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Lengua romance



Indoeuropeo
  Itálico
    Latino-falisco

Las lenguas romances (también denominadas lenguas románicas, lenguas latinas o lenguas neolatinas) son una rama indoeuropea de lenguas estrechamente relacionadas entre sí y que históricamente aparecieron como evolución (o equivalentes) del latín vulgar (entendido en su sentido etimológico de habla cotidiana del vulgo o común de la gente) y opuesto al latín clásico (forma estandarizada que a partir de cierto momento era una lengua aprendida como segunda lengua y no como lengua materna).

Fueron las lenguas itálicas que sobrevivieron por el Imperio romano, extinguiéndose la lengua melliza del latín (el falisco) y también desapareciendo un grupo itálico paralelo a las latino-faliscas, como las osco-umbras u otras ramas desordenadas.

El número de lenguas romances conocidas supera la veintena, aunque en la actualidad muchas variedades regionales están gravemente amenazadas y solo media docena de ellas tienen un uso general y varios millones de hablantes.

Estas lenguas se hablaban y se siguen hablando en un territorio que recibe el nombre de Romania, que cubre en su mayor parte el sur europeo del antiguo Imperio romano. Los términos romance y Romania proceden efectivamente del adverbio romanice, "en romano", desde el adjetivo latino romanicus: se consideraba que sus hablantes empleaban una lengua tomada de los romanos, por oposición a otras lenguas presentes en los territorios del antiguo Imperio, como el fráncico en Francia, lengua de los francos perteneciente a la familia de las lenguas germánicas. Pues, romanice loqui, "para hablar en romano" (eso es, el dialecto vernáculo latín) es en contraste con latine loqui, "para hablar en latín" (latín medieval, la versión conservadora de la lengua usado en escrituras y contextos formales o como una lengua franca), y con barbarice loqui, "para hablar en bárbaro" (las lenguas no latinas de los pueblos de los lugares externos del Imperio Romano).

El primer escrito en que se encuentra el término romano, de una manera u otra, se remonta al sínodo de Tours del año 813. Es a partir de ese sínodo cuando se considera que la primera lengua vulgar se separa del latín, y se designa en efecto como una lengua aparte. Se trata de una forma de protofrancés que recibe el nombre de romana lingua o román. No obstante, en los Cartularios de Valpuesta, hay un texto anterior que data del año 804, y está escrito en un latín muy romanizado.

La evolución del latín vulgar hacia las lenguas románicas se fecha, grosso modo, de la siguiente manera:

     criollos del español      criollos del portugués      criollos del francés      considerados dialectos del francés      considerados dialectos del italiano      lenguas del grupo balcanorrumano

El proto-romance intuible a partir de la comparación lingüística de las lenguas romances difiere notablemente del latín literario clásico en su pronunciación, vocabulario y gramática. Existen diversas teorías sobre el origen de las lenguas romances:

En la antigua Roma se presentaba diglosia: el latín de los textos literarios o sermo urbanus (o ‘discurso urbano’, es decir, refinado) se encontraba estancado por la gramática (como ya lo estaba el sánscrito en la misma época en India). Por lo tanto la lengua cotidiana no era el latín clásico sino una forma distinta aunque cercana, en un proceso de desarrollo más libre, el sermo plebeius (‘discurso plebeyo’). El sermo plebeius era la lengua cotidiana del pueblo llano, los comerciantes y los soldados y podemos identificarlo ampliamente con el latín vulgar, que nos es conocido sobre todo por citas indirectas y críticas pronunciadas por los hablantes de un latín literario, así como por numerosas inscripciones, registros, cuentas y otros textos corrientes, y por la evidencia deducible a partir de las lenguas románicas.

Un testimonio importante del latín popular es el Satyricon de Petronio, una especie de “novela” escrita probablemente en el primer siglo de nuestra era que fue pasando por los entornos marginales de la sociedad romana. En ella, los personajes se expresan —según su categoría social— en una lengua más o menos próxima al arquetipo clásico.

Otra fuente importante de diglosia es el Appendix Probi,[11]​ una especie de compilación de "errores" frecuentes, recopilados por Marco Valerio Probo, que data del siglo III de nuestra era. Son estas formas, y no sus equivalentes en latín clásico, las que se encuentran en el origen de las palabras utilizadas en las lenguas romances.

Las “faltas” citadas por Probo siguen el modelo A non B, ‘[diga] A, no B’: por ejemplo, la corrección PASSIM NON PASSI (passim, no passi) o NVMQVAM NON NVMQVA ("numquam, no numqua"), que le dice al lector que la palabra se debe escribir con una -M al final, y que deja adivinar que esa -M final ya no se pronunciaba.

Algunas evidencias de construcciones de tipo romance en inscripciones latines populares son muy tempranas (muchas inscripciones en la Pompeya del 79 d. C.). Algunos autores han sostenido que las lenguas romances no proceden de la evolución usual del latín clásico, sino que estas podrían venir de versiones criollas de dicha lengua. Existen diversos argumentos:[5][6]

La criollización del latín pudo compartir rasgos con la formación de otras lenguas criollas aparte del francés, el portugués, el neerlandés y el español. En los estadios iniciales, cuando había escasez de hablantes de la lengua colonizadora, las lenguas romances pudieron haberse propiciado en entornos multiétnicos, por el surgimiento de pidgins entre personas que hablaban lenguas diferentes bajo la misma administración. Solo a medida que el número de hablantes de latín aumentaba, el criollo latinizado se "relatinizaba" pero sin llegar a ser el latín clásico literario. La situación pudo haber sido diglósica, por lo que a pesar de que el uso de las formas arromanzadas de latín pudieron ser tempranas, la escritura lo reflejaba en pequeña medida, de la misma manera que las variedades criollas fueron ampliamente ignoradas hasta la independencia de las antiguas colonias.

