La conspiración de la pólvora (en inglés: Gunpowder Plot) fue un complot fallido organizado por un grupo de provinciales católicos ingleses (Robert Catesby, Guy Fawkes) para matar al rey Jacobo I, a su familia y a la mayor parte de la aristocracia protestante. La operación estaba prevista llevarse a cabo explotando las Casas del Parlamento durante la Apertura de Estado (5 de noviembre de 1605). Los conspiradores habían planeado secuestrar a los infantes reales, no presentes en el Parlamento, e incitar una rebelión en las Midlands. Esta medida pretendía ser la señal para un gran levantamiento de los católicos ingleses, descontentos por las severas medidas penales y reprensión adoptadas contra ellos, que finalizaría con la instalación de un rey obediente al Papa en el trono inglés. Realizados los preparativos, el Gobierno descubrió la conjura, que acabó con la ejecución de la mayor parte de los conspiradores y sirvió de pretexto para un endurecimiento de las medidas anticatólicas. El complot de la pólvora fue uno de una serie de tentativas de asesinato fracasadas contra Jacobo I, que siguieron al Complot Principal y al Complot ¡Adiós! de 1603. Muchos[cita requerida] creen que la conspiración de la pólvora fue parte integral de la llamada Contrarreforma católica.
El 5 de noviembre de cada año, se celebra en el Reino Unido, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Terranova, Canadá, San Cristóbal y Nieves, algunas partes de Estados Unidos y antiguamente en Australia el fracaso del complot. Allí se conoce como la Noche de Guy Fawkes, la Noche de la Hoguera y la Noche de los Fuegos Artificiales. El descubrimiento a tiempo de la conspiración (5 de noviembre de 1605) impidió el derrocamiento de la dinastía protestante de los Estuardo, personificada en Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, y la entronización de un monarca católico, previsiblemente su hijo el príncipe Carlos, debidamente instruido en los dogmas católicos.
La difunta Isabel I había mostrado una especial animadversión contra los católicos leales al Papa, a quienes prohibió ir a misa y obligó a asistir a los oficios de la Iglesia de Inglaterra. Isabel, excomulgada por el Papa en 1570, se había encargado de ejecutar en 1587 —un año antes de la desventura de la Gran Armada— a la reina de Escocia, María I Estuardo [no confundir con María I Tudor, alias Bloody Mary («María la sanguinaria»), hermanastra mayor de Isabel I y antecesora de ésta en el trono de Inglaterra] para alejar la posibilidad de un golpe de Estado de los seguidores de la Iglesia de Roma. Cuando le sucedió Jacobo I, casado con la reina católica Ana de Dinamarca, se pensó que se suavizarían las leyes anticatólicas, pero ocurrió todo lo contrario, se endurecieron. No obstante, la aplicación de tales normas se hizo más laxa.
El 26 de marzo de 1604, Robert Catesby, Thomas Winter y John Wright se reunieron secretamente para intentar acabar con la represión anglicana. Unas semanas después, Catesby invitó a un cuarto conjurado, Guy (Guido) Fawkes, a entrevistarse con el condestable de Castilla, Juan de Velasco, que se hallaba en Londres para negociar un tratado de paz con Inglaterra, después de 20 años de guerra entre las dos naciones, que sería firmado en el tratado de Somerset ese mismo año.
Fawkes tenía una larga experiencia en las artes de la guerra, habiendo luchado en los Países Bajos en un regimiento de exiliados católicos ingleses bajo estandarte español. El plan consistía en colocar unas cargas de pólvora en los sótanos del Parlamento para hacerlas estallar en la próxima ceremonia de apertura. Al año siguiente se sumaron al proyecto otros cinco personajes: Thomas Bates, John Grant, Robert Keyes, Robert Wintour y Christopher Wright. Posteriormente, se juntaron sir Everard Digby, Ambrose Rookwood y Francis Tresham para costear parte de la operación.
Los doce conspiradores alquilaron una dependencia en los sótanos del Parlamento, donde poco a poco fueron almacenando 36 barriles de pólvora, aguardando a que el rey abriese oficialmente las puertas del Parlamento, a principios de octubre de 1605, para hacerlos estallar. Pero una epidemia de peste obligó a aplazar la ceremonia hasta el 5 de noviembre.
Diez días antes, un noble católico, William Parker, barón de Monteagle y cuñado de Tresham, recibió una carta anónima en la que se le advertía del peligro que corría al asistir a la ceremonia del rey. Quizás fuera Tresham el autor de la misiva, o acaso Robert Cecil, conde de Salisbury, conocedor desde hacía meses del plan de magnicidio y organizador más que probable, con su equipo de espías e infiltrados, de un contracomplot dirigido a descabezar definitivamente la «hidra jesuítico-católica-romana».
