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Devotio moderna



Devotio moderna (Devoción moderna) fue una corriente espiritual de la Baja Edad Media, nacida en los Países Bajos, especialmente en Renania, a finales del siglo XIV.[1]​ Los términos con los que se autodefine el movimiento pretenden dejar bien claro que se «intentaba señalar que se estaba buscando una elevación en la práctica religiosa», a la vez que «era preciso superar las limitaciones de la escolástica y también las meras normas litúrgicas» para acomodarse a las nuevas corrientes teológicas.[2]

Devotio moderna son dos palabras latinas que traducidas al español literalmente serían «devoción moderna», pero etimológicamente el sustantivo devotio significa la virtud de religión, y el adjetivo moderna sigue el uso de la cultura de mediados del siglo XIV, que distinguía la escuela de Guillermo de Ockam como «moderna», de aquella «antigua» que era la escolástica.[3]

Los orígenes del movimiento están íntimamente relacionados con la obra de Gerardo Groote (1340-1384) de Deventer. Bajo su influencia directa se fundó una hermandad femenina que tomó el nombre de «Hermanas de la Vida Común», para las que escribió un reglamento, estipulando minuciosamente sus normas de convivencia y de piedad.

Un seguidor y compatriota de Groote, Florencio Radewijns, sacerdote, continuando la obra de su maestro fundó una congregación masculina que, siguiendo a la femenina, adoptó el nombre de Hermanos de la Vida Común. Ambas comunidades poseían las misma normas de vida, siendo el celibato su característica más destacable.[4]

Aunque se llevaron a cabo varias fundaciones, entre las que destacan Kampen, Zwolle, Hoorn, Amersfoor, los Hermanos y las Hermanas de la vida común no eran especialmente proselitistas ni tuvieron un gran proyecto fundacional. En 1378 se inauguró en Windesheim, Holanda, un monasterio formado por clérigos y laicos, de donde nacería una comunidad de canónigos regulares de san Agustín, que se distinguió por sus signos de sencillez y pobreza.[5]

Esta corriente se mueve, de especial modo, en la línea afectiva agustiniana, que será la base de la espiritualidad de los canónigos regulares victorinos de París.[6]​ La devotio moderna se encargó de propagar estas doctrinas especialmente entre las clases más pobres de la sociedad de entonces.

La espiritualidad del movimiento es marcadamente cristocéntrica, es decir, la humanidad de Cristo es el eje central de la vida espiritual, por lo tanto el hombre debe vivir una vida ética y concreta que imite a Jesucristo en su faceta humana y emocional, lejos de las abstracciones de la teología escolástica, buscando alcanzar la gloria mediante la imitación de su ejemplo. La oración metódica, el examen de conciencia y la meditación son medios para alcanzar este fin.[5]

La devotio moderna se relaciona con el Humanismo Cristiano, una mezcla de humanismo y cristianismo, aunque, a diferencia de este, era excesivamente individualista, y sus miembros aspiraban a vivir santamente en el mundo como una comunidad religiosa, pero sin hacer votos públicos.[3]​ El Humanismo cristiano abogaba por el estudio de los textos fundamentales de la cristiandad para llegar a una relación individual e interna con Dios. Los laicos del siglo XV eran capaces de estudiar las Escrituras gracias a la invención y difusión de la imprenta.

Los Hermanos de la Vida Común rechazaban pedir limosna como los mendicantes y buscaron su modo de vida en la copia y edición de manuscritos. Cuando se inventó la imprenta continuaron su actividad mucho más efectivamente. Con los ideales del Humanismo cristiano, la devotio moderna recomendaba una actitud mucho más individual hacia las creencias y la religión y fue especialmente prominente en las ciudades neerlandesas durante el siglo XIV y el XV.

Aparte de los ya mencionados Gerardo Groote y Florencio Radewijns, se pueden destacar como protagonistas de la divulgación de la devotio moderna a Jan Mombaer (Mauburnus), Gerard Zerbolt de Zutphen, Gerlach Peters, Hendrik Mande, Dirk (Teodorico) van Herxen y Juan Wessel Gansfort.[1]

Sin duda, Tomás de Kempis, un Hermano de la Vida Común, cuya primera influencia espiritual procede de Radewijns, es el máximo exponente de esta corriente espiritual. Con su libro titulado La imitación de Cristo, escrito hacia 1425, ha influenciado a los grandes ascetas cristianos del mundo, católicos y protestantes.[7]​ Se trata del libro más difundido, después de la Biblia. Por un tiempo se dudó de la autoría de Kempis. Sin embargo, historiadores y filólogos actuales piensan que la labor de Kempis fue la redacción final del texto y que algunas partes de la obra pudieron ser obra de otros miembros del movimiento.[2][5]

El libro de Kempis esboza los conceptos más importantes de la devotio moderna, basados en la conexión personal con Cristo y las muestras activas de amor hacia él, por ejemplo, en el sacramento de la Eucaristía durante la misa. Básicamente, el objetivo fundacional de Radewijns para los Hermanos y Hermanas de la Vida Común puede resumirse en «crear arquetipos de santidad sólidos y profundos», según el modelo de Cristo, con el propósito final de «suscitar en la sociedad un deseo de imitación».[2]

El movimiento espiritual de la devotio moderna floreció especialmente en el siglo xv. A las escuelas de los Hermanos de la vida común en los Países Bajos llegaron a estudiar grandes personajes, como Erasmo de Róterdam, Juan Calvino e Ignacio de Loyola, quienes en parte se vieron influenciados por sus doctrinas y las propagaron en otros países europeos.[3]​ Sin embargo, en el siglo XVI empezó a decaer hasta desaparecer por completo o dejarse absorber por otros nuevos movimientos. Algunos historiadores culpan de este declive a su escaso espíritu apostólico y a su piedad individualista, que daba poco espacio a la concepción de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo.[5]

En ocasiones se ha visto en ella una contribución al luteranismo y al calvinismo, aunque marca una gran divergencia con estos y sus antecedentes nominalistas.[2]



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