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Griego moderno



Indoeuropeo
 Griego
  Jónico-Ático

El griego moderno (en griego, Ελληνικά, Elliniká, AFI: [eliniˈka]) se considera la última etapa en la evolución del idioma griego, y se corresponde a la variante de este idioma hablada desde la Edad Moderna hasta la actualidad. Se toma simbólicamente como fecha de su surgimiento la caída de Constantinopla (1453), aunque dicha fecha no se corresponde con una frontera lingüística clara y muchas de las características fonéticas modernas del idioma ya habían aparecido siglos antes. Durante gran parte de este tiempo, existió una situación de diglosia, con diferentes dialectos orales regionales al lado de formas escritas arcaicas. Durante los siglos XIX y XX fue importante la polémica lingüística en torno a la variante popular o demótica (dimotikí) y la culta arcaizante (kazarévusa). El griego moderno actual está basado en la variante demótica y es la lengua oficial de Grecia y Chipre.

Durante el período turco, solo ciertos dialectos marginales de las islas jónicas, nunca ocupadas por los turcos, y de Chipre y Creta, que mantuvieron durante un tiempo su independencia, recibieron cultivo literario. En la zona ocupada, la Grecia continental, los dialectos que surgían tenían, sin apenas excepciones, un carácter puramente oral. La Iglesia, en torno a la cual mantenían los griegos su identidad, se servía de la lengua aticista. Los intentos en época bizantina de usar en literatura (solo en géneros muy concretos y no sin mezcla de elementos antiguos) la lengua popular, fueron abandonados. Esto trae el tema de los dos estratos lingüísticos griegos. En la época del Imperio romano y en la del bizantino existían, por decirlo así, dos lenguas, que se influían por lo demás recíprocamente: la lengua hablada o popular y la lengua literaria o aticista. Y en la Grecia moderna, a partir de la liberación, ha existido la competencia entre las dos lenguas, llamadas respectivamente καθαρεύουσα (kazarévusa) «pura» y δημοτική (dimotikí) «popular», derivada la primera del griego aticista, la segunda del popular o hablado. Fue A. Hatzidakis quien, desde su libro de 1892, estableció esta genealogía del griego moderno: viene de la koiné antigua, no, al menos en términos generales, de los antiguos dialectos. De la koiné vienen también los dialectos griegos modernos. La historia del griego moderno se resume, así, en una tendencia evolutiva: a la desaparición de los dos estratos lingüísticos y de los diferentes dialectos a favor de un único griego moderno aproximadamente unificado, que, por supuesto, ha recibido influjos de diferentes lenguas.

El griego moderno ha reducido su extensión a un espacio geográfico relativamente reducido, próximo al del griego antiguo. Ocupa casi toda Grecia, donde lo habla el 95% de su población (más de 10 000 000 de personas), y la parte griega de Chipre (unas 600 000 personas). En Grecia el número de hablantes de lenguas eslavas, armenio, albanés y rumano ha descendido drásticamente y los más son bilingües; el ladino o judeoespañol prácticamente desapareció por causa de las persecuciones durante la Segunda Guerra Mundial. Y quedan unos 150 000 hablantes de turco en Tracia. Aparte de esto, el número de hablantes de griego en Egipto (Alejandría) y Asia Menor ha descendido considerablemente por la resaca antioccidental: guerra perdida en Anatolia e intercambio de poblaciones (1923), regímenes nacionalistas en Egipto (desde 1956). Ha descendido su número en Estambul. Estos griegos, y los del Cáucaso y Ucrania, se han replegado a Grecia. En cambio, hay florecientes colonias griegas en Europa Occidental, América y Australia.

En el período turco, pese a los terribles golpes recibidos por la lengua griega, ésta conservaba en Oriente su prestigio. Una pequeña élite la sabía descendiente de los gloriosos tiempos antiguos; muchos más veían en ella la lengua de la verdadera religión, en torno al patriarcado de Constantinopla. Aquí y en otros lugares del Imperio Turco había muchos griegoparlantes, en general tolerados, aunque había épocas de persecución. Y una pequeña aristocracia griega tenía puestos oficiales en el imperio, sobre todo los fanariotas de Constantinopla, que tenían importantes puestos administrativos y políticos y gobernaban para el sultán Valaquia y Moldavia.

