Francisco Íñiguez Almech (Madrid, 22 de marzo del 1901 - Pamplona, 6 de agosto de 1982) fue un arquitecto español, especializado en la restauración de la arquitectura antigua, entre cuya labor destaca la del Palacio de la Aljafería, que le ocupó desde 1947 hasta su fallecimiento.
Nació en el observatorio astronómico de Madrid, donde trabajaba su padre de origen riojano, Francisco Íñiguez e Íñiguez (1853-1923), reputado científico, catedrático de Astronomía y descendiente noble del Solar de Valdeosera. Su madre fue María del Pilar Almech, dama zaragozana. Educado en primera instancia por su familia, termina sus estudios de Bachillerato en el Instituto de San Isidro en Madrid en 1917 y obtiene el título de arquitecto en 1925. Tres años después de obtener su título de arquitecto se casa en Madrid con Pilar Herrero Serra en la Iglesia de San Sebastián Mártir, que también fue restaurada por él.
Su vocación se dirigió a la conservación y restauración de monumentos arquitectónicos, y en 1931 se le adjudicó el proyecto de reforma del Casino Mercantil de Zaragoza y desde ese mismo año impartió clases como profesor auxiliar en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. En 1935 se presenta a la cátedra de Teoría del Arte y Composición de Edificios y, aunque el inicio de la Guerra Civil Española suspendió esta oposición, la siguió ejerciendo como profesor interino, reincorporándose en 1940 y obteniendo la plaza por fin en 1943. Ejerció de titular de ella hasta el año de 1950, en que es nombrado director de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma.
En 1947 inicia su labor de restauración del Palacio de la Aljafería de Zaragoza. En 1958 regresa a Madrid para reincorporarse a su actividad docente, como profesor de Historia de la Arquitectura. En 1971 se jubila como catedrático de la Universidad y edita su obra Arte medieval navarro (Pamplona, 1971) en cinco tomos ilustrados. En 1981 se le diagnostica un cáncer, por lo que fue ingresado en la Clínica Universitaria de Pamplona, donde falleció al año siguiente.
Obtuvo en 1965 el premio «Ricardo Magdalena» por las obras de restauración de la Aljafería y en 1980 la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza le nombró Académico de Honor por toda una vida de dedicación a la restauración del patrimonio arquitectónico.
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