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Disentería



La disentería (anteriormente conocido como flujo o flujo de sangre) es un trastorno inflamatorio del intestino (gastroenteritis), especialmente del colon, que produce diarrea grave que contiene moco o sangre en las heces. Si no se trata, la disentería puede ser fatal.

La disentería es causada generalmente por una infección bacteriana o la infestación de parásitos, pero también puede ser causada por un irritante químico o una infección viral. Las dos causas más frecuentes son la infección con una enterobacteria del género Shigella, y la infección por una ameba, Entamoeba histolytica. Cuando es causada por Shigella se llama disentería bacilar (por su forma de bacilo), y cuando es causada por una ameba se llama disentería amebiana.

Además de esto, la disentería por shigella o disentería bacilar puede dar signos meníngeos que son confundidos con una meningoencefalitis: esta era la causante de epidemias en los barcos en la antigüedad; asimismo en las grandes guerras, en ocasiones era la causante de más muertes que las que causaba la guerra en sí.

Esta enfermedad infecciosa es adquirida por vía fecal-oral, por medio de alimentos o agua contaminada. El contacto con materia fecal o contaminada con los microorganismos como E. coli o Shigella más la susceptibilidad de la persona en riesgo, determinará la presencia y gravedad de la infección.[2]​ Es por esto que se pueden observar brotes epidemiológicos cuando una población está en contacto estrecho con estos factores.

La enfermedad disentérica o síndrome disentérico puede tener diferentes etiologías:

El término «disentería» viene del griego dys, ‘alteración’, y enteron, ‘intestino’. Aparece en documentos de diversas culturas e idiomas: hebreo, griego, chino, sánscrito, entre otros.

La disentería es conocida y fue estudiada desde la Edad Antigua. Existen descripciones en obras de Celso e Hipócrates (460 a 377 a. C.), (denominada "flujo de vientre") y es citada en el Antiguo Testamento y en la Medicina Interna Clásica de Huang Ti (140 a 87 a. C.). La etiología parasitaria fue sospechada por Lambal en Praga (1850) al descubrir un protozoo con seudópodos en las heces de un niño con disentería. Fue hasta 1875 que Feder Losch hizo el primer reporte de amebas en un caso de disentería. Dentro de las investigaciones realizadas en ese tiempo, se decidió nombrar a la ameba responsable de la disentería como Entamoeba hystolitica por su capacidad de destruir tejidos (lisis tisular).[3]

Si mencionamos a personajes de la historia, es oportuno mencionar que los contendientes de la Primera Guerra de los Barones, el rey Juan Sin Tierra y el Príncipe Luis, murieron de disentería en 1216 y 1226 respectivamente. A su vez, en América, las primeras noticias de diarrea que mejoraba con la ipecacuana, se remontan al siglo XVI, específicamente en 1516, en publicaciones en Alcalá de Henares, por Pedro Mártir quien visitó América.

La prevención se basa en mantener la higiene, preservar las condiciones sanitarias de los alimentos, el correcto lavado de manos, y un adecuado tratamiento de la basura.[4]​ A pesar de saberse las medidas de prevención para la disentería, existe la barrera sanitaria de los países en vías de desarrollo por la falta de acceso a servicios básicos como lo es el agua potable. Es por esto que se busca encontrar la mayor protección de la enfermedad por medio de la vacunación, sobretodo para poblaciones de riesgo para enfermedades diarréicas.

Actualmente, la comunidad científica se encuentra elaborando prototipos de vacunas contra los tipos de Shigella que causan enfermedad en el humano. Estas vacunas se encuentran en fases preclínicas, por lo tanto, no se han aprobado vacunas para su uso rutinario en la comunidad para la prevención de la disentería.[5]​ Los esfuerzos y avances que se ha tenido en este aspecto han sido de utilidad para el mayor conocimiento de la bacteria y su interacción con nuestro sistema inmune; sin embargo, hay muchos factores que participan al momento de aplicar una vacuna y la generación de la inmunidad pasiva contra la bacteria, como lo son factores ambientales, el tipo de vacuna que se aplica, el estado general de salud de la persona a vacunar, etc.[6]

Generalmente las infecciones intestinales se autolimitan a días-semanas. El tratamiento consiste en mantener un estado óptimo de hidratación, preservar la nutrición tolerada por la persona, y el manejo de los síntomas como la fiebre y el dolor abdominal.

La intención del tratamiento con antibióticos es disminuir los días de enfermedad para tener una recuperación más rápida y prevenir la evolución severa de la infección. No obstante, la antibioticoterapia debe individualizarse según las condiciones del cuadro clínico[7]​, por lo que no se requerirá en todos los casos.

Se puede desarrollar un espectro heterogéneo de complicaciones en el caso de que la persona desarrolle una enfermedad infecciosa severa. Tales como desequilibrios hidroelectrolíticos (hipoglucemia, hiponatremia), perforación intestinal, megacolon tóxico, absceso hepático, fístulas colóncas, amebiasis fulminante, síndrome hemolítico-urémico, encefalitis, choque séptico y la muerte.[2][8]



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