En Occidente, sin embargo, prácticamente la única referencia para el griego era la de la Antigüedad clásica. En nombre de ella (o con pretexto de ella) rechazaba Federico II de Prusia las propuestas de Voltaire de ayudar a los griegos a liberarse del turco. Los consideraba indignos, envilecidos; y su lengua era considerada pura corrupción. Una excepción era Catalina de Rusia, sin duda por los profundos lazos de su país con la cultura bizantina. Sin embargo, a fines de siglo XVIII, después de la Ilustración y de la Revolución francesa, creció poco a poco el empeño por ayudar a los griegos, identificándolos más o menos con los antiguos: así Lord Byron y los filohelenos que lucharon en la guerra de liberación de Grecia, a partir de 1821. A esto contribuyó el hecho de que los griegos, súbditos del Imperio Turco, comenzaron a relacionarse con Europa como agentes de comercio exterior del mismo o como miembros de comunidades griegas que empezaban a formarse en Rusia y Occidente. Y el hecho de la difusión de las ideas europeas de independencia y libertad, cuya antigua genealogía era admitida por todos. Bajo influencias liberales y nacionalistas grupos de emigrantes griegos promovieron la creación de núcleos independentistas en Grecia y fuera (en Odesa y en Occidente), núcleos apoyados por los fanariotas de Constantinopla y la Iglesia griega. Por otra parte, Grecia era un buen punto de apoyo para rusos y occidentales en su deseo de expansionarse a expensas del turco. Todo esto desembocó en la ayuda a los griegos cuando intentaron liberarse de los turcos: sublevación de 1821, guerra con resultados cambiantes, apoyo de Gran Bretaña, Rusia y Francia (tratado de Londres y batalla de Navarino, 1827), independencia de Grecia (tratado de Adrianópolis de 1829 y Conferencia de Londres de 1830).

Grecia se encontraba liberada, pero quedaba abierta, entre otras, la cuestión lingüística. La minoría que escribía lo hacía en kazarévusa (GK), la continuación de la koiné antigua y bizantina; los demás hablaban dimotikí (GD), dividida además en dialectos, una lengua que no se escribía. El modelo occidental y una mínima racionalidad imponían una lengua única. Una lengua que fuera capaz, además, de satisfacer las necesidades de la civilización europea. Un primer acercamiento hacia esta tarea fue la obra de Adamantios Korais (1748-1833), un griego de Esmirna a quien su padre envió a Ámsterdam como su representante comercial y que estudió luego medicina en la Universidad de Montpellier. Vivió la Revolución francesa y vio en la expedición a Egipto el comienzo del hundimiento del Imperio otomano. Pudo alcanzar a ver, en sus últimos años, la liberación de Grecia. Korais era un excelente filólogo clásico. Empezó traduciendo a Estrabón por encargo de Napoleón, luego tradujo y editó con notas numerosos autores clásicos: Aristóteles, Platón, Tucídides, Isócrates y otros muchos. Consideraba el griego como una continuidad, pensaba que Polibio, Plutarco y los demás seguían ya la pronunciación del griego moderno. Ahora bien, si para él la clásica era la continuación del griego antiguo, quería «purificarla» añadiéndole algunos elementos de la antigua lengua, para convertirla así en lengua de la cultura, la administración y la escuela. Pisaba un terreno intermedio entre la pura δημοτική y la lengua «pura» que preconizaba el sector más tradicionalista, encabezado por Codrikás, representante de los fanariotas de Constantinopla.

