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La dama de las camelias



La dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alexandre Dumas (hijo). Esta obra está inspirada en un hecho real de la vida de Alexandre relativo a un romance, que tuvo lugar en 1847 según el propio autor, con Marie Duplessis, joven cortesana de París que mantuvo distintas relaciones con grandes personajes de la vida social. La novela pertenece al movimiento literario que se conocería como realismo, siendo una de las primeras que formarían parte de la transición del romanticismo.

La ópera La traviata (La extraviada), del compositor italiano Giuseppe Verdi, se basó en esta novela cuyo personaje principal, la cortesana, lleva el nombre de la protagonista.

En otras adaptaciones, esta historia también es conocida con el título de Camille.

La novela está ambientada en París, y algunos lugares campestres cercanos, como Bougival. Podríamos ubicarla alrededor de 1840, durante la monarquía de Luis Felipe de Orleans. La duración de la trama es de aproximadamente tres años, aunque solo durante un año existe acción. La obra comienza con los funerales de Margarita Gautier, protagonista de la obra.

Los principales temas de la novela son la prostitución, reflejada en la vida de la protagonista Margarita Gautier, sus costumbres y amistades. Por otro lado, encontramos la abnegación en diversos actos de la protagonista, sobre todo con respecto a su amor por Armando Duval.

La obra también critica los prejuicios sociales,[1]​ que radican en el rechazo social de aceptar a Margarita. Principalmente se representan en el padre de Armando Duval, quien le exige sacrificios. Por último, encontramos en menor medida, los celos y la venganza en el personaje de Armando Duval.

Coexisten dos narradores en la novela, por una parte un narrador editor quien conoce al narrador protagonista, Armando Duval. Está escrita en un lenguaje sencillo y estructurada en veintisiete capítulos sin títulos.

I. El Narrador se entera por casualidad de que ha muerto una cortesana y que sus bienes serán sacados a subasta para cubrir sus deudas. La difunta era conocida suya, únicamente de vista: Margarita Gautier.

II. Margarita era de singular hermosura, asistía a todos los estrenos de la ópera y del teatro, su fama como cortesana era bastante conocida, siempre asistía a todas las funciones con tres cosas: sus gemelos, una bolsa de bombones y un ramo de camelias, su florista le habría puesto el sobrenombre de “La Dama de las Camelias". Ella vivía de una pensión indeterminada que le daba el duque, el cual la trataba pródigamente y con respeto.

III. El narrador acude a la subasta, que fue bastante concurrida. Puja por el libro Manon Lescaut de Abbé Prévost, el cual tenía una dedicatoria, se lo adjudican por un valor diez veces superior al real, solo por orgullo personal pujó de tal manera. La dedicatoria dice “Manon a Margarita, humildad”, firmado por Armando Duval.

IV. De la venta de los bienes de la cortesana se obtuvieron 150.000 libras, de los cuales dos terceras partes fueron a parar a las manos de sus acreedores y el resto a su amada hermana, a la que llevaba años sin ver. Armando Duval acude a ver al narrador en un estado deplorable y depresivo, y le ruega que le venda el libro mencionado enseñándole una carta suscrita por Margarita en la cual le pide que acuda a la subasta a comprar algo para recordarla. El narrador le regala el libro lo que da inicio a una buena amistad entre el joven, que le agradece el regalo y se marcha llorando, y el narrador.

V. Pasó un largo tiempo y el narrador no tenía noticias de Armando Duval, así que decidió ir a preguntar por él en el cementerio, donde vislumbró la tumba de la joven adornada con innumerables camelias. El jardinero le contó que un joven había ordenado que se mantuviera siempre así y que este había partido para que la hermana de la difunta autorizase el traslado del cuerpo, puesto que en ese cementerio solo tenía licencia por cinco años, y quería otorgarle una de por vida. El narrador obtiene la dirección de Armando Duval y va a visitarle. Parte hacia su casa pero, al día siguiente, recibe un mensaje suyo en el que lo invita.

VI. El narrador acude y ve al joven en un estado convaleciente, el cual da la razón del traslado del cuerpo y por qué tenía que estar presente diciendo: Es lo único que puede curarme. Tengo que verla. Llevo sin dormir desde que me enteré de su muerte, y sobre todo desde que vi su tumba. No puedo hacerme a la idea de que esa mujer, a quien abandoné tan joven y tan bella, esté muerta. Tengo que cerciorarme por mí mismo. Tengo que ver lo que ha hecho Dios con aquel ser que tanto amé, y quizá el asco del espectáculo reemplace la desesperación del recuerdo...

Acuden juntos al desentierro, el cual resulta muy doloroso para Armando, y chocante para el narrador.

