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Constantino I del Imperio Romano



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Constantino I del Imperio Romano cumple los años el 27 de febrero.


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Constantino I del Imperio Romano nació el día 27 de febrero de 272.


¿Cuántos años tiene Constantino I del Imperio Romano?

La edad actual es 1752 años. Constantino I del Imperio Romano cumplió 1752 años el 27 de febrero de este año.


¿De qué signo es Constantino I del Imperio Romano?

Constantino I del Imperio Romano es del signo de Piscis.


Flavio Valerio Aurelio Constantino[2]​ (Naissus, 27 de febrero de c. 272[1]​-Nicomedia, Bitinia y Ponto, 22 de mayo de 337) fue emperador de los romanos desde su proclamación por sus tropas el 25 de julio de 306, y gobernó un Imperio romano en constante crecimiento hasta su muerte. Se le conoce también como Constantino I, Constantino el Grande o, en la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales y la Iglesia católica bizantina griega, como san Constantino.

Fue el primer emperador en detener la persecución de los cristianos y dar libertad de culto al cristianismo, junto con todas las demás religiones en el Imperio romano, con el Edicto de Milán en 313. Constantino es conocido también por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola «Nueva Roma» o Constantinopla (Constantini-polis; la ciudad de Constantino). Facilitó la convocatoria del Primer Concilio de Nicea en 325, que produjo la declaración de la creencia cristiana conocida como el Credo de Nicea. Se considera que esto fue esencial para la expansión de esta religión, y los historiadores, desde Lactancio y Eusebio de Cesarea hasta nuestros días, lo presentan como el primer emperador cristiano, si bien fue bautizado cuando ya se encontraba en su lecho de muerte, tras un largo catecumenado.

Constantino nació en Naissus (la actual ciudad de Niš, Serbia), hijo de Constancio Cloro,[3][4]​ y su primera esposa Helena.[5]​ En 292 el padre de Constantino se casó, en segundas nupcias, con Flavia Maximiana Teodora, hija del emperador romano de occidente Maximiano. Teodora daría a Constantino seis hermanastros.

Al principio del siglo IV, el imperio estaba gobernado por una tetrarquía: dos augustos, Diocleciano y Maximiano, y dos césares, Galerio y Constancio Cloro, compartían el poder. El joven Constantino sirvió en la corte de Diocleciano en Nicomedia tras el nombramiento de su padre como uno de los dos césares de la Tetrarquía en 293.

El año 305 marcó el final de la primera tetrarquía con la renuncia de los dos augustos Diocleciano y Maximiano.[6]​ De esta forma los dos césares accedieron a la categoría de augusto y dos oficiales ilirios fueron nombrados nuevos césares. La segunda tetrarquía quedaba así formada: Constancio Cloro y Severo II, como augusto y césar respectivamente, en occidente y Galerio y Maximino Daya en la parte oriental del imperio.

Sin embargo, Constancio Cloro cayó enfermo durante una expedición contra los pictos en Caledonia, muriendo el 25 de julio de 306. Su hijo Constantino se encontraba junto a él en su lecho de muerte en Eboracum (actual ciudad de York, Inglaterra), en la Britania romana, donde su leal general Chroco, de ascendencia alemana, y las tropas leales a la memoria de su padre le proclamaron augusto (emperador), lo que fue aceptado rápidamente en Britania y Galia,[7]​ pero rechazado en Hispania.[8]​ Simultáneamente, el césar occidental Severo II, era proclamado augusto por Galerio. Ese mismo año el pueblo de Roma nombra emperador a Majencio, hijo del anterior tetrarca Maximiano. Este último regresa también a la escena política reclamando el título de augusto.

Comienza así un período de 20 años de conflicto que culminará con la asunción del poder absoluto por Constantino el Grande. De este primer grupo de contendientes el primero en caer fue Severo traicionado por sus tropas; mientras que por su parte Constantino y Maximiano concertaban una alianza. Al final del año 307 había 4 augustos: Constantino, Majencio, Maximiano y Galerio y un solo césar, Maximino Daya.

