Cesarismo (por Julio César) es un concepto utilizado por diversos autores para definir un sistema de gobierno centrado en la autoridad suprema de un jefe militar, y en la fe en su capacidad personal, a la que atribuyen rasgos heroicos. Este líder, surgido en momentos de inflexión política, se presenta como la alternativa para regenerar la sociedad o conjurar hipotéticos peligros internos y externos. Por esto este tipo de gobierno suele presentar algunos elementos de culto de la personalidad.
Habitualmente se considera que sus exponentes clásicos son Julio César, Oliver Cromwell, Napoleón I y Otto von Bismarck
El cesarismo también se caracterizaría por una mayor confianza o preferencia por las soluciones militares, como la guerra o la imposición de la voluntad al adversario.
Bonapartismo se utiliza comúnmente como sinónimo de cesarismo, aunque hay autores que establecen diferencias conceptuales o reducen el término a las ideología propia del gobierno de Napoleón I.
Trotsky, por ejemplo, considera el bonapartismo como la manifestación burguesa del cesarismo.
Los siguientes gobernantes hispanoamericanos son considerados cesaristas por algunos autores:
También se ha dado en llamar gorilismo a cierta forma de cesarismo latinoamericano propia del siglo XX; el de las numerosas dictaduras militares establecidas por golpe de estado y mantenidas gracias a la represión y matonaje directo. En Latinoamérica ha surgido además el término "cesarismo democrático", propuesto en Laureano Vallenilla Lanz (1925), caracterizado como un gobierno basado en la reelección permanente de un líder carismático que concentra gran poder o como una autocracia que busca legitimarse mediante votación.
Pierre Joseph Proudhon, el padre del anarquismo, ocupó el término en Le manuel du spéculateur à la bourse para describir una fase de la evolución del capitalismo: el "cesarismo económico".
A raíz de la ascensión de Napoleón III al poder en Francia, la palabra cesarismo parece ponerse en boga en diversos escritos de análisis político. En su obra El 18 de brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx entendía el cesarismo literalmente como una forma política surgida en la Antigua Roma, por lo que consideraba que el concepto no se ajustaba a la nueva realidad, constituyéndose en una comparación histórica forzada:
Según afirma Oswald Spengler, en el ensayo La decadencia de Occidente, su aparición en la historia representaba la muerte de los espíritus generalmente animados de una nación y sus instituciones. Se trataría, así mismo, un gobierno caracterizado por ser amorfo, más allá de la existencia de un estado de derecho formal. Las instituciones tradicionales, pese a su mantención, no tienen peso.
Sería el preámbulo de lo que llama la Edad Imperial.
Spengler escribió sobre el tema tras la Primera Guerra Mundial, publicando los dos volúmenes de su obra entre 1918 y 1923. Entonces afirmó que el mundo se aprontaba a entrar en una época de cesarismo, motivada por la muerte de su alma.
Para León Trotsky:
En este sentido parece rescatar una idea relativa de Marx sobre los sucesos que llevaron al poder a Napoleón III, pese a que este no era partidario de universalizar el término cesarismo:
Trotsky también ubicaba al estalinismo como una forma emparentada con el cesarismo y su derivado burgués, el bonapartismo.
Antonio Gramsci, en escritos fechados entre 1932 y 1934, lo definía como sigue:
Gramsci agregaba que el cesarismo escondía, bajo su aparente voluntarismo, soluciones de compromiso. Si se unía la existencia de esos compromisos "limitativos de la victoria" y un discurso regenerador, ya fuera de revolución o restauración, se estaba en presencia del cesarismo:
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