Martín Bautista de Lanuza (Híjar, 1550-3 de abril de 1622) fue Justicia de Aragón.
Descendiente de la ilustre casa de este nombre e hijo de Miguel Bautista de Cellan y de Catarina de Lanuza, nació en Híjar, arzobispado de Zaragoza en 1550. Educado al lado de su tío Jerónimo Bautista de Rudilla, prior de la iglesia del Pilar, y teniendo por maestros a los famosos gramáticos Antonio Gil y Pedro Nuñez, en breve se distinguió por su facilidad, ingenio y aplicación.
Aprendió perfectamente las lenguas latina y griega y no fueron menores los progresos que hizo en la filosofía que estudió junto con dos hermanos suyos llamados Miguel y Jerónimo en la universidad de Valencia. Martín quería abrazar el estado monástico; pero como esta no era la voluntad de sus padres, prefirió mostrarse sumiso a sus órdenes y casó con doña Isabel de Ram, dama ilustre de la villa de Morella. Se había dedicado a la noble carrera de la jurisprudencia y para graduarse de licenciado en dicha facultad, pasó a Salamanca y de allí a Huesca, donde recibió la borla de doctor. Después se estableció en Zaragoza y con el auxilio de su pariente D. Juan de Lanuza, justicia que entonces era, adquirió en breve tal reputación, que apenas podía satisfacer a las instancias de varios litigantes que le solicitaban por patrono y esto que en aquella época abundaba Zaragoza en excelentes jurisconsultos, tales como Nueros, Altarriba, Tafalla y otros.
Felipe II supo que Bautista Lanuza podía serle muy útil en la carrera de la judicatura, ya por sus vastos conocimientos, ya por su probidad y desinterés y por lo mismo le nombró en 1581 lugarteniente del justicia D. Juan y en 1584 convino en que este magistrado le llevase por su asesor a las cortes de Monzón. Fue tal el modo conque hizo brillar Martín su talento en aquellas cortes, que el mismo Felipe II, que las presidió, le honró con una plaza del consejo de Nápoles. Debía por lo mismo ausentarse de su querida patria pero una larga enfermedad que padeció en aquel intermedio, le privó de tomar posesión de aquel destino y dio lugar a que Felipe II, reflexionándolo mejor y viendo que podía serle muy útil en Aragón, le mandó continuar desempeñando el empleo de lugarteniente del justicia. No se equivocó con esto el monarca y en breve lo acreditó la experiencia, porque expuesto aquel reino a perderse, con motivo de los bandos de los montañeses y nuevos convertidos y con motivo también de las turbaciones de los ribagorzanos, que querían sacudir el señorío de sus condes; añadiéndose a todo esto el empeño del pueblo en sostener sus fueros contra la solicitud de virreyes extranjeros, introducida por el marqués de Almera con apoyo de la corte, logró Lanuza con su prudencia e integridad restablecer la tranquilidad en aquel reino.
Apenas había conseguido este lauro, cuando en 1590 acaeció aquel lance con Antonio Pérez, secretario del rey, tan referido en la historia. Antonio Pérez buscaba en los fueros de Aragón, su patria, el asilo que no podía esperar en Castilla; debía acordárselo el tribunal del justicia; eran muchos los que clamaban para que se le concediese; el fisco insistía en su prisión; todo anunciaba desórdenes, alborotos y calamidades; y en tal situación nadie mejor que Martín de Lanuza podía dar fin a las pretensiones de unos y otros obrando con justicia y equidad. En efecto, como era el que debía entender en esta causa, fiel a su soberano, mandó sorprender a Antonio Pérez en Calatayud y conducirle preso a Zaragoza, procurando con sus medidas evitar todo alboroto. Felipe II, satisfecho de los servicios de Lanuza, le honró con el empleo de regente del consejo supremo de aquel reino. Preveía ya los funestos resultados que podía ocasionarle aquel destino y por lo mismo hubiera preferido el retiro que ya había solicitado; pero no le fue posible conseguirlo, antes por el contrario tuvo que aceptar aquel nuevo cargo con el cual, atendidas las circunstancias, se creó nuevos enemigos de los cuales solo la virtud de Lanuza supo triunfar.
Murió Felipe II y si bien los enemigos del noble magistrado trataron de malquistar a este con el nuevo soberano Felipe III, no lo consiguieron, antes al contrario se le confirió entonces la plaza de Justicia de Aragón en 1601. Durante el reinado de este monarca se portó con igual firmeza e integridad, particularmente en la expulsión de los moriscos de Aragón y Valencia, en cuya ocasión expusieron al mayor riesgo aquellos dos reinos las infamias de los ejecutores. Alcanzó también parte del reinado de Felipe IV, a quien también prestó grandes servicios y este rey le honró igualmente con su benevolencia.
Murió el 3 de abril de 1622. El P. Juan Rajas, docto jesuita, compuso un epitafio para su sepulcro, el cual viene a ser un compendio enérgico de sus sobresalientes virtudes.
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