Un martirologio es un catálogo de mártires y santos de la Iglesia católica ordenados según la fecha de celebración de sus fiestas. La palabra procede del griego martyr, «testigo», y logos, «discurso». Es el libro de los aniversarios de los mártires y por extensión de los santos en general, de los misterios y de los sucesos que pueden dar lugar a una conmemoración anual en la Iglesia católica. El orden que siguen los martirologios es el de los calendarios cristianos. La mayoría de los martirios se dieron en las diez persecuciones que sufrieron los cristianos por parte del Imperio romano, en concreto, las de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. También ha habido mártires en misiones a África, Asia o Hispanoamérica y en persecuciones de todas las épocas; y también en la actualidad.
De ordinario los calendarios cristianos han precedido y contribuido a la formación de los martirologios. La mayor parte de elementos que intervienen en la formación de los primeros son directa o indirectamente comunes a los segundos, aunque los martirologios tendrán algunos elementos que desconoce el calendario. Esos elementos, comunes o no, son:
No se trata ya de un simple calendario, sino que es reconocido unánimemente como el martirologo más antiguo que se conoce. El manuscrito Siriaco, está fechado en Edesa (Mesopotamia) en noviembre del 411. Representa la traducción y resumen de un martirologo griego perdido, elaborado entre 362 y 381. Lleva como título: «Nombres de nuestros señores mártires y victoriosos, con las fechas en que recibieron sus coronas». Presenta la lista de nombres de los mártires del Imperio romano y a continuación siguen nombres de santos de Babilonia y Persia.
El martirologio Siriaco guarda una estrecha relación con la obra histórica de Eusebio de Cesarea, a quien incluye entre los santos. El compilador se sirvió además de los calendarios de otras iglesias.
Este gran catálogo de mártires y santos de los tiempos antiguos apareció en la primera mitad del s. VI. Fue llamado martirologio jeronimiano sin fundamento real en la tradición, para revestirle del peso de la autoridad de San Jerónimo. Es obra de un desconocido que tradujo del griego al latín el martirologio (perdido) que había dado lugar al martirologio Siriaco, y combinó con este texto las depositio romanas y el calendario de África. El martirologio jeronimiano presenta diversas fiestas que habrían ido introduciéndose en las iglesias locales y que ahora pasaban a engrosar el martirologio: la conmemoración de las dedicaciones de iglesias, los traslados de reliquias, los aniversarios de los titulares o fundadores de las iglesias, los benefactores insignes de las comunidades, los cuales, al igual que los ascetas prestigiosos, empezaron a ser venerados.
Se acostumbra a llamar así a los martirologios recopilados por diversos autores, a partir del s. VIII, en los cuales los nombres de los santos van acompañados de datos hagiográficos sacados de las pasiones y de otras fuentes literarias. En la base de estos trabajos de compilación está ante todo el martirologio jeronimiano. La denominación con que son conocidos no implica en ninguna manera que su valor histórico sea superior al de los otros. Se distinguen tres grupos: el inglés representado por el martirologio de Beda (m. 735); el grupo lionés con el martirologio lionés (s. IX), el martirologio de Floro de Lyon (m. ca. 860) y el martirologio de san Adón de Viena (m. 875), este último evidentemente tendencioso en el uso de las fuentes en que se inspira; por último el martirologio de Usuardo (m. 877), muy influido precisamente por la obra de Adón.
El papa Gregorio XIII (1572-85), una vez consiguió implantar la reforma del calendario que lleva su nombre, se propuso ya en 1580 la publicación de un martirologio Romano oficial: una edición del martirologio susceptible de recibir su aprobación oficial. Nombró para ello una comisión especial, de la cual César Baronio fue de hecho el miembro más preclaro por su erudición y por su eficacia. Después de haber publicado algunos ensayos parciales, salió a la luz pública en Roma, en 1583, el Martyrologium Romanum ad novam Kalendarii rationem et ecclesiasticae histórice veritatem restitutum, Gregorii XIII Pont. Max. iussu editum. Al año siguiente apareció la primera edición oficial, «para la lectura en el coro», autentificada por la constitución apostólica Emendato del 14 de enero de 1584. El papa impone su uso exclusivo. En 1586 se publicó el Martyrologium Romanum cum notationibus Baronii que contiene las fuentes literarias de que se sirvió Baronio para la realización de su trabajo.
El Martirologio Romano tuvo una acogida calurosa. Las reimpresiones cundieron por todas partes, lo cual acarreó la multiplicación de errores. Las ediciones de Urbano VIII en 1630 y de Inocencio XI en 1681 presentan correcciones críticas más o menos felices e incluyen los nuevos santos. En 1748 aparece una nueva edición que lleva el sello de la autoridad de Benedicto XIV, quien se propuso únicamente corregir la obra de Gregorio XIII; interviene él mismo en persona en el trabajo de corrección; con su autoridad de pontífice, de erudito y de jurista toma decisiones respecto de algunos puntos problemáticos; así, suprime algunos nombres (los de Clemente de Alejandría y Sulpicio Severo, entre otros) y retiene otros que algunos discutían (el papa Siricio, p. ej.), En el siglo pasado, Pío X declara «típica» la edición de 1913; en 1922 se publicó otra edición «corregida» pero muy mal recibida por los eruditos modernos. Bajo el papa Pío XII se reedita el martirologio en 1948 y en 1956. Este último es el que emplean los católicos tradiconalistas.
El 29 de junio de 2001 tiene lugar la publicación de una primera edición típica del Martyrologium romanum ex Decreto Sacrosancti Æcumenici Concilii Vaticani II Instauratum auctoritate Ioannis Pauli PP. II promulgatum, promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos mediante el Decreto Victoriam Paschalem Christi y aprobada por Juan Pablo II. Justo tres años después, el 29 de junio de 2004, se promulga una segunda edición típica, mediante el Decreto A Progenie in Progenies, donde se introdicen correcciones y actualizaciones a la primera. Esta segunda edición es la que permanece vigente.
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