Algunos de los principales cambios fonéticos registrados tanto en el Appéndix Probi como en otras inscripciones son:

Aunque las lenguas romances representan evoluciones divergentes del latín, sus rasgos comunes de hecho se deben prácticamente siempre al resultado de retener algún aspecto lingüístico que ya estaba en latín, y en muchos menos casos al efecto de la influencia común de otra lengua sobre varias lenguas románicas. Las características principales presentes en todas las lenguas románicas son las siguientes:

Hasta llegar a la actual situación, las lenguas romances se vieron sometidos a diversos procesos fonológicos que incidieron en el supuesto continuo dialectal en forma diversa:

El rasgo más característico que divide a la Romania es el de la sonorización o pérdida de las oclusivas. Se piensa que este fenómeno es consecuencia del grupo céltico que predominaría en toda la Romania occidental antes de ser latinizado, pues es conocido que estas lenguas desconocieron o restringieron en gran medida el uso de las oclusivas sordas. Es por ello que tienden a sonorizarse o perder aquellas oclusivas en la Romania occidental hasta la línea Spezia-Rimini, según grafías que datan del siglo II.[12]

Véase así:

En menor medida, este fenómeno es observable en las fricativas:

También se puede reconocer esta tendencia en la pérdida de las consonantes oclusivas sordas agrupadas en la Romania occidental con diferentes soluciones fonéticas, así en los grupos P', -PS-, -CT-:

Los dobles oclusivas se convirtieron en simples: -PP-, -TT-, -CC-, -BB-, -DD-, -GG--p-, -t-, -c-, -b-, -d-, -g- en la mayoría de los idiomas. En la ortografía francesa, las consonantes dobles son meramente etimológicas, a excepción de -LL- después de "i".

La palatalización fue uno de los procesos más importantes que afectaron a las consonantes el latín vulgar, fenómeno que las lenguas romances heredarán dando lugar a una gran diversidad de soluciones en toda la Romania. Es por tal razón, que la mayoría de lenguas romances presentan palatalización de los fonemas latinos /k,g/ ante vocal palatal y de las secuencias /diV-,-niV-,-tia,-tio/ (donde V denota cualquier vocal). Se aprecia, sin embargo, una importante división entre las lenguas romances occidentales, con /ts/ resultantes de la palatalización de /k/, y los restantes lenguas italorromances y balcorrumanas que llegan a la solución /tʃ/. A menudo se sugiere que los /tʃ/ fue el resultado de una previa solución precedente, esto explicaría la relativa uniformidad en todos los idiomas en una primera fase, con /tʃ → /ts/, para dar paso posteriormente a gran variedad de soluciones en todas las lenguas romances occidentales atendida la enorme inestabilidad del fonema /ts/. Prueba de ello es el hecho de que el italiano tiene dos /ttʃ/ y /tts/ como resultados de palatalización en diferentes situaciones, mientras que el resto de las lenguas derivadas del romance occidental tienen solo /(t)ts/. También se suele señalar como algunas variantes del mozárabe, en el sur de España, adoptaron la solución /tʃ/ a pesar de estar en la zona de "Romance occidental" y geográficamente desconectado de las áreas restantes donde se llega a la solución /tʃ/, lo que sugiere que las lenguas mozárabes por su carácter periférico conservaron la común solución precedente, donde el cambio /tʃ/ → /ts/ todavía no se había alcanzado. En otras zonas periféricas como los dialectos del Norte de Francia tales como el dialecto normando o el de la Picardía, también presentaron la solución /tʃ/, pero esto puede ser consecuencia de un desarrollo secundario. También debe tenerse en cuenta que /ts, dz, dʒ/ con el tiempo se convirtieron en /s, z, ʒ/ en la mayoría de las lenguas romances occidentales. Así, la expresión latina CÆLUM, que se pronunciaba originalmente [ˈkai̯lum] con una inicial /k/, se convirtió en italiano celo [tʃɛlo], rumano cer [tʃer], castellano cielo [θjelo]/[sjelo], francés ciel [sjɛl], catalán cel [sɛɫ], gallego céo [sɛw] y portugués céu [sɛw]. El efecto de la palatalización, sin embargo, no siempre ha trascendido a los sistemas de escritura, y así en muchas de las lenguas románicas, donde las letras C y G tienen la pronunciación original /k/ y /ɡ/, modifican su pronunciación en latín tardío y delante de vocal palatal Æ, E, I. Así los fonemas /k, g/ dieron en francés portugués, francés, catalán y occitano /s, ʒ/ y en italiano y rumano /tʃ, dʒ/. Además, en español, el catalán, el occitano y el portugués de Brasil, el uso de <u> para indicar la pronunciación antes <e, i> significa que también es necesaria una ortografía diferente para señalar los sonidos semiconsonánticos /ɡw, kw/ (español <cu, gü>, el catalán, el occitano y el portugués <gü, qü>). Esto produce una serie de alteraciones ortográficas en los verbos cuya pronunciación es totalmente regular pero cuya expresión escrita diverge de la regla general.

