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Epístola de Policarpo a los Filipenses



¿Dónde nació Epístola de Policarpo a los Filipenses?

Epístola de Policarpo a los Filipenses nació en ciudad.


La epístola de Policarpo a los Filipenses es un escrito epistolar del siglo II, considerado como parte del corpus de los así llamados Padres apostólicos. Se trata de una respuesta que Policarpo de Esmirna habría enviado a la comunidad de Filipos que le pedía una copia de las cartas de Ignacio de Antioquía.[1]

Partiendo de contenidos ya explicitados en la carta de Clemente,[2]​ da algunos consejos de vida moral acompañados por elementos doctrinales. Se subraya en ella la obediencia que se ha de tener hacia los presbíteros.

Se ha discutido sobre la unidad del texto y las posiciones no son todavía concordes. De hecho, Ireneo de Lyon menciona que Policarpo habría escrito no una sino varias epístolas, sea a comunidades cristianas, sea también a sus obispos[3]​ y refiere específicamente esta a los filipenses.[4]​ Percival Harrison sostiene que se trata de dos cartas: una que habría sido escrita estando Ignacio de Antioquía con vida y comprende los capítulos del 13 y 14 de la epístola. Se trataría simplemente de una nota que acompañaba las cartas de Ignacio de Antioquía que los filipenses le habían pedido. El resto, o la otra carta, habría sido elaborada ante los problemas causados por el marcionismo hacia el año 135.[5]​ Dada la antigüedad de las fuentes, la unión de ambas cartas se habría producido muy tempranamente.

Otro elemento que se ha evidenciado es que toda la carta está entretejida de citas de las cartas de Pablo, de la primera de Pedro y de la carta de Clemente de Roma a los corintios,[6]​ y que, sin embargo, no hay citas del Antiguo Testamento.

El texto griego conservado va desde el capítulo 1 al versículo 2 del capítulo 9. El resto del capítulo 9 se encuentra reportado en la Historia Ecclesiastica de Eusebio de Cesarea así como el 13. Toda la carta se conserva en un texto latino.

Se trata de un escrito sencillo, sin arreglos retóricos ni profundización teológica que incluso ha sido considerada como «lugar común».[7]

Tras el saludo epistolar, hace una exhortación –motivada en la resurrección venidera– a hacer la voluntad de Dios siguiendo los mandamientos. A continuación recuerda que el mismo Pablo de Tarso fue el maestro de esa comunidad y les enseñó lo mismo que ahora Policarpo les dice.

Los siguientes apartados incluyen consejos para diversos grupos: las mujeres (casadas y viudas), los diáconos, los jóvenes, las vírgenes y los presbíteros («ancianos»). Aunque subraya el papel de los presbíteros en la comunidad (lo que probaría que se trataba de un grupo organizado jerárquicamente), describe las características de los «ancianos» sin mencionar –curiosamente si se toman en cuenta las veces que lo hace Ignacio de Antioquía– al obispo.

Ante las herejías que ya pululaban, defiende la naturaleza humana de Jesucristo y presenta el ejemplo de los mártires que ofrecieron su vida. A esa contraluz ataca el mal ejemplo de un presbítero, llamado Valente que habría dejado el ministerio. Este recuerdo le permite volver a exhortar a la perfección a los demás presbíteros de la comunidad.

La exhortación final es al conocimiento de las Escrituras y a la mansedumbre. Siguen los saludos, encargos y despedidas propios de las cartas. También pide que se rece por las autoridades políticas.



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