Crucifixión (Grünewald) nació en Francia.
La Crucifixión es la escena representada en los dos paneles centrales del Retablo de Isenheim cuando está cerrado, obra maestra del pintor alemán Matthias Grünewald. El retablo elaborado entre los años 1512 y 1516. Esta tabla central es la imagen más conocida de dicho retablo, y mide 269 cm de alto, y 307 cm. de ancho. Está pintado al temple y óleo sobre panel de madera de tilo. Se encuentra en el Museo de Unterlinden en Colmar (Francia).
Esta imagen de la Crucifixión se ve con el retablo cerrado. Es una imagen dotada de una dramática expresividad.
El eje central es la Cruz en la que está Jesucristo, ligeramente descentrado. Jesucristo está crispado, y casi putrefacto, con heridas purulentas. La cruz de madera ha sido realizada a partir de un árbol groseramente tallado. Su brazo horizontal se comba al sostener el cuerpo imponente de un hombre martirizado, retratado en el último espasmo que precede a la muerte. Las manos clavadas a la cruz parecen contorsionarse convulsamente, los brazos se extienden desarticulados por encima de la cabeza reclinada sobre el pecho, cubierta de una impresionante corona de espinas; la boca deshecha por el dolor parece haber exhalado ya el último suspiro.
Ernst Gombrich comenta en estos términos la escena:
Junto a la cruz se encuentra María, con velo y blanco hábito monacal, con un rostro que parece bellísimo en la palidez del agotamiento. No es una figura resignada, sino angustiada al descubrir el cuerpo de su hijo crucificado. Se retuerce las manos hasta hacerse daño.
A la Virgen la sostiene piadosamente san Juan vestido de rojo, cuyo corte de pelo y rasgos faciales tienen el aire de un joven estudiante alemán.
A los pies de ellos, la Magdalena implora a Cristo. Viste un amplio manto color rosa, se retuerce en el lamento y tiende las manos juntas hacia la cruz. Envejecida, la Magdalena se tiende como un arco, con el cuerpo y con los brazos, y mira angustiada, a través del velo que le cae sobre los ojos, el cuerpo martirizado de Cristo.
A la derecha se ve a Juan el Bautista, que señala con el dedo el cuerpo lívido e inanimado de Jesús. Viste una grosera pelliza de pelo de camello; tiene estatura elevada, los cabellos revueltos y una barba descuidada; lleva en la mano las escrituras, y con un índice desmesurado, señala didácticamente la figura de Cristo. A sus pies, el Cordero de Dios (símbolo de aquel Jesús que él ha bautizado) tiene el pecho herido y una copa recoge el fluir de la sangre que de allí sale. A sus espaldas, en el agujero de penumbra que envuelve el angustioso silencio de la escena, se lee Illum oportet crescere, me autem minui ("Es preciso que él crezca y que yo disminuya), extraído del Evangelio según san Juan (3,30), donde el Bautista declara haber sido enviado para anunciar a Cristo.
El paisaje que se despliega a partir del patíbulo en un crepúsculo de muerte, permite vislumbrar las aguas estancadas de un río.
Podría decirse que es en la representación del martirio que tiene esta obra de Grünewald la razón de su existencia, como si a través del pintor alemán se abriese el camino que llevará al Grito de Munch; pero no hay parte alguna de la tabla, comenzando por la imponente presencia del Bautista, que no tenga también un significado teológico, estudiado previamente con el comitente, el abad Guido Guersi, con un intento didáctico que se dirige a los enfermos que el monasterio de Isenheim hospedaba.
Observa el escritor francés Joris-Karl Huysmans que:
Cristo moribundo
María en brazos de san Juan
El Cordero de Dios
María Magdalena implorante
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