A pesar de la mediación de Diocleciano, al final del año 310 la situación era aún más confusa con siete augustos: Constantino, Majencio, Maximiano, Galerio, Maximino, Licinio —al que había introducido en la pugna Diocleciano— y Domicio Alejandro, vicario de África y autoproclamado augusto.

En este entorno convulso comenzaron a desaparecer candidatos: Domicio Alejandro fue asesinado por orden de Majencio; Maximiano se suicidó asediado por Constantino y Galerio falleció por causas naturales.

Finalmente, Majencio fue relegado por los tres augustos restantes y finalmente vencido por Constantino en la batalla del Puente Milvio, en las afueras de Roma, el 28 de octubre de 312. Una nueva alianza entre Constantino y Licinio selló el destino de Maximino, quien se suicidó tras ser vencido por Licinio en la batalla de Tzirallum, en el año 313.

A partir de este punto, el imperio quedaba dividido entre Licinio en oriente, y Constantino en occidente. Tras los enfrentamientos iniciales, ambos firmaron la paz en Serdica en 317. Durante este período ambos nombraron césares según su conveniencia, entre los miembros de su familia y círculo de confianza. En el año 324, después de sitiar Bizancio y vencer a la armada de Licinio en la batalla del Helesponto, Constantino logró derrotar definitivamente a las fuerzas licinianas en Crisópolis.

Constantino representa el nacimiento de la monarquía absoluta y hereditaria. Durante su reinado se introdujeron importantes cambios que afectaron a todos los ámbitos de la sociedad del bajo imperio. Reformó la corte, las leyes y la estructura del ejército. Constantino trasladó la capitalidad del imperio a Bizancio a la que cambió el nombre por Constantinopla. Falleció, por enfermedad en 337, 31 años después de haber sido nombrado emperador en Britania. Al final de su vida y solamente antes de morir se bautizó para morir como un cristiano.

Seguramente, Constantino sea más conocido por ser el primer emperador romano que autorizó el culto cristiano. Los historiadores cristianos desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano. El historiador y filósofo Voltaire, no obstante, aseguró que «Constantino no era cristiano» y «no sabía qué partido tomar ni a quién perseguir».[9]

Después de estudiar el incremento del número de cristianos entre los siglos I a III, el sociólogo Rodney Stark sugirió que el edicto de Milán no fue la causa del triunfo del cristianismo, sino una respuesta astuta de Constantino frente al crecimiento exponencial del número de cristianos en el Imperio romano, que habría pasado de aproximadamente 40 000 (0,07 % de la población del Imperio) en el año 150 a casi 6 300 000 (10,5 %) en el año 300.[10]​ Muchos historiadores actuales rechazan la conversión de Constantino al cristianismo y cuestionan la narrativa apologética de Eusebio de Cesarea y Lactancio.[11]

Su reinado llegó a ser un momento crucial en la historia del cristianismo, en la cual Constantino no sería bautizado hasta hallarse en su lecho de muerte. Constantino es llamado, por su importancia, el «decimotercer apóstol» en las Iglesias orientales.

Su relación con el cristianismo fue difícil, ya que fue educado en la adoración del dios Sol (Sol Invictus), cuyo símbolo portaba y cuyo culto estaba asociado oficialmente al del emperador.[12]

Su conversión, de acuerdo con Eusebio de Cesarea en su Vita Constantini, fue el resultado inmediato de un presagio antes de su victoria en la batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312. Tras esta visión, Constantino modificó el estandarte imperial —el Lábaro— para marchar a la batalla bajo el signo cristiano del crismón. La visión de Constantino ha sido relatada de maneras diferentes, según Eusebio: en primer lugar, "dijo que alrededor del mediodía, cuando el día ya comenzaba a declinar, vio con sus propios ojos el trofeo de una cruz de luz en los cielos, sobre el sol, y con la inscripción: «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»).[13]​ Tan pronto anocheció, "mientras dormía, el Cristo de Dios se le apareció con la misma señal que había visto en los cielos, y le ordenó que asemejara esa señal que había visto en los cielos, y que la usara como protección en todos los combates contra sus enemigos".[14]​ La señal, de acuerdo con Lactancio y Eusebio, fueron las letras griegas (Χ) atravesada por la letra (Ρ) para formar ☧, que representa las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego ΧΡΙΣΤΟΣ.[15][16]​ Constantino la mandó pintar de inmediato en los escudos de su ejército, comenzó la batalla y venció a Majencio. Se dice que tras estas visiones y por el resultado militar de la batalla del Puente Milvio, Constantino se convirtió de inmediato al cristianismo.

