, tales como física, matemáticas, filosofía lógica, y el Corán. Se vio influido por un tratado de Al-Farabi que le permitió superar las dificultades que encontró en el estudio de la Metafísica de Aristóteles. Esta precocidad en los estudios también se reflejó en una precocidad en la carrera, pues a los dieciséis años ya dirigía a médicos famosos y a los diecisiete gozaba de fama como médico por salvar la vida del emir Nuh ibn Mansur.

Consiguió permiso para acceder a la biblioteca real, donde amplió sus conocimientos de matemáticas, música y astronomía. Al llegar a la mayoría de edad había estudiado todas las ciencias conocidas. Se convirtió en médico de la corte y consejero de temas científicos hasta la caída del reino samaní en 999.

En Hamadán, el emir buyida Shams ad-Dawla le eligió como ministro. Se impuso entonces un programa de trabajo agotador, dedicándose de día al trabajo público y de noche a la ciencia. Trabajaba y dirigía la composición del Shifa y la del Canon médico. Contó con la ayuda de dos discípulos que se repartían la relectura de los folletos de las dos obras, siendo uno de ellos Al-Juzjani, su secretario y biógrafo.

A los veinte años, y por mediación de Abū Bakr al-Barjuy, escribió diez volúmenes llamados El tratado del resultante y del resultado y un estudio de las costumbres de la época conocido como La inocencia y el pecado. Con estos libros su fama como escritor, filósofo, médico y astrónomo se extendió por toda Persia, por donde se dedicó a viajar.

En 1021, la muerte del príncipe Shams al-Dawla y el comienzo del reinado de su hijo Sama' ad-Dawla cristalizaron las ambiciones y los rencores. Víctima de intrigas políticas Avicena fue a la cárcel. Disfrazado de derviche consiguió evadirse y huyó a Ispahán, al lado del emir kakúyida Ala ad-Dawla Muhammed.

Con treinta y dos años inició su obra maestra, el celebérrimo Canon de medicina (traducida al latín por Gerardo de Cremona), que contiene la colección organizada de los conocimientos médicos y farmacéuticos de su época en cinco volúmenes.

Durante una expedición a Hamadán, en el actual Irán, el filósofo sufrió una crisis intestinal grave, que padecía desde hacía tiempo y que contrajo, según dijeron, por exceso de trabajo y de placer. Intentó curarse solo pero su remedio le fue fatal. Murió a los cincuenta y seis años en el mes de junio de 1037, tras haber llevado una vida muy ajetreada y llena de vicisitudes, agotado por el exceso de trabajo.


Tuvo una influencia de importancia capital, pues supone la presentación del pensamiento aristotélico ante los pensadores occidentales de la Edad Media. Sus obras se tradujeron al latín en el siglo XII, reforzando la doctrina aristotélica en Occidente aunque fuertemente influida por el pensamiento platónico.

Avicena declaró haber leído en más de cuarenta ocasiones la Metafísica sin llegar a entenderla del todo, pues no expone el origen de las cosas como obra de un Creador bondadoso. Mezcló la doctrina aristotélica con el pensamiento neoplatónico, adaptando a su vez el resultado al mundo musulmán. Colocó a la Razón (manifestación objetiva de la voluntad del propio Dios) por encima de todo ser y explicó que con esto se nos llama a buscar la perfección.

También distinguió entre la esencia abstracta y el ente concreto que no exige existir, pero existe por la esencia. Además, el ente está compuesto por una parte necesaria (en este caso Alá, que existe siempre) y una parte de «lo posible» (el resto de los seres del mundo, que solo existen por una causa: la voluntad de Dios). Niega también la inmortalidad del alma como ente individual.

Curó una grave enfermedad al emir de Bujará, quien como recompensa le abrió las puertas de su gran biblioteca. Además de numerosas obras de medicina escribió también sobre filosofía, donde conjugaba la tradición aristotélica con elementos neoplatónicos.

Tuvo una gran influencia en pensadores posteriores de la talla de Tomás de Aquino, Buenaventura de Fidanza o Duns Escoto. También planteó mucho antes que Descartes un pensamiento similar al de este: el conocimiento indudable de la propia existencia.[2]

En muchos libros de filosofía se hermana su pensamiento con el del cordobés Averroes, pues suponen el acercamiento del islam (y del Cercano Oriente en general) a la filosofía griega.

Aunque muy proclive a la mística, trató el tema de modo objetivo. El ascetismo no le bastaba; creía que se debía buscar la iluminación como acto final de conocimiento. La iluminación se obtiene por medio de los ángeles que actúan como unión entre las esferas celestiales y la terrestre. Podemos por ello decir que Avicena abrió el camino a una nueva rama de la filosofía islámica, la Sabiduría de la iluminación o lumínica, la llamada Híkmat al-Ishraq (Metafísica de la Luz), inaugurada por su seguidor Suhrauardi.

