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Casti connubii



Casti connubii, en español, [Dignidad] del casto matrimomio, es la 17ª encíclica del Papa Pío XI, del 31 de disiembre de 1930, en ella trata sobre el matrimonio y ratifica cuando había escrito anteriormente el Papa León XIII en la Arcanum divinae sapientiae sobre la dignidad y sacralidad de ese sacramento, examinando algunos de los errores contemporáneos en esta materia.

En la presentación de la encíclica, tal referirse a los destinatarios, indica el tema de la encíclica; "Del matrimonio cristiano, en especial de sus necesidades, errores y vicios en las presentes condicones de la sociedad y la familia",

Se inicia después el extenso texto de esta encíclica (54 páginas en el Acta Apostolicae Sedis), con estas palabras:

Para alcanzar esa restitución del matrimonio a su original naturaleza es necesario recordar las enseñanzas que al respecto nos entregó Jesús; por otra parte, se comprueba que por muchas personas se desconoce la santidad del matrimonio, y se difunden errores que deben rechazarse, por esto -afirma el Papa- siguiendo las huellas de su predecesor, León XIII[2]​, quiere recordar las enseñanzas sobre el matrimonio, empezando por afirmar:

Tras esta introducción se continúa la exposición a lo largo de tres apartados[4]

La exposición de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio sigue las enseñanzas de San Agustín, que identifica los tres bienes del matrimonio: "la prole, la fidelidad y el sacramento"[5]​. Al hablar de los hijos el Papa recuerda

Una consideración que permea toda la encíclica. Se refiere después a la unidad e indisolubilidad del matrimonio relacionando esta propiedad con la exigencia de la castidad conyugal y al deber de santidad que alcanza como es lógico a los casados, como a cualquier hombre o mujer[6]​. Explica además, que el bien del sacramento se relaciona tanto con esa indisolubilidad como a la elevación y consagración que Cristo ha hecho del contrato matrimonial.

Pío XI manifiesta el dolor que siente al ver cómo la institución del matrimonio es ultrajada

Analiza después los principales errores que atentan contra los bienes del matrimonio. En cuanto a la prole cuando se busca evitarla viciando el acto conyugal, rechazando así el fin primario del matrimonio -la generación de la prole-, pues los fines secundarios -el auxlio mutuo, el fomento del amor rcíporco y la sedación de la concupiscencia- son legitimos, pero siempre que quede a salvo la naturaleza intrínseca del acto conyugal y, por tanto, su subordinación al fin primario.

Condena así mismo el aborto, lamentándose de que la legislación de algunos países coopere a ese crimen, renunciando al deber que tiene las autoridades públicas de verlar por la vida de los inocentes. Se refiere también a las relaciones extramatrimoniales, o la pretendida emancipación de la mujer que, en realidad no es tal, pues tal como la proponen algunos suponen una "corrupción del carácter propio de la mujer y de su dignidad de madre"[7]​. La introducción del divorcio en algunas legislaciones ofende al sacramento, en este sentido el Papa recuerda la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio civil y los matrimonios mixtos.

Identificados esos errores, la encíclica pasa a exponer el modo de remediarlos. Ante todo, resulta necesario recordar la necvsidad de "volver a conformarse con la razón divina que (como enseña el Doctor Angélico)[8]​ es el ejemplar de toda rectitud"[9]​., esto llevará a considerar atentamente la razón divina del matrimonio, y atender a las enseñanzas de la Iglesia en esta materia, no solo en las declaraciones solemnes, sino también en el magisterio ordinario, proporcionando a los fieles la formación de mente y voluntad para vivir esas enseñanzas.

Se hace además necesaria una reforma de la sociedad civil pues

Junto a esto es preciso que la legislación, lejos de cohonestar con situaciones que dañan el matrimonio disponga

Termina Pío XI implorando a Dios las gracias necesarias para que se robustezca la fuerza y la caridad de los corazones para vencer los peligros que se ciernen sobre el matrimonio y la familia; impatiendo con esos deseos la bendición apostólica a los obispos, clero y pueblo fiel.




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