Algunos ejemplos de este proceso son los siguientes:

Kurt Baldinger, Tovar y otros autores aprecian un fenómeno común a gran parte de la Romania Occidental cual es el de la velarización de los sonidos nasales y laterales consecuencia de un estrato previo prerromano que se extendería por toda la costa cantábrica hasta la aún hoy no romanizada área vasca, siguiendo por todo el sur de Francia hasta el norte de Italia. Este rasgo se manifestaría en la pérdida de las nasales y laterales intervocálicas, pero también en la vocalización de las codas laterales en el occitano o en el vocalismo nasal en el portugués y el francés. Gamillscheg ha destacado como en el área gallego-portuguesa por una parte y en el área vasco- gascona por otra ha tenido lugar una nasalización progresiva, en oposición a la nasalización solo regresiva que se da en el resto de la galorromania, pues junto al fenómeno de la -n- caduca, se postula también el del vocalismo nasal y la nasalización de muchas de las soluciones finales lat. multum → port. ant. muyn, ast. → mucho. Como señala Baldinger, que no es solo el hecho de la conocida pérdida de la -n- intervocálica lat. corona → port. coroa, lat. planum → port. chão, lat. honore → como préstamo en vasco oore; lat. canale → gasc. càu, lo que las dos áreas separadas tienen en comú, sino el tipo de nasalización. El hecho de que en los dialectos centrales de Asturias y Cantabria no se presente este fenómeno según Gamillscheg indica que la imposición del español ha eliminado en Cantabria y en Asturias una tendencia que se acusa en el oeste y en el este. En tal sentido, se conservaría como reliquia de este fenómeno en Asturias el sistema de artículos indeterminados en el dialecto de Sobrescobio 'uo', 'ua', 'uos', 'uas', la pérdida de todo rastro de nasalidad en determinadas expresiones: nominem → nome, hominem → home, luminem → lume o determinados topónimos citados por Tovar: Ongayo → Aunigainum, Bedoya → Bedunia.

La pérdida del sistema de casos afectó notablemente al consonantismo final que tiende a debilitarse. Junto a la tendencia a eliminar las consonantes finales en latín vulgar, se aprecia una tendencia a la pérdida de grupos enteros (apócope) o la adición de una vocal después de la última consonante para reforzar su sonido (epéntesis). En el dominio Italo -Romance Romance y oriental. Con el tiempo todas las consonantes finales decaen o se ven reforzadas por una epéntesis vocálica, excepto en formas monosilábicas (por ejemplo, las preposiciones 'con', 'por', etc.) El italiano moderno todavía apenas tiene palabras con consonante final, aunque en rumano parecen haber resurgido debido a la pérdida posterior de la vocal final /u/. Por ejemplo, AMAS "amas " → ame → ami; amant → aman → amano. En italiano el sistema de formación plural, con la conocida pérdida de la 's' final no se produjo hasta el siglo VII u VIII dC, después de un largo de un período. Se cree que la consonante 's' se palatizó en 'j' en lugar de simplemente desaparecer: 'nos' → noj → ' noi' "nosotros", 'ses' → 'sej' → 'sei' "eres"; cras → craj → crai "mañana" (sur de Italia). En las sílabas átonas, los diptongos resultantes se simplificaron: amicas → 'amikai' → 'amiche', donde el término latino 'amicae' nominativo plural dio lugar a 'amito' en lugar de amiche → amici. Por su parte las lenguas romances centro y occidentales finalmente recuperaron un gran número de consonantes finales a través de la pérdida general de la final /e/ y /o/, por ejemplo, llet "leche" catalán ← lactem, foc "fuego" ← focum, peix " pescado " ← piscem. En francés, la mayoría de estas consonantes finales secundarios se perdieron, pero las consonantes finales terciaria más tarde surgirán como consecuencia de la pérdida de la 'ə'.

El vocalismo tónico se reduce a cuatro grados de apertura (abierta, semiabierta, semicerrada y cerrada), y tres grados de localización (anterior, central y posterior). Este sistema dará lugar al típico vocalismo de siete unidades tónicas (/i u; e o; ε ɔ; a/) que en castellano se simplificará en cinco al sustituir las vocales semiabiertas ɛ y ɔ por los diptongos 'ie' y 'ue' respectivamente. Algunos autores postulan cinco grados de apertura (al considerar también las vocales /ɪ ʊ/ como fonemas), a partir de un sistema basado en la cantidad vocálica (en posición átona este sistema se pudo reducir aún más a solo tres grados de apertura, reducción que el español aplicó también a las vocales tónicas).

La evolución de las vocales se compara en el siguiente cuadro:

El vocalismo átono tiende a debilitarse, desapareciendo en algunos casos, como la e y o átonas en francés y catalán, y a reducirse a tres archifónemas portugués y en menor medida castellano.

Las lenguas romances se caracterizan por una reducción de la declinación (gramática) tanto en número de casos como de paradigmas diferentes. Presumiblemente, esto se produjo por algunos cambios fonéticos que afectaron a las consonantes finales y también como resultado de la analogía morfológica.

La única lengua románica moderna que posee marcas de caso en el sustantivo es el rumano que retiene tres casos diferentes, cuando el latín tenía cinco casos básicos (o seis si se cuenta el vocativo que era bastante defectivo. Marginalmente también había restos de locativo, solo aplicable a lugares Rōmae 'en Roma' y domī 'en casa'). De las lenguas románicas testimoniadas más antiguamente solo el antiguo occitano y algunas variedades de romanche tenían también casos, pero las variedades modernas ya no tienen oposición de caso. Igualmente de los tres géneros del latín clásico, la mayoría de lenguas solo conserva dos en el sustantivo (algunas en el pronombre y los artículos todavía retienen el género neutro). El número gramatical se ha conservado sin modificaciones importantes, existiendo singular y plural en todas las lenguas.

