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François Rabelais



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François Rabelais cumple los años el 14 de abril.


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François Rabelais nació el día 14 de abril de 553.


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La edad actual es 1471 años. François Rabelais cumplió 1471 años el 14 de abril de este año.


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François Rabelais (pronunciado /fʀɑ̃ˈswa ʀaˈb(ə)lɛ/; Chinon c. 1494-París, 1553) fue un escritor, médico y humanista francés. Usó también el seudónimo de Alcofribas Nasier, anagrama de François Rabelais (y el de Seraphin Calobarsy, otro anagrama).[1]​Publicó su obra principal Pantagruel ou les horribles et épouvantables faits et prouesses du très renommé Pentagruel roi des Dipsodes bajo este nombre en 1532.

François Rabelais fue hijo de Antoine Rabelais (muerto en 1553), abogado en Chinon y senescal de Lerné. Según Bruneau de Tartifume (1574-1636), Rabelais habría sido novicio hacia fines de 1510 en el monasterio de Cordeliers de la Baumette (orden de franciscanos menores), construido cerca de la roca de Chanzé, en Angers. Recibió formación teológica y más tarde (sin duda a comienzos de 1520) marchó al convento franciscano de Puy-Saint-Martin en Fontenay-le-Comte, donde llegó a profesar como monje hacia octubre de 1520.

Manifestó pronto una curiosidad típicamente humanista. Pierre Lamy le inicia en los estudios griegos y le anima a escribir a Guillaume Budé. Rabelais se interesa por los autores antiguos y mantendrá correspondencia con otros humanistas célebres. Con Pierre Lamy, Rabelais frecuenta la casa del jurista de Fontenay André Tiraqueau, donde se reunían los talentos de la región; allí encontrará a Amaury Bouchard y Geoffroy d'Estissac, prior de la abadía benedictina de Maillezais.

En 1523, tras los comentarios de Erasmo sobre el texto griego de los Evangelios, la Sorbona intenta impedir el estudio del griego; a finales de este año los superiores de Rabelais y Pierre Lamy confiscan sus libros de griego. Aunque les son poco a poco devueltos, Rabelais resuelve cambiar de orden monástica. Apoyado por Geoffroy d'Estissac, quien le acogerá en su abadía de Maillezais, Rabelais presenta una petición al Papa en este sentido, motivándola en la excesiva austeridad de la regla de San Francisco.

Ya benedictino, Rabelais ejerce como secretario de Geoffroy d'Estissac y le acompañará en el curso de viajes de inspección de sus tierras y abadías. Pasará un tiempo en el Priorato de Ligugé, residencia habitual de Geoffroy d'Estissac, donde se relacionará con Jean Bouchet. En el monasterio cercano de Fontaine-le-Comte, vuelve a ver al noble abad Antoine Ardillon.

Rabelais no se pliega fácilmente a las reglas monacales ni permanece enclaustrado en su monasterio. Hacia 1528 se secularizará para dirigirse a diversas universidades. En París comienza sus estudios de medicina y tendrá dos hijos. El 17 de septiembre de 1530, se inscribe en la escuela de medicina de Montpellier, donde da unos cursos sobre Hipócrates y Galeno. Es nombrado bachiller el primer noviembre siguiente. En Montpellier traba amistad con el médico Guillaume Rondelet (1507-1566).

En la primavera de 1532, Rabelais se instala en Lyon, gran centro cultural donde florecía el comercio librero. El uno de noviembre es nombrado médico del hospital de Notre-Dame de la Pitié du Pont-du-Rhône (Lyon). Por otra parte, enseña medicina y publica unos críticas de tratados médicos de la Antigüedad. Sus amigos Étienne Dolet (1509-1546), Mellin de Saint-Gelais (1491-1558), Jean Salmon Macrin (1490-1557) son protegidos por el obispo de París, Jean du Bellay; este será también protector de Rabelais..


