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Eunucos



Un eunuco es un varón castrado.

La privación de los genitales externos masculinos (emasculación o evisceración) puede efectuarse de manera parcial o total. La manera parcial es la castración propiamente dicha, es decir la extirpación (por corte) o la inutilización (por golpes) de los testículos. Otra manera parcial es la extirpación por corte del pene. La manera total es cuando se mutila radicalmente, cortando pene y testículos.

Por relación directa, la palabra eunuco puede ser referida a hombres poco viriles o afeminados,[1]​ y era una forma común de denominar a los homosexuales y transexuales durante el Imperio romano.[2]

Históricamente, el convertido en eunuco, cambia así a una nueva condición de género social, quiere decir que la cultura en la que está inmerso el individuo, una vez producida la mutilación física de sus genitales externos, le asignaba un trato diferenciado.

En la especie humana —como en todos los primates y mamíferos en general— la hembra (o mujer) tiene principalmente sus genitales ocultos y protegidos hacia el interior, mientras que en la disposición anatómica del macho (o varón) sus genitales principalmente están expuestos y desprotegidos hacia el exterior, siendo la parte más vulnerable del macho, expuesto a un dolor excruciante y agónico, siendo posible incluso la muerte del macho por el intenso dolor provocado por el estallido o aplastamiento de sus testículos. Por ello en la historia de la humanidad —aunque en un porcentaje ínfimo— son numerosos los hombres que han perdido accidentalmente sus genitales. Posibilidad física real que si se concreta es muy probablemente la experiencia más traumática en la vida de un hombre. El gran miedo a esta posibilidad ha sido motivo de importantes estudios, en especial psicoanalíticos por parte de Sigmund Freud.

Para Freud, el descubrimiento femenino y masculino del sexo opuesto, produce en las mujeres un sentimiento inicial de pérdida o carencia, y en los hombres un temor u horror a la pérdida. Es lo que Freud denomina complejo de castración.

Enfermedades, accidentes o agresiones, para cualquier macho mamífero como el hombre, mantienen la peligrosa posibilidad de una castración que los convertiría en eunucos. Entre las enfermedades que constituyen una grave amenaza, se encuentran el cáncer de testículos, el cáncer de pene, y algunas enfermedades venéreas entre otras. Entre las agresiones: las guerras, los celos, accidentes o el sometimiento moral y físico por otro macho más dominante son los motivos más habituales de la castración involuntaria.

Otro caso distinto sería la castración voluntaria. Aparte de los deseos de ser castrado, muy frecuente en los hombres pero pocas veces ejecutado[cita requerida], existe el caso más frecuente de castración por orden médica. El caso más habitual es el de hombres de cierta edad que padecen o tienen riesgo de padecer cáncer de próstata. La testosterona —hormona segregada por los testículos— puede disparar y acelerar este cáncer, por lo que, si el médico considera que el hombre ya no va a necesitar sus testículos para reproducirse, o que dicha función reproductora no vale más que la vida del paciente, puede prescribir la castración del paciente.

En la historia humana —aunque en otro porcentaje ínfimo— no dejan de ser numerosos los hombres que han perdido sus genitales en manos, literalmente, de otros hombres, en actos violentos como la guerra por ejemplo.

En la Mitología griega eran muy temidas las Amazonas, un pueblo de feroces guerreras con una sociedad matriarcal, que según algunas versiones de la leyenda mataban o mutilaban hombres cuando no los necesitaban para la reproducción.

Son famosas las costumbres institucionalizadas de convertir hombres en eunucos que en etapas de su historia se practicaban en los imperios babilonio, chino, persa, bizantino, árabe y turco. En estos casos, los hombres socioeconómicamente acomodados del país, encomendaban a los eunucos especialmente el cuidado de las mujeres del harén. Algunos eunucos llegaron a ser importantes funcionarios y alcanzar una considerable influencia política, los más hábiles incluso se las ingeniaban para decidir políticas de Estado que afectaban las relaciones internacionales con los países vecinos. En estos países hubo eunucos que alcanzaron en lo social mucha fama, en lo económico muchas riquezas, y en lo político mucho poder.

Durante la invasión a Persia, Alejandro Magno conoció a un eunuco que lo cautivó por su belleza, Bagoas.

En China, los eunucos eran empleados en el Palacio Imperial.