Se piensa que la influencia de su familia fue en parte la causa de su adopción del cristianismo. Se dice de su madre Helena que probablemente naciera en una familia cristiana, aunque no se sabe prácticamente nada de su entorno, exceptuando que su madre era hija de un mesonero y que su padre fue un exitoso soldado, una carrera que excluía la práctica abierta del cristianismo pues el culto contemporáneo de los soldados era el mitraísmo (adoración de Mitra). Se sabe, por otra parte, que Helena realizó en sus últimos años numerosas peregrinaciones. (Véase: Fiesta de las Cruces.) Sin embargo, no todos los historiadores están de acuerdo con la conversión de Constantino y explican su acercamiento a los cristianos, entre otras razones, por la necesidad política de conseguir apoyos, sobre todo en los territorios orientales, ante sus aspiraciones de convertirse en emperador de Oriente y reunificar el imperio bajo su único mandato.[11]

Poco después de la batalla del Puente Milvio, Constantino entregó al papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido a Diocleciano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos, con el encargo de construir una basílica de culto cristiano. El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio, los Équites singulares, convirtiéndose en sede catedralicia bajo la advocación del Salvador, substituida ésta más tarde por la de San Juan. Actualmente se la conoce como Basílica de San Juan de Letrán. En 324 el emperador hizo construir otra basílica en Roma, en el lugar donde según la tradición cristiana martirizaron a San Pedro: la Colina Vaticana, que actualmente acoge a la Basílica de San Pedro. En el 326, apoyó financieramente la construcción de la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.

En febrero del año 313, y probablemente aconsejado por el obispo de Córdoba Osio, Constantino se reunió con Licinio en Milán, donde promulgaron el Edicto de Milán, declarando que se permitiese a los cristianos seguir la fe de su elección.[17]​ Con ello, se retiraron las sanciones por profesar el cristianismo, bajo las cuales muchos cristianos habían sido martirizados, y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. El edicto no solo protegió de la persecución religiosa a los cristianos, sino que sirvió también para las demás religiones, permitiendo que cualquier persona pudiese adorar a la divinidad que eligiese. Un edicto similar ya se había emitido en el año 311 por Galerio, entonces emperador, primero entre sus iguales, de la tetrarquía. El edicto de Galerio concedía a los cristianos el derecho a practicar su religión, pero no a recuperar los bienes confiscados.[18]​ El Edicto de Milán incluía varias cláusulas que establecían que todas las iglesias confiscadas durante la persecución de Diocleciano serían devueltas, así como otras disposiciones sobre los anteriormente perseguidos cristianos. Sin embargo, lo cierto es que, a partir de ese momento, el cristianismo pasa a adquirir el estatus de religión privilegiada y se inician las persecuciones a las demás religiones.[19]

Tras el edicto se abrieron nuevas vías de expansión para los cristianos, incluyendo el derecho a competir con los paganos en el tradicional cursus honorum para las altas magistraturas del gobierno, otorgándose privilegios al clero así como la exención de ciertos impuestos; también ganaron una mayor aceptación dentro de la sociedad civil en general. Se permitió la construcción de nuevas iglesias y los dirigentes cristianos alcanzaron una mayor importancia. Como muestra de ello, los obispos cristianos adoptaron unas posturas agresivas en temas públicos que nunca antes se habían visto en otras religiones.