Las invitaciones del autor a interpretar los personajes y los acontecimientos de los heroes como alegorías de la sociedad permiten pensar que Pantagruel se revela como un reflejo del rey François 1er, contemporáneo del autor, mientras fray Jean sería imagen de Jean Du Bellay, fiel ministro del monarca y patrón de Rabelais.

Rabelais publica en 1532, bajo el anagrama de Alcofribas Nasier e inspirándose en el texto anónimo Las grandes e inestimables crónicas del gran Gigante Gargantúa, su Pantagruel, y obtiene un gran éxito. Se describe en esta obra la vida de un gigante de apetito tan voraz que ha dado forma a la expresión «banquete pantagruélico», con gran humor y todo tipo de excentricidades; parece ser que Rabelais quiso componer este libro para distraer a sus melancólicos enfermos. Escribe a Erasmo y, animado por el éxito, publica Gargantúa en 1534 con el mismo seudónimo, útil precaución ya que todos sus libros serán enseguida condenados por la Sorbona.

Acompaña a Jean du Bellay a Roma cuando este se encarga de una misión especial en la corte del papa Clemente VII. Después del asunto de los Placards (1534), Jean du Bellay, nombrado cardenal, le conduce de nuevo a Roma. El papa Clemente VII absolverá a Rabelais de los crímenes de apostasía y de irregularidad.

Entre agosto de 1535 y mayo de 1536, Rabelais pasará un tiempo todavía en Roma como agente de Geoffroy d'Estissac. El 17 de enero de 1536, un breve de Paulo III autoriza a Rabelais a marchar a un monasterio benedictino que haya escogido y a ejercer la medicina sin practicar operaciones quirúrgicas. El cardenal du Bellay, abad del monasterio benedictino de Saint-Maur-des-Fossés, había ofrecido recibirle en este monasterio. Pero este monasterio se había vuelto una colegiata de canónigos justo antes de que Rabelais fuera acogido allí; una nueva requisitoria al papa permitió a Rabelais resolver este problema y recobrar así su libertad legalmente.

En 1539, Rabelais partió para Turín en seguimiento de Guillaume du Bellay, hermano del cardenal, señor de Langey y gobernador del Piamonte. En 1540, François y Junie, hijos bastardos del hermano Rabelais, son legitimados por Paulo III. El 9 de enero de 1543, Langey muere en Saint-Saphorin, y Rabelais es designado para conducir su cuerpo a Mans, donde es inhumado el 5 de marzo de 1543. El 30 de mayo siguiente, Geoffroy d'Estissac, el primer protector de Rabelais, fallece a su vez.

El 19 de septiembre de 1545, Rabelais obtiene un privilegio real para la impresión del tercer libro; editado en 1546, lo firma con su propio nombre. En marzo de 1546, Rabelais se retira a Metz, villa del Imperio, en casa de Etienne Laurens, y es nombrado médico de la villa de Metz.

En 1547, el rey Enrique II sucede a Francisco I y Jean du Bellay es nombrado consejero real y obtiene la superintendencia general de los asuntos del reino de Italia. Hacia junio de 1547, Rabelais vuelve a París como médico del cardenal, a quien acompaña en sus viajes.

En 1548, se publican once capítulos del cuarto libro; la versión íntegra aparecerá en 1552. El 6 de agosto de 1550, Rabelais obtiene del rey un privilegio de edición para todas sus obras, con interdicción para quienquiera que las imprima o modifique sin su consentimiento. El 18 de enero de 1551, el cardenal du Bellay otorga a Rabelais los curatos de Meudon y de Saint-Christophe-du-Jambet. El primero de marzo de 1552, el cuarto libro es censurado por los teólogos. El 7 de enero de 1553 Rabelais cede sus derechos a los curatos y muere en París en abril de 1553, probablemente a la edad de 58 o 59 años.