Por ejemplo, frente al demótico ψάρι «pez», proponía su forma etimológica ὀψάριον, mientras Codrikás quería volver al griego antiguo ιχθύς. Más radicales eran los poetas de las islas jónicas, el único lugar donde un dialecto continuaba recibiendo cultivo escrito, tras la conquista de Chipre y Creta por los turcos. Ya hablamos del poeta Solomós, el más conocido del grupo. Pero era una lengua local y ahora se trataba de crear una lengua nacional apta para la administración y para la prosa en general. En estas circunstancias se estableció un Gobierno provisional en Nauplion en 1828 y luego, en 1833, la capitalidad se trasladó a la que era una pequeña ciudad, pero de nombre ilustre, Atenas. La interpretación clasicista prevalecía (aunque hacer de Atenas una monarquía no era muy clásico) y la ciudad se llenó de edificios neoclásicos. Y esta orientación prevaleció también en lo relativo a la lengua. Sin embargo, en un primer momento, fueron las realidades de hecho las que se impusieron. Junto a los atenienses, un aflujo de población foránea, peloponesia sobre todo, invadió la pequeña ciudad de Atenas. Se fue formando un dialecto hablado más o menos común, sobre la base del «griego meridional», más conservador que el del Norte, pero con inclusión de ciertos arcaísmos del dialecto hablado en Ática, Megáride y Egina. Decía (y dice) ἄνθρωπος (no ἄνθρουπους), μύτη 'nariz' (no μύτ), μεσημέρι 'mediodía' (no μισμέρ). Aceptaba algunos influjos del griego de las islas jónicas (Ac. pl. fem. τις del artículo) y del griego de Constantinopla.

Ahora bien, una vez instaurado el gobierno griego la presión clasicista fue muy fuerte y se renovó y llevó más lejos la καθαρεύουσα. Cierto que hubo exfrentistas (como P. Soutsos, que intentó renovar el ático antiguo) y moderados (como K. Asopios). Había ciertas fluctuaciones. De otra parte, había también ultracorrecciones y creación de nuevas palabras: en vez de κάσσα 'caja' decían χρηματοκιβώτιον, en vez de πατάτα, γεώμηλον (calco de fr. pomme de terre). La lengua demótica era llamada «melenuda» y en Atenas estallaron motines cuando en 1901 A. Pallis publicó una traducción al griego demótico del Nuevo Testamento (ya antes había traducido la Ilíada). Sin embargo, la situación había empezado a cambiar en 1888 cuando J. Psichari, un escritor griego que vivía en París, publicó su novela Το ταξίδι μου («Mi viaje») en griego demótico. Intentó crear un demótico regularizado (demasiado regularizado), que admitía, ciertamente, palabras culturales del καθαρεύουσα. A pesar de todo, el lenguaje periodístico, el legal y el científico continuaron siendo καθαρεύουσα; y hasta 1909 era la única lengua enseñada en las escuelas.

Sin embargo, la lengua perdía poco a poco los rasgos más extremos del aticismo: el futuro griego antiguo, el optativo, la declinación ática, los imperativos en -θι. Pero todavía la Constitución de 1911 hacía del καθαρεύουσα la lengua oficial de Grecia. La renovación fue más fuerte cuando, a partir de 1910, se fundó por M. Triandaphyllidis la asociación llamada «Sociedad Educativa» (Ἐκπαιδευτικός Ὅμιλος). Influyó en la legislación del Partido Liberal de E. Venizelos, que en 1917 lo introdujo en la enseñanza elemental. La lengua propugnada por Triandaphyllidis fue expuesta en su Gramática de 1941, que se constituyó en una especie de preceptiva lingüística. Era, ciertamente, más abierta su concepción que la de Psicharis: conservaba ciertas formas dobles y ciertas formas puristas, como -πτ- en vez de -φτ- en palabras de origen antiguo (περίπτερο). Lo peor del caso es que la «cuestión» lingüística se politizó, los partidarios del δημοτική fueron acusados, en ocasiones, de inclinaciones pro-rusas y aun probolcheviques. Desde 1923 a 1964 el δημοτική continuó siendo la lengua de los primeros cursos de la escuela (salvo durante el gobierno de C. Tsaldaris en 1935-36); en 1964, el Partido del Centro colocó a ambas lenguas en igual plano, aunque el estudio del δημοτική raramente sobrepasó la clase de los 14 años. Más tarde, durante el gobierno de los Coroneles, el καθαρεύουσα fue declarado otra vez lengua oficial (1967), el δημοτική quedó restringido a los cuatro primeros grados de la escuela primaria. Vino luego la reacción, con el cambio de régimen, en 1976 el δημοτική fue declarado lengua oficial: de la educación y la administración.

