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Lenguaje arquitectónico



El estilo arquitectónico es el conjunto de características que identifican la tendencia artística de una época o de un autor.

En la historia de la arquitectura es una de las maneras de clasificar periodos que se caracterizan por tener estilos que hacen que un edificio, o una edificación, sean históricamente identificables.

La clasificación estilística suele basarse en la forma de los elementos arquitectónicos, el método de construcción, los materiales de construcción empleados o el carácter regional. La mayoría de la arquitectura puede ser clasificada según una cronología de estilos que ha ido variando con el tiempo, reflejando modas cambiantes, creencias y religiones, o la aparición de nuevas ideas, tecnologías o materiales que hacen que el nuevo estilo sea posible.

Los estilos emergen de la historia de una sociedad y son documentados como tema de estudio de la historia de la arquitectura. En muchos momentos de la historia varios estilos han estado simultáneamente de moda, y cuando un estilo cambiaba, por lo general, lo hacía poco a poco, cuando los arquitectos aprendían y se adaptaban a las nuevas ideas y sus patrocinadores las aceptaban. El nuevo estilo era a veces sólo una rebelión contra un estilo existente, como el posmodernismo, que en años recientes encontró su propio lenguaje y se dividió en una serie de nuevos subestilos con otros nombres.

Los estilos a menudo se propagaban a otros lugares, por lo que cuando el estilo en origen seguía desarrollando nuevas maneras, podía diferenciarse de las otras zonas que seguían su propia vida. Por ejemplo, el Renacimiento comenzó en Italia alrededor de 1425 y se extendió por toda Europa durante los siguientes 200 años, dando lugar a un Renacimiento francés, belga, alemán, inglés o español, reconocibles como un mismo estilo, pero con características únicas. Un estilo también podía propagarse a través del colonialismo, ya fuese cuando las colonias extranjeras aprendían en su país de origen, o cuando los colonos se trasladaron a las nuevas tierras. Un ejemplo son las misiones españolas en California, llevadas por los sacerdotes españoles a finales del siglo XVIII y construidas en un único estilo (arquitectura de las misiones de California).

Después de que un estilo hubiese pasado de moda, a menudo hubo recuperaciones, revivals y reinterpretaciones. Por ejemplo, el clasicismo ha sido revivido muchas veces y ha encontrado una nueva vida como neoclasicismo. Y cada vez que se restableció, el estilo fue diferente. El estilo misión española fue revivido 100 años más tarde como el revival misión, que pronto se convirtió en el renacimiento colonial español.

La arquitectura vernácula ha evolucionado de forma ligeramente diferente y se trata por separado. Es el método nativo de construcción utilizado por la población local, por lo general usando métodos intensivos en trabajo y en materiales locales, y por lo general en pequeñas edificaciones como casas de campo o edificaciones rurales. Varía de una región a otra, incluso dentro de un país, y tiene poco en cuenta los estilos o tecnología nacionales en boga en la época. A medida que la sociedad occidental se fue desarrollando, los estilos vernáculos se consideraron en su mayor parte pasados de moda o anticuados según las nuevas tecnologías y las normas nacionales habituales de construcción.

La construcción de esquemas de estilos por periodos en el arte histórico y en la arquitectura fue una de las principales preocupaciones de los estudiosos del siglo XIX en el nuevo, e inicialmente en su mayoría de habla alemana, campo de la historia del arte. Tempranos e importantes escritores en la teoría amplia del estilo fueron Carl Friedrich von Rumohr, Gottfried Semper y Alois Riegl, con su Stilfragen de 1893, continuando el debate en el siglo XX otros como Heinrich Wölfflin y Paul Frankl.[1]Paul Jacobsthal y Josef Strzygowski están entre los historiadores del arte que siguieron a Riegl al proponer grandes esquemas trazando la transmisión de los elementos de los estilos a través de grandes cadenas en el tiempo y el espacio. Este tipo de historia del arte es también conocido como formalismo, o el estudio de las figuras y formas en el arte.