Por otra parte, Constantino posiblemente conservó el título de pontifex maximus hasta su muerte, un título que los emperadores romanos ostentaban desde Augusto como jefes de la antigua religión romana hasta que Graciano el Joven (375–383) renunció al título.[20][21]​ Según los escritores cristianos, Constantino finalmente se declararía a sí mismo cristiano cuando tenía más de cuarenta años, escribiendo a los cristianos para dejarles claro que creía que debía su éxito a la protección del Dios cristiano.[22]

Constantino tampoco patrocinaría únicamente al cristianismo. Después de obtener la victoria en la batalla del Puente Milvio (312), mandó erigir un arco triunfal, el Arco de Constantino, construido en el 315 para celebrarlo. El arco, que está decorado con imágenes de la Victoria con trofeos y sacrificios a dioses como Apolo, Diana y Hércules, no contiene ningún simbolismo cristiano.

En el 321, Constantino legisló que el venerable domingo debería ser un día de descanso para todos los ciudadanos, que durante este día los jueces no podrían dictar sentencia ni se podría trabajar en las ciudades.[23]​ Las monedas todavía llevarían los símbolos de culto al sol (Sol Invictus) hasta el 324. Incluso después de que los dioses paganos hubiesen desaparecido de las monedas, los símbolos cristianos aparecían sólo como atributos personales de Constantino entre sus manos o en su lábaro: Ji (Χ) atravesado por la letra Ro (Ρ) para formar ☧ que representa las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego ΧΡΙΣΤΟΣ.[24]

Constantino, siguiendo una extendida costumbre de la época, no fue bautizado hasta cerca de su muerte en 337, cuando eligió para que le administrara este sacramento al obispo arriano Eusebio de Nicomedia, quien, a pesar de ser aliado de Arrio, aún era el obispo de la región. Eusebio era también amigo íntimo de la hermana de Constantino, lo que probablemente asegurara su vuelta desde el exilio.

Aunque el cristianismo no se convertiría en religión oficial del Imperio hasta el final de aquel siglo (un paso que daría Teodosio en el 380 con el Edicto de Tesalónica), Constantino dio un gran poder a los cristianos, una buena posición social y económica a su organización, concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como colaboradores personales.

Como resultado de todo esto, las controversias de la Iglesia, que habían existido entre los cristianos desde mediados del siglo II, eran ahora aventadas en público, y frecuentemente de una forma violenta. Constantino consideraba que era su deber como emperador, designado por Dios para ello, calmar los desórdenes religiosos, y por ello convocó el Primer Concilio de Nicea (20 de mayo al 25 de julio de 325) para terminar con algunos de los problemas doctrinales que infectaban la Iglesia de los primeros siglos, especialmente el arrianismo.

Durante las discusiones de carácter teológico en el consejo de Nicea, por el análisis de las cartas escritas por Constantino, se evidencia una gran carencia de formación teológica, y los estudiosos descartan la posibilidad de que él pudiese haber influido en la doctrina de la Iglesia debido justamente a este desconocimiento en teología. Muchos se preguntan por qué el papa Silvestre I no asistió a dicho concilio, siendo el más indicado para presidirlo, motivos poderosos debieron ser los que le sujetasen en Roma porque lo que sí sabemos es que, aparte de Osio de Córdoba, el papa envió en su representación a dos delegados papales: Vito y Vicencio, que actuaron en su nombre. El papa no solo asumió como suyo todo lo salido del concilio sino que se convirtió en uno de sus principales valedores.[25]​ A pesar de ello algunos críticos creen que Constantino establecía una nueva religión, transfiriendo a ésta ornamentos paganos que les eran propios a los gentiles, adoptados y santificados por la Iglesia, que no afectaban ni alteraban la esencia doctrinal y enseñanzas cristianas de la Iglesia.[26]​ De todos modos, él inauguró el concilio vestido imponentemente, dio un discurso inicial ataviado con telas y accesorios de oro, para demostrar justamente el poderío del Imperio por un lado, y el apoyo e interés al concilio desde el estado, por el otro. El estado proveyó de comida y alojamiento, e incluso de transporte, a los obispos que convergieron a Nicea para el concilio. Por otro lado, si bien habían existido concilios antes que el de Nicea, este fue el primer concilio ecuménico (universal), con la participación de alrededor de 300 obispos, la mayoría de habla griega, lo cual representó una minoría ya que en todo el territorio del Imperio había cerca de 1000 obispos.[27]​ La importancia del mismo reside en la formulación del Credo Niceno, redactado en griego, no en latín, que esencialmente permanece inalterado en su mensaje 1700 años después, y en establecer la idea de la relación estado-iglesia que permitiría la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita.

