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Federico Guillermo II de Prusia



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Federico Guillermo II de Prusia nació el día 25 de septiembre de 1744.


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Federico Guillermo II (en alemán: Friedrich Wilhelm II; Berlín, 25 de septiembre de 1744 - Potsdam, 16 de noviembre de 1797) fue el cuarto rey de Prusia, que reinó desde 1786 hasta su muerte.

Federico Guillermo era el hijo del príncipe Augusto Guillermo y de la duquesa Luisa Amalia. Nació en Berlín y se convirtió en heredero del trono al Reino de Prusia cuando murió su padre, en 1758, pues el hermano de este, Federico II el Grande, quien era el rey de Prusia, no tuvo hijos. Fue un joven de carácter fácil y amante de los placeres.

Su matrimonio con Isabel Cristina, hija de Carlos I de Brunswick-Wolfenbüttel, celebrado el 14 de junio de 1765 en Charlottenburg, fue disuelto en 1769. Posteriormente se casó con Federica Luisa, hija de Luis IX, el 14 de julio de 1769, también en Charlottenburg. Aunque tuvo con su esposa numerosa familia, su amante, Guillermina Enke -posteriormente condesa de Lichtenau- ejerció una poderosa influencia sobre él.

Federico Guillermo fue un hombre bien parecido, dotado de un brillante intelecto y devoto patrón de las artes (Beethoven y Mozart gozaron de sus favores, y su orquesta privada se hizo famosa en Europa). Pero esta sensibilidad artística escaso servicio haría a un rey de Prusia en vísperas de la Revolución francesa; y Federico el Grande, quien lo había empleado para varios servicios —notablemente en una abortada misión confidencial a la corte de Rusia, en 1780— expresó abiertamente su aprensión por el carácter del príncipe y de quienes lo rodeaban.

El recelo resultó justificado por el ulterior desarrollo de los acontecimientos. El ascenso de Federico Guillermo al trono (17 de agosto de 1786) estuvo, en verdad, seguido por una serie de medidas destinadas a aligerar las cargas del pueblo, reformando el opresivo sistema francés de recolección de impuestos introducido por Federico el Grande e incentivando el comercio con la disminución de los derechos de aduana y la construcción de caminos y canales. Esto dio al nuevo rey popularidad entre las masas, mientras las clases educadas miraban complacidas la eliminación de las restricciones impuestas por Federico Guillermo sobre la lengua alemana, por la admisión de escritores alemanes a la Academia Prusiana, y por el impulso dado a las escuelas, preparatorias y universidades.

Pero estas reformas estuvieron viciadas desde su fuente. En 1781, Federico Guillermo, entonces príncipe de Prusia, inclinado al misticismo, se había unido a los Rosacrucistas y había caído bajo el influjo de Johann Christoff Wollner (1732-1800), hasta el punto de que, en adelante, la política real seguiría siendo inspirada por aquel.

Wollner, a quien Federico el Grande había descrito como un "traicionero e intrigante sacerdote", había comenzado la vida como tutor de la familia del General von Itzenplitz, un noble de la Marca de Brandeburgo y, después de la muerte del general y para escándalo del Rey y la nobleza, se casó con la hija del general y, con el apoyo de su suegra, se instaló en una pequeña hacienda.

Por sus experimentos prácticos y por sus escritos, Wollner ganó una considerable reputación como economista. Pero su ambición no quedó satisfecha con ello, y buscó extender su influencia uniéndose, primero, a los Francmasones y, después, a los Rosacrucistas. Con su impresionante personalidad y elocuencia, Wollner fue el hombre justo para conducir un movimiento de esta clase. Bajo su influjo, la orden se extendió rápidamente y, pronto, él se convirtió en el director supremo (Oberhauptdirektor) de varios círculos que incluían, entre sus miembros, príncipes, oficiales y altos funcionarios.

Como Rosacrucista, Wollner se interesó en la alquimia y en otras artes místicas, pero también resultó ser un celoso defensor de la ortodoxia cristiana, colocada en situación de peligro por el patrocinio de Federico el Grande a la “Ilustración”. Unos pocos meses antes de la muerte de Federico el Grande, escribió a su amigo, el Rosacrucista Johann Rudolph von Bischoffswerder (1741-1803), que su más alta ambición era ser puesto a la cabeza del departamento religioso del Estado, como un indigno instrumento en las manos de Ormesus (el nombre del príncipe de los Rosacrucistas de Prusia), "con el propósito de salvar millones de almas de la perdición, y traer a todo el país de vuelta a la religión de Jesucristo".

Tal era el hombre a quien Federico Guillermo II, inmediatamente después de ascender al trono, llamó a su consejo. El 26 de agosto de 1786, Wollner fue designado consejero privado para las finanzas (Geheimer Oberfinanzrath) y, el 2 de octubre de 1786, fue ennoblecido. Aunque no de nombre, de hecho fue el primer ministro en todos los asuntos internos: era él quien decidía, y las reformas fiscales y económicas del nuevo reinado fueron la aplicación de sus teorías. También Bischoffswerder -hasta entonces un simple alcalde- fue llamado a los consejos reales y, para 1789, era ya un asistente general.

