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Lituma en los Andes



Lituma en los Andes es una novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa publicada en 1993. Tiene como protagonista al cabo Lituma, personaje que aparece en otras de sus obras (La casa verde, La tía Julia y el escribidor, ¿Quién mató a Palomino Molero?, La Chunga, El héroe discreto) y está ambientada en los años 1980. Esta novela, ganadora del Premio Planeta, presenta muchos puntos en común con las anteriores novelas del escritor, pero también grandes novedades dentro de su narrativa. Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español «El Mundo».[1]

Lituma en los Andes cuenta la historia del cabo piurano Lituma, quien, junto con su compañero, el guardia cuzqueño Tomás Carreño, llamado también “Tomasito” o "Carreñito" (ambos pertenecientes a la Guardia Civil), es destinado para servir en un puesto olvidado en Naccos, un pueblito de la sierra central del Perú, en medio de la guerra desatada por el grupo terrorista Sendero Luminoso. Allí se dedican a investigar la misteriosa desaparición de tres personas: el mudito Pedro Tinoco, el albino Casimiro Huarcaya y el capataz de la obra de carretera, Demetrio Chanca (cuyo verdadero nombre e identidad, como después se supo, era Medardo Llantac, alcalde de Andamarca). Esta investigación la realizan bajo la amenaza constante de los senderistas (autodenominados “guerrilleros”), quienes tratan de oponerse al sistema y al gobierno por medios extremadamente violentos y crueles. Las pesquisas de los dos protagonistas sacan a la luz extrañas y lúgubres leyendas andinas en torno al llamado pishtaco, especie singular de asesino que extrae la grasa a los hombres y practica el canibalismo, y a quien se le acusa de las desapariciones. Sin embargo, Lituma se muestra escéptico y conjetura que los senderistas son los responsables de dichas desapariciones. Pero uno de los barreneros o peones de la carretera confiesa finalmente que los tres desaparecidos habían sido sacrificados a los apus, las deidades tutelares de las montañas, según la cosmovisión andina. Paralelamente, se narra la vida de "Tomasito" y sus amores con Mercedes, una cabaretera que al final de la novela llega de visita a Naccos. Cumplida su misión, Lituma es ascendido a sargento y enviado a servir a un puesto policial en Santa María de Nieva.

La novela está dividida en dos partes y un epílogo. La primera parte consta de cinco capítulos; la segunda, de cuatro, y el epílogo de uno solo. Los capítulos están rotulados con números romanos y se inician con las dos o tres primeras palabras iniciales escritas en mayúsculas.

A su vez cada uno de los nueve capítulos está conformado por tres unidades narrativas que se distinguen gráficamente al estar separadas por espacios en blanco. Para esquematizar las señalaremos con las letras del alfabeto A, B y C, de acuerdo con el orden en el que aparecen:

El epílogo, si bien empieza en el nivel A, termina por aglutinar al resto de los niveles, debido a la resolución del caso, que enlaza directamente con B, y por la repentina aparición de Mercedes en Naccos, que da un final feliz a la historia de amor narrada en el nivel C.

Unas de las principales novedades de esta novela es que el autor revivifica en ella un mito griego, el de Ariadna y Dionisos, en paralelo con el mito andino de los sacrificios humanos a los Apus o fuerzas sobrenaturales de las montañas.

El mismo Vargas Llosa ha explicado así el origen de la recreación que hace de dicho mito clásico en un ambiente andino:

Es así como el autor da sentido a su obra, ya que el mito equivale al pensamiento irracional que es lo que desencadena la violencia.

La primera parte del mito se refiere al pasado de Ariadna, la hija del rey Minos de Creta, que se enamora del héroe Teseo, a quien le presta su ayuda para vencer al Minotauro, monstruo al que cada cierto tiempo le ofrecían un tributo de doncellas. Le entrega un hilo que debe desenredar el héroe en su recorrido por el Laberinto, donde moraba el Minotauro; de esa manera podría encontrar la salida de aquel intrincado edificio. Pero Teseo, ya victorioso, no cumple su promesa de llevarse a Ariadna y lo deja abandonada en la isla de Naxos. En el relato vargasllosiano, Adriana es equivalente a Ariadna; vive en Quenka y es hija del principal del pueblo. Hasta allí llega el pishtaco Salcedo, equivalente al Minotauro, que se instala en una gruta de enredados pasadizos y exige también que se le entreguen muchachas como ofrenda. Aparece entonces Timoteo Fajardo, el equivalente a Teseo, que se ofrece para acabar con el pishtaco y es ayudado por Adriana, que no le da un hilo sino que le hace beber un preparado a base de ají verde que le cura del estreñimiento, para que así pueda dejar en el trayecto mojones o excrementos que le sirvan de guía para el retorno, usando solo el olfato. Luego Adriana y Timoteo huyen de Quenka y se instalan en Naccos (símil de Naxos).

La segunda parte del mito se refiere al casamiento de Ariadna con Dionisio. En su recorrido por el mundo seguido por un impresionante cortejo, Dionisos, el dios de la vid, la embriaguez y el éxtasis, encuentra a Ariadna en la isla de Naxos. Se enamora de ella y le ofrece matrimonio, lo que Ariadna acepta. En la novela, Adriana describe cómo conoció a Dionisio, un borrachín gordiflón que un día apareció en Naccos seguido de un cortejo de danzantes y músicos, vendiendo pisco en tinajas. Cantaba, brincaba, tocaba el charango; a su paso se enloquecían las mujeres, quienes las seguían. Acabó por cautivar a Adriana, y terminaron casándose. Dionisio enseñó a Adriana la música y las artes adivinatorias, oficios que complementaron con la atención de una cantina en Naccos.