Luego, con el triunfo del PASOK, se introdujo en 1982 el llamado sistema monotónico, una reforma ortográfica que abolió los espíritus, hizo escribir sin acento los monosílabos (con excepciones) y con un solo acento agudo los polisílabos.

La kazarévusa fue, con interrupciones puntuales, la lengua oficial del estado helénico desde 1830 hasta 1981, cuando fue sustituida definitivamente en dicha función por el dimotikí.[3]

El camino a recorrer para imponer el δημοτική era, sin embargo, más largo de lo que se pensaba. Durante mucho tiempo, pese a todo, el GK, liberado de extremismos, continuó siendo la lengua de los tribunales, el ejército y la Iglesia. Era la lengua de la cultura y solo penosamente (género a género) y con errores se fue imponiendo el δημοτική, que producía a veces una prosa artificiosa y confusa. Tanto más cuanto que la decadencia de la enseñanza de los clásicos antiguos y las nuevas modas pedagógicas rebajaban constantemente los niveles de los alumnos. En todo caso, el δημοτική triunfa hoy en Grecia. Pero más que demótico habría que llamarlo, al menos en su forma escrita, simplemente «griego común». Pues hay varios tipos de δημοτική, entre ellas la llamada καθομιλουμένη, con abundantes elementos de καθαρεύουσα que eran culturalmente indispensables. Así, el que llamamos comúnmente griego moderno no es exactamente unitario: conserva en su fonética y morfología y sobre todo en su léxico abundantes elementos de la antigua lengua culta. Hay πόλη / πόλις (G. -ης ο -εως), -ότα / -ότης, G. de la primera en (moderno) / -ης (antiguo), δεσποινίδα / δεσποινίς, Ἑλλάδα / Ἑλλάς; se conserva a veces el N. pl. de la primera en -αι (τουρίστες / τουρίσται); del adj. βαθύς hay G. sg. βαθιοῦ / βαθέος, Ν. pl. βαθιοί / βαθεῖς. Y quedan muchísimos elementos compositivos del GA. Ε infinitas variaciones más o menos sinonímicas en el léxico, del tipo κόκκαλο / ὀστοῦν 'hueso'. El que llamamos griego moderno combina, pues, distintas variedades del δημοτική.

Además de la variante demótica y kazarévusa, la lengua griega moderna cuenta con otros dialectos minoritarios:

Una serie de cambios radicales en los sonidos, que la lengua griega experimentó principalmente durante el período del griego koiné, ha conducido a un sistema fonológico que es perceptiblemente diferente del griego antiguo. En vez del sistema vocálico antiguo, con sus cuatro tonos, vocales cortas y largas y diptongos múltiples, el griego moderno tiene un sistema simple de cinco vocales. Esto fue debido a una serie de fusiones, especialmente hacia el sonido [i] (iotacismo). En las consonantes, el griego moderno tiene dos series de fricativas sonoras y sordas en lugar de las oclusivas sonoras y de las sordas aspiradas del griego antiguo.

[j] + [e] o [i]

γέλιο [ˈjeʎo] (risa)

[c] + [e] o [i]

[ç] + [e] o [i]

παράνοια [paˈɾania] (paranoia)

El griego moderno sigue siendo en gran parte una lengua sintética. Es una de las pocas lenguas indoeuropeas que ha conservado una voz pasiva sintética. Los cambios sensibles en la gramática (comparada con el Griego clásico) incluyen:



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