La flexión verbal retuvo en un grado mucho mayor la variedad de categorías y formas diferenciadas de latín clásico, aunque las formas sintéticas de voz pasiva se perdieron completamente en todas las lenguas, siendo substituidas por construcciones analíticas. Una suerte similar corrieron gran parte de las formas de perfecto, que fueron substituidas por construcciones analíticas.

La caída de la /m/ final, consonante que se encuentra a menudo en la flexión, crea entonces una ambigüedad: Romam se pronuncia como Roma, por lo que no se puede saber si el término está en nominativo, acusativo o ablativo. Para evitar tal ambigüedad, las lenguas románicas tienen que utilizar preposiciones. Antes de decir Roma sum por ‘yo estoy en Roma’ o Roma(m) eo por ‘yo voy a Roma’, hubo que expresar esas dos frases por sum in Roma y eo ad Roma. En este aspecto, conviene recordar que si -ya en latín clásico, desde la época imperial— la /m/ al final de palabra se omitía, no se podía confundir Roma sum con Roma(m) eo: en el ablativo (Roma sum), la /a/ final era larga; en cambio era breve en el acusativo: en el primero se pronunciaba /rōmā/, y en el segundo /rōmă/. El latín vulgar, no obstante, ya no utilizaba el sistema de cantidades vocálicas: ambas formas son un tanto ambiguas.

En un mismo movimiento, los adverbios y las preposiciones simples son a veces reforzadas: ante, ‘antes’, ya no basta; hay que poner ab + ante en vulgar, para explicar el francés avant, el español antes y el occitano y catalán abans, o bien in ante para el rumano o el asturleonés înainte y enantes respectivamente, etcétera.; igualmente, en francés, avec proviene de apud + hoc, dans de de intus, etc.

El caso límite parece ser alcanzado con el francés aujourd'hui, noción que se decía simplemente hodie (a su vez «este día») en latín clásico. El término francés se analiza en à + le + jour + de + hui, donde hui viene de hodiē (que se encuentra en el español “hoy”, en el occitano uèi, en el italiano oggi, en el asturleonés güei, en el romanche hoz o en el valón oûy). El compuesto aglutinado resultante es, en consecuencia, redundante, ya que significa, término a término: ‘en el día de hoy’ (en francés au jour d’aujourd’hui).

Ciertas lenguas conservadoras, entretanto, han mantenido adverbios y preposiciones simples: el español “con” y el rumano cu vienen de cum, igualmente que en español o în rumano son heredados de in. Se ve también este fenómeno con los términos simples heredados de hodiē.

De lengua flexional de sintaxis ágil (el orden de los términos no afecta mucho el sentido sino principalmente el estilo y el énfasis), el latín vulgar llegó a ser un conjunto de lenguas que utilizaban muchas preposiciones, en las cuales el orden de los términos es fijo: si en latín es posible decir Petrus Paulum amat o amat Petrus Paulum o Paulum Petrus amat o aun amat Paulum Petrus para querer decir que 'Pedro ama a Pablo', esto no es posible en las lenguas románicas, que han abandonado más o menos rápidamente las declinaciones; así, en español “Pedro ama a Pablo” y “Pablo ama a Pedro” tienen un sentido opuesto, solo el orden de los términos indica quién es sujeto y quién es objeto.

Cuando las lenguas románicas mantuvieron un sistema de declinaciones, este se ha simplificado y se limita a aquellos casos (con excepción del rumano): lo que ocurre en antiguo francés y en antiguo occitano, que no poseen más que dos: el caso sujeto (heredado del nominativo) y el caso objeto (proveniente del acusativo), para todo lo que no sea sujeto. En estas lenguas, casi siempre, el caso sujeto desapareció; los nombres actuales heredados de la lengua antigua son entonces todos del antiguo caso objeto y, por lo tanto, de antiguos acusativos; se puede constatar con un simple ejemplo:

El rumano, sin embargo, conserva un sistema flexional que funge con tres casos sincréticos: “caso directo” (nominativo + acusativo), “caso oblicuo” (genitivo + dativo) y “vocativo”. Estos casos se distinguen principalmente cuando el nombre está marcado por el artículo definido. En caso contrario, tienen tendencia a ser confundidos.

Otros puntos merecen ser señalados:

Primero, excluyendo el rumano y el asturleonés (que lo mantiene para sustancias incontables, como agua y fueya [‘hojarasca’]), los tres géneros, masculino, femenino y neutro, son reducidos a dos por la eliminación del neutro. Así, el término latino folia —nominativo y acusativo neutro plural de folium, ‘hoja’— es reinterpretado como un femenino. Es el caso, por ejemplo, en español, donde se vuelve hoja, más también en el francés feuille, en el italiano foglia, el romanche föglia, el valón fouye, el portugués folha, el catalán fulla, el occitano fuèlha, etc. (todos términos femeninos).

Además, las lenguas románicas desarrollaron un sistema de artículos determinados, desconocidos en latín clásico. Así, en español, “el” y “la” provienen respectivamente de los pronombres y adjetivos demostrativos ille e illa (más un neutro “lo” ← illud); igualmente en italiano para il y la (así como loillum), en francés para le y la de los demostrativos illum e illa respectivamente, etc. El rumano se distingue por ser la única lengua románica en la cual el artículo va postpuesto: om (‘hombre’), om-ul (‘el hombre’). Los artículos indeterminados, por su parte, provienen simplemente del numeral unus, una (y unum en el neutro), que, en latín, habrían podido servir con este uso.

