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Helena (obra)



Helena (Ελένη) es el título de una tragedia de Eurípides que está datada en el año 412 a. C.

Eurípides no sigue en esta obra la versión más popular: la de que Helena, reina consorte de Esparta, abandona a su marido Menelao para fugarse con el frigio Paris a la ciudad de Troya, y se desencadena así una guerra que involucra a muchos reyes y causa muchas muertes.

En cambio, refiere que no es Helena quien es raptada por Paris o se fuga con él, sino una mujer hecha de polvo de nube con la forma de Helena. La auténtica Helena es recogida por Hermes y llevada a Egipto, donde reina Proteo, pero es requerida en matrimonio por el hijo del rey Teoclímeno, elemento este que es introducido por Eurípides.

Esta versión, por tanto, pretende eximir a Helena de toda responsabilidad en la guerra de Troya.

Hera, Afrodita y Atenea acudieron a Paris para que eligiera a la más bella.[1]​ Paris eligió a Afrodita a cambio de poseer a la hermosa Helena. Paris va a Esparta en su procura, pero Hermes la sustituye por una imagen «hecha de nube», que es la que llega a Troya. Los aqueos y los troyanos libraron una guerra por una imagen, por un nombre, no por la auténtica Helena, que había sido transportada a Egipto.

Ese país, Egipto, es el lugar donde se desarrolla la acción, en la tumba del rey Proteo, que veló por la virtud de Helena respetando su lecho para Menelao, rey de Esparta, esposo de ella.

Llega Teucro, que viene de combatir en Troya, e informa a Helena, sin conocerla, de todos los males que allí se han sufrido por culpa de la mujer de Menelao, durante diez años de lucha, y siete de errabundia por los mares debida a una tormenta que dispersó al ejército aqueo. Informa a Helena de la muerte de Leda, madre de ella, que se suicidó por vergüenza del comportamiento de su hija.

Helena deplora su situación, pues Teoclímeno, hijo del fallecido rey Proteo, es quien reina en Egipto y la quiere desposar. Lamenta su posición de esclava, y dice que, entre los bárbaros, todos son esclavos menos uno: el rey. Teme lo peor acerca del destino de su marido: Menelao.

Este, tras naufragar su barco, se encuentra con una anciana que le informa sobre el rey Teoclímeno, que quiere desposar a Helena y por tanto persigue a los aqueos. Menelao empieza a sospechar que Helena está viva, pero teme por su vida. Decide hacer frente a la situación porque

y no hay muchas más posibilidades.

Helena ha ido a consultar a la adivina Teónoe, que la informa de que Menelao no ha muerto y erró por los mares, y que ahora ha naufragado no lejos de ese lugar. Helena se encuentra con Menelao, y ambos se reconocen. Menelao duda que sea la verdadera Helena, pero, al comunicarle un mensajero que la Helena que venía con ellos de Troya se ha desvanecido en el aire, se convence de que la que tiene enfrente ahora es la verdadera.

El mensajero hace un análisis de lo acontecido y señala que hay que respetar a los dioses pero dejarse de adivinaciones, puesto que la razón y la prudencia son los mejores adivinos.

Teónoe, hermana del rey Teoclímeno, se encuentra en la disyuntiva de avisar a su hermano, con el consiguiente peligro de muerte para Menelao, o favorecer a este y enfrentarse con Teoclímeno. Helena la convence hablando de este modo:

Helena idea la fórmula de salir del peligro de Teoclímeno: se viste de luto y convence a este para que se hagan unos funerales, según la costumbre griega, a Menelao, muerto en el mar. Para ello necesitan un barco que el rey presta, y nombra a Menelao, disfrazado, capitán. Una vez en alta mar, tras vencer a la tripulación de Teoclímeno, huyen a Esparta. Un mensajero comunica los hechos a Teoclímeno y aparecen los Dióscuros, que mandan a Teoclímeno que acepte su suerte.

Se representó en el 412 a. C. Eurípides sigue la versión de Estesícoro[2]​ y la de Heródoto[3]

Helena vuelve a ser una casta mujer, digna de todo encomio, pero sin el carácter propio de los personajes femeninos de Eurípides, que crea mujeres fuertes, inteligentes, hábiles, exuberantes. No obstante, Helena es la autora intelectual de la solución a un grave problema generado en la trama. Después de todo, las mujeres que emplea Eurípides como personajes suelen resaltar sobre las figuras masculinas en cuanto a inteligencia y astucia.

Pero a cambio de renunciar a su tipo de heroína, Eurípides crea una obra que se acerca al teatro posterior. Rompe con Esquilo y Sófocles, y crea unos personajes más ligeros, con unos lazos repetidos luego en la literatura universal.

Eurípides, al igual que en otras obras, hace una crítica al culto de los dioses, al arte adivinatoria, y aboga por la razón y la prudencia como modelo de conducta. El coro canta esto:



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