La tercera parte del mito se refiere al ritual dionisíaco. El culto a Dionisos se caracterizaba por la realización de unas fiestas orgiásticas llamadas bacanales, cuyas oficiantes eran unas mujeres llamadas bacantes, que desgreñadas bailaban desenfrenadamente. En la historia de la novela, también siguen en el cortejo de Dionisio un grupo de mujeres que equivalen a las bacantes, las cuales le atendían de día, y de noche se entregaban a toda clase de excesos, en medio de la danza y la embriaguez.

Pero indudablemente la resolución del misterio central de la obra se halla en los mitos y creencias de los pueblos andinos. Creencia muy arraigada es la existencia de los apus, deidades tutelares de las montañas, cuya furia se desata cuando la mano del hombre osa hollar sus recintos sagrados (como en el caso de las obras de construcción de una carretera), y a los que sólo se puede aplacar con sacrificios humanos. Al final de la obra, uno de los peones de la carretera termina revelando a Lituma la terrible verdad: los tres desaparecidos no solo fueron inmolados a los apus, sino que sus carnes sirvieron como bocado en una macabra ceremonia de comunión.

De acuerdo al resumen de Manfredi Bortoluzzi, él nos dice que la leyenda del pishtaco tiene una función importantísima en la novela. Es con certeza, no sólo relativo en cada historia narrativa dentro de la novela, sino también es, a la verdad, explícito. Expone sobre un estudio de las técnicas narrativas usadas en la formación de la intriga. Asimismo la relación entre la función social establecida por la leyenda imaginaria indígena, la cual en los tiempos difíciles de la narración, se convierte en una comparación hacia el mundo. Por ende, el pishtaco es una comparación no visible y protagónico en la temática.

El pishtaco aparece nombrado repetidas veces, en toda la extensión de nueve de los diez capítulos que constituyen la historia. Es una presencia no física, pero esencial en el desarrollo de la novela. Aunque es imaginario psíquico, funciona como un impulsor en las acciones de los personajes reales.  Viene a ser como personaje oculto o como "un don escondido" lo cual Vargas Llosa lo define así. En el segundo capítulo se le menciona inicialmente como a un forastero, extraño.

"Ahí estaba. Foráneo. Medio gringo. A simple vista, no se lo reconocía, pues era igualito a cualquier cristiano de este mundo. Vivía en cuevas y perpetraba sus fechorías al anochecer. Apostado en los caminos, detrás de las rocas, encogido entre pajonales o debajo de los puentes, aguardaba a los viajeros solitarios. Se les acercaba con mañas, amigándose. Tenía preparados sus polvitos de hueso de muerto y, al primer descuido, se los aventaba a la cara. Podía, entonces, chuparles la grasa. Después, los dejaba irse, vacíos, pellejo y hueso, condenados a consumirse en horas o días. Ésos eran los benignos. Buscaban manteca humana para que las campanas de las iglesias cantaran mejor, los tractores rodaran suavecito, y, ahora último, hasta para que el gobierno pagara con ella la deuda externa. Los malignos eran peores. Además de degollar, deslonjaban a su víctima como a res, carnero o chancho, y se la comían. La desangraban gota a gota, se emborrachaban con sangre".[3]

El personaje de Doña Adriana igualmente se refiere al mito del pishtaco de manera leal al mito andino en los capítulos VI y VII.  Tal cual, historiadores y etnógrafos han citado en anteriores oportunidades. Los rasgos distintivos de la víctima, la extirpación de grasa y apariencia del personaje, son los componentes centrales de la historia y se conocen en sus diferentes variedades. Por medio de su construcción, estos componentes son representados intercaladamente en el interior de las comunidades andinas y con el mundo exterior, de manera enredada en la narrativa.

Los relatos verbales de la tradición imaginaria indígena y las relaciones entre diferentes figuras sociales, con diferentes contextos históricos son extensos y variables.  La realidad está siempre variando debido a las constantes mezclas culturales. De manera que su categoría e interpretación se obtiene gracias a la narración, como sucede en la literatura dándole forma, al enfocar el problema.

En los cuentos, que aparecen en la novela, relatados por Adriana de los degolladores andinos nos apoyamos a la traducción y cambio de la realidad en lugar de lo imaginario indígena, dando hechura y lógica a los fenómenos históricos y sociales lejanos a la cultura quechua. La leyenda del pishtaco se vuelve el instrumento teológico, una figura para darle significado a los diferentes fenómenos, en distintas épocas críticas y de diferentes ámbitos. Refiriéndose una y otra vez, en diferentes entornos, y figuras como los terroristas, paramilitares, o extranjeros en general.  Así lo imaginario se filtra con el fin de anudar la relación con el otro, dándole una figura a la crisis de la verdad y formar un elemento probable, una virtualidad o símbolo de la propia verdad. 

El mito del pishtaco funciona como fortuna de pieza semántica imponiendo enlaces y propulsando lógica en la estructura contrapuntística con la que se identifica la novela. El movimiento entre los vasos comunicantes es la destreza usada por el autor, al elaborar la trama, sostenida por el degollador, el cual define el pasaje en El segundo segmento narrativo. El mito del pishtaco simboliza las diferentes exposiciones de una violencia que aunque parece incoherente es la conexión entre las diversas personalidades que aparecen en la novela.

El mito recorre como contenido en la novela y figura dentro de ella, construyendo tres líneas narrativas reconocibles en la obra.  En verdad la translación del mito griego en los Andes con la transición del Minotauro en pishtaco, Ariadna en el personaje de Adriana, y Dioniso en el personaje de Dionisio, etc. no posee una verdad aparte de la literatura encontrada en diversas culturas.



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