VII. Armando, todavía en cama, le encomienda al narrador la escritura de un libro sobre los hechos que le narra. Entonces empieza a contarle la historia: Armando dice que desde que conoció a Margarita, supo que estaba destinado a enamorarse de ella aunque deseara que fuera difícil la conquista: Y yo, que habría querido sufrir por aquella mujer, temía que me aceptara excesivamente de prisa y me concediera excesivamente pronto un amor que yo hubiera querido pagar con una larga espera o un gran sacrificio. Los hombres somos así; y es una suerte que la imaginación deje esta poesía a los sentidos y que los deseos del cuerpo hagan esta concesión a los sueños del alma. Armando contó que la vez que fueron presentados, fue en la ópera, y había hecho el ridículo, ella diría que “nunca había visto nada más chistoso que él”. A partir de aquí, Armando la intentaría ver varias veces, pero de repente ella enfermó de tuberculosis acudió a su casa innumerables veces preguntando por su estado de salud, sin dejar jamás recado, tarjeta de visita o subir a visitarla. No la vería en dos años.

VIII. Después de este tiempo la volvió a ver y su amor no había disminuido. Sus palabras lo manifiestan: -Lo que no impidió que mi corazón latiera cuando supe que era ella; y los dos años pasados sin verla y los resultados que aquella separación hubiera podido ocasionar se desvanecieron en la misma humareda con el solo rozar de su vestido. Entonces le pidió a una conocida, Prudencia Duvernoy, una regordeta que había sido cortesana, que se la presentase nuevamente. Ella le contó que Margarita era la protegida de un duque muy viejo y muy rico, que ella nunca se dormía antes de las dos de la mañana y que, a veces, tenía compañía; pero que no tenía amantes, aunque un conde joven la cortejaba, pero a ella le aburría.

IX. Se volvieron a presentar Armando y Margarita, esta aunque al principio no pudo recordar, después lo haría, pidiendo disculpas por la vez anterior. Armando aceptó que él era el hombre que iba a preguntar por su estado de salud durante su enfermedad, lo que ella agradeció. Margarita trataba con mucha crueldad al conde, a quien despidió para recibir a Armando, Prudencia y un amigo de Armando, Gastón, durante la alegre reunión, en la que la joven hizo gala de sus modales. A Margarita le sobrevino una crisis de tos por lo que salió presurosa a su recámara, y Armando la siguió, en extremo preocupado por su salud.

X. Armando le recomendó abandonar esa vida licenciosa, ella contestó que a nadie le importaba su estado de salud, a lo que el joven replicó diciendo que a él sí. Armando confesó que la amaba con locura, ella después de algunas cavilaciones lo aceptó pero condicionándole que debería ser: confiado, sumiso y discreto. Ante la pregunta de cuándo se volverían a ver, esto es lo que Margarita contestó: Porque -dijo, liberándose de mis brazos y tomando de un gran ramo de camelias rojas comprado por la mañana una camelia que colocó en mi ojal- porque no siempre se pueden cumplir los tratados el mismo día en que se firman. Luego le dijo que se verían cuando la camelia que le entregó cambie de color, se besaron y ella justificó su actuar de esta forma:

XI. Armando estaba feliz y sorprendido de lo ocurrido, y se empecinaba en creer que no se trataba de una mujerzuela. Fue a verla, como había prometido en la víspera y ella le contestó que no se acordaba del pacto, sin embargo, el joven se iba acostumbrando al actuar de la joven. Luego Prudencia le dijo que Margarita opinaba que era encantador.

XII. En esa ocasión Armando pasó la noche con Margarita, ella lo despachó a las cinco porque el duque vendría temprano y le prometió mandarle instrucciones para su próxima cita, entregándole una llave de sus aposentos. Al día siguiente, Armando le haría una gran escena de celos porque la había visto con el conde en el teatro, pero luego se dio cuenta de que él había aceptado ciertas condiciones y la joven lo perdonó, haciéndole saber que se estaba enamorando de él.

XIII. Prudencia le recomendó a Armando que no fuera celoso, que él no podría mantener la vida de lujos de Margarita, y que lo conveniente era que únicamente se amaran, conscientes de la realidad. Margarita invitó a Armando a pasar varios meses en el campo, pero el joven se ofendió, diciendo que no aceptaría tal situación con esos medios, otra vez se dio cuenta del error en que incurría y fue perdonado por segunda ocasión. Al día siguiente, Armando recibe un recado de Margarita que decía: “Me siento mal, no venga hoy”, sin embargo, acudió y vio que el conde entraba en la casa, por lo cual sufrió mucho.

XIV. Armando escribe una carta zahiriente para Margarita. Se desespera por haber actuado de tal manera, nuevamente se arrepiente y le ruega perdón:

XV. Armando le preguntó a Margarita la razón por la cual le engañó, ella respondió de tal forma:

Le dijo que aceptó ver al conde para poder hacer el viaje al campo, puesto que no quería deberle nada a Armando, luego dijo que siempre estaba muy vigilada. Confesó la razón por la cual había aceptado a Armando como amante: porque es el único que se ha compadecido de ella, pero:

Armando vuelve a pedir perdón y no se va de París.

