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Identidad sexual



La identidad sexual o la identidad de sexo alude a la percepción que un individuo tiene sobre sí mismo respecto a su propio cuerpo en función de la evaluación que realiza de sus características físicas o biológicas[1][2][3]​ que «generalmente» refleja la apariencia física externa y el rol típicamente vinculado al sexo que uno desarrolla y prefiere o la sociedad intenta imponer.[4]

En términos generales alude al aspecto psicológico de la sexualidad de un individuo desde lo corpóreo, desde la genitalidad,[1][5]​ y está conformada por tres elementos: la identidad de género, la orientación sexual y el rol de género.[6][5]​ Este constructo incluiría el patrón de características sexuales biológicas de un individuo «que forman un patrón cohesivo que no deja lugar a dudas respecto a cual es su sexo».[7]

Lagarde (1997) definió la identidad “como un conjunto de dimensiones y procesos dinámicos y dialécticos que se producen en las intersecciones entre las identidades asignadas y la experiencia vivida, que expresa la diversidad de condiciones del sujeto”.[8]

La autoidentidad se refiere a la experiencia privada de la identidad como hombre o mujer. Este autoconcepto es personal, pertenece a cada cual.[9]

Usualmente es aceptado que el sexo es un hecho dado por la naturaleza y que el género es una faceta cultural que interviene solapadamente a la naturalidad del cuerpo. No obstante ello, esta concepción fue fuertemente controvertida desde diversas disciplinas. Hay quienes sostienen que el sexo y el género no pueden ser diferenciados desde un punto de vista ontológico pues los dos integran la realidad de las construcciones socioculturales.[10]

Cuando hablamos de sexo nos referimos a una dimensión del género, a la práctica de limitar la diversidad individual a un único conjunto de características que son las mismas que reúnen otras personas, esto es, los caracteres sexuales primarios: son los que tienen directa vinculación con la procreación. Reducir a los seres humanos a lo que las diferencia en cuanto a tales caracteres es un modo de oponerse a la diversidad individual, lo que tenemos de propio cada persona.[11]

Se puede afirmar que existen tres modos diferentes de comprender la relación entre sexo y género. Los biologistas afirman que nuestras características sexuales (cromosomas, gónadas, hormonas, genes, etc.) definen nuestra identidad de género. Por otro lado, es posible entender los dos elementos como esencialmente diferenciados, sin que exista relación causal entre uno y otro: el aspecto corporal (el sexo) separado de la conducta y las características de la personalidad (el género), que se conceptualizan como una construcción social. Esto implica considerar el sexo como algo fijo e invariable del individuo, y el género como algo mutable y culturalmente modificable. Finalmente, se puede interpretar que el género es resultado de una sociedad que constituye a los seres humanos en hombres y mujeres, no solamente a través de su comportamiento y percepción sino además en el aspecto físico. Esta última postura considera que el sexo no es inmutable ni presocial, y que es producto del género. Este punto de vista se opone a la visión biologista e invierte su postulado. Así, afirma que es el género el que asigna las diferencias físicas entre machos y hembras, estableciendo patrones normativos de cuerpo a partir del sexo.[12]​ La corriente teórica del posestructuralismo aportó su trabajo de deconstrucción del sexo y del cuerpo. A partir de la obra de Foucault se analiza el aspecto productivo del poder. Se examina la manera en que los discursos y los comportamientos constituyen ciertas clases de cuerpos con tipos determinados de poder y habilidades. De acuerdo a este razonamiento, el propio sexo es un producto construido, es decir que no solo el género lo es. A esto se refieren los autores cuando aluden a “cuerpos sexuados”.[13]

Clasificar a alguien como hombre o mujer es una decisión social. La ciencia puede auxiliarnos en esta decisión, pero únicamente nuestro entendimiento del género, y no el conocimiento científico, es capaz de definir nuestro sexo.[14]

Tanto en el campo científico como en el social se ha debatido mucho acerca de la vinculación existente entre la forma de expresarse socialmente la masculinidad y la feminidad y su fundamento físico.[15]

A lo largo de la evolución de la especie humana, la diferencia sexual aparece como un factor central en la creación del ser humano hombre y mujer. Esta diferencia sexual, basada en la anatomía y en la fisiología, configura el pilar científico que a partir de la biología toda sociedad entenderá como punto determinante para asociar conductas a hombres y mujeres. Estos comportamientos deberán ser tomados, incorporados y propagados, ya que a partir de su gran extensión funcionan como “modelos ideales” que permiten a las personas concebirse y percibirse como hombres o como mujeres y a la vez ser reconocidos del mismo modo por los demás.