En 333 publicó un edicto en el que mandaba llamar porfirianos a los arrianos con el objeto de difamarlos y, además, ordenaba la quema de los escritos de Arrio, amenazando con la pena de muerte para quienes conservaran en su poder algún libro de este y no lo entregaran a las llamas.[28]

En sus últimos años de vida también ejerció como predicador, dando sus propios sermones en el palacio ante su corte y los invitados del pueblo. Sus sermones pregonaban al principio la armonía, aunque gradualmente se volvieron más intransigentes hacia los viejos modos paganos. Las razones para este cambio de postura son meras conjeturas. Sin embargo, aun al final de su vida siguió permitiendo que los paganos recibieran nombramientos públicos. Ejerciendo su poder absoluto, hizo recitar al ejército sus pregones en latín en un intento de convertir a la clase militar al cristianismo, cosa que no consiguió. Comenzó un extenso programa de construcción de iglesias en Tierra Santa, lo que expandió de forma crucial la fe cristiana y permitió un considerable incremento del poder y la influencia del clero.

La Iglesia ortodoxa venera a Constantino I como santo y le dio el título de Equiapóstolico (ισαπόστολος Κωνσταντίνος, isapóstolos Konstantínos, "igual a los apóstoles") por sus servicios a la iglesia.[29]​ Su fiesta es el 21 de mayo. Las Iglesias católicas orientales también lo consideran un santo, pero no la Iglesia latina. En cambio, su nombre figura en el Calendario de Santos Luterano.

En el año 314, inmediatamente después de su plena legalización, la Iglesia cristiana ataca a los paganos: en el Concilio de Ancyra, se denuncia el culto a la diosa Artemisa. En 326 Constantino ordenó la destrucción de todas las imágenes de los dioses y la confiscación de los bienes de los templos. Ya en 319 había prohibido la construcción de nuevas estatuas de los dioses y que se rindiera culto a las existentes. Muchos templos paganos fueron destruidos por las hordas cristianas y sus sacerdotes fueron asesinados. Entre el año 315 y el siglo VI miles de creyentes paganos fueron asesinados.[30]​ Entre 316 y 326 se proclaman una serie de disposiciones que favorecen al cristianismo frente a la religión tradicional (prohibición de las haruspicia, la magia y los sacrificios privados, exención fiscal a los clérigos cristianos, se otorga jurisdicción a los obispos...), aunque el cristianismo no se convierte en la religión oficial del Imperio romano hasta el Edicto de Tesalónica de 380.[31]​ En Dydima, Asia Menor, es saqueado el oráculo del dios Apolo y torturados hasta la muerte sus sacerdotes. También son desahuciados todos los paganos del monte Athos y destruidos todos los templos paganos de ese lugar. Mediante un edicto ordenó, además, la destrucción de la obra Adversus Christianos, escrita por el filósofo Porfirio.[28]

En el año 326, el emperador Constantino, siguiendo las instrucciones de su madre Helena, destruye el templo del dios Asclepio en Aigeai de Cilicia y otros muchos templos más de la diosa Afrodita...: en Jerusalén, en Afka en el Líbano, en Mambre, Fenicia, Baalbek, etc.

En el año 330 el emperador Constantino roba todos los tesoros y las estatuas de los templos paganos de Grecia, para llevárselos y decorar su Nova Roma (Constantinopla), la nueva capital del Imperio romano.