El 4 de noviembre, Salisbury dio orden al jefe de seguridad para que registrase el edificio del Parlamento. Allí encontraron a Guy Fawkes ultimando los preparativos para la voladura. Historiadores afirman que no reveló los nombres de sus cómplices, otros dicen que sólo algunos. Sin embargo, no cabe duda alguna de que fue torturado brutalmente.
Tras esto, algunos de los conspiradores fueron detenidos y ejecutados en el acto. Otros, como el propio Robert Catesby, huyeron de Londres, pero fueron poco a poco siendo apresados o asesinados por la guardia inglesa. Tresham murió poco después en la Torre de Londres. Sometidos a juicio los demás, entre ellos Fawkes, fueron ejecutados «en el mismo lugar que habían planeado demoler», frente a Westminster, siguiendo la costumbre con los traidores: «Colgándoles del cuello sin dejarles morir, seccionándoles los genitales, echándolos al fuego ante sus propios ojos y, hallándose aún vivos, destripándoles y arrancándoles el corazón antes de decapitarles y despedazarles. Luego se expondrían ante el público las cabezas clavadas en picas y serían arrojados los restantes trozos a los pájaros para su alimento». Para asistir a las ejecuciones hubo que pagar entradas como a cualquier otro espectáculo de masas; Fawkes evitó tal destino saltando de la escalera del patíbulo con la soga al cuello, rompiéndose el cuello en el acto.
Aunque el sótano donde se almacenó la pólvora desapareció en el incendio de 1834, desde aquel 5 de noviembre de 1605 la guardia del Parlamento ha seguido registrando el edificio todos los años como preámbulo a la ceremonia de apertura por el monarca —actualmente, la reina Isabel II—, más por conservar la tradición que como precaución, existiendo métodos más modernos para contrarrestar cualquier tipo de atentado.
Las consecuencias del fallido golpe sobre los católicos no se hicieron esperar. Se les prohibió servir como oficiales del ejército o de la armada, se les estigmatizó socialmente y se les privó del derecho al voto, exclusión que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX.
Hay quien se pregunta[¿quién?] qué habría sucedido de haber triunfado la conspiración y muerto el rey Jacobo I. La verdad es que la mayoría de los católicos desconocían el intento de magnicidio, por lo que seguramente no habrían podido reaccionar —si acaso con temor a las represalias—. Es difícil imaginar que los conjurados hubieran logrado secuestrar impunemente al príncipe Carlos, sucesor del rey, como estaba previsto o, en un acto de fanatismo, acabar con su vida.
Las únicas consecuencias del atentado fueron —aparte de la ejecución de los conspiradores y la represión contra los católicos— la celebración del episodio encendiendo hogueras y quemando efigies de Guy Fawkes todos los años para dar gracias a Dios por impedir el acto criminal y proteger a su pueblo elegido —los protestantes— de la conspiración católica. El 5 de noviembre fue declarado «fiesta perpetua para dar gracias a Dios por librarnos de los papistas y como muestra de nuestro odio hacia ellos».
A pesar de que Carlos I —casado con una mujer católica— quiso acabar con la conmemoración, los radicales protestantes lograron mantenerla como símbolo de la unidad y la conciencia protestante. La festividad de Guy Fawkes adquirió a finales del siglo XVIII una nueva faceta como acto de vandalismo cuando el pueblo se dedicó al pillaje y a arrancar la madera de las casas y las vallas para arrojarlas al fuego como combustible.
A mediados del siglo XIX, el día de Guy Fawkes ya había perdido el significado patriótico y anticatólico (significado dado por los protestantes), de forma que el Parlamento tomó la decisión de retirarlo del calendario oficial, dejando que siguiera como festejo popular. Con el tiempo, la imagen de Guy Fawkes sería sustituida por la de otros personajes odiados, como el líder nacionalista irlandés Charles Parnell, el Papa de Roma, el zar de Rusia, las sufragistas, Adolf Hitler, Margaret Thatcher y Tony Blair.
Se ha interpretado la costumbre de quemar efigies de personajes odiados por el pueblo, como Guy Fawkes, como parte de un culto pagano que se remontaría a la antigüedad.
Sea como fuera, Inglaterra sigue con su tradición introduciendo elementos relativamente nuevos como los fuegos artificiales y la costumbre entre los niños de pedir a los mayores «un penique para el muñeco» que acaban de fabricar. Las medidas de seguridad han obligado al gobierno británico a prohibir la venta de petardos a los menores de edad. En la trastienda de la noche de Guy Fawkes se hallan bien presentes la hostelería, el comercio y, desde luego, los juerguistas.
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