Finalmente, se revisa el sistema del adjetivo: mientras que los grados de intensidad eran marcados por sufijos, las lenguas románicas no se servían más que de un adverbio delante del adjetivo simple, ya sea magis (que se convirtió en “más” en español, mai en occitano y en rumano, mais en portugués, més en catalán, etc.) ya sea plus (più en italiano, plus en francés, pus en valón, plu en romanche, etc.). Así, para decir “más grande” (comparativo de superioridad) en latín clásico era suficiente grandior. En español hace falta “más grande”, en italiano più grande, etc. Igualmente, el superlativo “el más grande” se decía grandíssimus en latín clásico, pero “el más grande” e il più grande en esas mismas lenguas.

Las conjugaciones latinas se modificaron profundamente, principalmente por la creación de tiempos compuestos: así nuestro “he cantado”, el francés j'ai chanté, el occitano ai cantat o el catalán he cantat vienen de un habeo cantátu(m) vulgar, que no existe en latín clásico. El uso de verbos auxiliares “ser”/“estar” y “haber”/“tener”, es notable: el latín ya usaba “ser” en su conjugación, pero no de manera tan sistemática como en las lenguas románicas, que han generalizado su uso para crear un juego completo de formas compuestas respondiendo a las formas simples. Generalmente las formas compuestas marcan el aspecto finalizado de la acción.

Un modo nuevo aparece, el condicional (atestiguado por primera vez en una lengua románica en la Secuencia de Santa Eulalia), construido a partir del infinitivo (a veces modificado) seguido de las desinencias del imperfecto: vivir + -ía genera “viviría” en español, asturleonés, gallego y portugués, así “vivrais” en francés, “viuriá” en occitano, “viuria” en catalán. A notar algunas de las modificaciones de la raíz: “haber + ía” → “habría” y no “*habería” o devoir + aisdevrais y no *devoirais. De igual manera, el futuro clásico es abandonado por una formación comparable a la del condicional, es decir, el infinitivo seguido del verbo haber (o precedido, como en el caso sardo): así cantare habeo (‘yo he de cantar’) da “cantaré” en español y catalán, cantarai en occitano, cantarei en gallego, leonés y portugués, je chanterai en francés, etc.

La forma pasiva se elimina a favor de un sistema compuesto que ya existía en latín (cantátur, ‘es cantado’, en latín clásico se convierte en est cantatus, que en latín clásico significa ‘ha sido cantado’). Finalmente, algunas conjugaciones irregulares (como la volle, en francés "vouloir") son rectificadas, aunque muchas mantienen su carácter irregular en las lenguas románicas, y se dejan de usar los verbos deponentes

En gran medida el léxico fue conservado en las lenguas románicas, aunque una porción del léxico del latín clásico que aparecía en contextos más formales fue substituido por términos más populares, elimininándose del uso, los términos propios de la lengua más culta.

Algunas palabras latinas han desaparecido completamente y han sido reemplazadas por su equivalente popular: caballo, equus en latín clásico (de donde provendría "equitación" en español, por ejemplo, o "equino" como sinónimo de "caballo"), pero caballus (palabra, quizás, de origen celta que significaba ‘penco’ o ‘jamelgo’) en latín vulgar. La palabra se encuentra en todas las lenguas románicas: caval en occitano, cavall en catalán, cabalo en gallego, caballu en asturleonés, cavallo en italiano, cal en rumano, chavagl en romanche, cheval en francés, tchvå en valón, etc.

Por otra parte, si ciertos términos clásicos han desaparecido, no siempre han sido reemplazados necesariamente por la misma palabra en latín vulgar. El término culto en latín clásico correspondiente a ‘hablar’ es loqui (pronunciado "locui"). Fue sustituido por:

Finalmente, algunas lenguas romances continuaron usando las formas clásicas, mientras otras menos conservadoras, se sirvieron de las formas vulgares. El ejemplo empleado tradicionalmente es el del verbo “comer”:

En cuanto a los préstamos más antiguos estos procedieron principalmente del griego helenístico (Koiné) y las lenguas germánicas (principalmente el gótico). A partir de los siglos X y XI también hubo un cierto número de préstamos para conceptos tecnológicos y científicos procedentes del árabe clásico. Más recientemente se introdujeron cultismos y neologismos a partir de raíces del griego y latín clásicos (estos últimos se caracterizan por no presentar los cambios fonéticos tipos del léxico patrimonial) y también un buen número de palabras procedentes de otras lenguas para plantas, animales y realidades que los europeos encontraron en su expansión colonial. Actualmente la principal fuente de préstamos léxicos en las lenguas románicas es el inglés, especialmente influyente en tecnología, léxico de los negocios y economía o modas culturales.

Existen diversos factores sociolingüísticos para explicar la aparición de variedades lingüísticas diferenciadas en cada región geográfica, que con el tiempo darían lugar a lenguas diferentes, en algunos casos con muy poca inteligibilidad mutua.

La evolución fonética natural de todas las lenguas —a la cual el latín estaba sujeto— explica en las importantes diferencias entre algunas lenguas romances, tras un periodo de evolución semindependiente de unos dieciocho siglos. A este proceso también se añade la diversidad léxica ya existente en lo que se denomina “latín vulgar”. El tamaño del Imperio romano y la ausencia de cohesión lingüística estable que garantizara, una norma literaria y gramatical común, resultaron en evoluciones divergentes que acumulativamente dieron lugar a lenguas vernáculas no inteligibles entre sí.