XVI. Armando aceptaba todas las condiciones que le daba Margarita, pronto le entregaría el Manon Lescaut del Abate Prevost. Armando cambió su vida y sus hábitos, tuvo que adquirir algunas deudas y jugar para poder obsequiar a su enamorada. Intentaba curar a Margarita, y funcionaba de cierta manera.

XVII. Margarita quiso pasar una temporada en una alegre casa campirana en Bougival, por lo que se la pidió al duque, el cual al poco se enteraría que habitaba con Armando en aquella casa, lo que provocó que le diera un ultimátum a la joven “Yo (y la renta) o Armando Duval”. Ella escogería el amor, haciendo que la felicidad de Armando se elevara sobremanera. Margarita terminó con todas sus costumbre anteriores, incluso con sus amistades. El duque volvería a rogar que le acepte, sin importar circunstancias, pero la joven reformada rechazaba abrir sus cartas.

XVIII. Los jóvenes hacían proyectos para su porvenir, Margarita prefería no regresar a París. Armando notó que los bienes de Margarita iban desapareciendo, por lo que acudió a París y se enteró de que la joven tenía muchas deudas y estaba vendiendo todo, Prudencia le dijo:

XIX. Armando se compromete a pagar todo, ella rechaza la oferta de Armando, proponiendo que vivan humilde y austeramente, pero Armando le reconviene diciendo que Margarita necesitaba de sus lujos. Ella responde:

XX. Armando aceptaría gustoso la propuesta de su amada, poco después llegaría su padre. El señor Duval le reprocha a Armando su conducta al flanco de la señorita Gautier y le ordena abandonarla, pero Armando rechaza la imposición.

XXI. Armando le contaría la situación a su enamorada. Ella le pide que haga a su padre reconsiderar para poder amarse con total libertad. Armando no encontraría a su padre en algunos días pero cambiaría drásticamente el estado de ánimo de Margarita. Armando al fin encuentra a su padre, el cual dice que toleraría la relación de su hijo.

XXII. Armando, feliz, regresaría con su amada, llevándose una gran decepción al no encontrarla ya que se había ido a París. Como era muy tarde, el joven acudió a París caminando, pero solo encontró una carta en su casa, la cual decía:

Armando se llenaría de desdicha y desesperación, y por necesidad, acudiría a compartir su tristeza con su padre, con el cual regresaría al día siguiente a su lugar de origen.

XXIII. Armando se caracterizaba por su desánimo, sintió la necesidad de volver a verla y regresó a París. La vio, había recuperado sus caballos y bienes, y al parecer la vida libertina de antaño. Esto llevó a Armando a la ira y a desear venganza. Visitó a Prudencia, a quien le dijo sobre su relación con Margarita:

Después le pediría los datos de Olimpia, una amiga de Margarita, a quien pensaba conseguir con dinero. Armando concurrió a una fiesta ofrecida por Olimpia, ahí vio a su anterior amante con celos:

Armando se empeñaría en conseguir a Olimpia esa misma noche, lo cual obtendría.

XXIV. La relación con Olimpia provocaría bastantes desazones a Margarita, la cual terminaría su amistad con ella y se vería cada vez más pálida. Armando estaba feliz con los efectos de su artimaña. Poco después Margarita acudiría a pedirle clemencia, que había sufrido mucho y que las circunstancias le habían obligado a abandonarle. Armando le dijo que olvidaría todo lo acaecido y pasaron la noche juntos:

Al día siguiente, Armando fue a visitarla pero no le dejaron pasar pues se encontraba con el conde, iracundo escribió un mensaje:

Le devolvieron el recado y los 500 francos, desesperado y quizá arrepentido, acudió a su encuentro pero lo único que recibió fue “La señora se ha ido a Inglaterra hoy a las seis”.

XXV. Y ese era el final de lo que Armando podía contar, el resto eran cartas que habían sido escritas por la joven durante la enfermedad que la acabaría, las cuales nunca fueron recibidas. La primera comenzaba:

Confesó que mientras él buscaba a su padre, este llegó a visitarla y le rogó que dejara a su hijo, puesto que interfería directamente con las relaciones familiares y con la felicidad de su hija:

Ella aceptaría...

XXVI. Margarita continuaría con las cartas suplicando que Armando la visite, o que muera de una vez. Su salud empeoraba y el único consuelo que recibió fue una carta del padre de Armando, acompañada de dinero. Al poco le embargarían sus bienes, y las cartas comenzarían a ser escritas por Julia Duprat, pues su amada estaba imposibilitada.

Finalmente la joven moriría en la más extrema desgracia y soledad.

XXVII. Acaba el relato; el narrador comenta que acompaña al joven de regreso a su casa y apunta:



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