Más allá de los límites del Imperio, al este del Éufrates, los gobernantes sasánidas del Imperio persa habían sido por regla general tolerantes con sus cristianos. Pero ahora los cristianos de Persia podían ser identificados como aliados del antiguo enemigo y fueron por ello perseguidos. En una carta atribuida a Constantino para Sapor II que se supone escrita en 324, se urgía a Sapor a proteger a los cristianos de su reino, tras lo que Sapor II escribió a sus generales:

Constantino respetaba la cultura y el cristianismo, y su corte estuvo compuesta por viejos, respetados y honorables hombres. A aquellas familias romanas que rehusaban el cristianismo se les denegaban las posiciones de poder, si bien dos tercios de los altos cargos del gobierno siguieron siendo no cristianos.[cita requerida]

Constantino retiró su estatua de los templos paganos. La reparación de estos templos fue prohibida, y los fondos fueron desviados en favor del clero cristiano. Se suprimieron las formas ofensivas de adoración, fueran cristianas o paganas.[cita requerida]

Constantino fue también conocido por su falta de piedad para con sus parientes consanguíneos y afines, como por ejemplo la ejecución de su cuñado el Emperador romano de Oriente Licinio en 325, a pesar de que había prometido públicamente no ejecutarle antes de su rendición el año anterior. En 326, Constantino ejecutó también a su hijo mayor, Crispo y unos meses después a su segunda esposa Fausta (Crispo era el único hijo que tuvo con su primera esposa Minervina). Corrieron rumores sobre una presunta relación entre hijastro y madrastra que supuestamente podría haber sido la causa de la ira de Constantino,[32]​ sin embargo, estos rumores sólo se encuentran documentados por los historiadores Zósimo (siglo V) y Juan Zonaras (siglo XII) y sus fuentes no han sido establecidas.[33]​ Otra de las teorías sobre la muerte de Crispo fue que Fausta estaba envidiosa ya que el hijo de Constantino no era hijo de ella y era un gran comandante militar y probable sucesor al trono, acusándolo falsamente ante el Emperador de anti-cristiano. Luego Constantino se arrepintió y vivió atormentado por la muerte de Crispo hasta que fue bautizado, ya que le prometieron que esta ceremonia lavaría sus pecados.

Las leyes de Constantino mejoraron en muchas facetas las de sus predecesores, aunque también son un reflejo de una época más violenta. Algunos ejemplos de estas leyes son:

Constantino continuó la reforma introducida por Diocleciano que separaba el poder civil y militar (Ferrill 1986). Como resultado, generales y gobernadores poseían menos poder que durante la anarquía militar. Criterios tanto económicos como de seguridad llevaron a la modificación de la Gran Estrategia del Imperio romano durante la primera época del siglo IV. Constantino convirtió el viejo sistema de frontera fortificada en un sistema de defensa elástica en profundidad con la formación de una gran reserva central (Comitatenses Palatini) en detrimento de las tropas de frontera (limitanei o ripenses) y el fortalecimiento de la caballería. El mando del nuevo ejército móvil era compartido por dos mariscales de campo.

Constantino disolvió la guardia pretoriana y en su lugar estableció las Scholae Palatinae; cuerpos de caballería de élite, principalmente de origen germánico. Por otra parte, el tamaño de la legión se redujo a 1000 soldados.

Este cambio en la estrategia, criticada por historiadores como Zósimo y Edward Gibbon y defendida por otros como Mommsen, no varió hasta la caída del Imperio en Occidente y hasta las reformas del emperador Mauricio en Oriente.

Su victoria en 312 sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio le convirtió en gobernante de todo el Imperio romano de Occidente. Gradualmente fue consolidando su superioridad militar sobre sus rivales de la ya desmenuzada tetrarquía. Ya ocupada Roma celebró un triunfo por sus victorias contra los germanos del Danubio (296) y Rin (305-306), persas en Siria (297-299) y pictos (306). Su éxito más importante en esas campañas fue sometimiento de Chroco, rey de los alamanes (306).