Por esa razón, cada zona del imperio geográficamente conectada de manera fuerte solo con las zonas adyacentes, utilizó una modalidad particular del latín vulgar (se debería incluso decir “de los latines vulgares”), como se ha visto más arriba, una lengua prefiriendo un término para decir “casa” (latín casa en español, gallego, catalán, italiano, siciliano, portugués, rumano), otra lengua prefiriendo un término diferente (mansio para el mismo sentido en francés maison) y otra prefiriendo el término “domo” (domus en latín) en sardo, por ejemplo.

A la diferenciación por evolución divergente se suma la hipótesis de que el latín hablado en diferentes zonas de origen tenía un acento y características propias, debido a que, inicialmente, fue una lengua aprendida por hablantes que previamente hablaban lenguas diferentes. Este hecho se conoce como influencia de las lenguas substratos: lenguas habladas inicialmente en una zona y recubiertas por otra, no dejando más que trazas dispersas, tanto en el vocabulario como en la gramática o en la pronunciación en la lengua de llegada. Así, el substrato galo en francés deja unas 180 palabras, como braies, char o bec y estaría en el origen del paso del sonido /u/ (de luna) latín a /y/ (de lune). Naturalmente, la influencia del galo no se limitó solamente a Francia: el portugués o los dialectos de la Italia del norte, por ejemplo, han tomado algunos términos.

Igualmente algunos estudiosos consideran que un idioma que sirvió de sustrato para las lenguas ibero-romanas fue el vasco, que posiblemente aportó al cambio /f/ al /h/ al inicio de las palabras en español (el latín farina se convirtió en “harina”), y palabras como “izquierda” (vasco ezkerra).

O incluso el etrusco –que había estado influyendo ya al latín desde los principios de su historia– para el dialecto italiano de la Toscana, que le debería su gorgia toscana, es decir, la pronunciación de los sonidos /k/ como /h/ (inglés home) o /χ/ (alemán Bach; español jota).

Hay que hacer notar que tanto la teoría del substrato vasco como la del etrusco están desacreditadas actualmente.

Aunque este factor es fácilmente entendible, no explica la mayoría de los cambios. De hecho varias lenguas modernas como el español, el inglés o el francés se han extendido por zonas geográficas amplias, siendo aprendido por personas que previamente hablaban otras lenguas. Sin embargo, gran parte de las diferencias encontradas entre los dialectos del español, el inglés o el francés de cada región guarda en general poca relación con el tipo de substrato preexistente. Por esa misma razón, la influencia del substrato pudo tener una influencia limitada en el latín de cada región, siendo esta influencia solo apreciable en el léxico y en mucha menor medida en la fonética o la gramática.

Finalmente, el superestrato también ha jugado un papel importante en la diferenciación de las lenguas románicas: son las lenguas de pueblos, que habiéndose instalado en un territorio, no han conseguido imponer su lengua. Sin embargo, esas lenguas dejan trazas importantes. El superestrato fráncico (es decir, germánico franconio) en Francia es importante; el vocabulario medieval está lleno, sobre todo en el dominio de la guerra y de la vida rural (así adouber, flèche, hache, etc., pero también framboise, blé, saule, etc., e incluso garder y sorprendentemente trop).

El francés actual cuenta varias centenas de palabras heredadas así de lenguas germánicas. También el español tiene palabras heredadas en este caso del gótico (de los visigodos) u otras lenguas germánicas; palabras como “guerra” o las ya vistas en francés “adobar”, “flecha”, “hacha”, “frambuesa”, “guardar”, incluso nombres como Alfredo, Bernardo, Eduardo, Federico, Fernando (o Hernando), Gonzalo, Guillermo, Roberto, Rodolfo, Rodrigo, etc.

Pero el superestrato que más se nota en el español es el árabe: de esa lengua provienen más de 4.000 palabras, entre las que hay topónimos y compuestos. La característica más remarcable es el mantenimiento casi sistemático del artículo árabe en la palabra, en cuanto que las demás lenguas románicas que han tomado prestado la misma palabra se han desembarazado de él a menudo.

Así, algodón (opuesto al francés coton, catalán cotó asturleonés cotón) del árabe al quṭun; "algarroba" (francés caroube, catalán garrofa, leonés garrouba") de al harūbah; o también "aduana" (francés douane, catalán duana) de al dīwān (que también da “diván”).

Finalmente, el rumano debe a las lenguas eslavas del entorno el vocativo, algunos términos léxicos así como procesos de palatalización y velarización diferentes de las demás lenguas románicas.

Se pueden dar aquí los resultados de un estudio realizado por M. Pei en 1949, que comparó el grado de evolución de las diversas lenguas respecto a su lengua madre; para las lenguas románicas más importantes, si solo se consideran las vocales tónicas, se obtienen, respecto al latín, los siguientes coeficientes de evolución:

Así, es posible ver con facilidad el grado de variabilidad del conservadurismo de las lenguas románicas. La más próxima del latín fonéticamente (considerando únicamente las vocales tónicas) es el sardo, la más alejada, el francés. Este estudio es orientativo pero refleja una realidad verdadera, aunque puede conducir a errores. Por ejemplo, la variedad vocálica del francés, de la Edad Media a la actualidad se ha reducido, no habiendo por ello una involución del idioma, y el castellano, en lugar de cambiar el timbre vocálico, ha desarrollado una serie de diptongos que distinguen entre las antiguas vocales breves del latín y las largas. Respecto a otros aspectos de las lenguas, como por ejemplo el léxico, el rumano, es el que más se ha distanciado del latín.