Al principio, eran suficientes para cubrir la tradicional cuota de eunucos aquellos delincuentes o criminales que eran condenados a la castración, pero con el tiempo, al aumentar el tamaño del Estado chino y, en consecuencia, su burocracia imperial y sus diversificadas funciones, surgió la necesidad de una mayor cantidad de estos. Los eunucos alcanzaron su máximo apogeo en la Edad Media, especialmente durante la dinastía Ming.

Fue entonces cuando se tuvo que buscar y aceptar nuevos candidatos de diferente procedencia. Pese a ser servidores en distintos cargos, fueron aumentando su importancia y adquiriendo algunas ventajas (como holgura económica). De esta manera, en las aldeas muy pobres a veces algunos pocos se realizaban la automutilación con la esperanza de alcanzar una mejor posición social y económica. No eran extraños los casos en que el padre, la madre, los hermanos y las hermanas, acompañaban a un integrante de la familia a una cita con el barbero-cirujano. Este, con técnicas rudimentarias basadas en la sabiduría de aquel entonces, procedía a la operación.

Según investigaciones y estudios realizados por europeos en los siglos XIX y XX, el barbero primero envolvía desde su base al pene y los testículos conjuntamente en una venda común que ajustaba fuertemente, lo que producía dolor y proporcionaba la forma de una especie de embutido. A continuación iba retorciendo hacia un lado el paquete así formado, tomaba un cuchillo curvo y lo alzaba a distancia, calculando para un corte fuerte y veloz. Llegados a este punto el barbero preguntaba una vez más si estaban seguros de una decisión que sería irreversible, si el futuro eunuco era mayor de edad, él debía responder por sí mismo, y si era menor entonces la respuesta correspondía a la familia, allí presente. Si la respuesta final era afirmativa, entonces con un solo movimiento cercenaba los genitales. Luego, junto con el inmenso dolor, se producía una abundante hemorragia. El barbero aplicaba baños de sales y aceites para detenerla y luego aplicaba una pequeña cuña de metal, generalmente estaño, en el orificio uretral. Entonces acontecía lo más difícil, el nuevo eunuco debía estar andando despacio sin mayor descanso, y no consumir nada de líquidos por unos días. Al cabo del tiempo, se le retiraba el tabique de metal antes colocado en el orificio uretral, si conseguía orinar, entonces la operación había sido un éxito y ya podía empezar a gestionar un empleo para servir en la Corte del Emperador. En caso contrario, una atroz agonía esperaba al nuevo eunuco antes de su lenta muerte.

Los despojos genitales a veces eran reclamados por quien fuera su propietario, en cuyo caso el barbero se los entregaba. Pero con frecuencia dichos despojos no eran reclamados y en ese caso el barbero los guardaba anotando cuidadosamente la fecha y a quién pertenecían. Esta conducta se debía a que si el eunuco era aceptado en el Palacio Imperial, y una vez allí conseguía hacer carrera, descubriría que para cada ascenso (y con ello más dinero) la tradición obligaba como requisito enseñar en un rito los restos de lo que fueron sus genitales. Entonces el eunuco volvía presuroso a intentar recuperar lo que en mala hora dejó abandonado, para lo cual el barbero lo esperaba dispuesto a entregarle lo suyo, previo cobro de una importante cantidad adicional de dinero.

En muchos otros pueblos también existía la costumbre de castrar a otros hombres, convirtiéndolos en eunucos. Aún hoy existen en la India (conocidos como hijras), y hasta hace poco existían los skoptsy en Rusia (incluso sobrevivieron hasta mediados del régimen soviético); también los hubo en el barroco europeo, utilizados para el canto y llamados castrati (en italiano, literalmente, 'castrados').

En Yibuti, cuando un hombre quería solicitarle a una mujer que contrajeran enlace matrimonial, para ser aceptado debía demostrar primero su valor llevándole como obsequio y entregándole como regalo, envuelto, los genitales de otro hombre a quien previamente debía haber castrado. Sin dicho obsequio no era aceptado[cita requerida], y las costumbres sociales incluían la burla por parte de la mujer pretendida con frases que ponían en duda la masculinidad del pretendiente por no ser capaz de cumplir valientemente con la tradición.[cita requerida] Entre las formas de procurase tan macabro botín estaban, por ejemplo, la guerra colectiva o el asalto individual a extranjeros o ancianos, extirpándoles vivos sus preciados testículos.[cita requerida] Desde hace varias décadas, la prédica de los misioneros religiosos poco a poco hizo desaparecer esta costumbre; sin embargo, las más ancianas aún conservan orgullosas como valioso recuerdo su tradicional regalo pre-nupcial.



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