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Miles de millones



Miles de millones[1]​ (título original en inglés: Billions and billions…)[2]​ es el último libro escrito por el astrónomo estadounidense Carl Sagan antes de su muerte en 1996.

Los diecinueve ensayos o capítulos que componen la obra brindan la visión de Sagan sobre temas que considera fundamentales «en la antesala del milenio», a través de su estilo habitual para explicar en términos asequibles las cuestiones científicas más complejas. Se tratan temáticas como el calentamiento global, la explosión demográfica, la vida extraterrestre, la moralidad y el debate sobre el aborto. El último capítulo, «En el valle de las sombras», es un relato de la lucha contra la mielodisplasia que finalmente puso fin a su vida en diciembre de 1996. La esposa de Sagan, Ann Druyan, escribió el epílogo del libro luego de la muerte del autor.

La obra es, al mismo tiempo, el «testamento» ideológico de Sagan y una reedición de textos ya publicados, incluyendo:

Una de las críticas que frecuentemente ha recibido el libro desde el punto de vista literario ha sido este conjunto ecléctico de ideas originado en el carácter recopilatorio de textos y conocimientos. Sin embargo, el hilo unificador es el mensaje póstumo del autor sobre cuestiones fundamentales del universo y del misterio de la vida; una invitación a observar desde un punto de vista científico la realidad, una constante en la carrera de Sagan.

La primera parte, titulada «La fuerza y la belleza de la cuantificación» desarrolla en seis capítulos diferentes tópicos relacionados con los grandes números en el funcionamiento del universo y en nuestra vida diaria.

Sagan comienza explicando el motivo de la frase que titula el libro, que le fuera atribuida popularmente ―a pesar de no haberla utilizado nunca― gracias a la imitación que durante varios años hizo Johnny Carson en su comedia televisiva. Mediante diversos ejemplos explica la «actualidad» del concepto, teniendo en cuenta que la evolución tecnológica y cultural parece requerir de números cada vez mayores. Así compara, por ejemplo, la población mundial en la época de Jesucristo (estimada en 250 millones de personas) y la existente en el momento de escribirse el libro (6000 millones), menciona el creciente número de fortunas millonarias y milmillonarias, los datos económicos mundiales, donde es habitual hablar de miles de millones de dólares en relación con gastos, deudas nacionales y presupuestos, o los avances en la astronomía que han permitido crecientes «mediciones» en número de estrellas, galaxias y sus distancias siderales obteniendo números cada vez más grandes y difíciles de representar: la estrella más cercana, Alfa Centauri se encuentra a 40 billones de kilómetros.

Resalta la necesidad de la notación científica o exponencial, por lo general poco utilizada fuera de los ámbitos académicos, para manejar cómodamente estos grandes números, y los muestra en diversas situaciones que ilustran su aplicación:

El segundo capítulo avanza en describir la generación de grandes números, a través de las progresiones geométricas y el crecimiento exponencial.

La leyenda sobre la invención del ajedrez, que es parte de la tradición popular, ilustra claramente el concepto de progresión geométrica: cuando el rey ofrece al visir que había inventado tan exquisito juego una recompensa adecuada y este solicita un grano de trigo en el primer escaque, el doble en el segundo, el doble en el tercero... Un pedido tan humilde produce diversión adicional entre los cortesanos, pero esta vez a costa del aparentemente estúpido inventor. Sin embargo, la cantidad total de cereal a disponer en el tablero de ajedrez equivaldría a la producción mundial de cualquier año del siglo XX multiplicada por 150, con lo que en realidad ―y dando por cierta la fábula― el rey no pudo cubrir la recompensa.

Sagan subraya con varios ejemplos el carácter cotidiano del crecimiento exponencial y, al mismo tiempo, sus limitaciones más allá del concepto teórico:

En este ensayo Carl Sagan desarrolla una relación entre los instintos de nuestros antepasados cazadores-recolectores y la fuerte atracción trastocada muchas veces en fanatismo que encierra la afición deportiva entre la mayoría de los varones de todas las culturas del siglo XX.

El capítulo se inicia con una cita de William James:

El autor observa que las estrellas deportivas son a menudo héroes nacionales y que la mayoría de los deportes se encuentran asociados con una nación o una ciudad, y son considerados como sinónimo de patriotismo y orgullo cívico. Según Sagan, «una competición deportiva es un conflicto simbólico apenas enmascarado». Recuerda casos en los que la máscara incluso cayó, como la recurrente historia de las barras bravas o los hooligans, la Guerra del fútbol de 1969 entre El Salvador y Honduras y otros varios casos en que la competencia derivó netamente en combate.

