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Crisis de Renania



La crisis de Renania fue una crisis diplomática provocada por la remilitarización de esa región alemana por decisión de Adolf Hitler el 7 de marzo de 1936, vulnerando uno de los puntos establecidos en el Tratado de Versalles: la prohibición de que Alemania estacionara fuerzas militares de cualquier especie en dicha región limítrofe con Francia y Bélgica, sin el permiso previo de tales Estados.

Si bien ya en 1923 tropas francesas y belgas habían retirado sus guarniciones de la Cuenca del Ruhr alemana siguieron ocupando Renania hasta 1930 (cinco años antes de lo pactado en el Tratado de Versalles) en una muestra de reconciliación hacia la República de Weimar. El hecho que el gobierno germano no pudiera establecer tropas en Renania era considerado una humillación por la extrema derecha alemana, la cual postulaba que Renania "no sería recuperada" hasta que hubiera guarniciones del Reichswehr en dicha región.

Cuando en 1933 el nazismo liderado por Adolf Hitler toma el poder en Alemania, la "remilitarización" de Renania es de nuevo impulsada como un plan a cumplir por el nuevo Tercer Reich, no solo por la importancia clave de esta región debido a la industrial Cuenca del Ruhr sino al elevado valor de propaganda que tendría una reocupación militar de Renania por tropas alemanas, además de servir tal paso para probar hasta dónde llegaba la política de apaciguamiento seguida por Francia y Reino Unido.

Junto con ello, Hitler también ansiaba demostrar la potencia de su autoridad política ante los mandos de la Wehrmacht, como los generales Walther von Brauchitsch y Werner von Blomberg, que aún dudaban del éxito alemán en caso de una reacción violenta de los franceses y mostraban reservas notables ante el plan.

El despliegue militar alemán ocurrió de modo repentino en la mañana del sábado 7 de marzo de 1936, cuando tres regimientos de infantería de la Wehrmacht iniciaron su penetración en Renania y ocuparon en pocas horas las vacías instalaciones militares de la zona. En realidad el despliegue militar fue escaso, y los medios incluso ridículos para la época (hubo compañías enteras de soldados alemanes que se desplazaron en bicicleta), pero el hecho constituía una violación del Tratado de Versalles y del más reciente Pacto de Locarno.

La zona de Renania al oeste del Rin tenía importancia estratégica ante cualquier posible invasión tanto de Francia hacia Alemania como al contrario, al constituir el río una barrera natural dentro de territorio alemán, pero la retirada de los franceses en 1930 dejó un resentimiento en la población local que acogió con entusiasmo la remilitarización de Hitler como signo de la restituida soberanía alemana.

La crisis diplomática duró poco y fue de escasa entidad, pues aunque el ejército francés podría haber respondido eficaz y fácilmente (de hecho el ejército alemán tenía órdenes de no resistir y retirarse dado el caso), los gobiernos francés y británico continuaban con la política de apaciguamiento que posteriormente permitiría a Hitler la incorporación de Austria y más adelante permitiría la ocupación de Checoslovaquia tras la crisis de los Sudetes, siguiendo su declarado expansionismo irredentista que llevaría a la Segunda Guerra Mundial.

Ante la remilitarización alemana, el ministro de defensa francés, general Louis Maurin, presentó ante el gabinete de Albert Sarraut un informe completamente desfavorable a cualquier reacción militar, con unas cifras de tropas alemanas exageradas (300.000 soldados sólo en Renania y alrededor de un millón en toda Alemania, frente a los 30.000 que marcharon efectivamente hacia la zona desmilitarizada). El alto mando francés requería al gobierno 1.200.000 soldados para el avance, más las tropas de defensa de las fortificaciones y la preparación de la movilización general si se decidía contraatacar.[1]

Asimismo, aunque el mismo día 7 de marzo de 1936 Checoslovaquia y Polonia informaban por medios diplomáticos y militares de su disposición a apoyar cualquier acción francesa, los ministros de exteriores (Pierre-Étienne Flandin) y defensa (Louis Maurin) no lo comunicaron al resto del gabinete, que no tuvo en cuenta estos respaldos en sus discusiones sobre la crisis.[1]

Conforme a las declaraciones del general alemán Heinz Guderian, realizadas en los Procesos de Núremberg después de 1945, las tropas de la Wehrmacht que entraron en Renania "no estaban preparadas en modo alguno" para afrontar un choque armado contra fuerzas francesas, y que inclusive las tropas fronterizas de Francia pudieron detener el avance germano; Guderian indicó que los batallones germanos habían recibido del general Werner von Blomberg la orden de "retirarse inmediatamente de la zona si los franceses lanzaban un contraataque", temiendo que una reacción militar de Francia generase un conflicto europeo a gran escala para el cual el III Reich aún no estaba completamente preparado. Inclusive Guderian reconoció que hubiera bastado una reacción violenta de las tropas fronterizas francesas para detener el avance alemán.

No obstante, un factor importante de la indecisión de Francia se debía a la debilidad en la economía del país y a una fuga de capitales derivada de la Gran Depresión, que sólo podía solucionarse con una devaluación moderada del franco francés. Semejante decisión era muy impopular en vísperas de las elecciones presidenciales francesas de 1936, pero sin fondos públicos disponibles era inviable que Francia (pese a su mayor poderío bélico en ese momento) sostuviera financieramente una guerra de largo alcance contra Alemania.

Mediante el ministro de relaciones exteriores, Flandin, el gobierno francés trató de buscar el apoyo del Reino Unido para detener en forma conjunta esta violación alemana del Tratado de Versalles. No obstante, el gabinete británico de Stanley Baldwin rehusó reunirse de inmediato para tratar la crisis y dejó pasar un día para recién analizar la situación el lunes 9 de marzo.

Parte de la opinión pública británica consideraba que los alemanes solamente "recuperaban su jardín trasero" al estacionar tropas en Renania y no convenía reprocharles esta violación de un tratado internacional, sosteniendo una política de apaciguamiento para mantener al III Reich en buenas relaciones con el Reino Unido, posición respaldada entonces por el ministro de Asuntos Exteriores británico Anthony Eden.

Ante esta indecisión británica, los franceses no se sintieron lo bastante respaldados para una acción militar de gran alcance y dejaron que la remilitarización de Renania concluyera sin obstáculos; tal desenlace causó sorpresa de los mandos de la Wehrmacht y aumentó más el prestigio de Adolf Hitler sobre los militares profesionales.



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