En 1562, se publica La Isla Sonante, que comprende 16 capítulos del quinto libro. El quinto libro será publicado íntegramente en 1564 atribuido a Rabelais, aunque numerosos comentadores discutieron esta atribución .

Gargantúa y Pantagruel, serie de cuatro o cinco libros:


Para escribir sus primeros textos, Rabelais se inspira directamente en el folclore y la tradición oral popular. En 1532 habían aparecido en Lyon Les Grandes et inévitables chroniques de l'énorme géant Gargantua, una colección anónima de cuentos populares a la vez épicos y cómicos. Estos cuentos extraían sus fuentes de los libros de caballería de la Edad Media, en particular del ciclo artúrico. Esta colección conoció un enorme éxito.

Rabelais se propuso escribir un texto que retomase la trama narrativa de las Crónicas. Volvió a contar la historia de Pantagruel, hijo del Gargantúa de las crónicas. El Pantagruel está, pues, muy marcado por las fuentes populares.

Ante el éxito extraordinario de su Pantagruel, Rabelais quiso reescribir a su manera la historia de Gargantúa descartando las fuentes populares tradicionales iniciales y reeditó un Gargantúa literariamente más acabado y netamente más henchido de humanismo que la primera obra.

Rabelais cuenta los hechos y gestas de dos gigantes, Pantagruel y Gargantúa, desde su nacimiento hasta su madurez. No se trata de crueles ogros, sino de gigantes bondadosos y glotones.

El gigantismo de sus personajes permite a Rabelais describir escenas de festines burlescos. La infinita glotonería de los gigantes abre puerta a numerosos episodios cómicos. Así, por ejemplo, el primer grito de Gargantúa al nacer es: «¡A beber, a beber!». El recurso a los gigantes permite también trastocar la percepción normal de la realidad; bajo esta óptica, la obra de Rabelais se inscribe en el estilo grotesco, que pertenece a la cultura popular y carnavalesca. Rabelais es sin duda un crítico de la naturaleza humana, a través de la exageración de sus características. Ojos modernos dirían que mucho de su lenguaje es escatológico, lleno de inmundicias, secreciones y referencias explícitas a los órganos sexuales, condimentadas siempre con un explosivo sentido del humor, lo que lo liga en cierta forma al Quijote de Cervantes (recordar la escena en la que Sancho vomita sobre don Quijote y este a su vez vomita sobre Sancho) y a la picaresca española. Por otra parte, algunas de sus enumeraciones y escenas parecieran repetidas en el siglo XX por el realismo mágico, como aquella en la que Gargantúa nace a los 11 meses de gestación por la oreja de su madre (algo imposible en el mundo real, pero verosímil en la narración).

Sin embargo, el tema del gigante no ha sido explotado solamente por su vena cómica. Simboliza el ideal humano del Renacimiento: es la transposición física del inmenso apetito intelectual del hombre renacentista. Rabelais intenta así a través de sus textos conciliar cultura humanística erudita y tradición popular.

Contra esta oscilación entre fantasía desbocada y simbolismo intelectual, ¿cómo comprender la obra de Rabelais? Sus intenciones últimas resultan bastante enigmáticas. En el «Aviso al lector» del Gargantúa, dice querer ante todo hacer reír. Después, en el «Prólogo», con una comparación con los Silenos de Sócrates, sugiere una intención seria y un sentido profundo oculto tras el aspecto grotesco y fantástico. Pero en la segunda mitad del prólogo critica a los comentaristas que buscan sentidos ocultos en las obras. En conclusión, Rabelais quiere dejar perplejo al lector y busca la ambigüedad para perturbarlo.

Escritor pintoresco, testimonia por otra parte un don prodigioso para la invención verbal.