Según Sagan, el deporte en equipo recuerda especialmente el comportamiento y la coordinación necesaria para la caza de nuestros lejanos ancestros nómades, característica que nos ha llegado por un proceso de selección natural: solo los buenos cazadores sobrevivieron en la prehistoria dejando descendencia.

Estos instintos son fuertes porque el 97 % de la historia humana transcurrió como grupos de cazadores-recolectores y solo en el último 3 % hemos llevado una existencia sedentaria.

Aquí el autor relaciona el concepto de luz[7]​ con la percepción que tenemos del mundo, deteniéndose en explicaciones accesibles sobre el concepto de onda y de frecuencia lumínica.

Relaciona el comportamiento de la luz con el del sonido, y ―en ambos casos― tiende un puente entre el conocimiento científico y sus tesis morales básicas, reiteradas en toda su obra literaria y mediática, por ejemplo:

En el quinto capítulo del libro, Carl Sagan desarrolla una respuesta a cuatro cuestiones que denomina «prometedoras» en cuanto a la posible evolución futura del conocimiento científico:

Partiendo de una cita de Huygens sobre la inmensidad del universo, Sagan resume los avances científicos en la comprensión de la génesis de los sistemas solares y en el descubrimiento de planetas de sistemas estelares lejanos, reiterando su convencimiento de que es solo cuestión de tiempo hallar «mundos» con características similares al nuestro.

La segunda parte de Miles de millones, titulada «¿Qué conservan los conservadores?», dedica seis capítulos a cuestiones ecológicas relevantes sobre el futuro de la humanidad en el planeta:

A través de un ejemplo simple se explican los conceptos básicos de un ecosistema cerrado, donde todos los recursos deben necesariamente reciclarse de un modo u otro.

Sagan resalta la necesidad de que aprendamos a pensar a largo plazo, convirtiendo nuestro mundo tecnificado en un ecosistema seguro y equilibrado.

Dice el autor que «nuestra tecnología se ha hecho tan potente que, consciente o inconscientemente, estamos convirtiéndonos en un peligro para nosotros mismos». Por ello resulta esencial una mejor comprensión de la ciencia por parte del público.

Sagan explora los distintos caminos entre un pesimismo trágico y el optimismo ciego e ilimitado que tiende a minimizar los problemas ambientales.

Algunos datos para entender la fragilidad de la atmósfera terrestre:

Dice Sagan que todos experimentamos algún grado de ansiedad por diferentes motivos, desde el sustento de la prole ―que hace posible una nueva generación― hasta la preocupación casi exclusiva de los científicos por nuevas catástrofes. A veces se nos pasan por alto los riesgos, pero los primates tenemos esa capacidad exclusiva de examinar las consecuencias futuras de acciones actuales.

A partir del capítulo 9, Sagan dedica varias páginas a describir algunas conductas de la Humanidad que parecen peligrosas, comenzando por un paralelo entre los oráculos de la antigüedad y las advertencias científicas modernas. En particular, las dos posiciones extremas (y erróneas) respecto de la interpretación del futuro:

Una explicación detallada y accesible sobre el ozono y la incidencia de los clorofluorocarbonados en la destrucción de la capa de ozono, nuestro único escudo contra la radiación ultravioleta del Sol.

La luz ultravioleta es antagonista de la vida, y Sagan describe los efectos que pueden tener lugar sobre toda la cadena trófica y el destino de los seres vivos, incluido el hombre.

Resalta los logros del Protocolo de Montreal, que permitió morigerar los daños de los CFC, y llama la atención sobre la necesidad de ser más prudentes en prever las consecuencias de nuestras acciones, ya que es cada vez mayor el poder de destrucción en manos de la Humanidad.

Sagan describe el origen de los combustibles fósiles y cómo paulatinamente fueron descubiertos y aprovechados por el hombre:

El carbón ―y especialmente el petróleo― rigen la economía mundial, justifican guerras, boicots e invasiones, y ―en general― políticas que sin la adicción al petróleo serían consideradas ridículas o temerarias.

La combustión combina los átomos de carbono con oxígeno, formando dióxido de carbono, uno de los principales gases responsables del efecto invernadero.

Sagan describe cómo logra la Tierra su equilibrio térmico, donde el efecto invernadero juega en principio un papel beneficioso para la vida, ya que de otra forma la temperatura media en la superficie terrestre sería de unos 20 °C bajo cero.

Pero un efecto invernadero excesivo, cuyo incremento se genera por la quema de combustibles fósiles y la deforestación, produciría un calentamiento global de consecuencias irreversibles.

