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Esmalte



Esmalte y esmaltado, como técnica del esmalte vidriado o esmalte porcelánico en arte, cerámica y otras artesanías, es el resultado de la fusión de cristal en polvo sustrato a través de un proceso de calentamiento, normalmente entre 750 y 850 °C.[1]​ El polvo se funde y crece endureciéndose formando una cobertura suave y vidriada muy duradera en el metal, el vidrio o la cerámica. A menudo se aplica el esmalte en forma de pasta, y puede ser trasparente u opaco cuando es calentado. El esmalte vidriado puede aplicarse a la mayoría de los metales.[2]

El esmalte vidriado tiene muchas propiedades excelentes. Es suave, resistente a las agresiones mecánicas o químicas, duradero, puede mantener colores brillantes durante mucho tiempo y no es combustible. Entre sus desventajas destaca su tendencia a romperse o hacerse añicos cuando el sustrato es sometido a deformaciones o esfuerzos.

La durabilidad del esmalte le ha proporcionado muchas aplicaciones funcionales, incluidos los carteles publicitarios de comienzos del siglo XX, las paredes interiores de hornos, cazuelas y otros recipientes de cocina, paredes exteriores de alta calidad, grifería y almacenamiento en silos.

Se conocen diversas formas y maneras de esmalte en la decoración de joyas y muebles y en la formación de dibujos y figuras con el mismo, las cuales se caracterizan por el distinto procedimiento que en la operación se ha seguido, a saber:

El esmalte en forma de barniz vidriado para embellecer y proteger las obras de cerámica fue reconocido desde tiempos remotos en las civilizaciones griegas y egipcia. De ellas, debió tomarlos la civilización prehelénica pues se han descubierto en las ruinas del palacio de Minos en Cnossos azulejos parecidos a los orientales. De los egipcios lo aprendieron sin duda los fenicios, según puede comprobarse en las vasijas halladas en Cámiros (Rodas) de factura fenicia y reminiscencia egipcia. De los asirios fueron continuadores los persas y de estos lo recibieron los bizantinos, los árabes y tal vez los chinos. No dejaron de practicar esta industria los griegos y romanos aunque escasamente, salvo sencillas decoraciones en algunas vasijas.

En cuanto al esmalte para la decoración de objetos metálicos y de joyas se ignora si fue conocido por los pueblos antiguos de Oriente, pues las alhajas que se han descubierto con apariencia de tener esmaltes alveolados parecen más bien decoradas con piedras finas y con fragmentos de vidrio engastados en los alvéolos de las piezas. Los griegos y romanos hicieron algún uso del verdadero esmalte, como aparece en el adorno de algunas de sus fíbulas y joyas y asimismo los pueblos bárbaros de su época, pues se han descubierto en el Cáucaso y en Siberia no pocos bronces, sobre todo, fíbulas, con esmaltes campeados.

En la Edad Media, el esmalte vivió una auténtica época de esplendor. Se empleó como decoración de joyas, objetos litúrgicos, relicarios... con una gran riqueza e inventiva en cuanto a soluciones formales. Destacaron en Europa los esmaltes de Limoges en Francia, y la escuela de Silos en España.



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