Tenemos que comprender al sujeto hombre y al sujeto mujer como un ser individual que tiene conciencia de sí mismo y que se coloca en el eje de su mundo. Es un ser esencialmente delineado a través de los mecanismos interiores de socialización, que lo transforman en un sujeto sexuado y sexual. Esto se produce desde el momento mismo de su nacimiento, de acuerdo a su calificación como macho o hembra. Así, no solo es un individuo consciente de ser macho o hembra, sino también de reunir ciertas características o potencialidades asociadas al placer y al deseo sexuales.[16]

La tarea social de masculinizar y feminizar (es decir, sexualizar los cuerpos masculino y femenino, respectivamente) configura una misión primordial, y por lo tanto, interminable. Es un proceso que acompaña a cada persona a lo largo de toda su vida, incluso en la adultez. Esta peculiaridad permite inferir la debilidad inherente de nuestra identidad genérica. La seguridad en relación al conocimiento del yo como varón o mujer no está sujeta exclusivamente a las diferencias biológicas de nacimiento, como tampoco a una perspectiva cognoscitiva. Esta estabilidad se alcanza mediante la realidad vivencial cotidiana del niño o niña, que constantemente define y reafirma su sentido de varón o mujer.[17]

El cuerpo humano es demasiado complejo para ofrecer respuestas concretas sobre las diferencias sexuales. Es así que cuanto más indagamos en el fundamento físico sencillo para determinar el sexo, más claramente advertimos que “sexo” no es una etiqueta estrictamente física. Los rasgos y representaciones corporales que asociamos como femeninos o masculinos están incluidos en nuestras concepciones del género. ¿Por qué los genitales deberían ser factores decisivos?.[18]

Distinguiéndose de los biólogos, la teoría feminista concibe el cuerpo no como un absoluto sino como un entramado nudo sobre el que la experiencia y el discurso establecen un ser que es indudablemente definido por la cultura. Las pensadoras feministas desarrollaron ideas convincentes, y en ocasiones creativas, en relación a los fenómenos mediante los cuales la cultura modela y crea terminantemente el cuerpo. Cabe destacar que, además, ellas incorporan en esta concepción una finalidad política reivindicativa. En muchas oportunidades, su teoría ha sido formulada con el objetivo de abordar y transformar la desigualdad social, política y económica.[19]

En la actualidad, como nunca antes, existe una tendencia social hacia la individualización, que se produce simultáneamente a la relativización o el cuestionamiento de todas las identidades socialmente establecidas. Entre ellas, claro, se encuentran las sexuales y de género.

Si analizamos la crisis de la masculinidad hegemónica, advertimos que el cuerpo masculino se somete a una clase de dominación con la finalidad de cumplir con ciertas exigencias, al mismo tiempo que esa doma convierte a ese cuerpo en uno preparado para tal fin. Lo mismo ocurre con el cuerpo femenino.[20]

La cuestión de la identidad ha sido largamente debatida y desarrollada desde diversas disciplinas que integran las Ciencias Sociales. Se han creado innumerables conceptos, estudios y pensamientos en relación a la formación identitaria. Esta construcción atraviesa constantes conflictos, paralelamente, de deconstrucción y reconstrucción. No se trata de un asunto sencillo sino que es bastante complejo, pues abarca varias dimensiones. Esto responde a que los sujetos estamos expuestos a un determinado contexto, y la en definición de la identidad influyen variables socioculturales fundamentales, como los vínculos familiares, la nacionalidad, la etnia, el género, la edad, las circunstancias socioeconómicas, el nivel educativo, las políticas públicas, y la sociedad en sentido amplio. Por lo tanto, podemos concluir que la identidad es un concepto que se obtiene a partir de la vida en relación, y que no es inmutable sino que permanentemente puede volver a elaborarse.[21]




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