Los lájmidas o lajmíes (en árabe, اللخميون al-Laḫmiyyūn), menos comúnmente llamados también munadhíridas (المناذرة al-Munādhira, «los Munadhir»), fue una dinastía de árabes cristianos que vivió en la Mesopotamia meridional (actual Irak meridional) desde el 266 y que tuvo por capital a la ciudad de al-Ḥīra, celebérrima en su tiempo por los palacios (como el de Jawarnaq), termas, jardines y sus palmeras. Los poetas describieron a al-Hīra como un Paraíso terrenal y un poeta árabe comentó su agradable clima y su belleza diciendo: «un día en al-Hīra es mejor que un año de curaciones». Las ruinas de al-Hīra se encuentran a 3,5 km a sur de Kufa, sobre la orilla derecha del río Éufrates.
El reino lájmida fue dirigido por la tribu de los Banū Lajm (Hijos de Lajm). El fundador de la dinastía fue ʿAmr cuyo hijo Imru' al-Qays (que no debe confundirse con el poeta Imru' al-Qays que vivió en el siglo VI) se convirtió al cristianismo. Luego, gradualmente, prácticamente la totalidad de la población del reino se cristianizó. Imru' al-Qays tuvo un sueño en que constituía un reino árabe; tras este sueño se apoderó de varias ciudades de Arabia y derrotó al rey (tubbā') de Himyar (actual Yemen) Shimrir al-Aʿsha. Tras esta victoria formó luego un gran ejército y desarrolló un poder naval consistente en una flota que operaba con las poblaciones de la costa de Bahráin. Desde esta posición atacó las ciudades de Persia (que entonces se encontraba inmersa en una guerra civil por disputas sucesorias) llegando a hacer incursiones hasta el lugar natal de los reyes sasánidas, la provincia de Pars (Fārs).
En el 325, los persas, al mando de Sapor II, se empeñaron en una campaña militar contra los árabes. Cuando Imru' al-Qays supo que un poderoso ejército persa de 60 000 guerreros se aproximaba a su reino pidió ayuda al Imperio romano. Constantino I prometió ayudarle pero no pudo proporcionarle los socorros que necesitaba. Los persas avanzaron hacia al-Ḥīra y tras una serie de batallas infortunadas cerca de la capital varias ciudades se rindieron. Sapor II, tras exterminar al ejército de los lájmidas y conquistar la capital de estos, ordenó exterminar a la población en un acto de venganza por las incursiones que había sufrido el Pars. Sapor II actuó aún más violentamente de lo normal para su época para hacer demostración de su poder ante los reinos árabes y la propia nobleza persa. El apodo que los árabes dieron a Sapor II fue Dhū l-Aktaf, que significa Aquel que rompe las espaldas, ya que éste habría sido uno de los suplicios aplicados a algunos de sus prisioneros.
Luego Sapor puso en el trono del reino lájmida a Aws ibn Qallam y lo transformó en un estado tapón entre el territorio metropolitano del Imperio persa y el de los territorios árabes de la península arábiga.
Imru' al-Qays huyó a Baréin y luego a Siria, manteniendo el sueño de crear un estado árabe unificado, invocando la ayuda prometida que le hiciera Constante I, pero ésta no se concretó nunca y en esa esperanza se mantuvo hasta su muerte. Con él terminó su sueño unificador que luego se materializó en parte con la llegada del islam. Cuando murió fue sepultado en al-Namāra, lugar del desierto de Siria. Su inscripción funeraria está entre los primeros ejemplos de paleo-árabe y se encuentra escrita en caracteres extremadamente difíciles de entender; en tal inscripción Imru' al-Qays se proclamaba "Rey de todos los árabes" y declaraba haber conducido con éxito campañas militares en todo el norte y centro de la península arábiga hasta los confines con los oasis sudarábigos del Nayrān. Dos años después de su muerte, es decir en el 330, una rebelión estalló contra Aws ibn Qallām quien fue muerto por ʿAmr, hijo de Imru' al-Qays.
Los principales rivales de los lájmidas fueron los gasánidas, también árabes cristianos aunque monofisitas, mientras que los lájmidas eran difisitas. Por otra parte los gasánidas se transformaron en vasallos de los bizantinos mientras que los lájmidas fueron tras su derrota ante los persas vasallos de los sasánidas.
En 602 el último rey lájmida, al-Nuʿmān III, fue condenado a muerte por el shāhanshāh o emperador sasánida Cosroes II por una falsa sospecha de traición y el reino lájmida fue anexionado al Imperio persa. Esto facilitó no poco la expansión del islam, al encontrar en el territorio y población que fueron lájmidas convertida en satrapía una actitud hostil a los persas y favorable a los musulmanes. Para entonces la ciudad de al-Ḥīra se encontraba casi abandonada y sus restos fueron reciclados por los musulmanes para erigir el campamento fortificado (miṣr) de la vecina Kufa.
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