En 320, Licinio, emperador de la parte oriental del Imperio, renegó de la libertad de culto promulgada en el Edicto de Milán en 313 e inició una nueva persecución de los cristianos. Esto suponía una clara contradicción, ya que su esposa Constancia, hermanastra de Constantino, era una influyente cristiana. Esto derivó en una disputa con Constantino en el oeste, que tuvo su clímax en la gran guerra civil de 324. Los ejércitos implicados fueron tan grandes que no se tiene constancia en Europa de una movilización similar al menos hasta el siglo XIV. Licinio, ayudado por mercenarios godos, representaba el pasado y la antigua fe del paganismo. Constantino y sus francos marcharon bajo el estandarte cristiano del lábaro, y ambos bandos concibieron el enfrentamiento como una lucha entre religiones. Supuestamente rebasados en número, aunque enaltecidos por su celo religioso, el ejército de Constantino resultó finalmente victorioso, primero en la batalla de Adrianópolis en 324 y más tarde su hijo Crispo dio el golpe de gracia a Licinio en la batalla naval de Crisópolis. Ahora era el único emperador de un Imperio romano reunificado (MacMullen 1969).

Esta batalla representó el final de la vieja Roma y el inicio del Imperio Oriental como centro del saber, de la prosperidad y de la preservación de la cultura. Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio, cuyo nombre procedía de los colonos que la fundaron en el 667 a. C. precedentes de la polis griega de Megara bajo el mando de Byzas. La ciudad fue refundada en 324,[36]​ dedicada el 11 de mayo de 330,[36]​ renombrada Constantinopolis, y se acuñaron monedas conmemorativas para celebrar el evento.

Constantino renombró la ciudad, poniéndole el nombre de «Nueva Roma» (Nova Roma), otorgando a ésta un senado y oficiales civiles de forma similar a la antigua Roma, y bajo la protección de la supuesta Vera Cruz, la vara de Moisés y otras reliquias sagradas. Las imágenes de los viejos dioses fueron reemplazadas o asimiladas con la nueva simbología cristiana. Sobre el lugar donde se levantaba el templo de Afrodita se construyó la nueva Basílica de los Apóstoles. Varias generaciones más tarde se difundió una historia sobre la visión divina que llevó a Constantino a reconstruir la ciudad, según la cual un ángel que nadie más podía ver le condujo en un circuito a través de los nuevos muros. Tras su muerte, la ciudad volvió a cambiar su nombre por el de Constantinopla, «la Ciudad de Constantino», y se convirtió de forma gradual en la capital del Imperio.[37]

A lo largo de su reinado, Constantino introdujo un importante número de cambios en el sistema monetario (Sear 1988). El tradicional áureo dio paso a una nueva moneda, el sólido de 4,50 gramos, como moneda estándar del Imperio romano. Otras nuevas monedas de oro fueron el semis o medio sólido y el scripulum (3/8 de sólido). En cuanto a las monedas de plata, introdujo el miliarense de 4,5 gramos, con un valor de 1/18 de sólido y la siliqua con un valor de 1/24 de sólido. El follis, moneda de bronce con baño de plata sufrió varias reducciones de tamaño; se desconoce el nombre de las nuevas monedas resultantes y se ha adoptado para ellas un nombre en código en función de su tamaño.

Las monedas acuñadas por los emperadores revelan con frecuencia su iconografía personal. Durante la primera parte del gobierno de Constantino, las representaciones de Marte y posteriormente de Apolo aparecen de forma constante en el reverso de las monedas. Tras la ruptura con Maximiano, un viejo colega de su padre Constancio I en 309-310, Constantino comenzó a reclamar su legitima descendencia del emperador del siglo III Claudio Gótico, el héroe de la batalla de Naissus (septiembre de 268). La Historia Augusta del siglo IV dice que Claudio Gótico y Quintilo tienen otro hermano llamado Crispo y, a través de él, una sobrina, Claudia, quien se casó con Eutropio y fue madre de Constancio Cloro, padre de Constantino. Sin embargo, los historiadores sospechan que todo pueda formar parte de una «fabricación genealógica» para favorecer a Constantino.