Estos fueron los dos hombres que envolvieron al rey en una red de misterio e intriga rosacrucistas, lo cual obstaculizó cualquier posible desarrollo saludable de su política y condujo finalmente al desastre. La oposición a Wollner fue, al principio, lo suficientemente fuerte para impedir que se le confiara el departamento de religión; pero esto también fue superado con el tiempo y el 3 de julio de 1788 fue designado consejero privado de estado y de justicia y cabeza del departamento espiritual para los asuntos Luteranos y Católicos.

La guerra fue declarada a quienes mucho tiempo después habrían de ser llamados “modernistas”. El rey, con tal de que Wollner estuviera conforme con perdonar su inmoralidad (que Bischoffswerder - para ser justos con él – condenó), estaba ansioso de ayudar a la cruzada ortodoxa. El 9 de julio de 1788 fue expedido el famoso edicto religioso que prohibió a los ministros evangélicos enseñar cualquier cosa que no estuviera contenida en la letra de sus libros oficiales; proclamó la necesidad de proteger la religión cristiana contra los “ilustrados” (Aufklärer) y colocó los establecimientos educativos bajo la supervisión del clero ortodoxo. El 18 de diciembre de 1788 fue promulgada una nueva ley de censura, para asegurar la ortodoxia de todos los libros publicados y, finalmente, en 1791, fue creada, en Berlín, una especie de Inquisición Protestante (Immediat-Examinationscommission) para vigilar todos los cargos eclesiásticos y escolásticos.

En su celo por la ortodoxia, Federico Guillermo sobrepasó a su ministro: reprochó la “ociosidad y vanidad” de Wollner por el inevitable fallo de intentar regular la opinión desde el poder y, en 1794, lo privó de uno de sus cargos seculares, a fin de que pudiera tener más tiempo “para dedicarse él mismo a las cosas de Dios”. En sucesivos edictos, el rey prosiguió, hasta el fin de su reinado, haciendo regulaciones “en orden a mantener en sus estados un verdadero y activo cristianismo, como camino para el genuino temor de Dios”.

Los efectos de esta política de ceguera y obscurantismo pesaron mucho más que lo bueno que pudiera resultar de los bien intencionados esfuerzos del rey, respecto de la reforma económica y financiera, la cual, además, fue espasmódica y parcial, y terminó despertando un mayor descontento.

Pero lo más fatídico para Prusia fue la actitud del rey hacia el ejército y la policía. El ejército fue el verdadero fundamento del estado prusiano, una verdad que Federico Guillermo I y Federico el Grande habían comprendido plenamente. El ejército había sido el primer cuidado de éstos y su eficiencia había sido mantenida por la constante supervisión de su personal. Federico Guillermo, a quien no gustaban los asuntos militares, puso su autoridad como "Kriegsherr" (Señor de la Guerra) en manos de una comisión dependiente de un supremo colegio de guerra, bajo la dirección del Duque de Brunswick y del General Wichard Joachim Heinrich von Möllendorf. Esto fue el comienzo del proceso que terminó en 1806, en la Batalla de Jena.

En tales circunstancias, la intervención de Federico Guillermo en los asuntos de Europa no resultó benéfica para Prusia. La campaña neerlandesa de 1787, emprendida por puras razones familiares fue, en verdad, exitosa, pero no compensó a Prusia el precio de su intervención. Un intento para intervenir en la guerra de Rusia y Austria contra el Imperio otomano falló en su objetivo: Prusia no tuvo éxito en obtener concesiones de territorio de sus aliados, y la destitución de Hertzberg (5 de julio de 1791) señaló el abandono final de la tradición antiaustríaca de Federico el Grande.

Entretanto tanto, la Revolución francesa había entrado en su fase más alarmante y, en agosto de 1791, Federico Guillermo, en el encuentro de Pillnitz, acordó con el emperador Leopoldo II unirse en apoyo de la causa del rey Luis XVI de Francia. Pero ni el carácter del rey, ni la confusión de las finanzas prusianas debida a sus extravagancias, prometían ninguna acción efectiva. El 7 de febrero de 1792 fue firmada una alianza formal, y Federico Guillermo tomó parte, personalmente, en las campañas de 1792 y 1793.

Su acción tuvo obstáculos, sin embargo, por falta de fondos, y sus consejos se concentraron en los asuntos de Polonia, que prometían un botín más rico, el cual podría ser ganado por la cruzada antirrevolucionaria de Francia. Un tratado subsidiario con los poderes marítimos (19 de abril de 1794) llenó sus arcas, pero la insurrección en Polonia, que siguió a la partición de 1793, y la amenaza de la intervención de Rusia, lo precipitaron a firmar, por separado, el Tratado de Basilea, con la República de Francia (5 de abril de 1795), que fue mirado por las grandes monarquías como una traición y dejó a Prusia moralmente aislada en Europa, en vísperas de la titánica lucha entre los principios monárquicos y el nuevo credo político de la revolución.

Prusia había pagado un caro precio por los territorios adquiridos a expensas de Polonia, en 1793 y 1795, y cuando murió Federico Guillermo el 16 de noviembre de 1797, dejó el Estado en bancarrota y confusión, el ejército descaecido y la monarquía desacreditada. Fue sucedido por su hijo Federico Guillermo III.

Federico Guillermo II tuvo los siguientes hijos:

Además de sus relaciones con su amante con título de nobleza, la condesa de Lichtenau, el rey -quien era francamente polígamo- contrajo dos matrimonios morganáticos: con Julie von Voss y con Sophie von Dönhoff, de esta última nacieron dos hijos:




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