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Escándalo de Arcueil



Escándalo protagonizado por el Marqués de Sade el 3 de abril de 1768.

Ese día era Domingo de Pascua. Rose Keller, que declara estar mendigando en la plaza de las Victorias de París (en aquel tiempo lugar frecuentado por prostitutas para vender sus servicios) lo acusa de, con el pretexto de proporcionarle un trabajo, llevarla a la casa de Arcueil y una vez allí obligarla a desvestirse, martirizarla sajándole reiteradamente en la espalda con algún objeto cortante y de otros muchos abusos. Atendida por unas vecinas del pueblo, éstas declaran atrocidades contra Sade, y el médico, en primera instancia, al día siguiente de los hechos, certifica heridas en la espalda de la mujer.

En el juicio se demuestra que Sade no la hirió, el médico es llamado a declarar bajo sospecha y se ve obligado a rectificar su primera declaración ante la ausencia de heridas en Keller. Sade mantiene que era una prostituta que contrató y que tan sólo la azotó en las nalgas con una cuerda anudada. La declaración de Sade coincide con los hechos probados. Sade pasa varios meses en prisión por orden real y en el proceso es condenado a pagar una cantidad de dinero que se destina a la beneficencia. Los hechos, trasformados por la rumorología, recorren toda Francia, adquiriendo Sade la fama de marqués depravado. Más tarde, en su cuento El presidente burlado escribiría, sin duda refiriéndose a este suceso: "Un joven de elevado rango de la provincia quiso, por una venganza trivial, dar una zurra a una cortesana que le había jugado una mala pasada, y este indigno cernícalo [el magistrado] convirtió el incidente en un asunto criminal".

La place des Victoires y su iglesia de los Petits-pères, eran lugar de encuentro donde, especialmente los domingos, se reunían numerosas prostitutas dispuestas a vender sus servicios y los clientes dispuestos a comprarlos. Aquel domingo, Sade se dirige a la plaza a las nueve de la mañana, monta en su coche a una mujer y juntos se dirigen a una casa que tenía alquilada en Arcueil. Llegan a la casa a las doce del mediodía donde les está esperando un criado.

Pasadas unas horas, iniciada la tarde, la mujer que resultó llamarse Rose Keller, se descuelga por una ventana del primer piso y trepa por la valla de la finca, saltándola, produciéndose varios arañazos en los brazos y desgarrándose la camisa.

La mujer corre calle abajo con la camisa caída bajo la cintura. El criado la persigue ofreciéndole una bolsa con dinero y diciéndole que vuelva, que su señor quiere hablar con ella. La mujer continúa su carrera. En su huida se encuentra con tres vecinas del pueblo que la acercan a un patio donde la atienden cosiéndole la camisa y curándole las heridas. Rosé Keller les cuenta lo sucedido.

Posteriormente presentan denuncia ante el alguacil de Arcueil y, en su ausencia, lo hacen ante el teniente de la gendarmería. Se hace venir a un médico para que la examine y este redacta un informe según el cual, toda la extensión de las nalgas y parte de la espalda presentan extensos cortes y excoriaciones y una larga y fuerte contusión […] causados posiblemente por un instrumento contundente y cortante […] existiendo huellas de cera fundida en alguna de las heridas.

Rosé Keller, de 36 años, declaró ser hilandera del algodón en paro desde hacía unos meses, que salía de la iglesia de los Petits-Pères de oír misa y se disponía a pedir limosna en su entrada. Según esta declaración, Sade se habría acercado a ella ofreciéndole un trabajo en su casa de Arcueil. Ambos se habrían desplazado a Arcueil y ya allí, encerrada en una habitación, le habría pedido que se desnudara. Al negarse, Sade amenazaría con matarla, ella le contesta que “antes moriría”. Él la forzó a desnudarse, la ató a una cama boca abajo y le cubrió la cabeza con una almohada. Declara que es azotada y posteriormente le abre heridas con algún objeto cortante derramando sobre ellas cera candente. Esto se repetiría seis u ocho veces, tras lo cual y, ante sus gritos, la amenaza con un cuchillo en la mano. Más tarde, Sade abandona la habitación para volver con una toalla y una palangana para que se lave. Cuando termina de lavarse le ofrece un pequeño frasco conteniendo un líquido color aguardiente y le pide que se frote todo el cuerpo para que en pocas horas desaparezcan las marcas de las heridas. Posteriormente, Sade le trae de comer y la encierra en otro aposento, advirtiéndole que no se acerque a la ventana. Una vez sola, se descuelga por la ventana y huye.

