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Huis Clos



A puerta cerrada (en francés, Huis clos,) es una obra de teatro existencialista[1][2]​ del intelectual francés Jean-Paul Sartre que se estrenó en París en el teatro del Vieux-Colombier en mayo de 1944, justo antes de la liberación de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial.[3]​ La obra contiene la cita más famosa de Sartre: «El infierno son los otros» (en francés, «L'enfer, c'est les autres»).[4][5]

Un camarero introduce a un hombre llamado Garcin en un cuarto, que el público pronto identifica como el infierno. El camarero sale y vuelve con una mujer, Inés, y posteriormente con otra, Estelle. El camarero sale por última vez y la puerta es cerrada con llave.

Todos esperan ser torturados, pero no aparece «verdugo» alguno. En lugar de ello, descubren que están ahí para torturarse entre sí. Van repasando su vida y confesando progresivamente los actos que les han llevado al infierno. Al final de la obra, Garcín exige salir; tras decirlo, la puerta se abre, pero ninguno sale, ya que se dan cuenta de que no pueden vivir los unos sin los otros.

A puerta cerrada explota el concepto de la influencia de las miradas ajenas en la psique personal. Se parte de la idea de que la mirada del otro es aquello que desnuda, muestra al otro la realidad del ser. Y a partir de esta, el individuo es juzgado, condenado. Los protagonistas de A puerta cerrada son sus propios verdugos. Tienen la mirada fija y constante en sus compañeros; solidifican, eternizan la existencia. En el infierno no existe el tiempo, es el eterno presente, sin cambios, angustiante y sofocante. No poder pestañear, no poder dormir, es la vida sin corte, es el ser siempre y constantemente juzgado por la mirada del otro. La solución sería encerrarse en sí mismo, huyendo de la mirada del otro. Pero no los salva. Están condenados a escuchar los pensamientos del otro, cuya presencia se hace patente e insoportable.

La apariencia nos muestra que la llegada de los tres personajes al infierno no es casual ni impensada. Garcin está allí por maltratar sádicamente a su mujer y ser cobarde, con sus colegas y sus ideales. Inés es abiertamente mala. Indujo a la muerte, incluso no le importa su propia muerte, a su primo y a Florence, su mujer. Estelle ha engañado a su esposo, ha matado a su hija, ha prostituido su vida. Pero esta apariencia no es la razón de la llegada de los tres personajes al infierno. La causa es más profunda, más real y definitiva. Garcin es un canalla, Inés es sádica, Estelle es netamente egoísta. La soberbia, el reconocerse cada uno como único e imprescindible, los llevó a la muerte eterna. Muerte que se expresa en la absorción en la mirada de los otros.

En su estancia en el infierno, cada personaje es lazo para el otro. No pueden abandonar el infierno sin el otro. La dependencia se ha hecho demoníaca (al modo de pensar de C. S. Lewis, en las "Cartas del diablo a su sobrino"). Teniendo la posibilidad de partir, no pueden. Se hallan condenados a vivir en la mirada de sus compañeros, en el pensamiento de sus compañeros, y así existir, para el castigo que es la eternidad.

Para Jean Paul Sartre, la mirada del otro es el infierno. Impide ser, aunque es la única que permite manifestarse de algún modo en el mundo. Siendo así, la opinión del otro es importante. Es una crítica a la sociedad actual, que vive preocupada por los juicios externos. Hay miedo a mostrarse; la salida: un mundo de apariencias. Ocultando el ser, el horror al vacío impone una máscara, es el infierno de ser lo que se pretende que al otro le importe que yo sea. Lo más importante es la aparición del famoso personaje Estelle, quien logra cambiar por completo la obra.



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