Ante todo, conviene aclarar que hasta el momento no existe una clasificación unificada y científica respecto a los grupos y subgrupos de las variedades lingüísticas románicas universalmente aceptada. Sin embargo, tradicionalmente se han usado clasificaciones en las que se agrupan a las lenguas según áreas geográficas, teniendo en cuenta también rasgos distintivos fonéticos y gramáticales. De acuerdo con estos criterios, se consideran lenguas romances orientales aquellas que forman el plural mediante vocales (generalmente -i o -e), no palatalizan el grupo -cl intervócalico y no sonorizan las oclusivas sordas intervocálicas /p, t, k/ de origen latino; mientras que pertenecen a la Romania Occidental aquellas variedades que sonorizan /p, t, k/ intervocálicas, forman el plural con -s y palatalizan el -cl intervocálico. Además de otros desarrollos lingüísticos que separan a dichos grupos bajo la Línea Massa-Senigallia.[18][19]

Por otra parte, debe tenerse en cuenta que al referirse a una «lengua románica», esta puede a su vez comprender varios dialectos (por ejemplo a las lenguas retorrománicas tradicionalmente se las considera una sola lengua con tres dialectos principales, aunque la inteligibilidad entre ellas es difícil). Los problemas en la clasificación se deben a que el modelo de árbol (Stammbaumtheorie) no es adecuado para describir la diferenciación de una familia lingüística en presencia de contacto lingüístico, como señaló Johannes Schmidt al proponer su "teoría de ondas" (Wellentheorie). Además, debe tenerse presente que las variedades románicas forman un continuo dialectal cuyas diferencias mutuas son en ocasiones mínimas, llegando a ser inteligibles entre sí en la mayoría de casos (más de manera escrita que de manera oral, aunque fácilmente inteligibles).

La clasificación interna exacta es uno de los problemas más complicados dentro de cualquier familia lingüística. Fuera de los grupos de primer nivel de variedades lingüísticamente muy estrechamente emparentadas resulta difícil establecer un árbol cladístico ya que las lenguas en su desarrollo histórico se influyen mutuamente y el modelo de árbol filogenético no resulta adecuado para representar la diferenciación lingüística de un conjunto de lenguas en contacto. Una enumeración de los grupos que muy probablemente constituyen unidades filogenéticas válidas es la siguiente:

A su vez los autores propusieron dos ramas para clasificar estos grupos basado en las isoglosas anteriormente dichas:

La relación exacta entre estos grupos es materia de discusión y no existe una única clasificación aceptada, así que diferentes autores basándose en distintos tipos de evidencias y criterios han hecho clasificaciones que agrupan de manera diferente estos grupos. A partir de las similitudes léxicas computadas por el proyecto comparativo ASJP y otras evidencias lingüísticas resulta un árbol diversificación como el siguiente:[20][21]

Siciliano

Napolitano

Romanesco

Corso

Italiano

Dálmata

Arrumano

Meglenorrumano

Rumano

Sardo

Aragonés

Asturleonés

Español

Gallego

Portugués

Catalán

Occitano

Francoprovenzal

Picardo

Francés

Normando

Valón

Friulano

Ladino

Romanche

Piamontés

Lombardo

Emiliano-Romañol

Ligur

Véneto

Istriano

Además existe una lengua de la península ibérica sobre la que no existe acuerdo sobre cómo clasificarlas:

Ethnologue la clasifica junto con el aragonés como lenguas pirenaico-mozárabes (aunque no parecen existir isoglosas comunes exclusivas a estas dos lenguas). Para otros el aragonés tiene rasgos intermedios entre el iberorromance nuclear y el occitanorromance, aunque no existe consenso filológico en torno a su clasificación.[24]

Estas dos lenguas muy cercanas forman un continuo dialectal transicional entre las lenguas de oil y las iberorrománicas, llamado occitano-románico. Algunas fuentes clasifican ambas entre las lenguas galorrománicas, otras, como Ethnologue, dentro del grupo iberorrománico y, tradicionalmente, el catalán como iberorrománico y el occitano como galorrománico. Cada vez toma más fuerza entre los romanistas el denominado Grupo Románico Pirenaico, grupo puente entre el iberorrománico y el galorrománico, integrado por el occitano, el catalán y el aragonés.

Todas estas variedades están gravemente amenazadas de extinción, el gobierno francés ha reconocido a las lenguas de oïl como lenguas de Francia pero les impide firmar la carta de lenguas minoritarias y brindarles algún tipo de estatus o protección, las únicas lenguas de oïl que cuenta con protección y estatus de lengua regional son el (valón, picardo y champañés) en Bélgica y el normando ha obtenido estatus y protección en las islas del canal. [25]​ Estas variedades pueden también clasificarse como dialectos del francés o como lenguas separadas ya que el término lengua de oïl (lengua de sí) es un sinónimo de francés lo que implica que las variedades romances derivadas de esta lengua son dialectos del francés ya que contrata con el occitano (lenguas de òc), sin embargo otro término afirma que en el norte de Francia y Bélgica se hablan un conjunto de lenguas romances derivadas de la lengua de oïl y que el francés es una variedad descendiente de esta lengua. En este caso habría que argumentar que estas variedades son lenguas hermanas del francés ya que en Francia y Bélgica se les considera lenguas separadas, no obstante Ethnologue y la lingüística románica tradicional las consideran dialectos del francés, pero no hay una clasificación aceptada. [26][27]

Las lenguas retorromances son un conjunto de variedades lingüísticas muy cercanas habladas en el sur de Suiza y noreste de Italia (provincia romana de Recia). Lingüísticamente comparten rasgos notables con las lenguas occitanorromances y galorromances.