Semper, Wölfflin y Frankl, y más tarde Ackerman, que tenían antecedentes en la historia de la arquitectura, contribuyeron a acuñar los términos «románico» y «gótico», inicialmente para describir estilos arquitectónicos. Entre ambos estilos los cambios eran muy más claros y más fáciles de definir, entre otras cosas porque el estilo en arquitectura es más fácil de replicar, siguiendo una serie de reglas, que en otras artes figurativas como la pintura. Por ello muchos términos originados para describir períodos arquitectónicos a menudo se aplicaron posteriormente a otras áreas de las artes visuales, y luego más ampliamente aun a la música, la literatura y la cultura general.[2]

En la arquitectura los cambios estilísticos a menudo siguen, y son posibles, gracias al descubrimiento de nuevas técnicas y materiales, desde la bóveda de crucería gótica hasta el moderno metal y la construcción en hormigón armado. Un área importante de debate, tanto en la historia del arte como en la arqueología, ha sido la medida en que el cambio estilístico en otros campos como la pintura o la cerámica también fue una respuesta a las nuevas posibilidades técnicas, o bien tenía su propio impulso para desarrollarse (el kunstwollen de Riegl), o era causado por factores sociales y económicos que afectaban al patronazgo y a las condiciones del artista, como el pensamiento actual tiende a enfatizar usando versiones menos rígidas de estilo nacidas de la historia del arte marxista.[3]

Aunque el estilo estaba bien establecido como un componente central del análisis histórico del arte, tras la Segunda Guerra Mundial había pasado de moda cuando estaban surgiendo otras formas de ver el arte[4]​ y una reacción en contra del énfasis en el estilo estaba en desarrollo. Para Svetlana Alpers, «la invocación normal de estilo en la historia del arte es de hecho un asunto deprimente»".[5]​ Y según James Elkins «A finales del siglo XX las críticas estilísticas estaban destinadas a reducir aún más los elementos hegelianos del concepto mientras la retenian en una forma que pudiera ser más fácilmente controlada».[6]

Mientras muchos estilos arquitectónicos exploraban ideales armoniosos, el manierismo buscaba llevar el estilo más allá y exploró la estética de la hipérbole y la exageración.[7]​ El manierismo destaca por su sofisticación intelectual, así como sus cualidades artificiales (por oposición a naturales).[8]​ Favorece la tensión composicional e inestabilidad en lugar del equilibrio y la claridad.[9]​ La definición del manierismo, y las fases dentro de él, siguen siendo objeto de debate entre los historiadores.

Un ejemplo de la arquitectura manierista es la Villa Farnese en Caprarola.[10]​ en el campo a las afueras del Roma. La proliferación de grabadores durante el siglo XVI difundió los estilos manieristas más rápidamente que cualquiera de los estilos anteriores. Un centro de diseño manierista fue Amberes durante su auge en el siglo XVI.

A través de Amberes, los estilos renacentista y manierista fueron ampliamente introducidos en Inglaterra, Alemania y Europa septentrional y oriental en general. Denso en detallados ornamentos a la "romana", la portada del castillo de Colditz ejemplifica este estilo norteño, característicamente aplicado como un hecho aislado contra los muros vernáculos sin pretensiones. Durante el período manierista del Renacimiento, los arquitectos experimentaron con el uso de las formas arquitectónicas para enfatizar las relaciones sólidas y espaciales. El ideal renacentista de la armonía dio paso a ritmos más libres y más imaginativos. El arquitecto más conocido asociado con el estilo manierista fue Miguel Ángel (1475-1564), a quien se atribuye la invención del orden gigante, una gran pilastra que se extiende desde la base hasta la parte superior de la fachada.[11]​ Utilizó esto en su diseño para el Campidoglio de Roma.

Antes del siglo XX, el término «Manierismo» tenía connotaciones negativas, pero en la actualidad se utiliza para describir el período histórico en términos no valorativos más generales.[12]



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