Como corolario de los capítulos anteriores, el autor desarrolla algunas sugerencias prácticas relacionadas con el cambio climático, entre ellas:

Sagan subraya aquí las posibilidades de integrar esfuerzos entre las religiones y el mundo científico para mejorar la relación de la familia humana con su medio natural, detallando el llamamiento realizado en enero de 1990 a los dirigentes religiosos de todo el mundo,[9]​ y las posibilidades que brinda su puesta en práctica.

Los últimos cinco capítulos de Miles de millones desarrollan tópicos que muestran el choque entre razón y sentimiento, entre instinto y racionalidad y entre dogma y relativismo.

Partiendo de la invitación que recibió en 1988 para escribir un artículo sobre las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética a publicarse en simultáneo en las principales revistas de ambos países, Sagan desarrolla un ensayo sobre «el enemigo común» como analogía para explicar la posibilidad de un esfuerzo conjunto de la familia humana.

El improbable enemigo común, una invasión alienígena hostil, da paso rápidamente en la prosa de Sagan al enemigo real: los excesos de nuestra capacidad tecnológica que dañan el ambiente en que vivimos: los combustibles fósiles, la contaminación industrial, la carrera armamentista, las armas atómicas... En palabras del mismo Sagan:

El texto de este capítulo fue escrito en conjunto con su esposa Ann Druyan, y publicado en 1990[10]​ por primera vez. Es un análisis lúcido sobre las implicaciones de un tema tan polémico y ―al mismo tiempo― de tanta incidencia social, donde las opiniones se polarizan y las mentes se cierran.

La cuestión inicial que plantea el autor es cuál es la respuesta razonable a la pregunta sobre si es lícito, y en qué circunstancias, interrumpir un embarazo. Y esta pregunta le lleva a otras más esenciales...

La abstracción más común de esta problemática reduce frecuentemente la cuestión a dos extremos enfrentados: el bando «provida» y el bando «proelección».

El bando «provida»: pretende en realidad defender la vida humana, ya que no hay derecho a la vida hoy por hoy en la Tierra, ni ha existido en ninguna sociedad del pasado, con excepción quizá de los yainas de la India. La cuestión entonces pasa por definir con exactitud qué es un ser humano en el camino entre un espermatozoide o un óvulo y un recién nacido.

En esta línea, según Sagan, la mala interpretación de lo que constituía el espermatozoide al avanzar las técnicas microscópicas, retomando el concepto tradicional del homúnculo, hizo que recién en 1869 el aborto comenzara a ser causa de excomunión en la Iglesia católica.

El análisis de la evolución fetal dentro de la madre lleva a Sagan a elegir como mejor opción, más allá de integrismos de cualquier signo, el parámetro de madurez en coherencia con el fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos ―caso Roe contra Wade― que generó la siguiente jurisprudencia:

De todas formas, a diferencia del fallo de la corte, Sagan no basa su opción en la «viabilidad» del feto, ya que ―en sus palabras― «la moral no puede depender de la tecnología», pero sí del primer atisbo de pensamiento humano, que es la única característica mensurable que parece diferenciarnos de los animales.

El 16.º capítulo de Miles de millones se extiende sobre las reglas que regulan la conducta humana. Desde los códigos de las civilizaciones antiguas, casi siempre atribuidos a una divinidad a fin de ser atendidos, se llega a la abstracción de unas pocas normas generales:

Otras reglas referidas por Sagan son:

Un concepto interesante que Sagan desarrolla a continuación es el de los «juegos de suma cero», donde es necesario que alguien pierda para que otro gane, y el «dilema del preso», analizado largamente en teoría de juegos.

Entre la batalla de Gettysburg, un arquetipo de destrucción y muerte de la Guerra de Secesión y «ahora», Sagan subraya el crecimiento exponencial de la capacidad destructiva del hombre. El riesgo de muerte, limitado mayormente a los soldados en aquella época, se extiende hoy a toda la Humanidad, sea que participe o no en forma directa de la confrontación.

Además del potencial de destrucción, Sagan recuerda que «cometemos errores, matamos a los nuestros»:

Se resalta la necesidad de llegar a soluciones racionales en la cuestión de la guerra: «Nuestro reto es la reconciliación, no después de la carnicería y las muertes masivas, sino en vez de ellas».

Según Sagan, el siglo XX será recordado por tres grandes innovaciones:

Sagan concluye que «adquirir el conocimiento y el saber necesarios para comprender las revelaciones científicas del siglo XX será el reto más profundo del siglo XXI».



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