La dama de armiño es una obra pictórica, datable en la corte española hacia 1584-1585, cuya autoría ha sido ampliamente discutida. Se exhibe en una sala de la colección particular de Pollok House en Glasgow, Reino Unido.
Tradicionalmente este lienzo se consideraba una obra del Greco y posteriormente se han propuesto atribuciones a Juan Pantoja de la Cruz y a Sofonisba Anguissola, ambos retratistas de la corte de Felipe II. El año 1901, Aureliano de Beruete atribuyó esta obra obra a Tintoretto, de lo cual discrepó Manuel Bartolomé Cossío, quien señaló la circunspección y la introspección de esta dama, que contrasta con la exuberancia de los retratos femeninos de Tintoretto. A partir de 2019 parece haberse llegado a un consenso entre los expertos para asignarla a Alonso Sánchez Coello. Sin embargo, algunos críticos tan exigentes como Harold Wethey, no han dudado en atribuir esta obra al maestro cretense. Este profesor e historiador del arte da a este retrato el número 148 en su catálogo razonado de obras del Greco.
Cuando estuvo en la Galería Española del Louvre, este retrato figuró -no se sabe por qué razón- como Retrato de la hija del Greco. Después del cambio de siglo, se pensó que representaba a la mujer del pintor, lo cual vino reforzado por una observación de Sir Ellis Waterhouse, quien creyó ver pintada la letra griega gamma (Γ) en el anillo que porta la dama.
Tradicionalmente, fue considerado un retrato de Jerónima de las Cuevas, amante del Greco, de cuya relación nacería su hijo Jorge Manuel. En fechas más recientes, Elías Tormo sugirió que el personaje retratado era la princesa Catalina Micaela de Austria, pero su aspecto no parece el de una Infanta de España, ni tampoco el de una dama de la familia real. Otra hipótesis es que se trate de Doña Juana de Mendoza, duquesa de Béjar, dado el indudable parecido que presenta con el retrato de la Duquesa de Béjar niña con una enana, de Alonso Sánchez Coello.
Gregorio Marañón piensa que esta dama (fuera o no su amante o su esposa) impresionó tanto al Greco que casi todos los rostros femeninos que pintó más tarde guardan un parecido, sea cercano o lejano, con este retrato, como si lo hubiera repetido inconscientemente una y otra vez.
Tanto la pieza de armiño como el manguito del vestido están pintados con una técnica fresca, realmente magistral. En la parte superior de su peinado, que consta de tres filas de pequeños rizos, se destaca un pequeño lazo rojo. La cara, de un modelado suave, tiene un ligero tono sonrosado. Los labios son de color rosa natural, ojos muy negros y cejas oscuras. El vestido negro solamente es visible en las mangas y en el lado izquierdo, detrás del cuello. Cuando la pintura fue limpiada en 1952, apareció una moldura, que seguramente fue suprimida por el propio artista, porqué no tiene sentido.
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