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Gobiernos de España



Los gobiernos de España se suelen denominar por el nombre de quien ocupa la presidencia del Gobierno o del Consejo de Ministros, con la expresión "Gobierno X", "Ministerio X" o "Gabinete X".[1]

La denominación "ministerio" no se utilizó oficialmente en la administración española[2]​ hasta el 20 de septiembre de 1851, aunque sí se utilizaba habitualmente ese término o el de "ministro" para los departamentos de la administración y sus responsables.

Desde su creación en el siglo XVIII, la denominación oficial era "Secretarías de Estado y del Despacho" (o "del Despacho Universal"), cada una con su denominación específica, ámbito de competencias y prelación jerárquica: la primera y principal se denominaba de "Estado" (por antonomasia, puesto que todas eran secretarias de Estado y del Despacho), y se ocupaba por quien era considerado "hombre fuerte" del Gobierno, siendo equivalente a su presidencia (desde diciembre de 1823 se utiliza la denominación "presidente del Consejo" -solo durante un breve periodo, en torno a 1825, no presidía el Consejo este, sino el ministro más antiguo-), la segunda, de "Gracia y Justicia", la tercera, de "Guerra", la cuarta, de "Marina", y la quinta, de "Hacienda". En 1812 se crearon dos más: de "Gobernación de la Península" y de "Gobernación de Ultramar". Aunque con anterioridad (al menos desde 1763) hay precedentes de reuniones semanales de todos los "ministros" o secretarios de Estado y del Despacho, e incluso de una denominación específica para ella (Junta de Estado), no es hasta el 2 de noviembre de 1815 que tal "Junta de Estado" presenta una mayor continuidad.

En cuanto al número y funciones de los departamentos, hubo una gran continuidad, pero se fueron modificando en distintas ocasiones: en 1832 se creó la secretaría de "Fomento", que entre 1834 y 1835 se llamó "de Interior", pasando entonces a llamarse de "Gobernación": en 1847 se creó la de "Comercio, Instrucción y Obras Públicas", que desde 1851 se llamó de "Fomento" (ya como "ministerio"), y en 1900 se subdividió en "Agricultura, Comercio, Industria y Obras Públicas" e "Instrucción Pública y Bellas Artes"; entre 1918 y 1920 hubo un "Ministerio de Abastecimientos", mientras que desde 1920 existe un "Ministerio de Trabajo".[3]​ La separación entre la Presidencia del Consejo y un Ministerio de Estado con competencias en Asuntos Exteriores fue haciéndose de forma paulatina a partir de mediados del siglo XIX, para convertirse en habitual desde el último tercio del siglo.

Ocuparon el cargo de Secretario del Consejo de Estado (o similares, los cargos administrativos aun no estaban muy normalizados) los siguientes (lista incompleta y quizá con solapamientos entre Consejos distintos):

Sin datos fiables sobre Secretarios de Estado. El poder lo acapararon los validos, más que en otros reinados.

Desde comienzos de este reinado el cargo de Secretario de Estado y del Despacho Universal, antecesor de la presidencia del gobierno, fue ostentado por los siguientes:

La Guerra de Sucesión Española (1701-1715) fue determinante para la conformación del nuevo sistema de secretarías que sustituyó al sistema polisinodial (gobierno a través de los distintos Consejos, temáticos y territoriales) y su evolución hacia el gabinete o consejo de ministros. A ello no sólo contribuyó la Nueva Planta borbónica, sino también el gobierno del bando austracista.[4]

Las personalidades de los primeros Borbones reinantes en España, caracterizados por sus problemas anímicos, fueron decisivas para que la administración se convirtiera en un mecanismo capaz de funcionar por sí solo, puesto que no podía esperarse de los monarcas una intervención cotidiana o regular en los asuntos de gobierno.[5]

En estos reinados, todavía no era habitual que el primer Secretario de Estado fuera también la principal figura de gobierno o confianza del rey, posición informal (en el siglo XVII se designaba con el nombre de "valido") que inicialmente fue ocupada por el embajador francés Michel-Jean Amelot, en estrecho contacto con Luis XIV. También fue destacable el poder que ejercían informalmente las mujeres más próximas a los reyes (esposas, confidentes o madres): María Luisa Gabriela de Saboya, la Princesa de los Ursinos, Isabel de Farnesio y Bárbara de Braganza. El puesto de confesor real tuvo una importancia tan decisiva como en los reyes de la Casa de Austria, y seguía siendo nombrado con criterios políticos.[6]

En 1763 empezó el despacho colectivo de los distintos secretarios con periodicidad semanal, por lo que podemos hablar, siquiera sea en sentido muy laxo, de gobierno y de ministros.

En 1787 el Conde de Floridablanca estableció la Junta Suprema de Estado[11]​. Su caída (1792) significó el final de tal Junta, pero confirmó la costumbre de situar en Estado al "hombre fuerte" de cada momento; primero el Conde de Aranda (cabeza del llamado "partido aragonés") y después a Manuel Godoy.[12]

El cambio de reinado no supuso cambios en el gobierno.[13][14]

El 5 de mayo,[20]​ Carlos IV firma un tratado con Napoleón I, emperador de Francia, cediéndole la corona, que este a su vez cede a su hermano José Bonaparte. Al día siguiente, 6 de mayo, Fernando VII renuncia a sus derechos.

A partir de la ocupación militar francesa existieron dos gobiernos enfrentados. Por un lado, el gobierno llamado afrancesado, que gobernaba bajo el rey José I con la Constitución de Bayona (1808).