Los emperadores retrataron al Sol Invictus en su moneda oficial, con una amplia gama de leyendas, solo algunas de las cuales incorporaron el epíteto invictus, como la leyenda SOLI INVICTO COMITI, reclamando al Sol no conquistado como un compañero del Emperador, utilizado con particular frecuencia por Constantino. La descripción representa a Apolo con un halo solar al modo del dios griego Helios y con el mundo en sus manos. En 320, el mismo Constantino aparece con un halo. También existen monedas mostrando a Apolo conduciendo el carro del sol sobre un escudo que Constantino sostiene y en otras de 312 se muestra el símbolo cristiano del crismón sobre la armadura de Constantino. La moneda oficial de Constantino continúa llevando imágenes del sol hasta el año 325/6.[38]

Los grandes ojos abiertos y fijos son una constante en la iconografía de Constantino, aunque no era un símbolo específicamente cristiano. Esta iconografía muestra cómo las imágenes oficiales cambiaban desde las convenciones imperiales de los retratos realistas hacia representaciones más esquemáticas: el emperador como emperador, no simplemente como Constantino, con su amplia y característica barbilla. Esos grandes ojos abiertos y fijos se harían aún más grandes a medida que progresara el siglo IV.

Además de haber sido llamado honoríficamente «El Grande» por los historiadores cristianos tras su muerte, Constantino podía presumir de dicho título por sus éxitos militares. Además de reunificar el imperio bajo un solo emperador, también consiguió importantes victorias sobre los francos y los alamanes (306-308), de nuevo sobre los francos (313-314), los visigodos en 332 y sobre los sármatas en 334. De hecho, hacia 336, Constantino había recuperado la mayor parte de la provincia de Dacia, perdida durante largo tiempo y que Aureliano se había visto forzado a abandonar en 271. Por ello, Constantino tomó el título de Dacicus maximus en 336.[39]

En los últimos años de su vida, Constantino planeaba una gran expedición para poner fin a la rapiña de las provincias del este por parte del Imperio sasánida,[40]​ pero la campaña fue anulada cuando Constantino enfermó en la primavera de 337, muriendo poco después.[41]

Fue sucedido en el Imperio por los tres hijos de su matrimonio con Fausta: Constantino II, Constante y Constancio II, quienes se aseguraron su posición mediante el asesinato de cierto número de partidarios de Constantino. También nombró césares a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano. El proyecto de Constantino de reparto del Imperio era exclusivamente administrativo. El mayor de sus hijos, Constantino II, sería el destinado a mantener a los otros tres supeditados a su voluntad. El último miembro de la dinastía fue su yerno Juliano, quien trató de restaurar el paganismo.

En sus últimos años, los hechos históricos se mezclan con la leyenda. Se consideraba inapropiado que Constantino hubiese sido bautizado sólo en su lecho de muerte y por un obispo de dudosa ortodoxia (se dice que Eusebio de Nicomedia era arriano), y de este hecho parte una leyenda según la cual el papa Silvestre I (314-335) habría curado al emperador pagano de la lepra. También según esta leyenda, Constantino habría sido bautizado tras haber financiado la construcción de una iglesia en el Palacio de Letrán.[42]​ En el siglo VIII, probablemente durante el pontificado del papa Esteban II (752–757), aparece por primera vez un falso documento conocido como «Donación de Constantino», en el cual un recientemente convertido Constantino entrega el gobierno temporal sobre Roma, Italia y el occidente al papa.[43]​ En la Alta Edad Media, este documento se usó para aceptar las bases del poder temporal del papa de Roma, aunque fue denunciado como apócrifo por el emperador Otón III,[44]​ y mostrado como la raíz de la decadencia de los papas por el poeta Dante Alighieri.[45]​ En el siglo XV el experto filólogo y humanista Lorenzo Valla demostró la falsedad del documento.[46]




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