La personalidad de Rabelais ha suscitado un debate entre historiadores sobre la cuestión de la incredulidad en el siglo XVI. Abel Lefranc, autor de la primera edición crítica de Rabelais en el siglo XX, sostiene el ateísmo de su autor en una serie de artículos introductorios (1912–1930). Se apoya para ello en extractos de sus obras, en particular la «Carta de Gargantúa a Pantagruel», así como en las acusaciones vertidas contra su autor por Juan Calvino (Des scandales, 1550) y por Robert Estienne (Prefacio del Evangelio según Mateo, 1553).

La tesis inversa fue sostenida en 1924 por el teólogo católico Étienne Gilson y sobre todo por el historiador de los Annales Lucien Febvre en Le problème de l’incroyance au XVIe siècle, la religión de Rabelais (1942). Para este último, las acusaciones de ateísmo formuladas contra Rabelais no deben ser interpretadas a la luz del racionalismo moderno, sino que deben ser vistas en el contexto de la época: era considerado como atea toda persona que no se conformaba a la religión de su acusador. Este debate, iniciado con el análisis de la obra de Rabelais, abre así la vía a una reflexión más general sobre las representaciones mentales y la cultura de la época, de entre cuyos estudios es muy importante el de Mijaíl Bajtín titulado La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, que es un estudio dialógico sobre la obra de Rabelais, en la cual el crítico soviético lo coloca como el equivalente francés de Cervantes y Shakespeare.

La obra de Rabelais ha gozado de un gran éxito desde sus inicios hasta la actualidad, a pesar de que el periodo clásico ahora no esta de moda.

En 1533-1534, "Pantagruel" ya se publicó al menos cinco veces. Lo mismo ocurre con el Libro Tercero y el Libro Cuarto cinco o seis años después de su publicación. Así, ya en el siglo XVI, En el caso del "Tiers Livre" y del "Quart Livre", circularon miles de ejemplares de los escritos de Rabelais[2]​. El éxito de Rabelais se comprueba con traducciones a veces poco escrupulosas. Así, Johann Fischart, uno de los primeros grandes escritores en lengua alemana, ofreció una versión tres veces más larga de Gargantúa, titulada Geschichtsklitterung [3]​.

En vida, Rabelais conoció tanto el aprecio de sus pares como el rechazo de sus adversarios, mientras que se va creando poco a poco una imagen de escritor bufón. Tanto el epitafio de Ronsard[4]​ como el poema de Jacques-Auguste de Thou[5]​ le presentan como un beodo, los de Jean-Antoine de Baïf[6]​ y de Jacques Tahureau como un maestro de la risa [7]​. L'éditeur anonyme du Cinquième Livre, par le fait qu'il publie à titre posthume, ainsi que par l'exergue liminaire du roman, atteste d'un prestige encore vivant[C 1]​. Montaigne, que menciona sus libros entre los útiles para su relajación sin extenderse especialmente, da fe de la difusión del legendario, excéntrico y frívolo Rabelais[8]​ ("Entre los libros meramente agradables, me parecen dignos de diversión los modernos, el Boccaccio Decamerón, Rabelais, y los Johannes Secundus Besos, si es que deben albergarse bajo ese título. En cuanto al Amadís de Gaula y ese tipo de escritos, no tuvieron el mérito solo de acabar mi infancia". Montaigne Essais, libro II, cap. x.).

Rabelais sufrió varios ataques violentos por sus creencias religiosas. Guillaume Postel, que lo menciona unos años antes como erudito, en su Alcorani [N 1]​ de 1543, [N 2]​ incluye sus dos primeros libros en su panfleto contra los reformados. Más concretamente, les reprocha que susciten, e incluso pronuncien, impiedades similares a las creencias musulmanas, y a las que Rabelais, apodado Christomastix[N 3]​ contribuye a privilegiar los Evangelios sobre la autoridad de la Iglesia[9]​. Ve en la Abadía de Thelema una invitación a llevar la vida desprovista de reglas que cree que profesan los luteranos[10]​. Seis años más tarde, Putherbe, un monje de Fontevrault, escribió Theotimus, en el que despotricaba contra Rabelais, mencionando su libertinaje y burla, expresando su asombro por el hecho de que un obispo alimentara a un hombre ("impuro y podrido que posee tanta labia y tan poca razón")[11]​. En el De Scandalis, Calvino ataca a los humanistas por su orgullo e impiedad, declarando que la cultura antigua es perjudicial y vana. Culpa a los que llama epicúreos y lucianistas de equiparar al hombre con los perros y los cerdos[12]​.

