La Batalla de Garigliano se libró en junio de 915 entre las fuerzas de la Liga cristiana y tropas sarracenas. La victoria cristiana marcó el final de los musulmanes en la península Itálica. El Papa Juan X dirigió personalmente las fuerzas cristianas en la batalla.
Después de una serie de devastadores ataques contra las principales ciudades de la región italiana del Lacio durante la segunda mitad del siglo IX (saqueo de Roma y el sitio de Gaeta en 846, la destrucción de Montecassino en 883), los sarracenos fundaron una colonia cerca de la antigua ciudad de Minturno, situada en la desembocadura del río Garigliano, y pactaron alianzas con los nobles cristianos locales aprovechando las divisiones existentes entre los mismos.
El papa Juan X inició entonces los contactos con los nobles cristianos para formar una Liga cristiana que lograra expulsar a los sarracenos. Aunque los primeros intentos fracasaron debido a la negativa de importantes feudos, como Gaeta y Nápoles, en 915 se logró constituir la Liga con la participación del Papado y los príncipes lombardos y bizantinos del sur de Italia, como Atenolfo II de Benevento y su hijo Landolfo II, Guaimar II de Salerno, Gregorio IV de Nápoles y su hijo Juan, Juan I de Gaeta y su hijo Docibile.
Berenguer I, en ese momento el Rey de Italia, envió fuerzas para apoyar Spoleto y la Marche, poniendo al frente de sus tropas a Alberico I, Duque de Spoleto y Camerino. El Imperio Romano de Oriente contribuyó mediante el envío de un fuerte contingente de Calabria y Apulia al mando del Strategos de Bari, Nicola de Picingli. Juan X en persona se puso al frente de las tropas de la Toscana y del Lacio.
Las primeras acciones de guerra se produjeron en el norte de Lacio, donde un pequeño grupo de saqueadores fue interceptado y derrotado. Los cristianos lograron otras significativas victorias en Campo Baccano, en la Via Cassia, y en Tivoli y Vicovaro.
Tras estas derrotas los musulmanes se retiraron a su principal baluarte en Garigliano, comenzando el asedio cristiano en junio de 915. Después de resistir varios ataques dirigidos por Alberico y Landolfo, la falta de alimento de los sitiados sarracenos les obligó a intentar huir para llegar a la costa y huir a Sicilia, aunque según las crónicas fueron capturados y pasados por las armas.
Con la victoria, Berenguer I fue recompensado por el Papa con la coronación imperial, mientras que Alberico I logró un importante peso político entre la aristocracia romana. Por su parte, Juan I de Gaeta amplió sus posesiones territoriales hasta Garigliano y recibió el título de patricius de Bizancio, lo que permitió a su familia utilizar el título de Duque.
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