La cultura castreña fue una cultura que se desarrolló, desde finales de la Edad del Bronce hasta principios de nuestra era, en el noroeste de la península ibérica, dentro de una zona que abarcaría el norte del actual Portugal desde las riberas septentrionales del río Duero, Galicia, las zonas central y occidentales del Principado de Asturias, provincia de León y la provincia de Zamora (también delimitada al sur por el río Duero).
La problemática de los límites estriba en fenómenos de aculturación en el caso de los astures lo que hace que esta visión esté desfasada. En el caso de Asturias los límites de la cultura castreña se han desplazado en la actualidad hasta la zona centro-oriental, donde encontramos castros como el de Noega (Gijón) o Camoca (Villaviciosa) junto a Llagú (Oviedo) cuya fundación parte de al menos el siglo VIII y no presenta diferencias notables con los de la zona occidental de Asturias y Galicia, y por el problema de la definición de la provincia romana de la Gallaecia. Los límites más aceptados son el río Navia por el este y el Duero al sur (área que posteriormente formaría la provincia romana de Gallaecia) desde finales de la Edad del Bronce (siglo IX o VIII a. C.) hasta el siglo I con menciones que podrían identificar castros tardíos durante las razzias de los suevos dirigidos por Hermerico (409-441). Así, en las regiones interiores de Gallaecia, en el año 430 Hidacio dice:
Su característica más notable son los poblados fortificados conocidos como castros (de la forma latínizada castrum), de los que toma el nombre, no obstante se desconoce el término original en lengua indígena para definir a los castros.
Se desarrolló durante la Edad del Hierro sobre un fuerte sustrato indígena directamente ligado al periodo del Bronce Final Atlántico (1200-700 a. C.) el cual se vio prontamente mezclado con elementos europeos desde esta edad de bronce. A este componente precastreño se sumaron influencias culturales europeas atlánticas, y, en menor medida, mediterráneas.
En el lento período formativo, que duraría hasta el siglo V a. C., se cree que los castros se fueron extendiendo de sur a norte y de la costa hacia el interior por ser los castros meridionales y costeros (no confundir con castro marítimo que hace referencia a la actividad económica y a la situación geográfica como el de Baroña) los de mayor tamaño y densidad. Esta cultura se desarrolló a continuación durante dos siglos y comenzó a ser influenciada por la cultura romana desde el siglo II a. C., continuando en forma de cultura galaico-romana después de la conquista y hasta los siglos III o incluso IV y con ejemplos de castros tardíos en el siglo V ya en plena ocupación sueva.
La economía castreña tenía una base agrícola (cereales como el trigo, el mijo, la avena y la cebada, leguminosas como las alubias y los garbanzos, berzas, nabos, etc.) y ganadera-pastoril (vacas, caballos, ovejas, cabras y cerdos), pero también se practicaban la caza (ciervo y jabalí), la pesca (pescadilla, maragota, jurel), el marisqueo y la recogida de frutos (avellanas, bellotas). Existía la minería (oro, estaño, cobre, plomo y hierro), la metalurgia y una cerámica regional, la cerámica castreña con claros componentes de la orla celta atlántica. La orfebrería tiene raíces en la Edad del Bronce y fue recibiendo influencias centroeuropeas y mediterráneas. Las alhajas más características son los numerosos torques, los cuales llegan a componer importantes colecciones tipológicas; también son bien conocidos los brazaletes, los pendientes y los anillos. La escultura estaba muy extendida y conoció un especial florecimiento en los territorios meridionales. De entre las armas destacan las espadas cortas y los puñales "de antenas", raros en número por ser hasta la fecha un territorio que no facilita la conservación de los metales en especial el hierro y por desconocerse la naturaleza de los ritos funerarios al punto de que se desconocen entierros o campos de incineración, suele usarse entre los arqueólogos que estudian la prehistoria del noroeste la siguiente cita: "En la edad del bronce la gente moría pero no vivía y en la edad del hierro la gente vivía pero no moría" en referencia a la ausencia de evidencias de asentamientos de la edad del bronce en relación a sus numerosos túmulos de incineración conocidos como "mamoas" contrastando con la edad de hierro donde se constata la abundancia de asentamientos con la ausencia casi absoluta de cementerios ya sea de inhumación o de cremación, así como la escasez de armas en relación a la proliferación de sitios fortificados (castros propiamente dicho).
El panteón religioso indígena era numeroso, como revelan las inscripciones en las estelas votivas de época galaico-romana y donde podemos apreciar el proceso de celtización que experimentó la cultura castreña, y donde se complementaban con cultos o ritos relacionados con fuerzas, elementos o manifestaciones de la Naturaleza. Se desconocen los ritos funerarios, ya que no se han encontrado ni enterramientos ni incineraciones.
El mundo castreño no tuvo unos límites territoriales definidos, por lo que es difícil definirlos. Se suela afirmar que esta cultura ocupó toda la Galicia actual, la parte occidental de Asturias hasta el río Navia y el norte de Portugal, entre los ríos Miño y Duero. Las zonas de influencia de los castreños están más discutidas: según algunos autores estas corresponderían a zonas limítrofes de León, Salamanca y Zamora; Asturias hasta el río Sella; y Portugal hasta Coímbra. A pesar de todo, algunos investigadores desmienten de la existencia de esta influencia cultural en estas zonas.
A raíz de algunos topónimos y de restos epigráficos que llegaron a nosotros, se considera que en el noroeste de la península se hablaba un tipo de lengua celta perteneciente a las goidélicas, denominada actualmente lengua galaica. Algunos defensores de esta teoría se basan también en estudios que afirman que los celtas británicos descendieron de pescadores del norte de la península.
El estudio e investigación de esta cultura se viene realizando desde hace más de cien años. El iniciador fue Martins Sarmento a finales del siglo XIX, continuando su labor la Sociedade Martins Sarmento y posteriormente por José Leite de Vasconcelos, el Instituto de Antropologia Mendes Corrêa y la Sociedade Portuguesa de Antropologia e Etnologia, con quienes se establecen las primeras comunicaciones con los arqueólogos gallegos entre los que destacaba Florentino López Cuevillas.
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