Rabelais fue acusado, junto con André de Gouveia y Henri-Corneille Agrippa de Nettesheim, entre otros, de no creer en la inmortalidad del alma y de socavar el temor a Dios con declaraciones sacrílegas[13]​. En la segunda mitad del siglo, su obra fue considerada herética tanto por católicos como por calvinistas, lo que tendió a oscurecer su importancia literaria[14]​. Dada la amplia difusión de las novelas, los testimonios laudatorios son finalmente escasos, aunque ya en 1534 un texto de Hugues Salel, colocado en el comentario de una edición de Pantagruel, compara a Rabelais con Demócrito, el filósofo de la risa[15]​.

El espíritu del clasicismo francés, su gusto por la medida y la corrección, no encaja bien con la prosa exuberante de Rabelais. El juicio de Jean de la Bruyère va en esta línea: si bien reconoce su talento, el moralista le reprocha haber "sembrado basura en sus escritos"[16]​. Sin embargo, varios escritores bastante independientes, como La Fontaine, Molière y la Marquesa de Sévigné[17]​ lo tienen en alta estima, incluso a veces se inspira en ella[18]​.

Sin embargo, en la primera parte del siglo XVII, los personajes rabelaisianos se encuentran en círculos mundanos o ballets superficiales, como el ballet des Quolibets[N 4]​ y el ballet de los Pantagruélistes, cuyo autor es desconocido[19]​. Cuanto más avanza el siglo, más admiradores de Rabelais resultan ser eruditos y libertinos. Los médicos Guy Patin y Paul Reneaulme, el gramático Ménage proponen diversas interpretaciones alegóricas. Este último se inspiró en el novelista para su Dictionnaire étymologique [20]​.

Aunque la obra se difundió al otro lado del Canal de la Mancha mediante las traducciones de Sir Thomas Urquhart (1653 y 1693) y de Pierre-Antoine Motteux (1694), se encontró con la reacción de los jesuitas. El padre Garasse escribió una obra dirigida contra los protestantes titulada Le Rabelais réformé par les Ministres en la que el humanista se acusa de inutilidad culpable frente a los poderosos. Los libertinos Gassendi, Giulio Cesare Vanini y Giordano Bruno, en cambio, atribuyen a Rabelais sus preocupaciones: la búsqueda de una religión natural y la crítica de las creencias establecidas[21]​.

En el siglo XVIII surgieron varias posturas: los eruditos, que consideraban a Rabelais un aliado en la lucha anticlerical, pero se escandalizaban por su lenguaje, los eruditos, que querían dilucidar el texto, o los religiosos, que se indignaban por las blasfemias. La opinión de Voltaire mejoró a lo largo de su vida. En un pasaje del Templo del Gusto, las bibliotecas están llenas de libros corregidos por las Musas: sólo se conserva la mitad de la cuarta parte de los escritos de Tourangeau[22]​. Sin embargo, aunque el filósofo no apreciaba el estilo truculento y la tosquedad, pensaba que Rabelais buscaba, con sus disparates, escapar de la censura asesina y lo consideraba el primero de los bufones[23]​. La interpretación subversiva llegó a su punto culminante cuando, en plena Revolución, el escritor Pierre-Louis Guinguené convocó al franciscano como un profeta anónimo[24][N 5]​.

