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Diego de Valera



Diego de Valera (Cuenca, 1412 - El Puerto de Santa María, 1488), fue un escritor, guerrero, diplomático, humanista, traductor e historiador castellano, doncel de Juan II a cuyo servicio luchó contra los nazaríes (1431), antes de iniciar su periplo por las embajadas castellanas en Europa.

Entre sus obras de carácter político-moral destacan Defensa de las virtuosas mujeres, Espejo de verdadera nobleza (1441), Tratado de las armas (1458-1467), Ceremonial de príncipes (1462) y Doctrinal de príncipes (1475). También escribió una serie de Epístolas destinadas a los Reyes Católicos y algunos poemas y notables obras históricas como la Crónica a los Reyes Católicos.[1]

Diego de Valera nació en 1412, probablemente en Cuenca[2]​ y falleció en 1487 o 1488 en El Puerto de Santa María. Forma parte de la serie de escritores que cambió las letras y las armas. Perteneciente a la hidalguía, en él se refleja la tradición caballeresca y militar, la política, la literatura y la diplomacia.

Procedente de una familia de estirpe judeoconversa, su padre fue Alonso Chirino, médico de Enrique III y Juan II. Desde muy joven entra al servicio de Juan II y en 1429 es nombrado doncel del príncipe Enrique III. He aquí, en este periodo, su primera toma de contacto con el mundo de las armas cuando es nombrado, en 1435, caballero.

A partir de aquí, llevará a cabo una serie de viajes al extranjero que influirán en lo que más adelante, será su faceta literaria. Entre 1437 y 1438, emprende los dos primeros; a Francia y a Bohemia. En este último destino, hizo uso de sus dotes de mediador teniendo que empaparse de libros jurídicos en latín, cosa que le dotó de conocimiento intelectual y aproximó a las letras. Así logró intervenir entre el rey de Castilla y el conde de Bohemia.

En 1442, por orden de Juan II, es enviado a visitar a la reina de Dacia, al rey de Inglaterra y también al duque de Borgoña. Entonces aprovechará para hacer gala de sus dotes militares, por ejemplo en 1443 en un célebre paso de armas. El cronista Fernando de Pulgar filtrará en sus crónicas las hazañas de Diego de Valera en el extranjero.

Ya en 1445, las fuentes coinciden en situarlo junto a Juan II, definitivamente en el reino de Castilla. Poco después, a comienzos de 1447, siendo procurador en Cuenca y tras intervenir en las cortes con breves discursos, dirige al rey una carta haciendo hincapié en la necesidad preservar la paz con Francia. La carta causó tal repercusión que, una copia fue llevada a manos de don Pedro de Estúñiga, el cual deslumbrado, por las capacidades de Valera, le encargó la educación de su nieto. Aquí comienza una nueva etapa en la que hace de tutor de un joven noble. Pasado un año la muerte sorprende a Juan II mientras está instalado en Sevilla.

Poco después, se establecen vínculos amistosos entre Valera y los condes de Haro, los cuales le encaminaron hacia el mundo de las letras, sin desligarlo jamás de las armas. A mediados de 1462 encontramos a Diego de Valera como corregidor en Palencia según consta una carta dirigida a Enrique IV. Al cabo de cinco años, sale del servicio directo del rey para ponerse al servicio de la casa de Medinaceli, para la que desempeñará el cargo de alcalde del Puerto de Santa María. Paralelamente durante estos años tiene lugar una guerra civil entre Enrique IV y su hermanastro Alfonso "El Inocente". Tanto Diego de Valera como la familia Medinaceli estaban de parte del príncipe don Alfonso, lo que hace que Diego de Valera aparezca en un documento datado en diciembre de ese mismo año como maestresala del príncipe Alfonso. Pasan los años, y tras la subida al trono de los Reyes Católicos en 1474 Valera acabará perteneciendo al consejo de los reyes alternando este nuevo oficio con el de alcalde del Puerto de Santa María, que jamás abandonó.

Las cartas que Diego de Valera escribió a los reyes tratan diferentes asuntos; desde la fiscalidad o el gobierno del reino, hasta la guerra de Granada. Algunas de estas cartas fueron respondidas por los mismos reyes, cosa que deja entrever la confianza y el respeto mutuo que se tenían. Asumió el papel de mentor y consejero y su literatura se convirtió en nexo con el mundo. Falleció en 1488.[3]

La obra de Diego de Valera es una importante fuente para los reinados de los últimos Trastámaras. Como cronista quiso narrar los hechos desde su propia individualidad y no en función del rango social, porque, según él, todo hombre tenía derecho a ser oído. En este sentido, las obras de Valera de carácter histórico, como Crónica abreviada (1482), Crónica de los Reyes Católicos (1927) y Memorial de diversas hazañas (1941), y también las moralistas, como Tratado en defensa de las virtuosas mujeres (1441), Tratado de las armas (1458-1467), Ceremonial de príncipes, Tratado de las epístolas, Providencia contra fortuna(1462), Doctrinal de príncipes (1475), etc., constituían una intrínseca defensa de la voz de aquellos menos escuchados.[4]​ Esa voz debía servir tanto de consejo para los monarcas como para que los poco leídos conociesen los hechos que acontecían en los reinos y pudiesen participar de los asuntos públicos. Sus crónicas y tratados, que carecían de un método sistemático, configuraron una propuesta original a partir de textos seleccionados de otros autores o de fuentes documentales con los añadidos surgidos de su propia experiencia. La misma elección del género supuso una declaración de principios acerca de la función divulgativa que le confirió a la literatura y del propósito de satisfacer las necesidades de instrucción de un público. Valera asumió así el papel de mentor aficionado, y sobre estos principios que sustentó su aspiración a servir de nexo con el mundo se articuló su estilo sencillo, directo y popular.[4]

Espejo de verdadera nobleza [1] (1441). También conocido como Tratado de nobleza e fidalguía. Dedicado a Juan II, rey de Castilla. En ella, el autor describe lo que para él es la verdadera esencia de la aristocracia, proporciona algunas noticias de la época y, al tiempo que lamenta la decadencia de la caballería medieval, informa de procesos aristocráticos como, por ejemplo, cómo se adquieren y pierden las armas. Esto se origina como respuesta a un debate que nació en el siglo XV en Castilla, que discutía acerca de cómo debía definirse verdaderamente la nobleza, con sus funciones, deberes y prerrogativas. Esta polémica nació de la rivalidad entre los nobles y la monarquía, además del debate entre los conceptos de nobleza de «sangre» y nobleza «verdadera». El último, que defiende Diego de Valera, demuestra la influencia renacentista en las primeras décadas del Cuatrocientos castellano, ya que la nobleza empieza a definirse según la virtud y la erudición clásica.[7]​Tradicionalmente, esta obra está fechada entre 1439-1441, aunque otra hipótesis apunta que debería datarse diez años más tarde, dependiendo supuestamente de los escritos compuestos tras la insurrección de Toledo en 1449 contra los conversos. Hoy en día está disponible en Fondo de manuscritos de Jesús Domínguez de Bordona.

Escribió además el Tratado de las armas o de los rieptos y desafíos, donde desvela sus profundos conocimientos en heráldica. Según Nicolás Antonio compuso también una Historia de la casa de Zúñiga. En verso escribió, además, una Letanía y unos Salmos penitenciales. Y tradujo del francés el Árbol de batallas. Algunas de sus composiciones poéticas se incluyen en el Cancionero de Stúñiga.



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