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Hestia



En la mitología griega, Hestia (Ἑστία)[1]​ era una de las diosas olímpicas. Hija de Cronos y Rea, personificaba el fuego del hogar. Hestia apenas salía del Olimpo, y nunca se inmiscuía en las disputas de los dioses y los seres humanos, por lo que paradójicamente pocas veces aparece en los relatos mitológicos a pesar de ser una de las principales diosas de la religión griega y, posteriormente, romana.

Se asemejaba a la escita Tabiti.[2]​ Su nombre romano es Vesta, y también se la identificaba con la diosa Fornax.[3]

Era la hija primogénita de los titanes Cronos y Rea, y la primera en ser devorada por su padre al nacer; por lo que fue la última expulsada del cuerpo de su padre cuando Zeus le entregó el vomitivo.[4][5]​ Tras la guerra contra los Titanes, Poseidón y Apolo fueron a pedirle matrimonio a su mansión, pero juró sobre la cabeza de Zeus que ella permanecería siempre virgen, evitando así la primera disputa entre dioses olímpicos. El rey de los dioses le correspondió cediéndole la primera víctima de todos los sacrificios públicos y los lugares preeminentes de todas las casas.[4]​ Por otra parte, un pasaje de Diodoro Sículo dice que Hestia inventó el modo de construir las casas.[6]​.

Homero no cita a Hestia ni en la Ilíada ni en la Odisea. Sí aparece en algunos Himnos homéricos. En uno de ellos aparece una invocación conjunta a Hestia y a Hermes.[7]​ En otro, se muestra la importancia del fuego sagrado en el templo de Apolo de Delfos[8]​ y en otro se indica que Afrodita fue una diosa cuyo comportamiento siempre desaprobó y no hubo ninguna ocasión en que esta pudiera convencer o engañar para que la virginal Hestia se permitiese un devaneo amoroso.[4]

En el diálogo Fedro, Platón describe cómo Zeus divide a todos los dioses, semidioses y criaturas divinas en escuadrones capitaneados por un dios olímpico. Sin embargo, Hestia se queda sola en la morada de los dioses.[9]

Ovidio narra una escena en la que Príapo, borracho, había intentado violar a Hestia en una fiesta organizada por Rea a la que habían acudido todos los dioses y tras la cual se habían quedado dormidos. El rebuzno del asno de Sileno despertó a la diosa justo cuando su agresor se abalanzaba sobre ella, y Príapo huyó. Este hecho provocó que el asno fuese su animal favorito y en sus festividades, estos animales eran engalanados con guirnaldas formadas por hogazas de pan.[10]

Es posible que esta historia sea una deformación latina posterior de una escena parecida protagonizada por la ninfa Lotis.[11]

A Hestia, como personificación del fuego del hogar, se la veneraba en todos los hogares particulares. También tenía su lugar de culto en los templos de los demás dioses y, además, en los pritaneos, donde se encontraba el hogar común de las ciudades.[12]​ Se la invocaba, y se le ofrecían sacrificios y libaciones antes que a los demás dioses.[13][14][4]

En los pritaneos, situados en el centro de las ciudades, se recibía a los embajadores extranjeros y acudían los suplicantes a refugiarse junto al fuego sagrado.[15]​ Cuando los habitantes de una polis partían para colonizar otras tierras, portaban una antorcha con el fuego del altar de Hestia, prendiendo con él el nuevo altar en la colonia, como símbolo de unión con la metrópoli. Si este fuego se apagaba, no podía volver a ser encendido con medios tradicionales, sino que se establecía un rito sagrado y se encendía uno nuevo mediante fricción o con cristales calentados al sol.[16]

Tal vez porque a Hestia se la veneraba en los templos de otros dioses, en la Antigua Grecia no se conocen muchos templos dedicados especialmente a ella. Pausanias describe un santuario suyo en Hermíone,[17]​ aunque también menciona su culto en Esparta[18]​ y representaciones de la diosa en el pritaneo de Atenas,[19]​ en el Anfiareo de Oropo[20]​ y en el templo de Zeus de Olimpia.[21]​ También indica que los eleos realizaban sacrificios a Hestia en primer lugar.[14]​ Otros lugares donde diferentes fuentes literarias mencionan que se la veneraba eran Delfos,[8]Ténedos,[13]Naxos[15]​ y Larisa.[22]

A su equivalente romana, Vesta, se le rendía culto en un templo de especial importancia. Según la tradición, el hijo de Rómulo, Numa Pompilio instauró la institución de las vestales y edificó el templo redondo de Vesta.[23][24]​ Allí se conservaba el fuego perpetuo y se custodiaba lo que se creía que era el mítico paladión.[25]



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