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Calzas



Las calzas fueron prendas de vestir que cubrían la parte inferior del cuerpo humano. Documentadas desde el siglo vii,[1]​ las distintas variedades incluirían a lo largo de su evolución histórica: las calzas/bragas, prendas elegantes hasta la rodilla, las medias/calzas, desde la rodilla hasta el pie, sea incluido o excluido, con modelos ajustados al cuerpo u holgados —como los zaragüelles— o piezas de fantasía como las calzas botargas (anchas y largas), las calzas atacadas (síntesis de botargas y follardos),[a][2]​ o los gregüescos, prototipo de las calzas estofadas (es decir, acuchilladas, abullonadas, acolchadas, picadas, etcétera).[3]

Aunque en su origen fueron prendas masculinas, evolucionaron en diversos tipos de pantalón o calzón largo para ambos sexos.[b][4]​ Han llegado a generar modelos de leotardos, polainas («leggings»), pololos, y ‘pantis’, con desarrollo específico en actividades atléticas. Asimismo, pueden considerarse el precedente indumentario del calzón, los calzoncillos y las bragas, y etimología de calzones, calcetines, medias (de medias calzas) y calzado.[3]​ Los manuales de historia de la indumentaria consideran las calzas prendas precedentes del pantalón, las medias y los leotardos.[1][3]

Las calzas, que en su origen no eran fabricadas por los sastres sino por los zapateros, a partir del Renacimiento se encuentran como prenda de vestir masculina o gran calzón que cubría desde la cintura hasta los pies inclusive.[c][6]​ En un principio, aparecen como una prenda similar a una media corta o calcetín de montaña largo que se sujeta por encima de la rodilla con tiras entrecruzadas, pero que al acortarse las prendas de vestir (como la “saya masculina” medieval, el sayo y el sayal),[7][8]​ por influencia de las modas cortesanas, las calzas suben hasta la horcajadura, y a partir del siglo xiv hasta la cintura (calzas enteras),[9]​ llegando a convertirse en un «verdadero calzón cerrado».[1]​ Otro de los precedentes más antiguos eran las calzas redondas o con cola («acabadas en punta a un lado») que Boucher describe como dos piezas separadas; no así las calzas con trabillas o «de fondo plano», que se sujetaban por debajo del pie con una simple tira. También explica que las calzas con pies podían disponer de una suela incluida, lo que confirma su manufactura por zapateros antes que por sastres.[1]​ Antes de que las calzas llegaran hasta la cintura se sujetaban al jubón con un juego de cordones con herretes o «agujetas», que pasaban por unos ojales.[d]

En el siglo xvi la moda divide en dos piezas las calzas que,[10]​ a su vez, empiezan a generar modelos nacionales (así, por ejemplo, las calzas italianas, francesas, castellanas o vizcaínas), que los estudiosos, no obstante, no han podido descubrir en qué se diferenciaban.[11]​ Las modas producirán prendas modificadas como la trusa, los gregüescos y el calzón,[1]​ que crearon a su vez nuevas variedades más o menos específicas.[12]

Un repaso de la historia del traje en Occidente permite diferenciar un amplia tipología relacionada con las variedades y variaciones de las calzas.[13][14][15]

Además de las calzas más sencillas o de diario (como el «picote o anacoste») y las cueras o calzas cueras, por estar confeccionadas de cuero, la composición de la prenda ha producido a lo largo de la historia numerosas variedades. Entre ellas:

En un estudio ejemplar sobre la indumentaria española en la época de los Austrias, Herrero García diferencia hasta 16 tipos de calzas:[18]

A estas, históricas,[20]​ se podrían añadir otras prendas derivadas que han sobrevivido y comercializado, como el leotardo, las polainas (los muy diversos «leggings»), el pololo, e incluso los ‘pantis’ o pantimedias.

El dramaturgo del siglo de Oro español, Tirso de Molina escribió una obra titulada Don Gil de las calzas verdes (1635), tragicomedia de enredo, que se abre con una escena en el Puente de Segovia de Madrid, en la que se presenta a la protagonista de esta manera: «Sale Doña Juana, de hombre, con calzas y vestido todo verde».[f]

Asimismo, de entre las muchas y pintorescas calzas que Cervantes describió en el Quijote, cabría recordar este párrafo del capítulo XLIII de la Segunda Parte, que trata De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza:[21]



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