De una amplitud variable según las fuentes (276 títulos para G. C. Anawati, 242 para Yahya Mahdavi), de los que se conservan 200, la obra de Avicena es numerosa y variada. Avicena ha escrito principalmente en la lengua culta de su tiempo, el árabe clásico, pero a veces también en la lengua vernácula, el persa.

Uno de sus textos más famosos es Al Qanun, canon de medicina también conocido como Canon de Avicena, es una enciclopedia médica de 14 volúmenes escrita alrededor del año 1020. Se basa en una combinación de su propia experiencia personal, de medicina islámica medieval, de los escritos de Galeno, Sushruta y Charaka, así como de la antigua medicina persa y árabe. El Canon se considera uno de los libros más famosos de la historia de la medicina.

La obra filosófica maestra de Avicena es al-Shifá (La Curación), de marcado carácter enciclopédico. Su compendio es al-Nayat (La Salvación). Por su tamaño y por la importancia del papel que representó, al-Shifá puede compararse con al-Qanun. Publicada La Curación en seis volúmenes (El Cairo, 1952-1965), es quizás la obra filosófica de mayores dimensiones hecha por un hombre solo. Empieza por la lógica e incluye física y metafísica, botánica y zoología, matemáticas y música, y psicología.[3]

En otra gran obra, Kitab al-Isharat wa-l-tanbihat (Libro de las orientaciones y las advertencias), trata temas de filosofía y mística, y dedicó tres capítulos al sufismo, que también trató en otros treinta y dos libros sobre el tema. En esta obra aparece su famoso argumento del Hombre Volante, predecesor del cógito cartesiano, en el que exponía que un hombre suspendido en el aire aislado, sin ningún contacto con nada, ni siquiera su propio cuerpo, sin ver ni oír, afirmará sin duda alguna que existe e intuirá su propio ser.[2]

Es autor de monumentos, de obras más modestas, pero también de textos cortos. Su obra cubre toda la extensión del saber de su época:

La finalidad personal del filósofo encontró su acabado en la filosofía oriental (hikmat mashriqiya), que tomó la forma de la compilación de veintiocho mil temas. Esta obra desapareció de Ispahán en 1034, y no quedan más que algunos fragmentos.

Durante varios siglos, hasta el siglo XVII, su Qanûn ('Canon') fue la base de la enseñanza tanto en Europa, donde destronó a Galeno, como en Asia.

A él se debe el uso de la casia, del ruibarbo, del tamarindo, etc.

Las obras de Avicena fueron publicadas en árabe, en Roma, en 1593, in-folio.

Se tradujeron al latín y se publicaron sus Cánones o Preceptos de medicina, Venecia, 1483, 1564 y 1683; sus Obras filosóficas, Venecia, 1495; su Metafísica o filosofía primera, Venecia, 1495.

Pierre Vattier había traducido todas sus obras en francés; solo se publicó la Lógica, París, 1658, en octavo.

El Kitab Al Qanûn fi Al-Tibb («Libro de las leyes médicas»), compuesto por cinco libros, es la obra médica mayor de Avicena.

Su Canon tuvo mucho éxito, eclipsando los trabajos anteriores de Al-Razi, Haly-Abbas, Abulcasis e incluso los posteriores de Ibn-Al-Nafis. Las cruzadas del siglo XII al siglo XVII trajeron de nuevo a Europa el Canon de la medicina, que influenció la práctica y la enseñanza de la medicina occidental.

La obra fue traducida al latín por Gerardo de Cremona entre 1150 y 1187, e impresa en hebreo en Milán en 1473, después en Venecia en 1527 y en Roma en 1593. Su influencia fue duradera y el Canon solo fue puesto en duda a partir del Renacimiento: Leonardo da Vinci rechazó la anatomía y Paracelso lo quemó. Fue el desarrollo de la ciencia europea lo que provocaría su obsolescencia, como en el caso de la descripción de la circulación de la sangre realizada por William Harvey en 1628. Sin embargo esta obra marcó durante mucho tiempo el estudio de la medicina e incluso en 1909, se dio una clase sobre la medicina de Avicena en Bruselas.

Avicena destaca en los ámbitos de la oftalmología, de la gineco-obstetricia y de la psicología. Se detiene mucho en las características de los síntomas, describiendo todas las enfermedades catalogadas de la época, incluso aquellas que atañen a la psiquiatría.

Puede ser considerado el inventor de la traqueotomía, cuyo manual operatorio sería precisado por el célebre cirujano árabe Abulcasis de Córdoba. En el Renacimiento se encontró información de una intervención semejante, llevada a cabo por el médico italiano Antonio Musa Brassavola.

Pero ante todo, Avicena se interesa por los medios de conservar la salud. Recomienda la práctica regular de deporte o la hidroterapia en medicina preventiva y curativa. Insiste en la importancia de las relaciones humanas en la conservación de una buena salud mental y somática.

La medicina de Avicena podría resumirse en la frase de introducción de Urdjuza Fi-Tib' (Poema de medicina): «La medicina es el arte de conservar la salud y eventualmente de curar la enfermedad ocurrida en el cuerpo».



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