Aunque el mito de un Rabelais borracho aún persiste, por ejemplo en Hippolyte Taine[25]​, los románticos rehabilitan líricamente al escritor: François-René de Chateaubriand declaró que había "creado las letras francesas", Victor Hugo lo ensalzó en un poema de Les Contemplations sin tener, al parecer, un conocimiento profundo de él[26]​. Charles Nodier contribuyó de forma significativa a la revalorización de este escritor al que admiraba. Le apodó el "bufón Homero", expresión que más tarde tomó prestada Victor Hugo. En particular, Nodier alabó la capacidad de Rabelais para adaptarse a diferentes públicos y gustos, comparándolo con Sterne en 1830 en un artículo de la Revue de Paris. El estilo grotesco de Rabelais y su gusto por la erudición fuera de lo común influyeron en él, Se vio especialmente influenciado por la Historia del rey de Bohemia y de sus siete castillos de Rabelais [27]​.

En general, se multiplican los estudios y las ediciones de Rabelais. En 1828 Sainte-Beuve expresó sus reservas sobre los hábitos báquicos atribuidos a Rabelais, en 1857 Désiré Nisard cuestionó explícitamente la reputación de Rabelais[28]​, basado en la costumbre de interpretar el carácter de los autores a partir de su obra[29]​. El monje expulsado es a su vez convocado como símbolo de una tradición francesa de la risa o del padre de la lengua nacional[30]​.

Más allá de los elogios, varios escritores lo reclamaron como propio. Si Gérard de Nerval expresa discretamente su admiración, Gustave Flaubert se muestra como uno de sus mejores conocedores. Lo cita repetidamente en su correspondencia, declarando su atracción por su monstruosa fantasía[31]​ y sus vigorosos excesos[32]​. Por otra parte, el autor de Madame Bovary lo describió fácilmente como "sacrosanto'"[33]​. Evocada a veces con nostalgia como símbolo de una alegría desaparecida, la obra rabelaisiana es también utilizada por algunos para defender la Gauloiserie, como Henri Lucien[34]​ o la provocación de los burgueses[35]​. Por supuesto, siempre hay detractores, como Alphonse de Lamartine equiparando en su Cours familier de littérature a Rabelais con un cínico charlatán[36]​.

Así, el siglo XIX vio la idealización del escritor, sin que su fama disminuyera el mundo imaginario que le rodeaba. El debate ideológico tampoco cesó: en 1846, durante el reinado de Louis-Philippe I, durante la excavación del cementerio de Saint-Paul (destruido en 1796), se desenterró su ataúd. El informe afirma que contenía "los restos impuros de un hombre que ensució la túnica sacerdotal por el cinismo de sus escritos y el libertinaje de su moral"[37]​.

Rabelais disfrutó de un éxito creciente en el siglo XX, como demuestran los numerosos homenajes de escritores de muy diversa sensibilidad literaria, Así lo demuestran los numerosos homenajes de escritores de muy diversas tendencias literarias, desde Paul Claudel hasta Francis Jammes[38]​. En 1909, Anatole France pronunció una serie de conferencias sobre su vida y sus novelas ante un público argentino, publicadas en 1928. Sin embargo, por temor a ofender las convicciones de su público, eliminó la crudeza[39]​. En una famosa entrevista[40]​, Louis-Ferdinand Céline argumenta que, en su opinión, Rabelais ha "perdido su marca" porque la lengua francesa no ha seguido el ejemplo de su estilo truculento, sino que se ha anquilosado en la mojigatería académica. Prefacio a las obras de Rabelais por Paul Ochakovsky-Laurens[N 6]​, François Bon escribió en 1990 un polémico ensayo, La Folie Rabelais, poco apreciado por la crítica académica debido a sus presuntuosas imprecaciones y atrevidas interpretaciones[41]​, en el que defiende ardientemente el encanto de la tipografía y la ortografía de las ediciones originales. Sin embargo, desarrolla, a través de este análisis de Pantagruel, su propia concepción de la literatura[42]​.


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