El conde Lucanor es una obra narrativa de la literatura castellana medieval escrita entre 1331 y 1335 por Don Juan Manuel, Príncipe de Villena y nieto del rey Fernando III de Castilla. Su título completo y original en castellano medieval es Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio.
El libro está compuesto por cinco partes, la más conocida de las cuales es una serie de 51 exempla o cuentos moralizantes tomados de varias fuentes, como Esopo y otros clásicos, así como de cuentos tradicionales árabes. La «Historia del deán de Santiago y el mago de Toledo» (cuento XI) tiene semejanzas con cuentos tradicionales japoneses, y la historia de una mujer llamada Doña Truhana (cuento VII) —el «Cuento de la lechera», pero ligeramente variado— ha sido identificada por Max Müller como originada en el ciclo hindú Pancha-tantra.
El Conde Lucanor fue escrito, posiblemente en su mayor parte, en el castillo de Molina Seca, hoy Molina de Segura, en Murcia, pues en la época en que se escribe, tanto el recinto amurallado como la villa, formaban parte de los dominios del Infante Juan Manuel, donde pasaba largas temporadas. La importancia del enclave residía en que se hallaba a escasas leguas de Murcia capital, en el camino de su entrada desde él.
El propósito didáctico y moral es la marca del libro. El conde Lucanor empieza la conversación con su consejero Patronio, planteándole un problema («Un hombre me ha hecho una propuesta…» o «Temo que tal o cual persona intenta…») y solicita consejo para resolverlo. Patronio siempre responde con gran humildad, asegurando no ser necesario dar consejo a una persona tan ilustre como el conde, pero ofreciéndose a contarle una historia de la que este podrá extraer una enseñanza para resolver su problema. Los cuentos son exempla, género asentado en la tradición literaria medieval.
Cada capítulo termina más o menos de la misma forma, con pequeñas variaciones: «Et entendiendo don Johan que estos ejemplos eran muy buenos, filósofos escribir en este libro, et fizo estos viesos en que se pone la sentençia de los exiemplos. Et los viessos dizen assí». El libro se cierra con un pareado que condensa la moraleja de la historia. Luego viene al final de cada cuento una extraña frase: «y la historia de este ejemplo es esta que se sigue». Esto es de difícil interpretación, puesto que no viene nada además de eso. Autores como José Manuel Blecua afirman que puede ser debido a que hace alusión a una miniatura que debió de existir en el códice original, donde se plasmaba la narración anterior.
No penséis ni creáis que por un amigo
hacen algo los hombres que les sea un peligro.
Con la ayuda de Dios y con buen consejo,
sale el hombre de angustias y cumple su deseo.
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
Quien se sienta caballero debe imitar este salto,
no encerrado en monasterio tras de los muros más altos.
El que esté bien sentado, no se levante.
Quien te encuentra bellezas que no tienes,
siempre busca quitarte algunos bienes.
Los males al comienzo debemos arrancar,
porque una vez crecidos, ¿quién los atajará?
En realidades ciertas os podéis confiar,
más de las fantasías os debéis alejar.
Si no te piensas bien a quién debes prestar,
sólo muy graves daños te podrán aguardar.
Estando vuestras tierras protegidas de daño,
evitad las argucias que urden los extraños.
Por padecer pobreza nunca os desaniméis,
porque otros más pobres un día encontraréis.
Cuanto más alto suba aquel a quien ayudéis,
menos apoyo os dará cuando lo necesitéis.
No sientas miedo nunca sin razón
y defiéndete bien, como un varón.
A quien te haga mal, aunque sea a su pesar,
busca siempre la forma de poderlo alejar.
Amarás sobre todo el tesoro verdadero,
despreciarás, en fin, el bien perecedero.
Movidos por el temor, no decidáis atacar,
que siempre sabe vencer quien siempre sabe esperar.
Si por descanso y placeres la buena fama perdemos,
al término de la vida deshonrados quedaremos.
Cuando tu provecho pudieras encontrar
no debieras hacerte mucho de rogar.
No te quejes por lo que Dios hiciere
pues será por tu bien cuando Él quisiere.
Al que antes tu enemigo solía ser
ni en nada ni nunca le debes creer.
Jamás aventures o arriesgues tu riqueza
por consejo de hombre que vive en la pobreza.
No amonestes al joven con dureza,
muéstrale su camino con franqueza.
Por dichos y por obras de algunos mentirosos,
no rompas tu amistad con hombres provechosos.
No comas siempre de lo ganado,
pues en penuria no morirás honrado.
Por palabras y hechos bien podrás conocer,
en jóvenes mancebos, qué llegarán a ser.
El verdadero hombre logra todo en su provecho,
mas el que no lo es pierde siempre sus derechos.
Evitad la mentira y abrazad la verdad,
que su daño consigue el que vive en el mal.
Desde el comienzo debe el hombre enseñar
a su mujer cómo se ha de portar.
Aunque muchas cosas parezcan sin razón,
miradas más de cerca, ¡qué verdaderas son!
Soporta las cosas mientras pudieras,
y véngate sólo cuando debieras.
Por quien no agradece tus favores,
no abandones nunca tus labores.
Si algo muy provechoso tú puedes hacer
no dejes que con el tiempo se te pueda perder.
A quien te aconseja encubrir de tus amigos
más le gusta engañarte que los higos.
Si Dios te concediera honda seguridad,
intenta tú ganarte feliz eternidad.
Nunca te metas donde corras peligro
aunque te asista un verdadero amigo.
Si desde un principio no muestras quién eres,
nunca podrás después, cuando quisieres.
Con la ira en las manos nunca debes obrar,
si no, da por seguro que te arrepentirás.
Tened esto por cierto, pues es verdad probada:
que la holganza y la honra no comparten morada.
A quien por codicia su vida aventura,
sabed que sus bienes muy poco le duran.
Si de cualquier manera la guerra has de tener,
abate a tu vecino, no al de mayor poder.
Haz siempre el bien, mas con recta intención,
si deseas el cielo, si buscas salvación.
Si algún bien hicieres que importante no fuere,
como el bien nunca muere, hazlo mayor si pudieres.
Si deseas evitar tan grandes desventuras
no te dejes convencer por las falsas criaturas.
Porque el Bien con sus armas siempre vence al Mal,
sabed que al hombre malo nadie debe ayudar.
Nunca dejes de hacer lo que es debido,
aunque algunos no se porten bien contigo.
Mala muerte le espera, mala vida le aguarda
al que en Dios no confía, ni goza en su esperanza.
Haz siempre el bien sin levantar recelos,
que así siempre tu fama se extienda por los cielos.
Si alguno no quiere en lo tuyo ayudar,
cuando algo te pida, responde que lo harás.
Nunca podría el hombre tan buen amigo hallar
sino Dios, que lo quiso con su sangre comprar.
Por este mundo vano, fugaz, perecedero,
no pierdas nunca el otro, mucho más duradero.
Obra bien por vergüenza si quieres bien cumplir,
que es la vergüenza madre de todo buen vivir.
A los justos y humildes, Dios los ensalza:
a quienes son soberbios, Él los rechaza.
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