María Luisa de Orleans (1662-1689) cumple los años el 26 de marzo.
María Luisa de Orleans (1662-1689) nació el día 26 de marzo de 1662.
La edad actual es 362 años. María Luisa de Orleans (1662-1689) cumplió 362 años el 26 de marzo de este año.
María Luisa de Orleans (1662-1689) es del signo de Aries.
María Luisa de Orleans (26 de marzo de 1662, Palacio Real, París, Francia - 12 de febrero de 1689, Real Alcázar, Madrid, España) fue la reina consorte de España de 1679 a 1689 como esposa del rey Carlos II de España.
Nació en el Palacio Real de París, Francia, como hija mayor de Felipe I, duque de Orleans —hermano menor del rey Luis XIV de Francia— y de la princesa Enriqueta Ana de Inglaterra, hija del rey Carlos I. A pesar de haber perdido a su madre a la edad de 8 años, María Luisa tuvo una infancia feliz en la corte francesa. En 1671 su padre contrajo matrimonio con la princesa alemana Isabel Carlota del Palatinado, quien se convirtió en una segunda madre para María Luisa. Su abuela paterna, la reina madre, Ana de Austria, también adoraba a María Luisa y, al morir en 1666, la nombró heredera de la mayor parte de su fortuna. Asimismo, María Luisa pasó gran parte de su niñez en compañía de su otra abuela, Enriqueta María de Francia, Reina de Inglaterra, en su residencia de Colombes.
Para darnos una idea de cómo era la joven María Luisa, conviene citar las palabras del prestigioso historiador Gabriel Maura Gamazo:
Firmada la Paz de Nimega entre Francia y España en 1678, se concertó el matrimonio entre María Luisa y el joven monarca español, Carlos II. El 31 de agosto de 1679 tuvo lugar la boda por poderes en la capilla del Palacio de Fontainebleau con un gran despliegue de lujo y boato. El príncipe de Contí fue quien ocupó el lugar de Carlos II. La boda se consagró definitivamente el 11 de noviembre de 1679 en Quintanapalla, cerca de Burgos, España. Es sabido por todos la profunda pasión que este monarca sentía por su joven esposa francesa desde el momento en que la vio por primera vez en un retrato que le mostró su medio hermano Juan José de Austria, hijo bastardo del rey Felipe IV. A pesar de que María Luisa no sentía en principio la misma pasión hacia su esposo, con el tiempo llegó a encariñarse con él. Poco después de la boda, el Marqués de Harcourt escribió: «Temí que la Reina fuese muy desgraciada. Veo con satisfacción que las cosas cambian de aspecto. El Rey está enamoradísimo y la complace en todo lo que pide».
Al principio María Luisa tuvo dificultades para adaptarse a la rígida etiqueta de la corte española. No le permitían comer en privado, asomarse por las ventanas, vestir a la moda, hacer fiestas, bailes y reuniones; etcétera. Solo le permitieron tener un par de loros que trajo de Francia.
El servicio regio de María Luisa había sido organizado inicialmente por Juan José de Austria, quien había nombrado a personas de su entera confianza en las jefaturas de las secciones más importantes de la Casa de la reina. Sin embargo, la muerte del príncipe en septiembre de 1679, el retorno del exilio de la reina madre Mariana de Austria y el inicio del ministerio de Medinacelli produjeron una reconfiguración del mapa político que afectó al entorno doméstico de la reina. Como ha demostrado el historiador Ezequiel Borgognoni, el primer ministro Medinacelli y Mariana de Austria procuraron eliminar deliberadamente a los seguidores del fallecido medio hermano del rey y colocar en los puestos claves de la Casa de la reina a personajes cercanos al nuevo gobierno que, hasta entonces, habían sido apartados. Los espacios donde las disputas por el poder se expresaron con mayor claridad fueron la cámara y la caballeriza. El proceso de depuración fue intenso durante el ministerio de Medinaceli, pero no completo. Desde 1685, el nuevo Primer ministro –el VIII conde de Oropesa – continuó la labor comenzada por su antecesor a través de una política de destituciones y promociones internas que aisló a los figuras que habían sido promovidas por Juan José de Austria.
Se ha dicho que uno de los enemigos más notables de la reina en la corte era la reina madre, Mariana de Austria, pero esto es falso. Basten las palabras del renombrado historiador José Calvo Poyato al respecto:
Sin embargo, el pueblo y la corte española se desesperaban por la tardanza en la llegada de un heredero, razón por la cual se sometió a María Luisa a algunos métodos inadecuados en su intento de curar su supuesta infertilidad. Un verso popular que corría por el Madrid de la época decía:
Pasaron los años pero la joven pareja real no perdía la esperanza de llegar a procrear hijos. A principios de 1688 un testigo escribió que, al acudir Carlos y María Luisa a rezar juntos para obtener descendencia, se portaban «con tal edificación, que hasta las piedras se movían a pedir a Dios la sucesión que desean».
Finalmente, tras casi diez años de matrimonio, llegó el inesperado fin. Un día después de dar un paseo a caballo la reina empezó a sentir un fuerte dolor en el vientre que la tuvo postrada en la cama toda la tarde, falleciendo al anochecer del día siguiente, 12 de febrero de 1689. Se han barajado numerosas hipótesis sobre su muerte, como el envenenamiento, pero en realidad parece ser que murió de una apendicitis (infección mortal hasta que a mediados del siglo XIX la aparición de la anestesia y el progreso de la cirugía permitieron la extirpación del apéndice inflamado. Se le llamaba cólico miserere pues el afectado moría entre terribles dolores). Según el testimonio de un testigo, en su lecho de muerte María Luisa se despidió de su marido con las siguientes palabras: «Muchas mujeres podrá tener Vuestra Majestad, pero ninguna que le quiera más que yo».
Poco después de la muerte de María Luisa, los ministros españoles comenzaron a arreglar una nueva boda para el rey, siendo las principales candidatas la princesa toscana Ana María Luisa de Médici y la princesa alemana Mariana de Neoburgo. Se le mostraron los retratos de ambas jóvenes a Carlos, quien al contemplarlos, dijo: «La de Toscana es guapa y la de Neoburgo no se puede decir que sea fea». Entonces, giró su mirada hacia un retrato de la difunta María Luisa y, tras suspirar, exclamó: «Ésta sí que era hermosa».
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