La capilla de Villaviciosa fue la primitiva capilla mayor de la Mezquita-Catedral de Córdoba, siendo levantada en el lucernario de Alhakén II entre los años 1486 y 1496 debido a la promoción del obispo de Córdoba Íñigo Manrique de Lara y aprovechando la presencia de la reina Isabel I la Católica en Córdoba. Fue la primera gran modificación de la mezquita islámica posterior a la conquista cristiana de la ciudad en el siglo XIII.
En este lugar se celebró la primera ceremonia católica el 29 de junio de 1236 tras la conquista de la ciudad por el monarca Fernando III el Santo, convirtiéndose en capilla mayor desde ese momento, probablemente por ser la zona más iluminada gracias al lucernario. La gran modificación estructural se produjo durante el obispado de Íñigo Manrique de Lara, cuya supultura se haya en la Capilla, que consiguió el permiso de la reina Isabel I para la construcción de una nave gótica. La estructura se construyó durante una década, entre 1486 y 1496, en cuyos casetones de madera se inscribió en griego y en latín el nombre de Jesucristo.
La capilla de Villaviciosa fue el lugar de cumplimiento de todas las obligaciones y devociones hasta 1607, en que todas fueron trasladadas a la nueva capilla Mayor. Ese año, tras la conclusión del nuevo crucero y coro del templo por Juan de Ochoa, la capilla mayor modificó su nombre a capilla de Villaviciosa, debido a la imagen de una virgen que se hallaba en este lugar desde el siglo XIV y que se veneró desde entonces.
A partir de 1879 se retira todo el ajuar religioso que albergaba la capilla, así como los restos de la bóveda barroca para dejar a la vista la obra califal, conservándose una pintura medieval de la imagen de Cristo en el Museo de Bellas Artes de Córdoba. Las últimas restauraciones efectuados fueron las vidrieras neogóticas diseñadas por Mateo Inurria, así como la gran modificación de Ricardo Velázquez Bosco a comienzos del siglo XX, momento en el que fueron trasladadas a este lugar muchas de las laudas sepulcrales que contiene, mereciendo destacarse la del obispo Alonso Manrique, que luce su escudo episcopal entre motivos ornamentales mudéjares.
Fue transformada a finales del siglo XV, convirtiéndose entonces en una nave con arcos apuntados de cantería y moldura gótica, cubierta a dos aguas y arcos formeros de medio punto. Nos encontramos ante el único ejemplo en Córdoba donde se utilizó una techumbre de madera sobre arcos diafragmas; de ahí el interés por su análisis, aunque también reside en el ajuste de una concepción arquitectónica del gótico tardío a las formas musulmanas previamente existentes, magistralmente realizado. Esta techumbre es la única de este tipo existente en Córdoba y se debió realizar a finales del siglo XV. En esta época ya habían llegado a Córdoba las bóvedas estrelladas, que constituían la cubierta más frecuente en aquel entonces; por tal motivo, la techumbre de la nave de Villaviciosa es una excepción en la ciudad. Su construcción pudo estar condicionada por la cubrición de las naves musulmanas con techumbres de madera. En cuanto a los antecedentes, hay que señalar que se venía utilizando comúnmente desde mucho tiempo antes, en numerosas iglesias gallegas y catalanas, de forma que se extendió por toda la Península. A los pies tiene un rosetón de tracería gótica.
Mientras que en uno de sus lados se respetaron los arcos de herradura de la mezquita, con sus respectivas columnas, en el lado opuesto se hicieron arcos sobre anchas pilas de ángulos redondeados, como si se hubiera embutido una columna en cada uno de ellos, por lo que resultan semejantes a las del claustro de San Jerónimo, construido a fines del siglo XV y principios del siglo XVI.
La bóveda que cubre la capilla se levanta sobre una planta rectangular. Los huecos o lucernas surgieron en la línea de arranque de los arcos y mientras cuatro de estos unen los puntos medios de los flancos, concretando el dibujo de un cuadro, otros cuatro, que se unen de dos en dos, se integran por los centros de los anteriores. El cuadrado del centro da lugar a un octógono por un cerco de figuras triangulares, y consigue una bóveda de doce gallones, llamados así porque traen a nuestra imaginación los gajos de una gigantesca naranja. Los cuatro ángulos de la planta cuentan con cuatro bóvedas pequeñas, intercaladas de otros gallones y estrellas que han surgido del acto creador de los arcos entrelazados. Los sillares de la capilla se hallan dispuestos a soga y tizón.
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