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Maderada



La maderada era una forma de transporte fluvial para la conducción de los troncos de madera procedente de las talas de bosques y pinares hasta los lugares de utilización de esa madera. Los troncos se transportaban por flotación conducidos por cuadrillas de gancheros. En España se utilizó este método de transporte en los ríos Ebro, Tajo, Júcar, Turia y Segura, principalmente y en menor medida en el Guadalquivir. Se tiene constancia documental de estas conducciones ya en el siglo XVI, y se prolongó su uso hasta mediados del siglo XX.

De los dos tipos de conducción de la madera por flotación, en almadía y por piezas sueltas, dada la orografía y el caudal de los ríos españoles, solo pudo practicarse el transporte mediante armadía (los troncos trabados a modo de grandes planchas) en el río Ebro, en el resto de ríos se utilizó el método de troncos sueltos.

Una vez talado el árbol, los propios leñadores o hacheros eran los encargados de limpiar el tronco y transportarlo hasta el río. Una vez allí el tronco se mantenía encambrado un determinado tiempo, suficiente para que se purgase y así flotar con más facilidad. Pasado este tiempo era cuando empezaba el trabajo de los gancheros, los encargados de conducir la madera a lo largo del río.

La maderada, que podía estar constituida por miles de troncos, con dimensiones que podían superar los doce metros de longitud por pieza, llegaban a ocupar más de 30 kilómetros del río. Era conducida por cuadrillas de gancheros dirigidos por el maestro de río a cuyas órdenes se encontraban los mayorales.

El conjunto de gancheros para conducir una maderada no bajaba de 100, pudiendo llegar a ser necesarios más de 1000 gancheros para las grandes maderadas constituidas por unos 100 000 troncos. Maderada y gancheros se dividían en tres grupos: delantera, centro y zaga.

Las principales obras que acometía la delantera eran los encauzamientos, estrechando el cauce con los troncos allí donde en caudal era escaso y el lecho poco profundo, también para salvar desniveles y corregir, en parte, la sinuosidad del cauce.

Otras obras, de más envergadura, eran las tabladas, construidas para superar pequeñas presas y obstáculos de importancia.

El asnao era otra obra utilizada para retener la maderada en las ocasiones que se creyera oportuno.

Todo ello se realizaba ayudados por ganchos o bicheros, de ahí el nombre que recibían los trabajadores encargados de la maderada: gancheros. En algunas zonas del Alto Aragón se les conoce como nabateros, siendo la nabata (o navata) una pequeña armadia (en este caso una verdadera balsa o almadía) que pilotaban con increíble habilidad hasta la desembocadura del Ebro. En Laspuña, existe un «Museo de las Navatas y la madera».

La madera descendía desde el Pirineo hasta Zaragoza o desde la serranía de Cuenca hasta Cuenca, que llegó a contar con una importante industria maderera, o hasta Valencia. Durante la construcción del Real Sitio de Aranjuez, esta ciudad fue un importante destino. Su transporte duraba meses.

El oficio de ganchero, aparte de duro, era peligroso. Crecidas inesperadas del río, pasos comprometidos y la propia peligrosidad de ir subido sobre los inestables troncos, provocaba numerosos accidentes y muchas víctimas. José Luis Sampedro ha dejado reflejada la vida de estos hombres en su novela El río que nos lleva (1961), llevada al cine por Antonio del Real en 1989 (con Alfredo Landa, Toni Peck, hijo de Gregory Peck, Eulalia Ramón y Fernando Fernán Gómez en el reparto principal).



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