La denuncia sigue su curso y los hechos se han convertido en un escándalo que recorre París, se conocen por la versión de Rose Keller. Cuatro días después, el 7 de abril, la familia Sade se dispone a hacer frente al escándalo. Tres hombres de confianza, el que fuera preceptor de Donatien, el Padre Amblet y el maestro Sohier, se desplazan a Arcueil donde todavía se encuentra Rosé Keller, alojada en una casa, reponiéndose de las heridas. Se entrevistan con ella, que les recibe postrada en una cama, para intentar que retire la denuncia. Rosé Keller pide 3.000 libras y, al final, llegan a un acuerdo y se le entrega 2.400 libras (cantidad considerable para la época) para que retire la denuncia.

Las acciones de la familia no impiden que el escándalo continúe extendiéndose y al día siguiente, el 8 de abríl, apenas cinco días después de los sucesos, llega la lettre de cachet del rey ordenando su encierro.[1]​ Al día siguiente Sade ingresa en el castillo se Saumur.

El 15 de abril un miembro del parlamento, en sesión del Consejo criminal denuncia "un horrible crimen acaecido en Arcueil". En días siguientes, el Parlamento ordena a la justicia local que se inhiba, pasando el proceso a la jurisdicción de la Cámara de lo criminal del Parlamento de París.

La Cámara de lo criminal del Parlamento de París inicia el proceso con inusual rapidez. El 19 de abril Rose Keller es examinada sin que se le encontraran las heridas descritas en el informe médico. Al día siguiente se realiza un minucioso registro en el domicilio de Sade en la calle Neuve-du-Luxembourg, igualmente se registra la casa alquilada por el marqués en Arcueil, sin que, en ningún caso, se encuentre algo destacable fuera del uso cotidiano. El 21, otro día después, testifican Rose Keller y las vecinas que la atendieron reafirmándose en las acusaciones, también lo hacen testigos a favor de Sade, entre ellos su antiguo preceptor el padre Amblet:

El 23 de abril, el médico cirujano Lecomte redactó el informe y declara bajo sospecha:

El examen de la mujer y estas declaraciones revelan que la mujer no fue atada, que no se le causaron heridas con algún objeto cortante y que no se derramó cera candente sobre las heridas como rezaba la acusación.

Entre tanto, Sade recorre varias cárceles (Saumur, Pierre-Encize y la Conciergerie) sin poder responder al tribunal que lo reclama en dos ocasiones para declarar. El 10 de junio, al fin, presta declaración, asegurando que Rose Keller sabía que se trataba de un encuentro sexual a cambio de dinero, aunque no habían convenido una cantidad en concreto, admitiendo que la había azotado con una cuerda anudada. La familia Sade consigue una carta de abolición del rey, el proceso pasa a la Grand’ Chambre del Parlamento, única sala con autoridad para decidir sobre las cartas de abolición. La cámara ratifica la decisión del rey e impone a Sade una multa de cien libras que irán destinadas a la alimentación de los presos. Sade todavía permanecerá en la cárcel hasta el 16 de noviembre de ese mismo año.

Aquellos hechos se convirtieron pronto en un gran escándalo. Sin saberse muy bien por qué, pronto recorrieron toda Francia e incluso traspasaron sus fronteras. Quizá, la imagen de un noble abusando de una pobre costurera a la que sometiera a innumerables atrocidades simbolizó todos los desmanes de la nobleza. El hecho es que en los primeros días, por París, circularon octavillas con las declaraciones de la víctima, y pronto se interesó hasta la prensa extranjera. Han quedado como testimonio, las cartas que la marquesa Du Deffand, de setenta años de edad, ciega y retirada en un convento, envía nueve días después de los sucesos al historiador inglés Horace Walpole narrándole, a su modo, los hechos:

Enviándole, al día siguiente, una segunda:

De estas cartas se deduce que la ausencia de heridas en la víctima no exoneró a Sade del delito. La prensa de la época recoge así lo sucedido:

Un librero de la época, Siméon-Prosper Hardy, anotará en su diario:

Sade fue condenado a pagar 100 libras de multa y pasó siete meses en prisión, pero el mayor perjuicio para Sade fue el que su figura pasara a formar parte del imaginario popular iniciando la leyenda de aquel aristócrata que flageló y acuchilló a una pobre viuda para experimentar en ella una pomada que ocultaría las heridas, logrando así escapar de la acción de la justicia.

Dos años después, en julio de 1770, cuando Sade se incorpora a su destino en el ejército por orden del rey, topa con la hostilidad de sus superiores, que le impiden ejercer sus funciones de capitán y prohíben a sus inferiores acatar sus órdenes, llegando a ponerlo bajo arresto. Únicamente la advertencia, desde instancias superiores, de que deben acatar las órdenes del rey, permite a Sade incorporarse a su regimiento.



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