Las lenguas galoitalias tienen características de transición entre las variedades del centro y sur de Italia y el resto de lenguas romances occidentales. Las lenguas galoitalianas cuentan en total con unos 15 millones de hablantes nativos en el norte de Italia. Si bien ninguna de ellas tiene reconomiento oficial por parte del estado italiano varias de ellas han sido reconocidas y son objeto de leyes de protección por parte de los parlamentos regionales. Las lenguas galoitalianas comúnmente reconocidas son:

Sardo (sardu o limba sarda, s. XI), hablado en Cerdeña. Es una de las lenguas romances más conservadoras, lo que se puede explicar dado su aislamiento geográfico. Se considera que el grupo sardo constituye la primera rama desgajada del resto de lenguas románcias, ya que todas las demás presentan una evolución vocálica común que no está presente en sardo. Se distinguen varios dialectos sardos:

Las dos últimas variantes lingüísticas tienen muchos aspectos en común respecto a la primera. Respecto a sus rasgos fonéticos y gramáticos (sonorización y fricatización de las oclusivas sordas intervocálicas latinas, formación del plural mediante -s, etc.) el sardo pertenece a las lenguas romances occidentales, a pesar de que Ethnologue lo clasifica (junto a la variedades italianas de Córcega, y el gallurés y sassarés) dentro de las lenguas románicas insulares. Desde la Edad Media el sardo ha conocido numerosos superestratos, entre los cuales el catalán, el castellano, el ligur y el italiano son los más relevantes.

Las lenguas italianas centromeridionales (italiano, romanesco, napolitano y siciliano) son un continuo dialectal desde el centro hacia el sur de la Península Itálica, muchas veces se los menciona solo como dialectos italianos. Este grupo comparte las isoglosas del sur y este de la Línea Massa-Senigallia.

Las lenguas balcorrumanas o dialectos rumanos tienen varios rasgos distintivos notorios:

Rumano (română; atestiguaciones parciales en el s. XII, a. completa en el s. XV): lengua de la antigua provincia romana de Dacia cortada del resto de la llamada Romania. El superestrato eslavo tiene relativamente poca relevancia salvo en el léxico y el rumano se asevera como una lengua bastante conservadora. Se considera que posee cuatro dialectos:

Varios lingüistas rumanos, sin embargo, consideran que las últimas tres variedades son lenguas apartes, ya que el idioma rumano propiamente dicho es solo el dacorrumano (cf. «español» vs. «castellano, asturleonés, aragonés»).

El dálmata, lengua muerta que se hablaba en algunas ciudades costeras de Dalmacia (costa de la actual Croacia). Tenía dos dialectos conocidos:

El idioma dalmático estaba relacionado con los dialectos rumanos y las lenguas romanobalcánicas como el idioma morlaco, una lengua neolatina del interior de la Dalmacia, que se considera extinguida desde el siglo pasado.

El proceso de romanización ocupó en Europa un área más extensa de la que actualmente ocupan las lenguas romances en Europa, eso se debe a que básicamente en algunos territorios, aun en algunos intensamente romanizados como en norte de África, el latín o romance incipiente fue posteriormente desplazado por lenguas de otros pueblos que se asentaron en la región desplazando a las lenguas romances locales. En la mayor parte de casos las lenguas romances habladas en esas regiones están mal testimoniadas y solo se conocen indirectamente, básicamente a partir de préstamos a otras lenguas las desplazaron. Entre esas lenguas están:

Estas lenguas tratan de retomar elementos latinos (romances) tratando de ser neutrales a todas las lenguas romances actuales e incluso con otras lenguas los ejemplos más comunes son: el esperanto, el ido, interlingua (probablemente el mejor ejemplo de neutralidad en las lenguas romances), etc. También han existido ejercicios de ucronía lingüística para posibles lenguas neolatinas que pudieron haberse generado si hubiera prosperado la latinización de ciertos lugares, como el brithenig o el wenedyk.

Diversos países europeos tuvieron o tienen territorios en otros continentes: América, África, Asia y Oceanía. En esas comunidades, en algunos casos estas lenguas han dado lugar a nuevos criollos de base latina que se alimentaron de las lenguas originarias de la comunidad que los hablan. Entre estas se encuentran:

La siguiente tabla presenta algunos ejemplos para comparar la evolución fonética de las palabras en las distintas variedades lingüísticas romances.

Reconstrucción de los numerales del 1 al 10 para varios grupos romances:

La siguiente tabla pretende mostrar las medidas de la inteligibilidad mutua entre las lenguas romances actuales, expresándola por el porcentaje de concordancia de los vocablos. La decimoquinta edición de Ethnologue (2005) el punto de referencia lo define por 85 %: los valores superiores a este, desde el punto de vista de la inteligibilidad mutua, podemos hablar de variedades lingüísticas o dialectos en cuanto a las lenguas comparadas, mientras que los valores inferiores a este porcentaje probablemente ya causarán dificultades en la comprensión de una lengua respecto al hablante de la otra estrechamente emparentada.[41]

Universal Declaration of Human Rights (Article 1), page of Omniglot



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