Por otro lado, la Junta Suprema Central, (1808-1814, desde 1810 Consejo de Regencia de España e Indias), institución surgida en septiembre de 1808 para hacer frente al anterior y a la presencia militar francesa, que gobernaba teóricamente en nombre del rey Fernando VII, pero en la práctica, dado que este estaba ausente del reino, gobernaba por sí misma y convocó en 1810 las Cortes de Cádiz que elaboraron la Constitución de 1812.

Fernando VII no reconoció las Cortes de Cádiz ni su obra legislativa y restauró el absolutismo (decreto de 4-V-1814).

Obligado por el pronunciamiento de Riego, Fernando VII jura la Constitución de 1812.

Restablecido como rey absoluto por la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis.

El 20 de noviembre de 1823 la Gaceta de Madrid publica el decreto por el cual se crea el Consejo de Ministros.[21]

Unidos los cargos de presidente de la República (jefatura del estado) y presidente del Consejo de Ministros (jefatura del gobierno)

A partir del 26-II-1874 se recupera la diferenciación entre Jefatura del Estado y del Gobierno.

Regente desde la muerte de Alfonso XII, durante la gestación de Alfonso XIII, y tras su nacimiento el 17-V-1886 hasta su mayoría de edad

A partir de este momento los gobiernos de la Segunda República Española lo son en el exilio, y por lo tanto sin capacidad de gobierno efectiva sobre el territorio nacional.

El 21 de junio de 1977 la Presidencia y el Gobierno de la Segunda República Española emiten un comunicado por el cual reconocen la legitimidad del parlamento elegido seis días antes en España, a pesar de ciertos déficits democráticos en el proceso electoral. Y proceden a su autodisolución.[22]

Esto unido a la reforma de las universidades y de los colegios mayores, y al desarrolloparalelo de otros centros educativos encaminados a la formación específicande determinadas materias que el Estado estaba reclamando para cubrir las nuevasnnecesidades administrativas y sociales, provocó cambios muy importantes en elnámbito del poder y de sus representantes.

Desde entonces ha habido una verdadera revolución historiográfica sobre el poder y sus aledaños en la Edad Moderna española; pero al menos una idea se ha conservado en ella: desde que Vicente de la Fuente escribiera en 1884, en su magna obra sobre la historia de las universidades, que «el mundo está lleno de bartolomeos», se convirtió en un lugar común la importancia que habían tenido los colegios mayores, y en especial el Colegio Mayor de San Bartolomé de Salamanca, como centros de formación del proto-burócrata moderno. En este hecho coincidieron después un larguísimo rosario de investigadores, desde Ferrer del Río, J. A. Maravall, A. Rodríguez Cruz, R. Kagan, F. Barrios, J. Arrieta Alberdi, A. Álvarez de Morales, J. Fayard, E. Postigo Castellanos, los hermanos Peset, J. Martínez Millán, M. Burkholder, D. S. Chandler, P. Molas i Ribalta, I. Arias de Saavedra, A. Felipo Orts, D. de Lario, A. Pérez Martín, C. Ramírez, S. Albiñana, M. Baldó i Lacomba, B. Cuart Moner, M. Á. Sobaler Seco, L. M. Gutiérrez Torrecilla, M. Torremocha Hernández, los hermanos Casado Arboniés, S. de Dios de Dios, J. A. Escudero, R. Gómez Rivero, J. Martínez Millan, A. Álvarez-Ossorio Alvariño… En realidad todos los investigadores de la historia de la universidad o de las élites en la época moderna se han visto obligados a referirse a este tema. ... La vuelta a la historia política y el auge del estudio de las élites, unido al desarrollo de la informática, han abierto las pautas a nuevos enfoques temáticos y metodológicos, y los cambios han resultado muy fructíferos.

...

El profesor Jean Pierre Dedieu publicaba en 2005 «La muerte del letrado»; texto en el que resume y matiza la tradición historiográfica nombrada, defendiendo la sustitución de los «letrados o colegiales mayores» por los «abogados» en los nombramientos de los servidores de la monarquía española a lo largo del siglo xviii, y que la reforma carolina de las universidades fue consecuencia, entre otras cosas, de la necesidad de formar mejor a los futuros burócratas. Alude, además, a la profunda transformación de la realidad política española del siglo XVIII, surgida cuando los antiguos funcionarios procedentes de los colegios mayores —que habían monopolizado una buena parte del poder en las instituciones españolas del Antiguo Régimen— fueron sustituidos por técnicos del derecho más sumisos a la monarquía.

Posteriormente, este mismo autor apostilló más esta teoría en otros dos trabajos: «Lo militar y la monarquía en España. Con especial referencia al siglo XVIII» y «Comment l’Etat forge la nation. L’‘‘Espagne’’ du XVI e au début du XIX siècle».
En el primero ratificaba la revalorización de la carrera militar como medio de ascenso a los puestos de gobierno de la monarquía española en el Siglo de las Luces, no tanto por lo que esta carrera representaba en sí misma, sino por el control burocrático que ejercía el monarca sobre los nombramientos a través de estos cuadros de la milicia; circunstancia que derivó en el protagonismo político del ejército en parte de la centuria siguiente. Y en el segundo estudio matiza este extremo hablando de la forja de la nación española a partir de la centralización de las redes sociales alrededor de la figura del rey, periodo coincidente en el tiempo con la reducción de la monarquía hispana al espacio peninsular, tras la pérdida progresiva de la mayor parte de los territorios no peninsulares.

José Luis Gómez Urdáñez, El padre es el rey. Las intrigas en el “cuarto del príncipe” en el siglo XVIII



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