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Escuela de Calderón



Se conoce como escuela de Calderón al conjunto de dramaturgos caracterizados por seguir el estilo de las obras de Calderón de la Barca y que escribieron, en general, en la segunda mitad del siglo XVII, aunque esta corriente siguió en vigor en el siglo XVIII.

El teatro español del Siglo de Oro suele dividirse en dos tendencias que corresponden a dos épocas: la escuela de Lope de Vega, formada por quienes siguieron el modelo de comedia nacional creada por este en la primera mitad del siglo XVII, y la escuela de Calderón. Entre los primeros destacan Guillén de Castro, Antonio Mira de Amescua, Luis Vélez de Guevara, Juan Ruiz de Alarcón y Tirso de Molina; entre los segundos, Agustín Moreto y Rojas Zorrilla son sus máximos representantes, aunque cabría citar también a otros autores de menor renombre, como Álvaro Cubillo de Aragón, Antonio de Solís y Rivadeneyra, Juan de Matos Fragoso, Antonio Coello y Ochoa, Juan Bautista Diamante, Juan de la Hoz y Mota, Francisco de Leiva, Antonio Enríquez Gómez, Agustín de Salazar, Juan de Zabaleta, Sor Juana Inés de la Cruz y Francisco Bances Candamo.

Hacia 1640, muerto Lope hacía unos años, Calderón se erigía como el más prestigioso autor teatral, y se le reconocía unánimemente la primacía en la construcción de los argumentos; gozaba del aplauso del público y la admiración de la crítica. En este contexto, quienes aspiraban hacerse un nombre entre los poetas dramáticos de España, no podían sino emular su estilo. Calderón había escrito ya textos de enredo de hábil intriga como La dama duende, dramas históricos (El príncipe constante, ambos de 1629); teológicos (La devoción de la cruz, 1634 y El mágico prodigioso, 1637); de honor (A secreto agravio secreta venganza, 1636; El médico de su honra, 1637); obras filosóficas (La vida es sueño, 1636) y autos sacramentales tan admirados como La cena del rey Baltasar (1632) y El gran teatro del mundo (hacia 1635). Gran parte de sus obras maestras estaban escritas y sus rasgos comunes fueron adoptados por sus seguidores. Entre las características de esta escuela, se pueden mencionar:

El más destacado de los dramaturgos de la escuela calderoniana,[1]​ calificado por Baltasar Gracián como «el Terencio español»,[2]​ sobresalió en la comedia, en donde muestra sus mejores cualidades: diálogos fluidos e intrigas muy bien construidas. El desdén, con el desdén (1653-1654) es una de las mejores comedias palatinas del teatro español, junto con El vergonzoso en palacio (1606-1612) de Tirso de Molina y El perro del hortelano (1613-1618) de Lope de Vega.

El desdén, con el desdén pudo ser una revisión de otra excelente comedia suya de parecido asunto, El poder de la amistad (1652). En El desdén... se construye una perfectamente graduada comedia palaciega, en un ambiente refinado, y con un excelente tratamiento de la psicología de los personajes. Diana, mujer culta y heredera del condado de Barcelona, ha decidido rechazar cualquier amor. Carlos, conde de Urgel, fingiendo un desdén mayor por ella que el que Diana muestra hacia los hombres, logra conquistar su resistencia. El gracioso Polilla es personaje importante, y ya no actúa como mero gracioso o comparsa, sino que a veces toma la iniciativa de la estrategia de su amo. Su otra obra maestra es una comedia de figurón, El lindo don Diego (1662).[3]​ También compuso magníficas comedias de capa y espada, como No puede ser (también citada como No puede ser el guardar una mujer) o El parecido en la corte.

Entre sus obras de carácter grave siempre se ha mencionado la comedia de santos San Franco de Sena que tiene influencias de El condenado por desconfiado de Tirso de Molina. Otras buenas tragedias de final feliz (como era habitual en el barroco español) son El defensor de su agravio, Primero es la honra y Antíoco y Seleuco. Muy interesante es su visión de El licenciado Vidriera, que transforma la novela ejemplar cervantina en un drama de crítica social.[4]

Si Moreto ha sido reconocido por sus comedias, Francisco de Rojas Zorrilla ha sido estudiado sobre todo por su teatro serio, aunque es inferior al cómico.[5]​ La mejor comedia de Rojas Zorrilla es del subgénero de figurón: Entre bobos anda el juego (1638), ingeniosa y divertida, con un hábil manejo del equívoco; también es una insuperable comedia Abrir el ojo. Otras de sus buenas obras de capa y espada son Donde hay agravios no hay celos, y amo criado (donde se invierten los papeles del gracioso y el galán), Lo que son mujeres (que finaliza, inusitadamente, no queriendo casarse los personajes), Abre el ojo y No hay amigo para amigo. Pueden citarse también otras comedias no exactamente de capa y espada, como Don Diego de noche y Obligados y ofendidos y gorrón de Salamanca.[6]

En su teatro serio descuellan dos obras: Del rey abajo ninguno, 1651 (también llamada García del Castañar) y Cada cual lo que le toca (escrita antes de 1644). La primera es una comedia de villano noble, al estilo del Peribáñez y el Comendador de Ocaña de Lope de Vega o El alcalde de Zalamea de Calderón, y supone la mejor obra de este género de entre los seguidores del teatro de este último. La segunda es más patética, pero toda tratada con una gran sensibilidad, a pesar de que no gozó el favor del público de su tiempo. Trata dilemas morales que todavía siguen vigentes donde una mujer mancillada toma venganza de sangre por su propia mano matando a quien la violó, y ello le reporta el perdón de su marido. Pese a cierto énfasis en lo trágico y macabro, siguiendo los pasos de la dramaturgia senequista, de la que Rojas Zorrilla era un consciente discípulo, su tratamiento de la hipocresía de las sociedades que conceden un valor excesivo a la virginidad de la mujer antes del matrimonio en Cada cual..., es de gran modernidad para su época.[7]

Otros ingenios de la escuela de Calderón que cabe mencionar son:

La nómina de autores de la escuela de Calderón podría ampliarse con muchos más nombres, de entre ellos merecen nombrarse Juan de la Hoz y Mota, Francisco de Leiva, Antonio Enríquez Gómez, Agustín de Salazar, Juan de Zabaleta y Sor Juana Inés de la Cruz, cuya obra dramática, debido a su condición de monja y de que toda su vida transcurrió en el virreinato de Nueva España (actual México), ha suscitado la atención de la crítica entre sus coterráneos. Sus loas poseen originalidad, no son malos sus autos sacramentales y su comedia Los empeños de una casa es hábil y entretenida.



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