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El químico escéptico



El químico escéptico: o las dudas y paradojas quimio-físicas (en inglés, The sceptical chymist: or chymico-physical doubts & paradoxes, touching the spagyrist's principles commonly call'd hypostatical; as they are wont to be propos'd and defended by the generality of alchymists) es el título de la principal obra científica de Robert Boyle, publicada en Londres en 1661, y por la que ha sido llamado «fundador de la química moderna».[1]

Escrito en forma de diálogo, Boyle presentó en El químico escéptico la hipótesis de que la materia está formada por átomos y agrupaciones de átomos en movimiento, y que cada fenómeno es el resultado de colisiones entre estas partículas. Asimismo afirmó que los experimentos niegan que los elementos químicos se limiten sólo a los cuatro clásicos (tierra, fuego, aire y agua) y alentó a los químicos a experimentar. Abogó por un acercamiento riguroso a la experimentación científica: creía que todas las teorías deben ser probadas experimentalmente antes de ser consideradas como verdaderas. También declaró que la química debería dejar de estar al servicio de la medicina o la alquimia, y la ascendió a la categoría de ciencia.

El químico escéptico está animado con toques de humor, como cuando compara a los alquimistas con «los navegantes de la flota de Tarsis de Salomón, que traían a casa ... no sólo oro, plata y marfil, sino también pavos reales y monos», ya que sus teorías, «cualquiera de ellas, como las plumas del pavo real, son muy vistosas, pero ni son sólidas ni útiles; o bien, como los monos, que si tienen alguna apariencia de ser racionales, se manchan con algún disparate u otro que les hace aparecer ridículos».[2]

La mayor aportación de El químico escéptico, aparte de su mensaje principal, fue manifestar el valor del experimento, demostrando a los químicos cómo emplear términos y nomenclatura estándar en las explicaciones y en la presentación de nuevos productos químicos.

Su influencia se puede apreciar en la referencia del poeta irlandés Nicholas Brady a "las semillas discordantes" en su «Oda a Santa Cecilia» (a la que Henry Purcell puso música en 1691), mucho antes de la teoría cinética de los gases de Bernoulli (1738):

Las semillas discordantes de la materia estaban de acuerdo,
Tú has de obligar a los átomos dispersos,
Que, unidos por tus leyes de la verdadera proporción,



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